sábado, 16 de mayo de 2020

-«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mi.» (Jn 14, 1)


 «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios» (Lc 1, 20)


María, el saludo que te dirigió el Ángel Gabriel al anunciarte que ibas a ser Madre de Dios, me resuena semejante al que el personaje celeste dijo a las mujeres en la mañana de Pascua, cuando, llenas de temor, se acercaron al sepulcro. “Entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí.” (Mc 16, 5-6)

Una reacción natural ante lo inesperado que excede a la lógica de la razón, es sentir miedo, turbación, sobresalto, como te sucedió a ti ante la presencia del enviado de Dios, y también a los apóstoles en diversos momentos de prueba, como fueron las tormentas en el Lago de Galilea, pero sobre todo, después de los acontecimientos de la Pasión. “Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis». (Jn 6, 19-20).

El Resucitado se dirige a los discípulos del mismo modo en que se te dirigió a ti el Ángel del Señor en Nazaret. “Les dice Jesús: «No temáis.” (Mt 28, 10) La respuesta adecuada surge de dar fe a la Palabra, porque se reconoce al Señor, y con esta certeza surge la confianza,

Tú te fiaste del Ángel, y te fiaste de tu Hijo, cuando te respondió de forma aparentemente poco adecuada: ¿Por qué me buscabais? (Lc 2, 49) Es una pregunta semejante a la que se escucha en la mañana de resurrección. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? (Lc 24, 5)

Desde la concurrencia de las palabras en la escena de la Anunciación y en el anuncio de la Resurrección, y al comprobar el paralelo entre la respuesta de Jesús a su madre, y la que dio a las mujeres en la mañana de Pascua, comprendemos la actitud que debe acompañar siempre al creyente: la confianza, fiarse de Dios. Porque desde el principio al final, la razón de abandonarse a la Providencia está fundada en el Misterio Pascual, en la Encarnación, muerte y resurrección de Cristo.

Por la certeza que concede la fe, al creer en Jesucristo, hecho uno de nosotros, muerto  y resucitado, tú, Señora viviste toda tu historia fiada de Dios, y nos enseñaste a fiarnos de Él, a confiar siempre en su palabra.

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