lunes, 8 de marzo de 2021

Precauciones para dar la comunión

Con mucha sabiduría nuestros Obispos han dictado una serie de normas para administrar la eucaristía en estos difíciles tiempos de pandemia, entre otras que el celebrante, antes y después de repartir la comunión, se lave las manos con gel hidroalcohólico. Sin embargo, hay quién tiene sus reticencias ante esta necesidad, argumentando que la divinidad de Jesucristo tiene más poder que cualquier virus.

Para comprender que se tomen precauciones para dar la comunión, puede ser bueno recordar algunas verdades teológicas a propósito de la presencia de Cristo en la eucaristía. La teología siempre ha distinguido en el sacramento la substancia de los accidentes. Los accidentes, o sea, la apariencia de pan y de vino (con sus componentes químicos) no cambia. Lo que se convierte en el cuerpo y la sangre de Cristo, y por tanto cambia, es la substancia del pan y del vino. La substancia es lo que hace que algo sea lo que es. No es una realidad física, está más allá de la física.

La Iglesia entiende que la palabra que mejor define lo que ocurre en este sacramento es “transubstanciación”: la substancia del pan y del vino desaparece al convertirse en substancia del cuerpo (la persona) y la sangre (la vida) de Cristo. Precisamente porque la substancia no es visible a los ojos, la presencia de Cristo en el sacramento no se conoce por los sentidos, sino solo por la fe. Porque los sentidos ven lo visible. La fe percibe lo invisible. Invisible pero muy real, porque la realidad no se limita a lo que puede tocarse con las manos. Por eso se dice que la presencia de Cristo en la eucaristía es verdadera, real y substancial. Estamos, como dice la liturgia, ante el misterio de nuestra fe. Un misterio que es prenda de inmortalidad.

Santo Tomás de Aquino tras explicar que los accidentes del pan y del vino permanecen en el sacramento después de la consagración, se pregunta si estas especies (accidentes, apariencia de pan y vino) pueden inmutar, o sea, afectar a algo exterior a ellas. Y responde que después de la consagración conservan la misma capacidad de obrar que tenían antes de la consagración. Por tanto, si pongo encima del pan consagrado un trozo de azúcar y me lo tomo, este pan, que contiene sacramentalmente a Cristo, introduce también en mi boca el trozo de azúcar. Donde digo azúcar póngase virus. Me parece que así se comprende la gran conveniencia de tomar las debidas precauciones a la hora de dar la comunión.

Los sacramentos no son magia. Son la prolongación en nuestra historia de la humanidad de Cristo. Y así como la humanidad de Cristo (dicho con todo respeto) podía llevar las manos manchadas, también el pan eucarístico puede contener polvo o partículas ajenas al pan. Cristo resucitado no llega a nosotros espectacularmente, sino bajo apariencias humildes. De forma muy real, muy verdadera, pero no de forma física, material, sino en virtud del Espíritu Santo, que hace presente a Cristo bajo la apariencia del pan y del vino.

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