Roma, 22 de diciembre de 2019
Aniversario de la Confirmación de la Orden de Predicadores
«Non temere, Maria, perché hai trovato grazia presso Dio.
Ecco concepirai un figlio, lo darai alla luce e lo chiamerai Gesù»
Lucas 1, 30-31 (Traducción de la CEI)
Queridos hermanos y hermanas,
Mientras les escribo este mensaje de Navidad, me sorprendió descubrir tardíamente que aquí en Roma hay una inspiradora esposición de arte titulada “Ai nati oggi” (A todos los niños nacidos hoy) de Alberto Garutti, que se exhibe desde el 2 de julio de 2019 hasta el 6 de enero de 2020, con este anuncio:
Los faroles de la Piazza del Popolo
están conectados con la maternidad del Policlínico Agostino Gemelli.
Cada vez que la luz parpadea, significa que nace un niño.
La obra está dedicada a ese niño y a todos los niños que hoy nacen en esta ciudad.
La palabra para dar a luz en italiano es dare alla luce, y en español, dar a luz, que significa literalmente, “dar a la luz”. En mi lengua filipina, la palabra es isilang, que se refiere al “Este” (silangan) y comparte la idea de ser dado a la luz, y está próxima a la expresión inglesa “to orient“. Nacer significa, pues, entregarse a la luz, salir de las tinieblas seguras del vientre materno y luego abrir gradualmente los ojos a un mundo más luminoso y más grande.
Cuando la Madre Santa dio a luz a Jesús, no sólo llevó a su Hijo a la luz (es decir, dare alla luce, dar a luz), sino que trajo la Luz a nuestro mundo ! El Evangelio de Juan proclama a Jesús como la Luz del género humano, la Luz que resplandece en las tinieblas… una Luz que las tinieblas no pueden vencer (Juan 1:4-5). Sin duda, la Navidad es la época en que las noches más largas ceden gradualmente el paso a días más largos (al menos en el hemisferio norte). Pero la oscuridad es parte de la Navidad. La alegría incompleta que sentimos en la Navidad no nos dice que el espíritu de la Navidad no está con nosotros. Nos hace darnos cuenta mas bien de que la Navidad llega a un mundo que anhela un Mesías que pueda sanar sus heridas.
A veces, tendemos a “esterilizar” los detalles inquietantes de la historia de Navidad. El belén en nuestras iglesias y conventos parece ser una imagen tierna y cálida de una familia amorosa y pacífica. Pero si hacemos una pausa y reflexionamos, nos damos cuenta de que debe haber sido extremadamente doloroso para José no tener un hogar en su ciudad natal, porque no pudo encontrar un solo pariente que pudiera darles una habitación para pasar la noche, por lo que tuvieron que buscar una habitación en una posada. Probablemente, los parientes de José lo rechazaron por tener una esposa joven que quedó embarazada incluso antes de casarse. Debe haber sido terriblemente difícil para María dar a luz a un niño en un establo maloliente y tener para su Hijo un pesebre como cama. Debe haber sido aterrador saber que un rey que se siente inseguro amenaza a su hijo recién nacido y ordena la muerte de tantos niños inocentes. El Evangelio del día de Navidad habla de que el mundo rechaza a Aquel a quien más necesitan: Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron (Juan 1, 11). Hay un “lado oscuro” de la Navidad. No importa cuán grandes o pequeños sean, la tristeza y el vacío que sentimos incluso durante el día de Navidad son parte de ese lado oscuro que tenemos que reconocer para permitir que Jesús, nuestra LUZ, brille a través de esa oscuridad.
En la Carta Apostólica Admirabile Signum, el Papa Francisco explica cómo las ruinas de edificios antiguos se convirtieron en parte del belén: “Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original” (AS 4, el subrayado es mío).
La Navidad no es sólo una celebración, sino una misión. Hay una historia maravillosa de un hombre que una vez estuvo ante ante Dios con el corazón roto por el dolor por la injusticia en el mundo. “Querido Dios”, gritó, “mira todo el sufrimiento, la angustia y la desesperación de tu mundo. ¿Por qué no envías ayuda?” Dios respondió: “Ya envié ayuda, yo te envié.” Pero incluso antes de que Dios nos envíe, Él ha enviado a su propio Hijo. Dios envía la mejor ayuda. Y Jesús nos invita a compartir su trabajo y su misión. El envío del Hijo por el Padre en la primera Navidad continúa: “como el Padre me ha enviado, así os envío yo”.
Que la luz de Cristo resplandezca a través de nosotros,
para disipar la oscuridad que nos rodea, dentro de nosotros.
¡Bendita Navidad para vosotros y para todos vuestros seres queridos!
Vuestro hermano,
Fr. Gerard Francisco Timoner III, OP
Maestro de la Orden
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