Surgió como una fiesta primaveral que pretendía exaltar la vida y la superación de las austeridades que imponía la vida y la austeridad que exige una vida verdaderamente religiosa. El deseo de renovación venía expresado en el disfraz o en los juegos con el agua o en la búsqueda de una sexualidad sin limitaciones. Incluyó siempre una fuerte
rebeldía contra toda institución establecida.
Luego derivó en una protesta contra la cuaresma que llegaba y se quiso escenificar la lucha entre don Carnal y doña Cuaresma, que acababa irremediablemente con la victoria de la austeridad que conduce a la verdadera renovación de la vida.
Ahora, cuando cualquier día es bueno para la rebeldía y la protesta, cuando la exaltación de las pasiones desenfrenadas es continua y comúnmente aceptada, ya no parece tener lugar el verdadero carnaval y se ha quedado en una especie de nostálgica fiesta de la belleza o en un inocente y divertido baile universal de máscaras impulsado y descafeinado por las instituciones civiles y sus autoridades, que en el fondo no se resignan a perder el papel de oposición al sistema en el que se sentían verdaderamente a gusto. Además un carnaval domesticado deja de ser peligroso y desestabilizador.
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