El cocinero Juan Pozuelo miró a la pandemia de frente y, en vez de lamentarse por la crisis que ha afectado al sector de la hostelería –en el que se han producido el 50 % de los ERTE–, se puso en primera fila para atender a las colas del hambre.
A finales del mes de abril había aumentado cuatro veces –en algunas zonas incluso hasta seis– el número de familias que estaban acudiendo a las Cáritas parroquiales para pedir alimentos. En algunas parroquias, las colas del hambre daban la vuelta a la manzana, y la pobreza fue para muchos hogares la nueva normalidad. Los bancos de alimentos afirmaban entonces que no había comida para todos, y actualmente siguen viviendo al día. El colapso de la Administración ha impedido el acceso a las ayudas administrativas a muchas familias, lo que, unido al aumento de los desahucios y las dificultades para pagar el alquiler, ha originado un fenómeno nuevo, el sinhogarismo infantil, con 1.000 niños que no tienen hogar en España.
En medio de esta emergencia humanitaria tuvo lugar una verdadera explosión de solidaridad, incluso por parte de aquellos más afectados por la crisis, entre ellos muchos cocineros que, lejos de lamentarse por el futuro de su sector –uno de los más afectados por la crisis desatada por la pandemia–, se pusieron manos a la obra para ayudar a los más necesitados.
Es el caso de Juan Pozuelo, un chef que tuvo que cerrar esos días sus dos restaurantes en Madrid, pero que se volcó en las cocinas que preparaban comida para los más necesitados, en una iniciativa organizada por la ONG Gastronomía Solidaria.
«Los que trabajamos en hostelería somos muy sensibles en este tipo de situaciones, porque somos conscientes de todo lo que sobra en los restaurantes cuando hay personas que no pueden comer», afirma. De hecho, Pozuelo ya había mostrado su lado más solidario en catástrofes como el terremoto de Haití o el huracán en Puerto Rico, por lo que al explotar la crisis era consciente de que «había que hacer algo», y por eso trabajó en las cocinas para la elaboración de menús con destino a familias necesitadas. También se puso a preparar comida para todos los transportistas que venían del extranjero para llevar comida a la capital. «Cocinábamos en horas intempestivas, por turnos, hasta 500 comidas al día. Fue una labor maravillosa», afirma.
El otro lado de la moneda muestra a un sector, el de la hostelería, que debido a la crisis no ha logrado a día de hoy levantar cabeza, «y las perspectivas no son halagüeñas para nosotros», dice.
«De nuestros dos restaurantes, hemos tenido que cerrar uno porque con las restricciones de aforo su apertura resultaba inviable. Hemos tenido que mandar a muchos empleados al ERTE». «Hablamos con ellos y vimos que esa iba a ser la mejor solución, porque éramos incapaces de asumir sus nóminas». Ahora tienen tres personas a tiempo parcial, y muchos de sus antiguos empleados se han resignado a buscar trabajo en otros sectores. Con el restaurante que permanece abierto, aunque estuviera lleno, solo pueden ofertar la mitad de las mesas. «Tener un local abierto en un centro de Madrid sin turistas es casi imposible. Apenas podemos cubrir gastos».
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