Aunque la pandemia nos impida hacerlo de forma pública, sigue siendo oportuno orar por las vocaciones de especial consagración y, de manera particular, por aquellas personas a las que el Señor está llamando en estos momentos.
En su mensaje para la jornada, el Papa Francisco invita a releer «la singular experiencia de Jesús y Pedro durante una noche de tempestad, en el lago de Tiberíades (cf. Mt 14, 22-33)». En el mencionado pasaje encontramos que, cuando «estamos llamados a dejar nuestra orilla segura y abrazar un estado de vida» como el orden sacerdotal, la vida consagrada o también el matrimonio, surgen dudas e incredulidad.
Uno se descubre diciéndose, en palabras del Sucesor de Pedro, cosas como «no es posible que esta vocación sea para mí; ¿será realmente el camino acertado?» o «¿el Señor me pide esto justo a mí?». Entonces llegan «esos argumentos, justificaciones y cálculos que nos dejan paralizados». Hay miedo al compromiso y la responsabilidad puede abrumar. Pero hay que confiar: «Él nos da el impulso necesario para vivir nuestra vocación con alegría y entusiasmo –relata el Pontífice de forma muy bella–. […] Él ordena que los vientos contrarios cesen y que las fuerzas del mal, del miedo y de la resignación no tengan más poder sobre nosotros».
Como recuerda la Iglesia española con el lema que ha escogido este año, Jesús vive y te quiere vivo, Jesús sigue llamando hoy, en pleno siglo XXI, y sigue acompañando a quienes llama. Lo estamos viendo estos días en tantos sacerdotes, religiosos y consagrados que están gastando su vida en hospitales, en cementerios o en Cáritas parroquiales, en todos aquellos que están rezando por el fin de la pandemia y celebran la Eucaristía a puerta cerrada, no sin sufrimiento, pero con el convencimiento de que su aliento llega a sus comunidades. Esta pandemia nos ha demostrado lo importantes que son en nuestras vidas. Recemos para que haya más que, como ellos, se atrevan a decir sí al Señor. Que confíen aun en la tormenta.
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