Beata Vilana de Botti, viuda, terciaria dominica. 28 de febrero (en Florencia), y 29 de enero.
Nació en 1332, en Florencia, de la ilustre familia Botti, y desde niña quiso servir a Dios en la oración y la penitencia. Tantas eran sus ansias, que siendo adolescente, se escapó a un convento, de donde fue sacada, comprometida con un noble, con el que fue casada a la fuerza en 1351. Detestaba su estado matrimonial, pero más aún detestaba contrariar una vez más a su padre, por lo que se sometió sin chistar. En la vida matrimonial, ya por rebeldía o por hastío, se enfriaron su piedad y penitencia, y comenzó a gustar de lujos, vanidades y fiestas de todo tipo. Se hizo poner espejos, todo un lujo en sus días, ante los que pasaba ratos contemplándose. Hasta que un día quiso Dios que en este espejo apareciera un demonio horrible, con sus mismos adornos y maquillajes, y tan horrible fue, que se desmayó en el acto. Al volver en sí, repitió la experiencia por tres veces y en tres espejos diferentes, así que se convenció de la fealdad de su alma y su segura condenación.
Esta fue su conversión, su experiencia fundante, sobre la que se basó su vida espiritual posterior: retomó sus prácticas penitenciales, se deshizo de vestidos, joyas y maquillajes. Volvió a la oración y la caridad cristiana. Quiso humillarse, pidiendo limosna de casa en casa, pidiendo por amor a los pobres, pero su familia (una vez más) se lo impidió. Esta nueva vida le trajo la incomprensión, las críticas y burlas de sus parientes, la sociedad y la misma Iglesia, que la veían como excéntrica y no conforme a su estado de casada y de rica condición.
Al enviudar tomó el Hábito de Penitencia de la Tercera Orden dominica, y tuvo más libertad para sus obras piadosas, que si bien le atraían el desprecio de los ricos, le atraían el amor y el agradecimiento de los pobres. Padeció grandes tentaciones y fuertes enfermedades, que sufría pacientemente, auxiliada por la oración. En el momento de su muerte (1361), se durmió plácidamente, sin agonía. El cuerpo fue llevado, entre una multitud, a la iglesia de Santa María Novella, donde permaneció expuesto, siendo venerado durante todo un mes, sin mostrar signos de corrupción y donde fue finalmente enterrado.
El culto se mantuvo en dicha iglesia, de forma extraoficial, pero en aumento y focalizado en torno a su tumba. Sólo en el siglo XIX, en 1824, León XII accedió a oficializar el culto, concediendo oficio a toda la Orden y a la diócesis de Florencia.
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