sábado, 29 de mayo de 2021

Santísima Trinidad: El dios cristiano

Nuestra fe no consiste, decía Francisco, en saberse el Credo y pronunciar que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestra fe es una experiencia de relación personal. Creemos en Dios, en Aquel que lo hizo todo por su Palabra, derramando su Espíritu y haciendo buenas y bellas todas las cosas. En la plenitud del tiempo, se mostró en su Hijo, nacido de mujer, de María Virgen.

Ha sido Jesucristo quien nos ha revelado el amor entrañable del Padre, y quien nos permite comprender hasta qué extremo hemos sido creados a imagen del Primogénito de Dios.

Jesús nos ha manifestado que nos ama con el amor con que Él es amado, con amor divino, y por esta relación gratuita y generosa, cada uno llegamos a convertirnos en hijos de Dios por adopción.

No es pretencioso llamar a Dios “Padre” y sentirse amigo de Jesús, ni lo es vivir sumergidos en la presencia del Espíritu Santo, habitados por la gracia y por el amor divino.

Un creyente se sabe amado de Dios, abrazado por su presencia, perteneciente a la familia divina. Conoce, a través de la mirada de Jesús, los designios de paz y de bendición que el Padre bueno tiene para él.

Creer en Dios es saberse creado por Él. Por un designio providente de amor hemos recibido la existencia, la fe y la gracia. Por el bautismo se nos ha injertado en la Vid verdadera, se nos ha plantado junto a la corriente saludable que mana en el santuario y así podemos participar de los tesoros de los méritos de todos los santos.

Creer en Dios es caminar siempre acompañado, sin miedo al futuro, reconociendo la Providencia amorosa en los acontecimientos. En la travesía de la vida, el creyente percibe los gestos de amor que le rodean, la bondad que habita en el corazón de cada ser humano y la belleza de la naturaleza.

Creer en Dios es saberse redimido, perdonado, llamado a colaborar con Él en las tareas de acrecentar la creación, haciendo el bien y mirando a cada persona como icono sagrado.

Creer en Dios es respirar su presencia, invocarlo confiado, tener la certeza de no estar solo ni ser desconocido, albergar la esperanza de que Él se dejará percibir, cuando quiera, y lo hará con amor.

Creer es una bendición, un privilegio y una gracia que se convierten en deseos de responder con fidelidad y agradecimiento. Y en necesidad misionera.

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