viernes, 8 de marzo de 2019

Las mujeres que forman a los futuros sacerdotes

Dice la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, conocida como el plan formativo integral para los futuros sacerdotes impulsado por el Papa Francisco, que un signo del desarrollo armónico de las personalidad de los seminaristas es «la suficiente madurez para relacionarse con hombres y mujeres, de diversa edad y condición social». Y hace especial hincapié en que resulta «conveniente y esencial» para su formación humana y espiritual «el conocimiento y familiaridad con la realidad femenina». Una recomendación sobre la que ha ido más allá la Pontificia Comisión para América Latina, que, en su última sesión plenaria, abordó la cuestión de la mujer en la Iglesia: «Para lograr esto, es preciso favorecer la participación de mujeres de vida matrimonial o de vida consagrada en los procesos de formación; más aún, en los equipos formadores, dándoles autoridad para enseñar y acompañar a los seminaristas, así como la oportunidad para intervenir sobre el discernimiento vocacional y el desarrollo equilibrado de los candidatos al sacerdocio ministerial. Tal apertura no es una concesión a la presión cultural y mediática, sino el resultado de una toma de conciencia de que la ausencia de la mujeres de las instancias de decisión es un defecto, una laguna eclesiológica, el efecto negativo de una concepción clerical y machista».

El avance de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad no parece tener marcha atrás, y tampoco en la Iglesia. De hecho, uno de los temas posibles para el sínodo de obispos de 2021 es el papel de la mujer en la Iglesia. Así, al menos, lo ha propuesto la Conferencia Episcopal Española.

En nuestro país, que haya profesoras que dan clase en las distintas facultades de Teología a seminaristas es una realidad bastante aceptada, aunque la mayoría siguen siendo hombres y, en concreto, sacerdotes. Sí hay una ausencia total de mujeres en los equipos de formadores o directores espirituales de los seminarios. «No hay ninguna mujer», confirman a este semanario desde la Conferencia Episcopal Española (CEE).

Según el presidente de la Comisión Episcopal del Clero, el arzobispo Joan Enric Vives, que no haya presencia femenina en estos puestos concretos no quiere decir que estén cerrados a ellas. Dice que podrían hacerlo, al igual que dirigen ejercicios espirituales o retiros. Según Vives, hoy los seminaristas no viven encerrados y, por tanto, mantienen una relación de normalidad con las mujeres que se encuentran en su familia, en los estudios –como compañeras y profesoras– o en sus encargos pastorales.

No solo subordinadas

Para Lucetta Scaraffia, directora de Donne, Chiesa, Mondo, suplemento femenino de L’Osservatore Romano, esta presencia femenina es fundamental, pues considera que las mujeres «han desarrollado en los últimos decenios un rol cultural muy importante en la lectura e interpretación de los textos sagrados y de la tradición teológica». Además, cree que es positivo que los seminaristas se encuentren con modelos de autoridad femeninos, «diferentes a la relación que tienen en el seminario con las religiosas, que se dedican a la cocina o a la limpieza». «Si tienen ocasión de confrontarse solo con mujeres subordinadas, no sabrán aceptar ni reconocer una relación con mujeres superiores a ellos», añade.

Y se refiere también al rol que la mujer puede desempeñar como acompañante espiritual: «Esto es un punto esencial. La vida espiritual en la tradición cristiana no es monopolio masculino ni de los sacerdotes. La mujer, más libre, sabrá conducir a los seminaristas por caminos nuevos, los hará más humanos y atentos a la realidad».

Por el momento, la presencia de la mujer en la vida de los seminaristas está enmarcada en la docencia. Es el caso de Cayetana Johnson, profesora de Hebreo y Arameo en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, donde también comparte su experiencia como arqueóloga en Tierra Santa. Además, colabora habitualmente con la revista National Geographic. Próximamente saldrá publicado un artículo suyo sobre el Santo Sepulcro, que el pasado lunes avanzó a los alumnos en primicia. La apertura del reportaje presidía la clase. Habla con pasión, con emoción… y contagia a su auditorio, que la despide con un aplauso. Ya en conversación con Alfa y Omega, reconoce que cuando llegó a la universidad se la observaba mucho y que algunos alumnos –seminaristas y también religiosas– mantenían alguna barrera o recelo hacia ella. «En algunos casos, me he encontrado con códigos emocionales mal entendidos, porque llega gente muy herida. En esos casos, yo misma puedo abordar la relación desde otra dimensión», explica.

En cualquier caso, más allá de su experiencia personal –en estos momentos también está dando charlas a los seminaristas sobre arqueología y exégesis–, es partidaria de que tengan más contacto con las mujeres, porque, al final, «van a desempeñar un ministerio y tendrán que confrontarse con una realidad humana en la que hay hombres y mujeres».

Si esto no se hace así, continúa, los futuros sacerdotes pierden la mitad de la realidad y tendrán dificultades para comprender procesos emocionales de unos y de otras. «No es bueno estar apartados», añade. En este sentido, reivindica el papel de las mujeres en la Biblia que, añade, «han protagonizado grandes historias». Cita a Rebeca, Rut, las mujeres testigos de la Resurrección de Jesús…

Una visión distinta de las cosas

Pilar González Casado también imparte clases en San Dámaso. Ella lidera la primera cátedra en el mundo de Literatura Árabe Cristiana. Coincide en que es bueno que los seminaristas tengan referentes femeninos de éxito y asegura que su relación con ellos  es natural y normal. Apunta, además, que la mujer aporta una visión particular de las cosas, una personalidad concreta, un modo distinto de abordar los problemas a como lo hacen los hombres. «Somos más intuitivas, más emotivas, más concretas a la hora de desarrollar una investigación. En estas cuestiones se puede notar la diferencia». Aunque «el trato es igual que con todos», apunta.

Sí reconoce que todavía llama la atención en el ámbito eclesiástico la presencia de una mujer en ambientes mayoritariamente masculinos. Pero le resta importancia, pues afirma que son muchas las mujeres que también se desenvuelven así en otros ámbitos. Por ejemplo, el de una familia con solo hijos varones. Con todo, cree que lo verdaderamente importante es que hombres y mujeres «estamos llamados a la unidad, no a la disgregación o a la desunión».

Silvia Martínez Cano es profesora de la Universidad Pontificia Comillas y presidenta de la Asociación de Teólogas Españolas. Este jueves presentó en Madrid el libro Mujeres, espiritualidad y liderazgo (San Pablo), que escribe junto con otras importantes teólogas. En uno de los artículos del libro defiende que «en la medida que los hombres vivan sin miedo sus relaciones con las mujeres, sin sentirse amenazados en su identidad (porque ya no la basarán en el poder), y en la medida que las mujeres se empoderen y se liberen de las creencias que las limitan y empequeñecen, será posible una comunidad fraterna, una Iglesia de reprocidad donde el apoyo, la compasión y la comprensión sean habilidades naturales base de una espiritualidad cotidiana viva y dinámica». Dice también que con el empoderamiento de las mujeres, los hombres también se liberan y mejoran, y la Iglesia recupera su carácter compasivo y profético.

Sobradamente preparadas

Por tanto, continúa en conversación con Alfa y Omega, es importante que la dimensión femenina esté presente en la vida de los futuros sacerdotes. De hecho, cree que es un debe el que sean pocas las mujeres que participan en los procesos de crecimiento formativo y personal de los seminaristas. «No se trata solo de contenidos doctrinales, sino también de los modelos que pueden ser y, si no conocen los modelos femeninos, es una pobreza», dice.

Cree, en este sentido, que hay mujeres muy preparadas tanto para ofrecer formación académica como para realizar un acompañamiento espiritual y discernimiento de la vocación. Sobre esta segunda cuestión, ha destacado que son numerosos los grupos de mujeres que trabajan en este campo con una experiencia «intensa y profunda por las experiencias cotidianas que han ido viviendo».

Otra cuestión que le parece importante y que entronca con la cuestión afectivo-sexual es la necesidad de dotar a los candidatos al sacerdocio de un espacio donde puedan trabajar las habilidades sociales, no solo con las mujeres sino también con los hombres. Se trata de aprender a gestionar los vínculos personales de uno mismo, de aceptar los de los otros, de saber cómo abordar sentimientos y emociones… Por otra parte, ve necesario que se abran a los hombres, y especialmente a los consagrados, los espacios donde tradicionalmente han estado las mujeres en la Iglesia, más centrados en el cuidado del otro, la familia. «Que también ellos puedan estar en esos espacios», añade.

Concluye reivindicando que la aportación básica de la mujer a los seminaristas es «una mirada diferente. La diferencia, lejos de ser peligrosa, es una oportunidad y aporta creatividad». «La sola presencia de la mujer cambia», añade.

Fran Otero

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