Queridos hermanos y hermanas:
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra, en su parte final, cómo el Evangelio siguió su camino no sólo por tierra sino también por mar. Pablo iba prisionero en una embarcación que lo llevaba de Cesarea a Roma, cumpliéndose así la palabra del Resucitado: «Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra».
En un cierto momento, la navegación se volvió difícil y peligrosa; Pablo aconsejó no seguir, pero el centurión no lo escuchó y la nave terminó a la deriva. Cuando la desesperación se apoderó de todos, el Apóstol intervino asegurando que Dios le había revelado a través de un ángel que se presentaría ante el César y que no perdería a ninguno de sus compañeros de viaje. Así, ese viaje pasó de ser una situación de desgracia y de muerte a una oportunidad para manifestar el poder salvador de Dios.
Después del naufragio, llegaron a la isla de Malta, donde fueron acogidos por sus habitantes y les encendieron una hoguera para que se calentaran. A Pablo, al echar la leña al fuego, le mordió una víbora, pero no sufrió ningún daño. Este beneficio era una gracia del Señor que lo asistió siguiendo su promesa dirigida a los creyentes: «tomarán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño».
Pablo nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar la convicción de que Dios actúa en cualquier circunstancia, también en medio de las dificultades; y la vida de quien se da a Dios por amor, siempre será fecunda.
Saludos:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Los animo a seguir el ejemplo de san Pablo para que, sostenidos por la fe, podamos ser sensibles ante las personas que viven en dificultad alrededor nuestro, pudiendo salir a su encuentro con amor fraterno. Que Dios los bendiga.
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