jueves, 5 de noviembre de 2020

¿Qué tipo de casa puedes edificarme?

¿Qué está bien y qué está mal? Luchamos mucho por cuestiones morales, frecuentemente con una rectitud segura de sí misma. Y generalmente caemos en esa misma autorectitud cada vez que argüimos sobre el pecado. ¿Qué constituye un pecado y qué contribuye a un pecado grave? Las diferentes denominaciones cristianas y las diversas escuelas de pensamiento que hay en ellas se apoyan en varias clases de razonamiento bíblico y filosófico al tratar de solucionar esto, a menudo discrepando amargamente unos de otros y provocando más ira que consenso.

En parte, eso es de esperar, ya que las cuestiones morales deben tener en cuenta el misterio de la libertad humana, las limitaciones inherentes a la contingencia humana y el desconcertante número de  situaciones  existenciales que varían de persona a persona. No es fácil en cualquier situación dada decir lo que está bien y lo que está mal, e incluso más difícil decir lo que es pecaminoso y lo que no.

Intentando no ofender por cómo nuestras iglesias y pensadores morales han planteado clásicamente las cuestiones morales, creo que hay un modo mejor de plantearlas que, más saludablemente, tenga en cuenta la libertad humana, las limitaciones humanas y la singular situación existencial de cada individuo. El planteamiento no es propio mío, sino uno proclamado por el profeta Isaías, quien nos ofrece esta pregunta de parte de Dios: ¿Qué tipo de casa puedes construirme? (Isaías 66,1). Esa pregunta debería apoyar nuestro total discipulado y todas nuestras opciones morales.

¿Qué tipo de casa puedes construirme? Los hombres y mujeres de fe generalmente han tomado esto literalmente; y así, desde los tiempos antiguos hasta hoy mismo, han construido espléndidos templos, santuarios, iglesias y catedrales para manifestar su fe en Dios. Eso es admirable, pero la invitación que proclama Isaías es, primera y principalmente, sobre el tipo de casa que debemos edificar dentro de nosotros mismos. ¿Cómo guardamos la imagen y semejanza de Dios en nuestro cuerpo, nuestra inteligencia, nuestra afectividad, nuestras acciones? ¿Qué tipo de “iglesia” o “catedral” es nuestra persona misma? Esa es una pregunta más profunda en términos de vivencia moral.

Más allá de un nivel muy elemental, nuestra toma de posición moral ya no debería ser guiada por la pregunta del bien o el mal,  ¿es esto pecaminoso o no? Más bien debería ser guiada y motivada por una pregunta más elevada: ¿Qué tipo de casa puedes construirme? ¿A qué nivel quiero vivir mi humanidad y mi discipulado? ¿Quiero ser más egoísta o más generoso? ¿Quiero ser despreciable o noble? ¿Quiero ser autocompasivo o grande de corazón? ¿Quiero vivir mis compromisos con una fidelidad totalmente honrada o me encuentro cómodo traicionando a otros y a mí mismo a escondidas? ¿Quiero ser un santo o me encuentro bien siendo mediocre?

A un nivel maduro de discipulado (y madurez humana) la cuestión ya no es ¿está esto bien o mal? Eso no es cuestión de amor.  La cuestión de amor es más bien ¿cómo puedo profundizar? ¿A qué nivel puedo vivir el amor, la verdad, la luz y la fidelidad en mi vida?

Permitidme un ejemplo simple y terreno para ilustrar esto. Considerad la cuestión de la castidad sexual: ¿es la masturbación errónea y pecaminosa? Una vez oí a un profesor de moral tomar una perspectiva sobre esto que refleja el desafío de Isaías. Aquí, en una  paráfrasis, está el modo como encuadró la cuestión: “No creo que sea útil contextualizar esta cuestión como hicieron los textos de la teología moral clásica, al decir que es un desorden grave y seriamente pecaminoso. Ni creo que sea útil decir lo que nuestra cultura y mucho de la psicología contemporánea están diciendo, que es moralmente indiferente. Yo creo que una manera más útil de tratar esto es no mirarlo a través del prisma de si es correcto o equivocado, pecaminoso o no. Más bien, pregúntate esto: ¿a qué nivel quiero vivir? ¿A qué nivel quiero llevar mi castidad, mi fidelidad y mi honestidad? ¿En qué momento de mi vida quiero aceptar el hecho de llevar más tensión que tanto mi discipulado como mi humanidad me piden? ¿Qué clase de persona quiero ser? ¿Quiero ser alguien totalmente transparente o alguien que tenga mercancías escondidas debajo del mostrador? ¿Quiero vivir en total sobriedad?” ¿Qué clase de “templo” quiero ser? ¿Qué tipo de casa puedo edificar para Dios?

Esta -creo yo- es la manera ideal como deberíamos afrontar las opciones morales en nuestras vidas. Por supuesto, esta no es una espiritualidad para personas cuyo desarrollo moral es tan débil o deteriorado que aún están luchando con las más fundamentales demandas de los Diez Mandamientos. Tales personas necesitan ayuda recuperativa y terapéutica, pero esa es tarea diferente (aunque necesaria).

Y un punto más, esta opción moral nos viene, como lo hacen todas las invitaciones venidas de Dios, como una invitación, no como una amenaza.  Es a través del amor y no de la amenaza como Dios nos invita a la vida y al discipulado, siempre preguntándonos   gentilmente: ¿qué tipo de casa puedes edificarme?

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