jueves, 17 de octubre de 2019

«La noche que pasé en la calle fue la peor de mi vida»

Con 30 años a Enrique no le faltaba nada. Había estudiado Empresariales y tenía montado un local de cata y venta de vinos, siguiendo la estela de su padre. Vivía en Madrid de sus ingresos y su negocio prosperaba. Pero probó la cocaína y empezó a consumirla sin medida. «Era compulsivo», admite. Su adicción acabó con su negocio, su familia, sus amigos, su autoestima y su capacidad de luchar. Se vio en la calle sin ningún lugar ni familiares o amigos a los que acudir. «Les defraudas tantas veces que llega un momento que hasta ellos te cierran las puertas». Han hecho falta años, la ayuda de Cáritas y mucha fuerza de voluntad, pero ya puede decir que ha recompuesto las piezas del puzle que la droga rompió en mil pedazos. Ahora su (nueva) vida ha cambiado otras vidas, como la de Rocío, una voluntaria de Cáritas Madrid que conoció en la casa de acogida y que también decidió dar un giro a su vida profesional y propuso a Enrique montar un puesto de arroces en pleno centro de Madrid

En los últimos años has pasado por una montaña rusa. ¿Qué recuerdos tienes?

Tengo un momento terrible. El de la noche que tuve que pasar en la calle porque no tenía ningún sitio al que acudir. Ha sido la peor noche de mi vida. Me fui con mi maleta a una estación de tren pensando que estaría abierta toda la noche, pero no se me olvidará cuando a la una de la mañana cerró. Ahora sé, por los compañeros que he tenido en el centro para personas sin hogar de Cáritas Madrid –CEDIA 24horas–, que hay que irse a las salas de espera de los hospitales.

¿Qué hiciste?

Fui a Cáritas de la parroquia y allí me orientaron. Al día siguiente ya tenía un espacio en CEDIA. Fue una etapa muy dura porque tenía un sitio para dormir por las noches, pero por el día daba tumbos por Madrid.

¿Cómo saliste de esa situación?

Gracias a los voluntarios de Cáritas, a la ópera, a la hostelería… a mi socia. Me comprometí a dejar la cocaína y pude empezar a ir por el día al Centro de Tratamiento de Adicciones de Cáritas. Eso me permitió pasar de CEDIA a la casa de acogida, que ya no era un recurso de emergencia, sino un hogar. Allí fueron determinantes los voluntarios. Quise reflejarme en ellos. Consiguieron que quisiera recuperarme. Ahora son grandes amigos.

Incluso socios…

Conocí a mi socia cocinando en la casa de acogida. Ella venía una vez por semana y yo coincidía con ella en la cocina. Nos dimos cuenta de que teníamos en común nuestro gusto por la música, sobre todo por la ópera, y gracias a eso empezamos a charlar, a ir a algún concierto… Al final hemos montado un negocio juntos de arroces en el Mercado de San Fernando, en Embajadores.

¿Por eso ahora eres voluntario?

Lo soy por una cuestión de reciprocidad. Y porque volviendo cada semana a la casa de acogida no se me olvida lo que me puede pasar si tengo una recaída.

¿Hubo alguna?

Sí, a los cinco meses de empezar el tratamiento. Pasé casi una semana por ahí, toqué fondo. Supe que, o hacía el tratamiento, o me iba al cementerio. Y decidí curarme. En la vida, a veces tienes que decidir si vas para arriba o para abajo.

¿Puedes dar un consejo a alguien en tu situación?

Si de verdad te lo propones, lo consigues. Es difícil, porque tienes que superar la adicción y adaptarte a muchas cosas nuevas. Yo siempre había hecho lo que había querido, pero tuve que aprender que, si quería recibir ayuda y curarme, tenía que seguir unas normas. Fue también una cura de humildad.

¿Cómo te ves en el futuro?

La vida te puede cambiar mucho en muy poco tiempo. En mi caso ha sido para mal y para bien. Cáritas tuvo que hacer un integral conmigo: me ayudó a superar mi adicción, pero también a restablecer mi vida. Con mis padres he recuperado la relación. De mis amistades, he recuperado solo las que me han interesado. En cuanto al futuro, ya no miro a largo plazo. Mejor a medio plazo, y me veo muy bien.

Marta Palacio Valdenebro. Comunicación Cáritas Madrid

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