Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy muestra a algunos escribas y fariseos asombrados por la actitud de Jesús. Están escandalizados porque sus discípulos comen sin antes realizar las tradicionales abluciones rituales. Piensan para sus adentros: “Esta forma de hacer es contraria a la práctica religiosa” (cf. Mc 7, 2-5).
De hecho, inmediatamente después, llama otra vez a la multitud para decir una gran verdad: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro» (v. 15). En cambio, es «de dentro, del corazón» (v. 21) que salen las cosas malas. Estas palabras son revolucionarias, porque para la mentalidad de la época ciertos alimentos o contactos externos te hacían impuro. Jesús invierte la perspectiva: no daña lo que viene de fuera, sino lo que viene de dentro.
Queridos hermanos y hermanas, esto también nos concierne. A menudo pensamos que el mal proviene principalmente del exterior: del comportamiento de los demás, de quienes piensan mal de nosotros, de la sociedad. ¡Cuántas veces culpamos a los demás, a la sociedad, al mundo, de todo lo que nos pasa! Siempre es culpa de los “otros”: es culpa de la gente, de los que gobiernan, de la mala suerte, etcétera. Parece que los problemas vienen siempre de fuera. Y pasamos el tiempo repartiendo culpas; pero pasar el tiempo culpando a los demás es una pérdida de tiempo. Nos enojamos, nos amargamos y mantenemos a Dios fuera de nuestro corazón. Como esas personas del Evangelio, que se quejan, se escandalizan, discuten y no acogen a Jesús. No se puede ser verdaderamente religioso en la queja: la queja envenena, te conduce a la ira, al resentimiento y a la tristeza, la del corazón, que cierra las puertas a Dios.
Pidámosle hoy al Señor que nos libre de echar la culpa a los demás —como los niños: “¡Yo no he sido! Ha sido el otro, ha sido el otro…”—. Pidamos en la oración la gracia de no perder el tiempo contaminando el mundo con quejas, porque esto no es cristiano. Jesús nos invita a mirar la vida y el mundo desde nuestro corazón. Si nos miramos dentro, encontraremos casi todo lo que detestamos fuera. Y si le pedimos sinceramente a Dios que purifique nuestro corazón, comenzaremos a hacer el mundo más limpio. Porque hay una forma infalible de vencer el mal: empezar a vencerlo dentro de uno mismo. Los primeros Padres de la Iglesia, los monjes, cuando se les preguntaba: “¿Cuál es el camino de la santidad? ¿Cómo debo empezar?”, decían que el primer paso era acusarse a uno mismo: acúsate a ti mismo. La acusación de nosotros mismos. ¿Cuántos de nosotros, durante el día, en un momento del día o en un momento de la semana, somos capaces de acusarnos por dentro? “Sí, este me hizo esto, ese otro..., aquel una salvajada...”. ¿Y yo? Yo hago lo mismo, o lo hago así... Es una sabiduría: aprender a acusarse. Intentad hacerlo, os hará bien. Para mí es bueno, cuando consigo hacerlo, me hace bien, nos hará bien a todos.
Que la Virgen María, que cambió la historia con la pureza de su corazón, nos ayude a purificar el nuestro, superando en primer lugar el vicio de culpabilizar a los demás y de quejarse de todo.
Queridos hermanos y hermanas:
Sigo con gran preocupación la situación en Afganistán y participo del sufrimiento de quienes lloran por las personas que perdieron la vida en los atentados suicidas que se produjeron el jueves pasado, y de quienes buscan ayuda y protección. Encomiendo los muertos a la misericordia de Dios Todopoderoso y doy las gracias a quienes están trabajando para ayudar a esa población tan probada, especialmente a las mujeres y a los niños. Les pido a todos que sigan ayudando a los necesitados y que recen para que el diálogo y la solidaridad conduzcan al establecimiento de una convivencia pacífica y fraterna y ofrezcan esperanza para el futuro del país. En momentos históricos como este no podemos permanecer indiferentes, la historia de la Iglesia nos lo enseña. Como cristianos, esta situación nos compromete. Por eso hago un llamamiento a todos para que se intensifique la oración y se practique el ayuno. Oración y ayuno, oración y penitencia. Este es el momento de hacerlo. Hablo en serio: intensificar la oración y practicar el ayuno, pidiendo al Señor misericordia y perdón.
Estoy cerca de la población del estado venezolano de Mérida, afectada en los últimos días por inundaciones y deslizamientos de tierra. Rezo por los difuntos y sus familias y por todos los que sufren a causa de esta calamidad.
Dirijo un cordial saludo a los miembros del Movimiento Laudato Si’. Gracias por vuestro compromiso con nuestra casa común, particularmente con motivo de la Jornada Mundial de Oración por la Creación y el posterior Tiempo de la Creación. El grito de la Tierra y el grito de los pobres son cada vez más graves y alarmantes, y requieren una acción decisiva y urgente para convertir esta crisis en una oportunidad.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países. En particular, saludo al grupo de novicios salesianos y a la comunidad del Seminario Episcopal de Caltanissetta. Saludo a los fieles de Zagreb y a los del Véneto; al grupo de alumnos, padres y profesores de Lituania; a los chicos de la Confirmación de Osio Sotto; a los jóvenes de Malta que están llevando a cabo un itinerario vocacional, a los que han hecho un camino franciscano de Gubbio a Roma y los que inician un Via lucis con los pobres en las estaciones de tren.
Dirijo un saludo especial a los fieles reunidos en el Santuario de Oropa para la fiesta de la coronación de la estatua de la Virgen Negra. Que la Santísima Virgen acompañe el camino del pueblo de Dios por la senda de la santidad.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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