“El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo,
para saber decir al abatido una palabra de aliento”(Is 50, 4a)
Queridos hermanos,
Durante estas semanas de confinamiento se hizo viral en las redes sociales el poema firmado por la norteamericana Kitty O’Meara que lleva por título «Y la gente se quedó en casa». Transcribo al final de esta carta, como anexo, los versos del mencionado poema. Un modo sencillo de expresar nuestro homenaje a los que más están sufriendo la pandemia del coronavirus y a todos aquellos que trabajan por paliarla y erradicarla.
El miércoles santo escuchábamos en la Eucaristía el versículo de Isaías que encabeza esta reflexión pascual. Decir una palabra de aliento al abatido requiere, en la experiencia religiosa del profeta, la condición de discípulo. Son muchos los mensajes que durante el tiempo cuaresmal hemos escuchado con motivo de la pandemia generada por el Covid-19 en todo el mundo, especialmente en España, pero también en los territorios de los vicariatos provinciales y en Guinea Ecuatorial. En esta Pascua no puedo ignorar ni pasar por alto la excepcionalidad que estamos viviendo. Por este motivo un fraile amigo de Salamanca me solicitaba hace unos días que ‘confirmase en la fe a los hermanos’.
He de reconocer que la amistosa petición me persiguió estos largos días de confinamiento y reclusión en nuestras casas. Algunos me habéis expresado en estas semanas la esperanza de la fe con palabras de aliento. Unos de forma verbal y otros por escrito. Han sido días de intensa comunicación con el conjunto de la Provincia. ¡En fin! He llegado a la conclusión de que nos confirmamos en la fe unos a otros con el apoyo mutuo. ¡Gracias! Porque nuestra calidad religiosa ha mostrado lo mejor de sí misma; también he podido constatar lo más auténtico de cada uno, de vuestras personas y vocación. Algunos habéis tenido la confianza de mostrar vuestros sentimientos, con llanto incluido, en nuestro diálogo y escucha mutua. El momento emocional que estamos viviendo tiene su aspereza. En cualquier caso, me pregunto: ¿qué mejor confirmación en la fe podemos esperar si ya en cada uno la experiencia misericordiosa de Dios está presente?
En este tiempo hemos tenido la oportunidad de orar, pensar y leer; de estar más pendientes los unos de los otros. También, quizás, de reflexionar sobre la vulnerabilidad y cómo ésta nos afecta. He intentado buscar en la pasión, muerte y resurrección de Cristo alguna palabra para el discípulo, aquella que nos confirme mutuamente en la fe que profesamos y que nos de aliento y esperanza ante tanto abatimiento. Sabemos que la fe no suprime el dolor, pero sí nos ofrece sentido para vivirlo.
Con respecto a lo anterior, aún recuerdo el entusiasmo de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo -buen fraile y exégeta- cuando me decía en reiteradas ocasiones, incluso desde su estado de enfermedad ya avanzado, que no olvidara nunca dos fortalezas principales para la vida de la Provincia: ‘la vuelta al Evangelio y la esperanza’. Me insistía, a este propósito, en que la Palabra de Dios habla ella misma cuando la sabemos situar en cada momento, en cada tiempo y en cada circunstancia. Recitaba de memoria, al mismo tiempo, el texto de san Pablo a los Romanos cuando dice que nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia, virtud probada; la virtud probada esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado(Rm 5, 2-5). No me había percatado hasta hace bien poco que Gerardo escribe sobre esas dos fortalezas en el último de sus libros y, además, lo hace para toda la Vida Consagrada a la luz del Kerigma. Está publicado en Edibesa.
El Covid-19 en la Provincia y demás miembros de la Familia Dominicana
La pandemia del coronavirus está afectando a nuestra Provincia. También a varios de nuestros familiares, amigos y conocidos. Un momento convulso, especialmente para los que se han visto más dañados por el virus. Éste también ha herido a nuestras hermanas contemplativas en algunos Monasterios, a religiosas dominicas de varias Congregaciones y a miembros de las Fraternidades Laicales y de la Fraternidad Sacerdotal, en mayor o menor grado. Hemos tenido noticia del fallecimiento de algunos miembros de la Familia Dominicana por la infección del coronavirus: frailes de otras provincias, hermanas contemplativas, religiosas dominicas; también de seres queridos y conocidos. Ha resultado especialmente duro para los más afectados el no haber podido despedirse de sus propios hermanos y hermanas, y demás familiares y amigos. El duelo, en estas circunstancias, será un poco más duro y difícil. Me consta que algunos de vosotros y de la Fraternidad Sacerdotal habéis acompañado a enfermos, moribundos y familiares en el último adiós de sus seres queridos, según las restricciones de las autoridades sanitarias.
En el momento en el que escribo esta carta cinco frailes de la Provincia están hospitalizados. Dos de ellos llevan más de doce días en cuidados intensivos (UCI), intubados y con ayuda de respirador. Han pasado por momentos críticos. Otros ocho frailes están superando la infección del virus, con el control sanitario exigido, en sus respectivas comunidades. Confiamos en que, poco a poco, todos ellos lograrán vencer la enfermedad y podrán volver a la vida cotidiana en sus comunidades.
He percibido, al mismo tiempo una vez más, una manifiesta solidaridad con las personas relacionadas con nosotros por razones de misión, especialmente con aquellos más desprotegidos. En algunas comunidades habéis seguido con preocupación a estos grupos de personas buscando cómo asegurar ayuda y acompañamiento. Vaya por delante un agradecimiento por vuestra fraterna generosidad y dedicación.
El momento tan excepcional en el que nos encontramos nos ha llevado a tener que posponer el Capítulo Provincial, como así os lo he comunicado en mi carta del 31 de marzo pasado. Ha sido una decisión pensada, contrastada y avalada por el Consejo de Provincia y por el Maestro de la Orden. Dada la incertidumbre en la que nos encontramos, el no poder asegurar la debida protección de todos frente al coronavirus, ni la participación de los frailes capitulares no residentes en España, me ha llevado a tomar esta decisión. Espero lo podamos celebrar a finales de agosto o principios de septiembre (de ahí la expresión solicitada ‘en torno al 1 de septiembre’), siempre y cuando las autoridades sanitarias para entonces lo permitan. Con fecha del 2 de abril todos los Superiores Mayores y Provinciales recibíamos de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA) el Decreto correspondiente autorizando a diferir la celebración de los capítulos generales y provinciales hasta nueva fecha, dada la emergencia pandémica causada por el Covid-19.
La capacidad de sufrir juntos
Benito Pérez Galdós se preguntaba en su novela Trafalgar: ¿No es triste considerar que sólo la desgracia hace a los hombres hermanos? En estos días de confinamiento hemos tenido la oportunidad de seguir algo más los medios de comunicación. En un programa de radio escuchaba las respuestas a las preguntas que un periodista hacía a diversas personas. Una señora respondía así: “esta pandemia está reforzando nuestros vínculos con aquellas personas que especialmente queremos y nos acerca aún más a aquellos que no conocemos, pero que sabemos lo están pasando también muy mal”. La sencillez y profundidad de este mensaje espontáneo para mí ‘tiene lengua de discípulo’ y ‘sabe decir una palabra de aliento al abatido’.
La experiencia de la pandemia nos lleva a la necesidad de una reflexión. Según una estadística consultada, el 72% de los encuestados cree que la experiencia pandémica que estamos viviendo supondrá un cambio importante en las personas y en los diversos grupos sociales; un 24%, en cambio, piensa que una vez superada volveremos a la vida normal e iremos olvidando poco a poco lo que nos ha pasado; un 4% muestra no saber o no tener opinión. Me gustó sobremanera, a este respecto, la entrevista que he escuchado estos días a la filósofa Adela Cortina. A tenor de sus respuestas me atrevo a situarla en el 72% de los encuestados. Ella fundamenta su reflexión en que algo cambiará (o deberá cambiar). Insistía en el esfuerzo necesario de cambiar para suavizar el sufrimiento, todo tipo de sufrimiento y en todo lugar de este planeta, por injusto e innecesario.
Si algo ha de cambiar en la sociedad después de esta experiencia, algo habrá de cambiar también en nosotros y en la Provincia. Cada uno y la propia Provincia como tal, deberíamos revisar la responsabilidad de las propias opciones y su respuesta en razón de lo fundamental; también la programación apostólica, reconsiderando las opciones de misión desde una actualizada lectura del Evangelio menos ‘dogmática e ideologizada’ y más esperanzada. Ya no vivimos en un contexto globalmente empático con la experiencia de Dios que queremos transmitir, sino en una sociedad que cada vez reclama otros modos de misión, otro tacto para percibir las cosas y otras formas de considerar la condición vulnerable de la existencia humana, las heridas de la vida y las situaciones traumáticas que producen los diversos sistemas de vida y sus enfrentamientos; la naturaleza, por otro lado, nos agrede en algunas ocasiones con fuerza. Detrás de cada desgracia hay alguien que sufre y en duelo. Algunos grupos humanos, pueblos y culturas están permanentemente en situación de duelo porque lo que más conocen en su existencia es el dolor y la carencia. ¿Qué experiencia de Dios puede ‘sanar’ y ‘acompañar’, ‘enmendar’, si es el caso, todos estos sufrimientos de personas y pueblos enteros? Hasta el propio concepto de justicia está en clara revisión ética y teológica, no digamos los conceptos de liberación, sanación, perdón o misericordia. La reflexión teológica debe revisar estos y otros conceptos fundamentales en la experiencia cristiana y su aplicación a los programas pastorales. Debe hacerlo con una renovada lectura del Evangelio teniendo en cuenta, para ello, el mundo secularizado al que se dirige.
Una clave de reflexión sobre la Pascua
En la Pascua de este año seguramente todos hemos hechos esfuerzos por leer la Pasión del Señor desde la pandemia que estamos viviendo. Yo la he tenido que leer varias veces para encontrar alguna clave que me pudiera ayudar a profundizar en el momento presente. Al final, me amparó el recuerdo de una convicción que así formulo: para leer, comprender y abrazar la Palabra de Dios en el Evangelio debemos conocer en profundidad los ‘secretos’ de lo humano, lo que no sale fácilmente a la luz; y para conocer lo ‘más escondido’ necesitamos interactuar con la experiencia de la existencia que tienen los otros, sean quienes sean y provengan de donde provengan. No nos resulta fácil introducirnos en las entrañas evangélicas de lo humano sin los entresijos propios del corazón y sin las herramientas que ofrece la inteligencia.
“En tiempos de zozobra volvamos a los clásicos”, decía el otro día un artículo del Diario el Mundo. La pasión por el conocimiento personal y del mundo viene de aquellos griegos y romanos que paseando o discutiendo en ágoras confiaron en la reflexión sosegada como referencia para desenvolverse, un faro que les guiara en sus prioridades. Una de ellas, claro está, es la experiencia de felicidad que todos ansiamos alcanzar. Ésta consiste, como sabemos desde Aristóteles, en ‘procurar el bien en la sociedad’. Los textos clásicos, leídos estos días, adquieren otro brillo, se vuelven más frescos y contemporáneos, con otros significados que encandilan y reconfortan, venía a decir el mencionado artículo.
En estas y otras reflexiones sobre el hombre, la lectura del Evangelio me inspira mejor y la Pascua del Señor se vuelve más intensamente humana. Pues bien, desde este retorno a los clásicos, siempre me ha gustado mucho, a este respecto, la voz de los exégetas (que escuchan a los clásicos y a los contemporáneos para leer y comprender la Biblia) cuando ponen todo su corazón y su inteligencia en el estudio de la Sagrada Escritura y así conocer mejor el misterio humano que se encierra en la vida de Jesús, en sus palabras y en sus gestos. He de decir, a este respecto, que fr. José Luis Espinel Marcos, captó una clave en su exégesis poco descubierta, según mi parecer, pero clave para comprender sus estudios e investigaciones sobre Jesús y su humanidad. Una buena lectura pascual, aunque aparentemente no lo parezca, es su libro La Poesía de Jesús.Todo un estudio, como sabéis, sobre las parábolas y los milagros entre otras escenificaciones y encuentros de Jesús con la Palabra. En esta investigación muestra cómo en el modo de hablar que Jesús tiene busca no tanto veleidades, ni deleites expresivos, ni narcisismos exacerbados, ni gestos estrambóticos. Más bien busca un modo de hablar y de captar la existencia humana en cada uno de los personajes con los que se encuentra. De este modo nos va diciendo, con palabras y con gestos, lo que es el Reino de Dios y lo que es la existencia humana en ese Reino. Pero aún más: siempre me ha parecido preciosa la intuición de Espinel a la hora de ver las parábolas y milagros no sólo desde el propio Jesús, sino desde la expresión de cada uno de los personajes que en esas escenas evangélicas aparecen. Jesús, sin dejar de ser la presencia principal, no habla ni hace nada si no es a partir de la expresión de cada uno. Esto siempre me ha gustado sobremanera.
Desde esta peculiar manera de leer el mensaje de Jesús quiero adentrarme con vosotros en su Pascua para que así podamos comprender mejor la nuestra. Si en todo diálogo con Jesús la expresión de cada uno, y de la humanidad en su conjunto, es importante, no puedo ignorar lo que estamos viviendo estos días. Ello formará parte de la expresión de cada uno y de todos en conjunto.
Pasión y enfermedad: la unción en Betania
Me preguntaba, desde lo anteriormente descrito, cómo leer este año la Pasión durante el Triduo Pascual y cómo, desde esa lectura, despertar un ‘nuevo’ mensaje de resurrección para el momento que estamos viviendo. Una misma pista me ofrecieron los cuatro evangelios, cada uno de ellos con sus matices. Salvo Lucas, los demás Evangelios sitúan a Jesús en la ciudad de Betania, a unos tres kilómetros de Jerusalén, en su camino a la Ciudad Santa para celebrar la Pascua.
Marcos comienza así el relato: estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio, quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza (Mc 14, 3; cf. Mt 26 6-7). Jesús busca y quiere estar con sus amigos, descansado, a la mesa, en casa de Simón, enfermo de lepra. Un leproso (¿Simón, un fariseo? ¿Lázaro de Betania?) lo hospeda en su casa y una mujer (¿María Magdalena?) le unge.
El pasaje de los evangelistas sobre la unción de Jesús en Betania se vuelve especialmente revelador en este tiempo de pandemia en el que estamos y nos puede ayudar a vivir el misterio pascual de Jesús. A lo largo de la vida de Jesús sabemos de su encuentro con los enfermos. Hospedarse en casa de un leproso no resulta ajeno a su familiaridad de trato con la enfermedad, incluso siendo la lepra altamente contagiosa en su época. Lo hace, además, sin miedo, con relajo: ‘está recostado a la mesa’. La enfermedad conllevaba marginación y maleficio, son pruebas en la cultura religiosa judía de la ausencia de Dios. La presencia de Jesús quiere mostrar superación, anuncio de su presencia y sanación.
Una mujer le unge el cabello. Un gesto que muestra a un Dios ‘que está en la carne, haciendo las cosas que la carne no puede hacer’. El propio Jesús encarnado es el Cristo, el ungido en la carne. En realidad, toda la historia de la salvación, especialmente la expresada en el Nuevo Testamento, a través de la acción terapéutica de Dios, lo que pone de manifiesto no es principalmente la enfermedad, sino la salud ofrecida a los enfermos. La escena de Jesús en Betania tiene como horizonte la salud y la vida. No la enfermedad, aun cuando en nuestra vida mortal nos veamos en la necesidad de convivir con ella hasta el final.
La Pascua de Jesús nos recuerda precisamente esto: es preciso dar testimonio del Dios de la vida y de todas las experiencias saludables que la acompañan o en las que se manifiesta. Por eso sigue siendo, aun en la experiencia del límite, del sufrimiento y de la muerte, el aliado autor de la vida.
En la experiencia de esta pandemia, que a todos de una manera o de otra nos afecta, ya que podemos ser receptores y portadores del coronavirus, nos va a poner en la tesitura de modificar algunos hábitos y costumbres que hasta ahora veíamos como connaturales en nuestro ‘estar descansados en la convivencia, a la mesa y en el diálogo fraterno’. En algunas comunidades, lo está haciendo también la sociedad en general, ya se miden las cautelas de proximidad y encuentro entre las personas que van a afectar a nuestras costumbres cotidianas. De hecho, me consta, en varias comunidades esto ya ha comenzado a generar tensiones y fricciones, sospecha y desconfianza de unos con respecto a otros. Los ‘apestados’ no son los otros, en todo caso -de serlo- lo seríamos cada uno. Y si alguien rasgara sus vestiduras por esto, como el sumo sacerdote en el sanedrín, no mostraría un gesto noble de autoridad, más bien nos estaría dando a entender una actitud de soberbia. La soberbia está ausente en la casa de Simón el leproso, porque Dios ‘se hace presente en nuestra carne’. De este modo participamos todos en su Pasión al recibir con él la ‘unción en Betania’. Así, nuestra conversación será siempre agradable, amistosa, con una pizca de sal, sabiendo tratar a cada uno como conviene, como dice san Pablo (cf. Col 4, 6).
Siguiendo las pautas sanitarias que todos debemos asumir con suma responsabilidad, -no lo olvidemos, este ‘virus nos ha descubierto a todos nuestra vulnerabilidad como potenciales enfermos-, pensemos en la unción de Jesús previa a su muerte y en el contexto familiar de un enfermo de lepra. Interioricemos este mensaje: que las necesarias y obligadas medidas de protección que durarán un largo tiempo no nos despisten de la meta. Ésta no es otra que ‘la salud ofrecida a los enfermos’, es decir, ‘a todos nosotros’. Que la vida comunitaria y la misión apostólica reflejen ‘la salud física y espiritual ofrecida a todos’. Hemos de pensar más hondamente en una espiritualidad como fuente de salud (más allá de visiones dulzonas, baratas y superficiales). Dios es la verdadera y definitiva salud, y nuestra tarea es sanar toda la realidad, también la nuestra.
La Cruz y el Crucificado
En el camino Pascual de Jesús no puede faltar la cruz. Ésta es expresión del dolor de cada uno y de la humanidad en su conjunto. Por eso nos desvela lo más auténticamente humano. Javier de la Torre, profesor laico en Comillas, en el libro que coordina de varios autores, los Santos y la enfermedad,comienza así su introducción: La relación con el dolor desvela quiénes somos en lo hondo. Sin duda alguna que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia vivencia y pensamiento sobre la enfermedad y la muerte, la propia cuando ésta llega, y la ajena, especialmente la de aquellos a quienes queremos especialmente.
Fr. Miguel de Burgos Núñez estudió muy bien el Evangelio de San Marcos como ‘Teologia Crucis’. Es más, hubiéramos comprendido más su vivencia de la enfermedad y su proceso final en este mundo leyendo sus reflexiones a propósito de la ‘Teología de la Cruz’. Como buen exégeta fue un fraile muy libre, pero riguroso e inteligente, a la hora de confrontarse con la Sagrada Escritura y buscar en ellas fuentes de vida. Para Miguel, la Cruz siempre fue una de las experiencias fundamentales de la fe cristiana. Tanto es así -nos dejó escrito- que la muerte de Jesús y las causas que la motivaron nos revelan el mismo concepto de Dios y nuestra propia experiencia sobre su divinidad. Más que buscar las causas de la crucifixión, debemos fijarnos en percibir sus efectos, como bien decía Raniero Cantalamessa en su homilía del Viernes Santo.
Desde la Cruz de Jesús ya no podemos quedarnos sólo con su sentido salvador para la humanidad, como así solemos predicar. El Crucificado revoluciona la misma experiencia de Dios. Dios, al haberse identificado con el Crucificado, es aquél que ha sabido sufrir con el hombre.
La historia del Crucificado y su camino portando la cruz, sigo siendo fiel a nuestro querido exégeta, forma parte de la gran noticia que el cristianismo debe comunicar al mundo. Olvidar esto es dejar el Evangelio sin historia y dejar a Dios sin humanidad. Hemos de fijarnos en la gloria de la Pascua, en su triunfo sobre la muerte, desde la cruz. Negar esto es negar el camino escogido por Dios mismo para liberar a los hombres. Cuando los evangelios, especialmente el de Marcos, nos presentan a un Jesús tan activo durante su vida pública, pretenden abrirnos los ojos, no tanto a un poder de Dios o de su Mesías, sino más bien al actuar de Dios en el mundo para que nosotros descubramos el amor oblativo de Dios.
La Resurrección: «Su futuro se escribe contigo»
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium nos recuerda que Dios manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado, por eso es siempre joven y fuente constante de novedad. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras (cf. nn. 11 y 12).
Esta convicción nos permite no perder la esperanza y la alegría en medio de tanta tristeza en nuestro momento presente. Dios nos pide todo, es verdad, pero también nos ofrece todo. Por eso, hablar de resurrección es hablar de futuro. Vuelvo, en este sentido, a la filósofa Adela Cortina cuando afirma que ‘vivimos de lo que hemos estado haciendo hasta ahora, ya que el futuro no se improvisa, pero lo escribimos cuando las opciones, el carácter, los proyectos personales y comunitarios se van forjando en el presente, en el día a día. De este modo vamos siendo más prudentes, más justos, más fieles, más auténticos’.
La propia Orden nos lo recordaba en el Capítulo General de Providence, al decirnos que Dios nos confió el mundo para que le diéramos un ‘rostro humano’. Tal es la Buena Nueva, el Evangelio de la Palabra hecha carne, que no podemos anunciar sino estando en el mundo y arriesgando nuestra vida para que el mundo viva. Nuestra tradición intelectual y espiritual nos conduce a proponer, hoy como ayer, una nueva experiencia y comprensión de Dios, del hombre y, por consiguiente, del mundo; dicho de otro modo, una antropología cristiana que incorpore el dolor y el sufrimiento. Para nosotros, predicadores que hemos consagrado nuestra vida a la Palabra, esa antropología subraya la importancia del conocimiento de Dios, del mundo por Él creado y del hombre hecho a su imagen y semejanza (cf. ACG Providence, nn. 31 y 46).
Toda una tarea de resurrección por delante. Para desarrollar esa pedagogía de lo humano que propone nuestra espiritualidad dominicana, no está de más tener en cuenta lo que también expresan los Padres de la Iglesia al respecto. Recojo simplemente aquí lo predicado por Basilio de Cesarea en los primeros siglos del cristianismo en una de sus preciosas homilías: solo quien pide ser -y se sabe- amado logra amar; solo quien pide ser -y es- consolado logra consolar; solo quien pide ser -y es- acompañado para conocerse mejor logrará acompañar a quien no se resigna a la dificultad de conocerse (cf. Homilía in Hexaemeron 9, 6).
¿Cómo amar, consolar, acompañar? En vosotros he encontrado muchas iniciativas y compromisos. Para mí son signos claros de vida y resurrección. Mejoran el presente y nos abren al futuro. Por esta razón quiero finalizar mi carta reconociendo en vosotros los signos de vida y de esperanza que día a día me manifestáis.
«Su futuro se escribe contigo» es el lema plasmado en los carteles conmemorativos del XXV Aniversario de la ONG Acción Verapaz. 25 años de cooperación apostando por la promoción del ser humano y su dignidad. Cuando los responsables de la ONG me enviaron el correspondiente cartel y la breve carta que lo acompaña me quedé con el lema que habían propuesto para recordar que, en el mundo, en otras partes del mundo, llevan padeciendo pandemias, hambre, miseria, extrema pobreza, enfermedad y carencia mucho tiempo. Que nuestra pandemia nos despierte y nos haga permanentemente solícitos a las necesidades y penurias de los otros, estén donde estén, vivan donde vivan, profesen lo que profesen. Con el Aniversario de Acción Verapaz va también el reconocimiento a todos los trabajos, proyectos, iniciativas comunitarias y personales que la Provincia tiene y sostiene. Todos ellos signos de resurrección al tomar la cruz de los que sufren. ¡Gracias!
En fin, como dice la canción de Lolo Herrero -La vida en los Balcones- todo esto y más “Por los que ya no están y por los que se van a curar, va nuestro aplauso a los héroes de cada hospital”.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Madrid, 11 de abril de 2020
Fr. Jesús Díaz Sariego, OP.
Prior Provincial
«Y la gente se quedó en casa»
Y la gente se quedó en casa.
Y leyó libros y escuchó.
Y descansó y se ejercitó.
E hizo arte y jugó.
Y aprendió nuevas formas de ser.
Y se detuvo.
Y escuchó más profundamente. Alguno meditaba.
Alguno rezaba.
Alguno bailaba.
Alguno se encontró con su propia sombra.
Y la gente empezó a pensar de forma diferente.
Y la gente se curó.
Y en ausencia de personas que viven de manera ignorante.
Peligrosos.
Sin sentido y sin corazón.
Incluso la tierra comenzó a sanar.
Y cuando el peligro terminó.
Y la gente se encontró de nuevo.
Lloraron por los muertos.
Y tomaron nuevas decisiones.
Y soñaron nuevas visiones.
Y crearon nuevas formas de vida.
Y sanaron la tierra completamente.
Tal y como ellos fueron curados.
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