Lectura del libro del Éxodo (1,8-14.22):
En aquellos días, subió al trono en Egipto un Faraón nuevo, que no había conocido a José, y dijo a su pueblo: «Mirad, el pueblo de Israel está siendo más numeroso y fuerte que nosotros; vamos a vencerlo con astucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará con el enemigo, nos atacará, y después se marchará de nuestra tierra.»
Así, pues, nombraron capataces que los oprimieron con cargas, en la construcción de las ciudades granero, Pitom y Ramsés. Pero, cuanto más los oprimían, ellos crecían y se propagaban más. Hartos de los israelitas, los egipcios les impusieron trabajos crueles, y les amargaron la vida con dura esclavitud: el trabajo del barro, de los ladrillos, y toda clase de trabajos del campo; les imponían trabajos crueles.
Entonces el Faraón ordenó a toda su gente: «Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida.»
Palabra de Dios
Salmo 123,Nuestro auxilio es el nombre del Señor
Evangelio según san Mateo (10,34–11,1):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.» Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
Palabra del Señor.
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Nadie ha dicho que la fe en Jesucristo sea fácil. La fe es una batalla en dos frentes principales: interior, contra nosotros mismos en nuestras inclinaciones más egoístas, destructivas u oscuras; exterior, contra las circunstancias, situaciones y personas que, en ocasiones, tratan de obstaculizar nuestro camino de seguimiento. Para mantener y avanzar en el camino de la fe hay que luchar, y la batalla más dura que se nos puede presentar es contra los de nuestra propia casa.
En la Palabra de hoy Jesús nos advierte de esta posibilidad. Puede ocurrir que en el seno de nuestra familia, de nuestro entorno más querido, surja la incomprensión o el rechazo por el hecho de que seamos creyentes. Si esto sucede, la llamada del Maestro no es al odio o al rechazo, sino a la aceptación de esta realidad en forma de cruz, cargando con ella. Esto es difícil, por ello la tentación puede ser abandonar a Jesús con tal de mantener la paz familiar. En esta situación extrema Jesús es muy claro: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí…
Evidentemente Jesús amó la vida familiar, su Encarnación fue en familia, y la fe se puede y se debe vivir en familia, pero en caso de incompatibilidad, la opción está clara: primero Dios. El mensaje de Jesús es de paz, pero en ocasiones y entre algunas personas levanta espadas porque no es un mensaje meloso, descafeinado o light, sino transformador y radical, va a la raíz de las cosas, por ello ha encontrado, encuentra y encontrará rechazo de múltiples formas hasta el final de los tiempos. Mirando a la primera lectura del libro del Éxodo, nos encontramos con la persecución que sufrió el pueblo hebreo en Egipto, les oprimían y amargaban la vida con dura esclavitud. También San Enrique, cuya memoria libre nos propone hoy la liturgia, fue un príncipe medieval que tuvo que luchar para salvaguardar la fe.
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