Lo que debemos hacer para no juzgar, no condenar y poder perdonar, el Papa Francisco lo tiene claro: donarnos, atender a las necesidades del otro. «Dad, y se os dará», dice el evangelio. Es por ello que tenemos que ser generosos no solo en la limosna material, sino también en la espiritual: dedicar tiempo a quien lo necesita, visitar a un enfermo, sonreír.
De este modo, el ayuno, la oración y la limosna no se convierten exclusivamente en prácticas más o menos virtuosas sino actitudes, inspiradas por Dios, que nos ayudan a abrirnos a los demás.
Mediante la limosna nos damos cuenta de que no somos el centro del mundo y, voluntariamente, nos ponemos en disposición de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. «Dar lo tuyo, darlo sin medida y darlo con amor. Estas son actitudes que nos hacen libres», señala Ramón Navarro, director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española.
La limosna, junto al ayuno y la oración, actúan como un bálsamo especialmente en nuestro tiempo, donde multitud de personas se encuentran desamparadas, acosadas por la crisis económica, social y sanitaria que consigo ha traído la pandemia.
También hablamos de un mundo, que por otro lado, da un valor a lo material y a las posesiones un tanto excesivo. Tener el último móvil, llevar las mejores marcas, aspirar a darle la vuelta al mundo dos veces en un año… Ante esta situación, ¿cuál es la mejor cura para el alma? La generosidad en la entrega al otro. Dejar de mirarse uno mismo para salir a auxiliar al más necesitado y no solo dar lo que nos sobra sino dar lo que nos cuesta, tal y como propone Catholic-Link en su guía 40 días con Jesús: entender y vivir mejor la Cuaresma.
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