El evangelio de este domingo (Mc 1,21-28) invita a reflexionar sobre la autoridad de Jesús. Jesús no tenía poder: si lo hubiera tenido, hubiera mandado una legión de ángeles que le defendieran frente a aquellos que buscaban matarle. Jesús tenía autoridad. No es lo mismo poder que autoridad. Pocas veces coinciden. Cuando se trata de poder, unos pocos están arriba y muchos están abajo. El poder impone, crea súbditos y subordinados y, en ocasiones, se impone contra la voluntad de los subordinados. El poder consigue lo que quiere a base de fuerza.
La autoridad, para conseguir lo que pretende, utiliza el camino del ejemplo y la persuasión. Persuadir es ofrecer buenas razones para que alguien actúe o piense de una determinada manera. Persuadir no es manipular. La autoridad siempre deja libre, se implica en aquello que pide, muestra con el ejemplo de su vida la bondad de lo que pide. Jesús tenía mucha autoridad. Si hablaba de amor a los enemigos, él mismo en la cruz perdonaba a quienes le asesinaban. Si decía que servir y hacerse pequeño es el camino para ser el más importante, él mismo se hacía pequeño lavando los pies a sus discípulos. Si predicaba que los pobres podían ser felices, él se hizo pobre, hasta el punto de que no tenía dónde reclinar la cabeza.
La autoridad de Jesús no es comparable a la de los modernos “influencers”. Hoy, en las redes sociales, hay personas que buscan fidelizar a millones de seguidores, pretendiendo “hacer caja”, más que un diálogo sincero y constructivo. Por eso, importa el lugar que ocupan en el ranking de cara a negociar con agencias de publicidad. Sin duda son personas respetables. Pero es claro que la influencia de Jesús se sitúa a otro nivel. Para empezar, la predicación de Jesús es de una gratuidad total. En sus obras y palabras no hay ningún asomo de publicidad. Los “influencers” tienen un recorrido corto. Por eso renuevan constantemente sus páginas. La influencia de Jesús es de largo recorrido, nunca pierde actualidad. Y, sobre todo, lo que Jesús anuncia, a saber, un Dios de amor y misericordia que solo busca el bien de las personas, la salud de los enfermos, la alegría para los tristes, la justicia para los desheredados, no tiene nada que ver con lo que promueven los “influencers”.
El reino que Jesús anuncia tiene capacidad de transformar las vidas de quienes lo acogen, llega a lo profundo del corazón. Así se explica lo que ocurre en el evangelio de este domingo, la curación del endemoniado. Sin entrar en especulaciones sobre qué tipo de enfermedad tenía esa persona, conviene situarse en el contexto de la teología de la época, a saber: “si está enfermo, es porque algún pecado ha cometido”. Una teología así es capaz de hacer perder la cabeza a la gente buena, sencilla, trabajadora, honrada. La autoridad de Jesús libera de todos esos demonios que oprimen y deprimen, esos demonios producto de una teología que presenta un Dios caprichoso y castigador.
Martin Gelabert. O.P
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.