1. Centralidad del misterio de Cristo Salvador. La devoción al corazón de Jesús es una forma típica, una entre tantas, de la espiritualidad cristiana. También ella por tanto tiene su centro y fundamento en el misterio y en la persona de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre y salvador; pero contemplado sobre todo en el misterio de su amor por el Padre (“Para que el mundo sepa que yo amo al Padre, Jn 14, 31) y por nosotros (“Nos ha amado y ha dado a sí mismo por nosotros, Ef 5, 2.25; Gal 2,20). Los datos del Nuevo Testamento más abundantemente invocados para sostener y fundamentar esta espiritualidad son tres: a.el himno de júbilo de Mt 11, en el cual Jesús se propone a sí mismo para la imitación de los discípulos cualificándose como “manso y humilde de corazón”. Es un texto en el cual prevalece la componente “discipulado/imitación”. b.el pasaje de Jn 19, que describe la escena del Salvador del costado traspasado, del cuyo flanco brotan sangre y agua; escena que se concluye con la frase: “Mirarán a Aquel que traspasaron”. Múltiples son las reminiscencias bíblicas de este texto, releídas en prospectiva mesiánico salvífica. En sustancia proponen una lectura del entero episodio en clave epifánica y pascual, por lo cual el donar la vida por amor se convierte en la plena realización del hombre y la más alta glorificación de Dios y, para todos, evento de salvación (“Cuando seré levantado sobre la tierra, atraerá a todos hacia mí”, Jn 12, 32). c.en fin, todos los textos que describen el misterio de la salvación, y en particular la obra redentora de Cristo como motivada y animada por el amor: amor de Dios, que ha mandado al mundo a su Unigénito para nuestra salvación (“Dios ha amado tanto al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito”, Jn 3, 16); pero también amor de Cristo por el Padre y por nosotros, como muchas veces viene repetido en el Nuevo Testamento (cf. Jn 14, 31; Gal 2, 20; Rm 5, 5s.; Ef 5, 2; 5, 25, etc.) 2. Cristo resucitado y glorioso. En el curso de los siglos la espiritualidad cristiana, y por tanto también la espiritualidad del Corazón de Jesús, ha conocido acentuaciones, y por tanto también formulaciones devocionales muy diversas. En particular la que en seguida será llamada la “devoción al Corazón de Jesús”, y hoy la “espiritualidad del Corazón de Jesús”, se nos aparece como el punto de llegada de una corriente espiritual que encuentra su fundamento y su continuo alimento en los “datos bíblicos” apenas indicados, pero en el curso de su historia “ha cambiado muchas veces de vestido”. Las etapas principales de este camino suyo son las siguientes: período
2 patrístico, mística medieval, devocionalismo de la Pasión, devoción al Corazón de Jesús (parediana), interioridad y atención “al social”, renovación conciliar. Muchas son por tanto las “variaciones” o “diversos acentos” en la historia de la espiritualidad cristiana. Es, sin embargo, importante subrayar el hecho que a lo largo de todo el primer milenio la Iglesia ha contemplado el misterio de la cruz, y por tanto, también el Salvador del costado traspasado, sobre todo a la luz de la resurrección. Por esto la espiritualidad que se deriva era una espiritualidad alegre, gloriosa, ... que contempla y exalta la potencia y la grandeza del amorde Dios, hecho visible y manifestado en las palabras y en los gestos del Salvador, y que alcanza su culmen en el misterio de su “muerte gloriosa” (cf. post-communio del miércoles santo). En este período, como en todo el Nuevo Testamento, el misterio de la cruz es visto como “martirio”, como la demostración más alta del amor (“Ninguno tiene amor más grande de esto, Jn 15, 12); y por tanto, la muerte de Jesús es vista no como “evento salvífico” para compartir y para celebrar, ¡es tan grande y maravilloso!: obra maestra de la sabiduría y de la potencia de Dios, y suprema revelación de su amor (cf. la “beata pasión” también el canon romano). Esta prospectiva es muy explícita en Juan, que identifica “muerte y exaltación” como un único misterio; pero también el “kerygma” en los discursos de Pedro es anuncio alegre de Cristo resucitado, constituido por Dios “Mesías y Señor” (Hch 2, 36), mientras Pablo lo proclama “vivo y vivificante” (1 Cor 15, 45) y el Apocalipsis lo contempla “rex regum” (rey de reyes) y “dominus dominantium” (Ap 17, 14)
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