Hace poco más de treinta años cayeron los regímenes comunistas en la Europa Oriental. La evolución de la fe en los respectivos países ofrece datos muy interesantes. El padre Hyacinthe Destivelle, dominico, director del Instituto de Estudios Ecuménicos del Angelicum, en Roma, es un experto en el mundo ortodoxo que acaba de publicar una obra sobre los cristianos del Este después del comunismo: Les chrétiens de l'Est après le communisme.
-El panorama que usted presenta de los cristianos del Este muestra una situación muy distinta de país a país: ¿por qué tanta diversidad religiosa?
-Los cristianos de Europa central y oriental no se pueden asimilar a un único tipo de "cristianos del Este", el mismo para todos, según el término genérico que se utilizaba para designarlos en la época del Telón de Acero. Del mismo modo que la tenaza de los regímenes comunistas había eliminado las diferencias nacionales, así había sucedido con las diversidades confesionales -inextricablemente vinculadas a las nacionalidades-, que reaparecieron con la recuperación de la libertad. Incluso el dinamismo de estas Iglesias está lejos de ser el mismo dependiendo del país y la comunidad.
»Si bien las comunidades cristianas de los países eslavos de la ex URSS han conocido una recuperación impresionante, que ha beneficiado sobre todo a la Iglesia ortodoxa, a ciertas comunidades greco-católicas y a los movimientos evangélicos, la recuperación de la Iglesia católica latina o de las Iglesias protestantes históricas es mucho menor. Países como Polonia o Rumanía han visto, más bien, confirmada su vitalidad. Por último, no vemos esta recuperación en países en vías de secularización, como es el caso de países de tradición protestante como la antigua República Democrática Alemana (Alemania Oriental) o Estonia, o de tradición católica como Chequia y Hungría, u ortodoxa, como Bulgaria. La situación confesional en Europa del Este es compleja, como compleja es la historia de estos países, en la encrucijada de la ortodoxia, el catolicismo y el protestantismo.
-¿Hay, a pesar de todo, un denominador común en todos ellos?
-En todos se plantea el problema de las relaciones entre Iglesias y Estado, que atañe al pasado de estas comunidades; de hecho, las divisiones conciernen, a menudo, con cuestiones que tienen que ver con las relaciones con las autoridades comunistas. Y conciernen también al tema de la "nacionalización" de las Iglesias: la implicación de las autoridades políticas en las cuestiones religiosas es muy fuerte por doquier, incluso en los Estados que alardean de legislaciones liberales, y demuestra hasta qué punto el factor religioso se considera como primordial en la conciencia nacional, tal como demuestran los ejemplos de Estonia, Ucrania, Bulgaria, Moldavia, Macedonia o Montenegro... Por último, atañe también a las nuevas relaciones jurídicas y económicas que hay que establecer entre Iglesia y Estado: devolución de los bienes, enseñanza de la religión en los colegios, capellanías en las instituciones públicas...
-¿Cuál ha sido el papel de las Iglesias en la caída del comunismo en los países de Europa del Este? ¿Ha habido países que han sido más "pioneros" que otros? ¿Por qué?
-La oposición a los regímenes comunistas antes de la caída del Telón de Acero estuvo organizada, a menudo, por las Iglesias católicas, como es el caso de Polonia, o protestantes, como los luteranos de la RDA o la Iglesia reformada de Rumanía, pero en menor medida por las Iglesias ortodoxas, que no obstante tenían entre sus filas a figuras relevantes de la oposición. La existencia de la Santa Sede como sujeto internacional tuvo un papel fundamental, pero también lo tuvieron las tradiciones distintas de las relaciones Iglesias-Estados. Con frecuencia, las Iglesias ortodoxas se han debatido entre la aspiración a la libertad y el ideal bizantino tradicional, más o menos relativizado, de "sinfonía de los poderes". Es evidente que los países de Europa central y oriental más marcados hoy en día por la descristianización son, a menudo, los de tradición protestante, como Estonia o la ex-RDA, o influenciados por ella, como Chequia.
Usted muestra una cierta incomprensión entre las expectativas de las poblaciones del Este y del Oeste de Europa: las primeras anhelan su identidad cultural y espiritual, las segundas no las incluyen. ¿Nos lo puede explicar?
-El reencuentro entre Europa Oriental y Europa Occidental no ha cerrado realmente la brecha que las separaba. En el momento del nacimiento del proyecto europeo, la mayoría de los países de tradición ortodoxa estaban duramente marcados por una propaganda comunista antioccidental que consideraba la Comunidad europea como un instrumento del "imperialismo americano". Actualmente, muchos cristianos de Europa del Este estiman que la secularización desacredita al cristianismo occidental, contra el que hacen valer una religiosidad tradicional que les permite resistir al ateísmo de Estado. Las Iglesias de Europa central y oriental han considerado su adhesión a la Unión como un peligro para su identidad cultural y espiritual, de la que ellas son garantes, como un riesgo de disolución en una Europa materialista, y no como un enriquecimiento. En este contexto, los católicos y ortodoxos del Este europeo se han acercado en una forma de ecumenismo denominado "ecumenismo de los valores", que es euroescéptico y que surgió del sentimiento causado por el proceso de ampliación europeo impuesto por Occidente, que no reconocía sus características culturales e identitarias: de alguna manera eran "integrados", pero no "incluidos".
-Desde el punto de vista ecuménico, ¿qué ha cambiado concretamente desde la caída del comunismo? ¿Ha habido un acercamiento, sobre todo entre católicos y ortodoxos, como se esperaba? ¿En qué punto estamos?
-El periodo comunista propició ciertas formas de ecumenismo. La necesidad de hacer frente a un enemigo común animó lo que se denominó "el ecumenismo del gulag". La participación, a partir de los años 60, en las instituciones ecuménicas internacionales favoreció los contactos con los cristianos de Occidente. Ahora bien, este ecumenismo estaba restringido a ciertos círculos y el apoyo que recibía de los regímenes comunistas contribuyó a desacreditarlo. Además, los greco-católicos, integrados a la fuerza en las Iglesias ortodoxas, a menudo lo vivían como la versión eclesial de una Ostpolitik que ocultaba su sufrimiento.
»La caída del Telón de Acero conllevó una cierta crisis ecuménica vinculada al renacimiento, en esta región, de la Iglesia católica y, sobre todo, de las Iglesias greco-católicas. Se pusieron en marcha progresivamente nuevas dinámicas de acercamiento. Se crearon a nivel local diversos organismos de diálogo, a menudo con el apoyo de las autoridades políticas. Por ejemplo, en 1996 se instituyó en Ucrania un Consejo panucraniano de las Iglesias y organizaciones religiosas, que tuvo un papel muy relevante a raíz del conflicto.
»No obstante, el trabajo más urgente atañe a la purificación de la memoria. Las tensiones intereclesiales en Europa central y oriental tienen menos que ver con cuestiones teológicas que con heridas históricas, a menudo vinculadas a cuestiones nacionales. Se han lanzados algunas iniciativas en este ámbito. Por ejemplo, una serie de encuentros entre la Iglesia ortodoxa rusa y la Conferencia Episcopal polaca llevaron, en 2012, a un Mensaje conjunto a los pueblos de Polonia y Rusia promoviendo la reconciliación. En 2016-2017, una comisión mixta de trabajo que incluía a historiadores ortodoxos serbios y católicos croatas se encargó de estudiar el papel del Beato Alojzije Stepinac durante la Segunda Guerra Mundial.
-Vistos desde Occidente, algunos países de Europa del Este, guiados por Polonia, parecen tener un dinamismo religioso más fuerte que el nuestro. ¿En qué pueden servirnos de ejemplo, qué pueden aportarnos para fortalecer nuestra fe?
-Las evoluciones en curso desde hace treinta años entre los cristianos de Europa del Este, incluso en su proceso lleno de meandros, son portadoras de esperanza para la unidad de los cristianos. La caída del Telón de Acero podría favorecer la "recristianización" de Occidente por Oriente, algo que muchos esperan. Utilizando una expresión que amaba el Papa Juan Pablo II, una respiración "con dos pulmones" que es posible, no sólo para la Iglesia, sino también para Europa.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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