Al inicio del estado de alarma, Abraham Martínez Moratón, médico y seminarista de primer curso del Seminario San Fulgencio, se puso a disposición del Servicio Murciano de Salud y ya ha trabajado en dos centros. Allí se encontró con antiguos compañeros que se sorprendieron al verle: «¿Tú no estabas en el seminario?»
Este tiempo de pandemia, de incertidumbre, miedo y dolor, está visibilizando actitudes y gestos desinteresados, cargados de misericordia y caridad, que nos conmueven. En la Región de Murcia son miles las personas que, de forma altruista y generosa, están desarrollando una labor impagable, y dentro de la Iglesia diocesana conocedores, además, de esa esperanza que lleva a la persona a mirar más allá.
Millones de gestos y acciones desinteresadas como la de Abraham Martínez Moratón, seminarista de primer curso del Seminario San Fulgencio, que ha vuelto a colgarse el fonendo al cuello para echar una mano. Abraham asegura que su vocación siempre ha sido la de ayudar a los demás, por eso, ya desde el instituto quiso ser médico. Se formó en la Universidad de Murcia e hizo la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria.
De familia de fe y en continua búsqueda de Dios, poco a poco, fue descubriendo que lo que sentía era una llamada al sacerdocio. «Yo le decía a Dios: Si ya te estoy ayudando a través de la medicina ¿para qué más cosas? Pero también es cierto que siempre le he dicho, y le sigo diciendo, que lo que él quiera para mí. Me dio muchas pistas y me decía alto y claro, con señales luminosas, que mi camino era el seminario. Así, me fui inundando y enamorando tanto de él que tuve que decirle: Vale, Señor, me has robado el corazón, no me siento digno de este camino, pero si es lo que quieres…».
Y así, Abraham pasó de sanar el cuerpo a prepararse para sanar también en lo espiritual y en septiembre ingresó en el Seminario San Fulgencio. Al decretar el estado de alarma, los seminaristas abandonaron las instalaciones del seminario para regresar durante este tiempo a sus casas y él no pudo quedarse de brazos cruzados y, pidiéndole permiso al rector, se puso a disposición del Servicio Murciano de Salud.
En dos centros
Llamó a su hospital, al Reina Sofía, para ponerse a su disposición y el lunes 16 de marzo le llamaron para que ese mismo día se incorporara, para cubrir una baja, en el centro de salud de Monteagudo. «Qué bendición ir todos los días a trabajar y, por la carretera de Alicante, divisar el Cristo de Monteagudo. Fue un regalazo conocer a todo el personal, hicimos un trabajo en equipo muy bueno». En Monteagudo estuvo hasta Domingo de Resurrección y del 16 al 21 de abril ha trabajado en el centro de salud del barrio del Carmen de Murcia, donde se reencontró con antiguos compañeros de residencia. «Al verme me dijeron: Esto es un espejismo, ¿tú no estabas en el seminario?».
Todo esto lo ha compaginado con sus estudios de Teología, mientras actualizaba, además, conocimientos de medicina y todo lo relativo al COVID-19. Asegura que esta vuelta al campo sanitario le ha permitido tener más presente «la santificación día a día, ver en los pacientes el rostro de Cristo y rezar más por ellos». En su camino hacia el sacerdocio, ahora es mucho más consciente de la necesidad de sanar en lo espiritual: «Quiero ser discípulo de Jesús, él que es el médico de los cuerpos y las almas».
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