Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de este domingo (cf. Mc 1,14-20) nos muestra el “paso del testigo” —por así decir— de Juan el Bautista a Jesús. Juan ha sido su precursor, le ha preparado el terreno y le ha preparado el camino: ahora Jesús puede iniciar su misión y anunciar la salvación ya presente: Él es la salvación. Su predicación se sintetiza en estas palabras: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio» (v. 15). Simplemente. Jesús no usaba medias palabras. Es un mensaje que nos invita a reflexionar sobre dos temas esenciales: el tiempo y la conversión.
En este texto del evangelista Marcos, hay que entender el tiempo como la duración de la historia de la salvación realizada por Dios; por tanto, el tiempo “cumplido” es aquel en el que esta acción salvífica llega a su culmen, a su plena actuación: es el momento histórico en el que Dios ha enviado al Hijo al mundo y su Reino se ha hecho más “cercano” que nunca. Se ha cumplido el tiempo de la salvación porque ha llegado Jesús.
A todo ello se opone el mensaje de Jesús, que nos invita a reconocernos necesitados de Dios y de su gracia; a mantener una actitud equilibrada frente a los bienes terrenos; a ser acogedores y humildes con todos; a conocernos y realizarnos a nosotros mismos mediante el encuentro y el servicio a los demás. Para cada uno de nosotros, el tiempo durante el que podemos acoger la redención es breve: es la duración de nuestra vida en este mundo. Es breve. Quizá parezca larga… Yo recuerdo que una vez fui a impartir los Sacramentos, la Unción de los enfermos, a un anciano muy bueno, muy bueno y él en ese momento, antes de recibir la Eucaristía y la Unción de los Enfermos, me dijo esta frase: “La vida se me ha pasado volando”; como diciendo: yo creía que era eterna, pero… “la vida se me ha pasado volando”. Así sentimos nosotros, los ancianos, la vida que se fue. Se va. Y la vida es un don del infinito amor de Dios, pero es también el tiempo de verificación de nuestro amor por Él. Por eso, cada momento, cada instante de nuestra existencia es un tiempo precioso para amar a Dios y para amar al prójimo, y así entrar en la vida eterna.
La historia de nuestra vida tiene dos ritmos: uno, medible, hecho de horas, días, años; el otro, compuesto por las estaciones de nuestro desarrollo: nacimiento, infancia, adolescencia, madurez, vejez, muerte. Cada tiempo, cada fase, tiene un valor proprio y puede ser momento privilegiado de encuentro con el Señor. La fe nos ayuda a descubrir el significado espiritual de estos tiempos: cada uno de ellos contiene una llamada especial del Señor, a la que podemos dar una respuesta positiva o negativa. En el Evangelio vemos como respondieron Simón, Andrés, Santiago y Juan: eran hombres maduros, tenían su trabajo de pescadores, tenían la vida en familia… Y, sin embargo, cuando Jesús pasó y los llamó, «enseguida dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1,18).
Queridos hermanos y hermanas, estemos atentos y no dejemos pasar a Jesús sin recibirlo. San Agustín decía: “Tengo miedo de Dios cuando pasa”. ¿Miedo de qué? De no reconocerlo, de no verlo de no acogerlo.
Que la Virgen María nos ayude a vivir cada día, cada momento, como tiempo de salvación en el que el Señor pasa y nos llama a seguirlo, cada uno según su propia vida. Y nos ayude a convertirnos de la mentalidad del mundo, esa de las fantasías del mundo que son fuegos artificiales, a la del amor y del servicio.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo está dedicado a la Palabra de Dios. Uno de los grandes dones de nuestro tiempo es el redescubrimiento de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia, a todos los niveles. La Biblia nunca ha sido tan accesible a todos como hoy: en todas las lenguas y ahora también en los formatos audiovisuales y digitales. San Jerónimo, de quien he recordado hace poco el 16° centenario de la muerte, dice que quien ignora la Escritura ignora a Cristo (cfr. In Isaiam Prol.). Y viceversa, es Jesucristo, el Verbo hecho carne, muerto y resucitado, el que nos abre la mente a la comprensión de las Escrituras (cfr. Lc 24,45). Esto sucede especialmente en la Liturgia, pero también cuando rezamos solos o en grupo, especialmente con el Evangelio y con los Salmos. Doy las gracias a las parroquias y les animo en su esfuerzo constante por educar a la escucha de la Palabra de Dios. ¡Que nunca nos falte la alegría de sembrar el Evangelio! Y repito otra vez: tengamos la costumbre, tened la costumbre de llevar siempre un pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, para poderlo leer durante la jornada, al menos tres o cuatro versículos. El Evangelio siempre con nosotros.
El pasado 20 de enero, a pocos metros de la Plaza de San Pedro, fue encontrado muerto a causa del frío un sintecho nigeriano de 46 años, llamado Edwin. Su historia se añade a la de otros muchos sintechos recientemente fallecidos en Roma en las mismas circunstancias dramáticas. Recemos por Edwin. Que nos sirva de advertencia lo que dijo San Gregorio Magno que, ante la muerte por frío de un mendigo, afirmó que ese día no se celebrarían Misas, porque era como el Viernes Santo. Pensemos en Edwin. Pensemos qué sintió este hombre, de 46 años, en el frío, ignorado por todos, abandonado, también por nosotros. Recemos por él.
Mañana por la tarde, en la Basílica de San Pablo Extramuros, celebraremos las Vísperas de la fiesta de la Conversión de San Pablo, como conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, junto con los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Os invito a uniros espiritualmente a nuestra oración.
Hoy es también la memoria de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas. Ayer fue difundido el Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, titulado “«Ven y lo verás» (Jn 1,46). Comunicar encontrando a las personas donde están y como son”. Exhorto a todos los periodistas y comunicadores a “ir y ver”, incluso allí donde nadie quiere ir, y a testimoniar la verdad.
Dirijo un cordial saludo a vosotros, los que estáis conectados a través de los medios de comunicación. Un recuerdo y una oración van a las familias que viven más dificultades en este periodo. ¡Ánimo, sigamos adelante! Oremos por estas familias y, en la medida de lo posible, estemos cerca de ellas.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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