"Si no es por vosotras, nadie”, les decían a las Hijas de la Caridad de la Cocina Económica de Oviedo las personas que acudían, día tras día, en pleno confinamiento, a recoger sus raciones diarias de comida. No tenían a dónde ir. Muchos de los que vivían en la calle, en Oviedo, no quisieron confinarse en ningún otro lugar, y los que vivían en “chupanos” o casas abandonadas, se quedaron en el mismo sitio.
Aquellos que cobraban una pensión y vivían en una pequeña habitación alquilada, salían antes de tiempo para hacer cola en la Cocina Económica, a pesar de los esfuerzos que realizaban las religiosas, abriendo media hora antes de lo habitual, para que no se concentrara tanta gente en la calle al mismo tiempo, pero “es que la gente es más que comida y techo”, reflexionaba sor Esperanza Romero, la superiora de la Comunidad de la Cocina Económica, “y después de un día entero entre cuatro paredinas, muchas veces en condiciones lamentables, se entiendan que salieran, pues las personas necesitan relacionarse”.
No fueron días fáciles, aquellos del confinamiento, para la Cocina Económica. Al principio, como le sucedió a todo el mundo, fueron tanteando la situación: “El primer día les pusimos a lavarse las manos y les situamos a cada uno en una mesa para comer” –recuerda Sor Esperanza–. Al día siguiente ya decidimos que había que cambiar de táctica, pues la situación estaba empeorando drásticamente, y decidimos entonces que era mejor ofrecer la comida y la cena en tuppers de plástico y entregárselos a cada uno individualmente en bolsas, para que se las llevaran”.
Así han venido haciendo desde hace meses, y aunque la situación ha mejorado sustancialmente, todavía “quedan muchas necesidades”, señala la religiosa. Y es que al principio “fue una auténtica avalancha”, recuerda Sor Esperanza. “Vino muchísima gente, con diferentes situaciones. Llegamos a dar 350 comidas y cenas al día. También recibíamos por la tarde a familias que pedían comida para llevarse. De las veinte o treinta que atendemos ahora mismo, tuvimos días de recibir a cien familias. Venían derivadas de los servicios sociales, de Asturias Acoge y otras instituciones.
Todas estas personas que llegaban por primera vez a la Cocina Económica eran, en general, personas que habían perdido su trabajo, o tenían un ERTE y no lo estaban cobrando y se encontraban en situaciones económicas muy difíciles”.
El gasto en tuppers se disparó, al igual que en bolsas de plástico. “Había días en que cada uno se llevaba a casa tres diferentes. Efectivamente supuso un gasto extra –reconoce Sor Esperanza–, pero llegamos a tener donativos exclusivamente para los tuppers. Al principio les decíamos que los tirasen al terminar, pero luego nos dimos cuenta de que el lavavajillas desinfecta, y que podíamos darles una segunda vida, además de que no hacíamos tanto daño al medio ambiente, así que les pedimos que nos los trajeran de vuelta”.
A pesar de todos los gastos extra, las Hijas de la Caridad de la Cocina Económica se muestran muy agradecidas por el comportamiento de los ovetenses y de sus instituciones. “Oviedo se volcó con la Cocina Económica”, afirma Sor Esperanza. “Tuvimos muchísimas donaciones. Al principio, cuando no se podía salir, llamaban por teléfono para preguntar por un número de cuenta. Después, fueron trayendo ya donativos en mano, y nos ayudaron tanto particulares, como empresas o instituciones. Hemos recibido donativos en un porcentaje mucho mayor que el de otros años por estas fechas. El Banco de Alimentos se volcó con nosotras, y el Ayuntamiento de Oviedo se puso a nuestra disposición y hasta nos dio ayuda para que pudiéramos incrementar el personal de cocina y almacén”.
De todo eso, las personas que reciben ayuda diaria en la Cocina Económica, son conscientes, y por eso les decían “Si no es por vosotras, nadie”. “Y nosotras también éramos conscientes de cómo Dios nos estaba ayudando”, afirma Sor Esperanza. Pues de la noche a la mañana se vieron ellas solas, las siete de la comunidad, sin voluntarios, pues nadie podía salir. “Y Dios nos dio energías. Y eso que todas somos mayores, pero a las más mayores no las dejábamos bajar abajo, así que subían al piso de arriba y desde allí pelaban huevos o hacían lo que podían para ayudar, por lo que todo el mundo colaboró”.
A partir de ahora, nadie sabe lo que va a pasar. “Vivimos al día”, dicen. De momento, el sistema de reparto de comida en bolsas continuará durante el verano, pero en invierno, habrá que valorar si, al menos, aquellas personas que viven en la calle, pueden pasar a sentarse y comer un plato de comida caliente. Mientras tanto, las Hijas de la Caridad no dejan de dar gracias a Dios por tanta generosidad, recordando, eso sí, que “podemos hacer un mundo para todos, donde no tendría que haber necesidades”.
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