Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo (Jn 15,9-17), Jesús, después de haberse comparado a Sí mismo con la vid y a nosotros con los sarmientos, explica cuál es el fruto que dan quienes permanecen unidos a Él: este fruto es el amor. Retoma una vez más el verbo clave: permanecer. Nos invita a permanecer en su amor para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría sea plena (vv. 9-11). Permanecer en el amor de Jesús.
Nos preguntamos: ¿cuál es este amor en el que Jesús nos dice que permanezcamos para tener su alegría? ¿Cuál es este amor? Es el amor que tiene origen en el Padre, porque «Dios es amor» (1Jn 4,8). Este amor de Dios, del Padre, fluye como un río en el Hijo Jesús, y a través de Él llega a nosotros, sus criaturas. De hecho, Él dice: «Como el Padre me ama, así os amo yo a vosotros» (Jn 15,9). El amor que Jesús nos dona es el mismo con el que el Padre lo ama a Él: amor puro, incondicionado, amor gratuito. No se puede comprar, es gratuito. Donándonoslo, Jesús nos trata como amigos —con este amor—, dándonos a conocer al Padre, y nos involucra en su misma misión por la vida del mundo.
Y además, podemos preguntarnos: ¿qué hemos de hacer para permanecer en este amor? Dice Jesús: «Si cumplís mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (v. 10). Jesús resumió sus mandamientos en uno solo, este: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12). Amar como ama Jesús significa ponerse al servicio, al servicio de los hermanos, tal como hizo Él al lavar los pies de los discípulos. Significa también salir de uno mismo, desprenderse de las propias seguridades humanas, de las comodidades mundanas, para abrirse a los demás, especialmente a quienes tienen más necesidad. Significa ponerse a disposición con lo que somos y lo que tenemos. Esto quiere decir amar no de palabra, sino con obras.
Amar como Cristo significa decir no a otros “amores” que el mundo nos propone: amor al dinero —quien ama el dinero no ama como ama Jesús—, amor al éxito, a la vanidad, al poder… Estos caminos engañosos de “amor” nos alejan del amor al Señor y nos llevan a ser cada vez más egoístas, narcisistas, prepotentes. La prepotencia conduce a una degeneración del amor, a abusar de los demás, a hacer sufrir a la persona amada. Pienso en el amor enfermo que se transforma en violencia —¡y cuántas mujeres son víctimas de la violencia hoy en día!—. Esto no es amor. Amar como ama el Señor quiere decir apreciar a la persona que está a nuestro lado y respetar su libertad, amarla como es, no como nosotros queremos que sea, como es, gratuitamente. En definitiva, Jesús nos pide que permanezcamos en su amor, que habitemos en su amor, no en nuestras ideas, no en el culto a nosotros mismos. Quien habita en el culto de sí mismo, habita en el espejo: siempre está mirándose. Jesús nos pide que abandonemos la pretensión de dirigir y controlar a los demás. No debemos controlarlos, sino servirlos. Abrir el corazón a los demás: esto es amor, donarnos a ellos.
Queridos hermanos y hermanas, ¿a dónde conduce este permanecer en el amor del Señor? ¿A dónde nos conduce? Nos lo ha dicho Jesús: «Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena» (v. 11). El Señor quiere que la alegría que Él posee, porque está en comunión total con el Padre, esté también en nosotros en cuanto unidos a Él. La alegría de sabernos amados por Dios a pesar de nuestras infidelidades nos hace afrontar con fe las pruebas de la vida, nos hace atravesar las crisis para salir de ellas siendo mejores. Ser verdaderos testigos consiste en vivir esta alegría, porque la alegría es el signo característico del verdadero cristiano. El verdadero cristiano no es triste, tiene siempre esa alegría dentro, incluso en los malos momentos.
Que la Virgen María nos ayude a permanecer en el amor de Jesús y a crecer en el amor hacia todos testimoniando la alegría del Señor resucitado.
Queridos hermanos y hermanas:
Sigo con especial preocupación los acontecimientos que están sucediendo en Jerusalén. Rezo para que sea lugar de encuentro y no de enfrentamientos violentos, lugar de oración y de paz. Invito a todos a buscar soluciones compartidas para que la identidad multirreligiosa y multicultural en la Ciudad Santa sea respetada, y pueda prevalecer la fraternidad. La violencia genera solo violencia. ¡Basta de enfrentamientos!
Y oremos también por las víctimas del atentado terrorista acontecido ayer en Kabul: una acción inhumana que ha golpeado a tantas niñas y jóvenes mientras salían de la escuela. Recemos por cada una de ellas y por sus familias. Y que Dios conceda paz a Afganistán.
Además, deseo expresar mi preocupación por las tensiones y los violentos enfrentamientos en Colombia, que han provocado muertos y heridos. Son muchos los colombianos que están aquí: oremos por vuestra patria.
Hoy, en Agrigento, ha sido beatificado Rosario Angelo Livatino, mártir de la justicia y de la fe. En su servicio a la colectividad como juez integérrimo que nunca se dejó corromper, se esforzó por juzgar no para condenar, sino para redimir. Su trabajo lo ponía siempre “bajo la tutela de Dios”; por eso se convirtió en testigo del Evangelio hasta la muerte heroica. Que su ejemplo sea para todos, especialmente para los magistrados, un estímulo a ser leales defensores de la legalidad y de la libertad. ¡Un aplauso al nuevo Beato!
Saludo de corazón a todos ustedes, romanos y peregrinos. ¡Gracias por su presencia! Saludo especialmente a las personas que padecen fibromialgia: les expreso mi cercanía y espero que crezca la atención a esta patología que en ocasiones es descuidada.
¡Y no pueden faltar las mamás! En este domingo, en numerosos países se celebra la fiesta de la mamá. Saludamos a todas las mamás del mundo, incluso a aquellas que ya no están. ¡Un aplauso a las mamás!
Deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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