Me gusta prevenir, imaginar situaciones para tener la mejor reacción, pero la crisis del coronavirus me ha hecho ver que la previsión en nuestra vida solo es buena en cierta medida. Ahora, o vivimos el día a día sin más afán que estar en manos del Señor y arriesgamos en humanidad para con los otros o algo no estaremos haciendo bien.
Tenía miedo de llegar a aburrir la palabra “cambio”, igual como aburrí la palabra “reestructuración” en la vida religiosa. Ya no hay peligro, el cambio ha llegado, para bien y para mal ya nada será igual, y el mundo, la Iglesia, los parámetros, la vida misma han cambiado… es como si el planeta hubiera gritado ¡basta!
Unos lo han comprendido y han cepillado su humanidad, otros han seguido siendo verdaderos creyentes, y otros, aún creen que todo sigue igual. ¡Pues no! Ya no es necesario hablar de cambio, éste está hecho, y la vida religiosa tendrá que asumirlo. Algunos ilusos siguen en la misma dirección y continúan con los mismos planes, pero lo de antes ha pasado…, en Jesús todo es nuevo, y ahora tenemos una buena oportunidad de transmitir esa humanidad plena que Jesús nos muestra.
Me da la impresión de que hasta será más fácil con tanta gente volcada en la oración, en estos últimos tiempos virtual pero real en el corazón. Tantas periferias ampliadas y ¿nos seguimos preguntando qué desea el Señor de nosotros? Lo sabemos de sobra: arriesgar la vida. Y eso significa innovar, romper los esquemas, los calendarios y las preguntas preparadas con antelación para la prospectiva… es escuchar al Espíritu y dejar primar lo necesario, sin aferrarse a seguridades y a presupuestos; con alegría y convicción.
Vivir, rezar, ser hermanos, y dejar soplar al Espíritu. Fuera los que quieren poner puertas al campo, han sido todas arrancadas y no hay que reconstruirlas, hay que trabajar la fe. Suena tópico, pero es ahora cuando se ve quién está a la altura y quién tiene suficiente capacidad de reprís para lidiar con el momento actual para asumir este nuevo mundo, este
cambio tan brutal. El mundo ya no será el mismo y la vida religiosa menos. ¿Al lado de quién queremos estar? ¿De las familias, de los jóvenes, de los trabajadores, de los sintecho, de los menas…?
Sor Gemma Morató, O.P
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