Evangelio (Mt 11,25-30): En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
PALABRA DE DIOS
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Hoy Jesús nos sorprende: nos promete descanso si “cargamos” con su “yugo”, es decir, las exigencias de su camino. Pero nadie quiere oír hablar ni de yugos ni de obligaciones… ¿Entonces? «Mi yugo es suave y mi carga ligera». ¡No le falta razón!
—Él ha sido el primero en cargar con la Cruz (ahorrándonos bastante peso). Él nos ayuda a llevar este “peso”. En todo caso: ¿es posible amar sin esfuerzo?. ¡Los sabios y prepotentes mundanos no lo entienden!
¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y los tuyos no?
Es la eterna paradoja del ser humano. Este suceso podría darse sin ningún problema entre nosotros, aquí y ahora. Nos sentimos perfectos, porque seguimos los preceptos legales al pie de la letra y con eso nos creemos autorizados a juzgar las actuaciones de nuestros vecinos, nuestros paisanos o, yendo más lejos, de cualquiera que por un medio o por otro llega a nuestro conocimiento.
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