Celebramos hoy el «Domingo de la Palabra de Dios», instituido por el Papa Francisco, para que se celebre cada año en la Iglesia Universal, coincidiendo con el III domingo del Tiempo Ordinario. Su objetivo es «hacer crecer en el Pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura». Así lo indicó el Santo Padre con la Carta Apostólica «Aperuit illis», cuyo título se toma del pasaje de San Lucas que narra uno de los últimos gestos de Jesús con los discípulos antes de la Ascensión: «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc 24,45).
«Dedicar concretamente un domingo del Año Litúrgico a la Palabra de Dios, escribe el Papa, nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado, que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable». Y el hecho de que el «Domingo de la Palabra» sea el tercero del Tiempo Ordinario, en torno a la Semana de la Unidad de los Cristianos, no es una mera coincidencia temporal, sino que «expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica, a los que se ponen en actitud de escucha, el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad».
La Iglesia peregrina encuentra luz y estímulo en el diálogo constante con el Dios de la revelación, que la va iluminando en su caminar y le va señalando los caminos más adecuados para cumplir su misión. Nuestra Iglesia diocesana se encuentra en Asamblea precisamente para hacer real y actual ese diálogo con el Señor, para abrirnos a su Palabra y descubrir su gran valor en nuestra existencia cotidiana, para avanzar en el camino de la santidad y para afrontar con mayor convicción las urgencias de la misión.
Por eso ha parecido conveniente que este domingo, en todas las Eucaristías de nuestra diócesis, se haga presente este acontecimiento de la Asamblea en el que todos estamos implicados. Así, uniremos nuestra oración para pedir juntos al Espíritu Santo que nos ayude a entrar en un proceso de conversión, mediante la escucha siempre nueva de la Palabra que Dios nos dirige personal y comunitariamente. La Palabra escuchada cada día nos hace experimentar la alegría de creer, renueva en nosotros el encuentro con Jesús, y nos empuja a crecer como discípulos misioneros. Es esa «luz grande» de que nos habla el profeta Isaías en la liturgia de hoy, que disipa las tinieblas o las incertidumbres que a veces nos amenazan.
La Palabra, que se hizo carne entre nosotros, sigue resonando en el mensaje que nos dirige san Pablo: todos somos de Cristo, Jesús es el centro de nuestra vida, y por ello debemos vencer las incomprensiones o las divisiones a fin de sentirnos realmente unidos para evangelizar. Es Jesús el que nos invita a vivir en comunión, para que podamos actuar como Iglesia sinodal, que se pone en camino para anunciar la novedad y la belleza de la Palabra, del Evangelio, a quienes no han experimentado la alegría de la fe. Jesús mismo nos da ejemplo. Como narra el Evangelio de San Mateo, Jesús es el Enviado del Padre, la Palabra itinerante, que va recorriendo los caminos del mundo para invitar a la conversión y a la acogida del Reino de Dios. Jesús anuncia la Buena Noticia. Y hoy, como entonces, llama a discípulos para que le sigan y para enviarlos a prolongar su misión como servicio a todos los pueblos.
A lo largo de este mes han comenzado su trabajo de reflexión y de discernimiento los grupos que nos representan a todos en la Asamblea Diocesana. En esta primera etapa están profundizando precisamente en la alegría que brota de la fe, pues esa alegría ha de ser el manantial de nuestra felicidad, de nuestra santidad y de nuestro compromiso misionero. Desde la convicción personal y comunitaria seguiremos abriendo caminos nuevos o renovados para la evangelización. Personalmente quiero agradecer, de corazón, a quienes han asumido esta tarea y esta responsabilidad. Es un servicio que redundará en beneficio de todos nosotros. Por lo que también pido que acompañemos su esfuerzo con nuestro recuerdo, con nuestro interés y con nuestra oración.
Termino evocando el pasaje de Emaús cuando ardía el corazón de los discípulos al explicarles Jesús las Escrituras. Caminemos alegres con Jesús. Y que el «Domingo de la Palabra de Dios» no sea una vez al año, sino una invitación para todo el año, para escuchar y acoger la Palabra en la reflexión, en la oración y en la liturgia de cada día.
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