martes, 8 de septiembre de 2020

Las cuatro mejores representaciones de María en la pintura española

 Calificada con múltiples advocaciones, la devoción mariana se dirige a la Virgen María como Auxilio de los Cristianos, Perpetuo Socorro, Consuelo de los Afligidos… y un largo etcétera. Igual que las razones para invocarla, la iconografía de la Virgen es rica y su representación ha ido evolucionando en conexión a dogmas religiosos y estilos artísticos, con el paso de los siglos. Apuntamos las claves que marcan sus diferentes tipologías, en una selección de sus 4 mejores representaciones en la pintura de España, que esta semana celebra la Virgen de septiembre.

La Inmaculada de Murillo

Inmaculada por no tener mácula, por haber sido concebida sin mancha, la imagen de María Inmaculada en la que piensa cualquiera en primer lugar es la representada por Bartolomé Murillo en el Siglo de Oro español. ‘Reina de la tierra’, el modelo de Inmaculada del pintor sevillano es una joven absolutizada en un cielo dorado, entre nubes y angelotes. Huérfano desde los 10 años, tal vez no por casualidad en la retratística profana Murillo profundizó en escenas de la infancia y en la sagrada en representar a María como Madre de Dios.

En el caso de la Inmaculada (con un manto azul y las manos cruzadas sobre el pecho, se erige sobre una media luna y pisa a la serpiente, símbolo de su victoria sobre el pecado), Murillo supo acompañar tanta abstracción divina de una mirada humana, tranquila, que apela al espectador y le permite participar de la humildad de María. De la que no se separan los querubines, que parecen demandar su protección maternal.

Virgen con el Niño de Dalí

Santísima, mediadora… o sencillamente madre. El genio catalán, Salvador Dalí, imaginó en un primer estudio en 1949 una Madona de Port-Lligat. Es decir, una María retratada en la tierra del pintor, y que para más tiene el rostro de su amada Gala. Una manera revolucionaria de hacer próxima la pintura religiosa, aunque al final no resulta tan próxima: Dalí complejiza la escena llenándola de símbolos que el espectador debe tratar de descifrar. Una concha de la que pende un huevo, limones, una cruz… son representaciones que apuntan al más allá: a la perfección del universo y a lo eterno.

En lugar de aparecer sedente sobre un trono y con el niño en brazos, como determina la tipología tradicional (desde el románico), la Madona de Dalí flota en el aire, sobre un fondo marino (rodeada de caracolas, erizos), y su torso se ha tornado ventana, dentro de la que también levita un Niño 'perforado'. La composición, enrevesada pero sutil, grave pero en la que todo transmite levedad, se completa con un alarde de exploración de la perspectiva: todas las líneas de fuga del cuadro se dirigen al ojo derecho de la Virgen-Gala.

Mater Dolorosa de Picasso

En verdad, no es ninguna dolorosa: probablemente se trata de Dora Maar. En medio de la agresividad que poblaba tanto Europa como España en 1937, Pablo Picasso representó a su amante en una especie de renovación de la tipología de la Virgen de los Dolores. Estremecida, con los ojos desencajados y mordiendo la tela, esta Cabeza de mujer llorando con pañuelo ya no tiene clavados siete puñales en el corazón, pero se asemeja en su desconsuelo al lamento de una pietà o a la que en España recibe la denominación de Virgen de la Soledad. Con mantilla o velo, esta figura representa el dolor materno por una guerra fratricida. “No todas las mujeres saben llorar como Dora Maar”, escribió Calvo Serraller, refiriéndose a la singularidad de esta serie de retratos (el malagueño pintó otros muchos semejantes), con el que P. Picasso llevó a su actualidad (trabajaba preparando el Guernica) la larga tradición española de representar a la Virgen llorando la muerte del Hijo.


La Asunción de la Virgen de El Greco

En 1577, El Greco dedicó la pintura que destacamos a reflejar el momento en que la Virgen es asunta. No muere, sino que es asumida por los cielos en un movimiento del que el artista se apropia en su pintura a través de ciertas técnicas. La primera, la de situar la figura en la parte superior de la composición, radicalmente separada de los discípulos de Jesús. Que, en la parte inferior, contemplan en grupo la sepultura que María ha dejado vacía. Después, el maestro nacido en Creta desajusta los cánones y consigue que la Virgen cope la mirada del espectador, por encima de cualquier otra figura. Por último, se sirve de la luz y del color (fuertes azules, amarillos, rosas) para construir un espacio a medio camino entre lo material y lo espiritual.

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