domingo, 31 de marzo de 2019

SANTA MISA, HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Complejo deportivo Príncipe Mulay Abdallah (Rabat)

«Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (Lc 15,20).
Así el evangelio nos pone en el corazón de la parábola que transparenta la actitud del padre al ver volver a su hijo: tocado en las entrañas no lo deja llegar a casa cuando lo sorprende corriendo a su encuentro. Un hijo esperado yañorado. Un padre conmovido al verlo regresar.

Pero no fue el único momento en que el padre corrió. Su alegría sería incompleta sin la presencia de su otro hijo. Por eso también sale a su encuentro para invitarlo a participar de la fiesta (cf. v. 28). Pero, parece que al hijo mayor no le gustaban las fiestas de bienvenida, le costaba soportar la alegría del padre, no reconoce el regreso de su hermano: «ese hijo tuyo» afirmó (v. 30). Para él su hermano sigue perdido, porque lo había perdido ya en su corazón.

En su incapacidad de participar de la fiesta, no sólo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre. Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta. No sólo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera, en definitiva, un padre capaz de sentir compasión.

En el umbral de esa casa parece manifestarse el misterio de nuestra humanidad: por un lado, estaba la fiesta por el hijo encontrado y, por otro, un cierto sentimiento de traición e indignación por festejar su regreso. Por un lado, la hospitalidad para aquel que había experimentado la miseria y el dolor, que incluso había llegado a oler y a querer alimentarse con lo que comían los cerdos; por otro lado, la irritación y la cólera por darle lugar a quien no era digno ni merecedor de tal abrazo.

Así, una vez más sale a la luz la tensión que se vive al interno de nuestros pueblos y comunidades, e incluso de nosotros mismos. Una tensión que desde Caín y Abel nos habita y que estamos invitados a mirar de frente: ¿Quién tiene derecho a permanecer entre nosotros, a tener un puesto en nuestras mesas y asambleas, en nuestras preocupaciones y ocupaciones, en nuestras plazas y ciudades? Parece continuar resonando esa pregunta fratricida: acaso ¿yo soy el guardián de mi hermano? (cf. Gn 4,9).

En el umbral de esa casa aparecen las divisiones y enfrentamientos, la agresividad y los conflictos que golpearán siempre las puertas de nuestros grandes deseos, de nuestras luchas por la fraternidad y para que cada persona pueda experimentar desde ya su condición y su dignidad de hijo.

Pero a su vez, en el umbral de esa casa brillará con toda claridad, sin elucubraciones ni excusas que le quiten fuerza, el deseo del Padre: que todos sus hijos tomen parte de su alegría; que nadie viva en condiciones no humanas como su hijo menor, ni en la orfandad, el aislamiento o en la amargura como el hijo mayor. Su corazón quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4).

Es cierto, son tantas las circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación; son innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y a dividirnos. No podemos negarlo. Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz. Pero la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos.

Por eso Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Sólo desde ahí podremos redescubrirnos cada día como hermanos. Sólo desde ese horizonte amplio, capaz de ayudarnos a trascender nuestras miopes lógicas divisorias, seremos capaces de alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa. Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos.

«Todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), le dice el padre a su hijo mayor. Y no se refiere tan sólo a los bienes materiales sino a ser partícipes también de su mismo amor, de su misma compasión. Esa es la mayor herencia y riqueza del cristiano. Porque en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa podamos reconocer que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre.

«Todo lo mío es tuyo», también mi capacidad de compasión, nos dice el Padre. No caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos. Nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino.

La parábola evangélica presenta un final abierto. Vemos al padre rogar a su hijo mayor que entre a participar de la fiesta de la misericordia. El evangelista no dice nada sobre cuál fue la decisión que este tomó. ¿Se habrá sumado a la fiesta? Podemos pensar que este final abierto está dirigido para que cada comunidad, cada uno de nosotros pueda escribirlo con su vida, con su mirada, con su actitud hacia los demás. El cristiano sabe que en la casa del Padre hay muchas moradas, sólo quedan afuera aquellos que no quieren tomar parte de su alegría.

Queridos hermanos, queridas hermanas, quiero darles gracias por el modo en que dan testimonio del evangelio de la misericordia en estas tierras. Gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y los aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20). Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados, sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre.

Y que el Misericordioso y el Clemente —como lo invocan tan a menudo nuestros hermanos y hermanas musulmanes— los fortalezca y haga fecundas las obras de su amor.

REUNIÓN CON SACERDOTES, RELIGIOSOS, CONSAGRADOS Y EL CONSEJO ECUMÉNICO DE IGLESIAS

Catedral de Rabat, 

Queridos hermanos y hermanas, bonjour à tous!
Estoy muy feliz de conocerte. Especialmente agradezco al Padre Germain y a la Hermana Mary por sus testimonios. También deseo saludar a los miembros del Consejo Mundial de Iglesias, que muestra visiblemente la comunión vivida aquí en Marruecos entre cristianos de diferentes denominaciones, en el camino hacia la unidad. Los cristianos son un número pequeño en este país. Pero esta realidad no es, en mi opinión, un problema, aunque reconozco que a veces puede ser difícil vivir para algunos. Tu situación me recuerda la pregunta de Jesús: "¿Cómo es el reino de Dios y con qué puedo compararlo?" [...] Es similar a la levadura, que una mujer tomó y mezcló en tres medidas de harina, hasta que fue todo fermentado "( Lc13,18.21). Parafraseando las palabras del Señor, podemos preguntarnos: ¿Cómo es un cristiano en estas tierras? ¿Con qué puedo compararlo? Es similar a un poco de levadura que la iglesia madre quiere mezclar con una gran cantidad de harina, hasta que toda la masa se fermenta. De hecho, ¡Jesús no nos eligió y nos envió a ser los más numerosos! Nos llamó para una misión. Nos puso en la sociedad como esa pequeña cantidad de levadura: la levadura de las bienaventuranzas y del amor fraternal en la que, como cristianos, todos podemos encontrarnos para hacer presente su Reino. Y aquí recuerdo el consejo que San Francisco dio a sus hermanos cuando los envió: "Id y predicad el Evangelio: si es necesario, incluso con palabras".

Esto significa, queridos amigos, que nuestra misión como bautizados, como sacerdotes, como personas consagradas, no está determinada en particular por el número o la cantidad de espacio que ocupan, sino por la capacidad de generar y provocar cambios, asombro y compasión; de la manera en que vivimos como discípulos de Jesús, en medio de aquellos con quienes compartimos la vida cotidiana, las alegrías, las tristezas, los sufrimientos y las esperanzas (ver Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes , 1). En otras palabras, los caminos de la misión no pasan por el proselitismo. Por favor, no pases por el proselitismo! Recordemos a Benedicto XVI: "La Iglesia crece no por el proselitismo, sino por la atracción, por el testimonio". No pasan por el proselitismo, que siempre conduce a un callejón sin salida, sino por nuestro modo de estar con Jesús y con los demás. Entonces, el problema no es ser pequeño, sino ser insignificante, volverse una sal que ya no tiene el sabor del Evangelio. ¡Este es el problema! - o una luz que ya no ilumina nada (ver Mt 5 : 13-15).

Creo que la preocupación surge cuando los cristianos estamos atormentados por el pensamiento de ser significativos solo si somos la misa y si ocupamos todos los espacios. Usted sabe bien que la vida se juega con la capacidad que tenemos para "elevarnos" donde estamos y con quién nos encontramos. Aunque puede parecer que esto no trae beneficios tangibles o inmediatos (ver Exhortación apostólica Evangelii Gaudium , 210). ). Porque ser cristiano no es adherirse a una doctrina, ni a un templo, ni a un grupo étnico. Ser cristiano es un encuentro, un encuentro con Jesucristo. Somos cristianos porque hemos sido amados y conocidos y no el fruto del proselitismo. Ser cristiano significa saber cómo ser perdonado, saber que estamos invitados a actuar de la misma manera que Dios ha actuado con nosotros, ya que "todo esto sabrá que ustedes son mis discípulos: si se aman unos a otros" ( Jn 13, 35).

Consciente del contexto en el que estás llamado a vivir tu vocación bautismal, tu ministerio, tu consagración, queridos hermanos y hermanas, recuerdo la palabra del Papa San Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam : «La Iglesia debe dialogar con el mundo en el que se encuentra viviendo. La Iglesia se convierte en palabra; la Iglesia se convierte en un mensaje; La Iglesia se convierte en diálogo "(n. 67). Afirmar que la Iglesia debe dialogar no depende de una moda: hoy existe una moda para el diálogo, no, no depende de eso, y mucho menos de una estrategia para aumentar el número de miembros, no, ni siquiera es una estrategia. . Si la Iglesia quiere dialogar, es por fidelidad a su Señor y Maestro que, desde el principio, conmovida por el amor, quiso dialogar como amiga e invitarnos a participar en su amistad (véase Concilio Ecuménico Vaticano II). , Constitución dogmática Dei Verbum , 2). Así, como discípulos de Jesucristo, somos llamados, desde el día de nuestro bautismo, a ser parte de este diálogo de salvación y amistad. , de los cuales somos los primeros beneficiarios.

El cristiano, en estas tierras, aprende a ser un sacramento vivo del diálogo que Dios quiere involucrar con cada hombre y mujer, en cualquier condición en que vivan. Un diálogo que, por lo tanto, estamos invitados a llevar a cabo a la manera de Jesús, mansos y humildes de corazón (ver Mt.11.29), con un amor ferviente y desinteresado, sin cálculos y sin límites, respetando la libertad de las personas. En este sentido, encontramos hermanos mayores que nos muestran el camino, porque con sus vidas han sido testigos de que esto es posible, una "gran medida" que nos desafía y nos estimula. ¿Cómo podemos no evocar la figura de San Francisco de Asís que, en el apogeo de la cruzada, fue a encontrarse con el Sultán al-Malik al-Kamil? ¿Y cómo no podemos mencionar al beato Charles de Foucault, quien, profundamente marcado por la vida humilde y oculta de Jesús en Nazaret, a quien adoraba en silencio, quería ser un "hermano universal"? ¿O, de nuevo, aquellos hermanos y hermanas cristianos que han elegido solidarizarse con un pueblo hasta el punto de dar sus vidas? Así, cuando la Iglesia, fiel a la misión recibida del Señor,entra en diálogo con el mundo y entabla conversación , participa en el advenimiento de la fraternidad, que tiene su fuente profunda no en nosotros sino en la paternidad de Dios.

Este diálogo de salvación, como personas consagradas, nos invita a vivirlo principalmente como una intercesión por las personas que nos han sido confiadas. Recuerdo que una vez, hablando con un sacerdote que era como tú en una tierra donde los cristianos son una minoría, me dijo que la oración del "Padre Nuestro" había adquirido un eco especial en él porque, rezando entre personas de otras religiones , sintió las palabras " danos hoy nuestro pan de cada día " .». La oración de intercesión del misionero también por esa gente, que había sido confiada en cierta medida, no para ser administrada sino para ser amada, lo llevó a rezar esta oración con un tono y gusto especial. El consagrado, el sacerdote lleva a su altar, en su oración, la vida de sus compatriotas y mantiene vivo, como a través de una pequeña brecha en esa tierra, la fuerza vivificadora del Espíritu. Qué maravilloso es saber que, en diferentes rincones de esta tierra, en sus voces la creación puede implorar y continuar diciendo: "¡Padre nuestro!"

Es un diálogo que, por lo tanto, se convierte en oración y que podemos concretar todos los días en nombre de "la" hermandad humana "que abarca a todos los hombres, los une y los hace iguales. En nombre de esta hermandad desgarrada por políticas fundamentalistas y divisionales y por sistemas inmoderados de ingresos y tendencias ideológicas odiosas que manipulan las acciones y los destinos de los hombres "( Documento sobre la Hermandad Humana , Abu Dhabi, 4 de febrero de 2019). Una oración que no distingue, no separa y no margina, sino que hace eco de la vida de los demás; Oración de intercesión que puede decir al Padre: " ven, tu reino.». No con violencia, ni con odio, ni con la supremacía económica, étnica, religiosa, etc., sino con la fuerza de la compasión vertida en la Cruz para todos los hombres. Esta es la experiencia vivida por la mayoría de ustedes.

Agradezco a Dios por lo que han hecho, como discípulos de Jesucristo, aquí en Marruecos, encontrando cada día en el diálogo, la colaboración y la amistad las herramientas para sembrar el futuro y la esperanza. Así desenmascarado y capaz de resaltar todos los intentos de usar las diferencias y la ignorancia para sembrar miedo, odio y conflicto. Porque sabemos que el miedo y el odio, alimentados y manipulados, desestabilizan y dejan a nuestras comunidades espiritualmente indefensas.

Te animo, sin ningún otro deseo más que hacer visible la presencia y el amor de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (ver 2 Cor.8,9): continúen estando cerca de aquellos que a menudo se quedan atrás, los pequeños y los pobres, los prisioneros y los migrantes. Que su caridad esté siempre activa y, por lo tanto, sea una forma de comunión entre los cristianos de todas las confesiones presentes en Marruecos: el ecumenismo de la caridad. Que también sea una forma de diálogo y cooperación con nuestros hermanos y hermanas musulmanes y con todas las personas de buena voluntad. Es la caridad, especialmente hacia los más débiles, la mejor oportunidad que tenemos para continuar trabajando en favor de una cultura de encuentro. Que finalmente sea de esa manera la que permite que las personas heridas, enjuiciadas y excluidas se reconozcan como miembros de la única familia humana, en el signo de la fraternidad. Como discípulos de Jesucristo, en este mismo espíritu de diálogo y cooperación,

Les agradezco a todos ustedes, hermanos y hermanas, su presencia y su misión aquí en Marruecos. Gracias por su humilde y discreto servicio, siguiendo el ejemplo de nuestros ancianos en la vida consagrada, entre los cuales quiero saludar a la decana, hermana Ersilia. A través de usted, querida hermana, dirijo un saludo cordial a las hermanas y hermanos mayores que, debido a su estado de salud, no están físicamente presentes, sino que están unidos con nosotros a través de la oración.

Todos ustedes son testigos de una historia que es gloriosa porque es una historia de sacrificios, de esperanza, de lucha diaria, de vida consumida en servicio, de constancia en trabajo arduo, porque cada trabajo es un sudor de la frente. Pero déjame decirte también: "No solo tienes una historia gloriosa para recordar y contar, ¡sino una gran historia para construir! Mira hacia el futuro, asiste al futuro, en el que el Espíritu te proyecta "(Exhortación apostólica posterior a Vita Consecrata , 110), para seguir siendo un signo vivo de esa fraternidad a la que el Padre nos ha llamado, sin voluntarismo y resignación. pero como creyentes que saben que el Señor siempre nos precede y abre espacios de esperanza donde algo o alguien parecía perdido.

El Señor los bendiga a cada uno de ustedes y, a través de usted, a los miembros de todas sus comunidades. Su Espíritu te ayudará a dar frutos en abundancia: frutos de diálogo, justicia, paz, verdad y amor, para que aquí, en esta tierra amada por Dios, crezca la fraternidad humana. Y por favor no olvides orar por mí. Gracias!

[Cuatro niños van al Papa. Él dice: « Voici le futur! Le maintenant et le futur!  ».

Y ahora nos ponemos bajo la protección de la Virgen María recitando el Ángelus .

LIBRO: "MEDITACIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA"

«El presente libro se basa en materiales presentados y sometidos a crítica y contraste en numerosos foros, como clases, congresos, conferencias, capítulos y artículos. [...] cada uno de los capítulos puede ser leído por separado, pues en cada uno de ellos se plantea una pregunta filosófica y se obtienen conclusiones tras la pertinente argumentación» (De la Introducción)
Biblioteca de Autores Crsitianos (BAC)
Vivimos una época de desconcierto en cuanto a la imagen del ser humano. Para unos es simplemente un animal más, para otros es una suerte de robot complicado. En uno y otro caso se hace imposible la acción libre y personal. Hay quien piensa, por el contrario, que somos pura libertad, que carecemos de una naturaleza que nos condicione y nos oriente. Son visiones diferentes del ser humano, pero todas ellas tienen el mismo efecto práctico: acaban justificando, prediciendo o incluso recomendando la transformación del ser humano en un artefacto post-humano. Ante esta situación queremos repensar lo humano e invitar al lector a hacerlo con nosotros. ¿Desde dónde? Desde la convicción profunda de que cada ser humano es ya infinitamente valioso. Desde el sentido común, que nos indica que sí tenemos una naturaleza propia, tanto como una cierta libertad de realización personal. Desde la tradición aristotélica, entendida como alta elaboración filosófica del sentido común. Esta tradición nos enseña que el ser humano tienes aspectos animales, sociales y espirituales. Que resulta, en consecuencia, tan vulnerable y dependiente como autónomo. Que precisa, para su plena realización, de unos entornos adecuados a la ecología humana. Y nos muestra, por último, cómo todos estos aspectos se integran y realizan libremente, por mutua diferenciación, en la unidad irrepetible de cada persona.

Alfredo F. Marcos Martínez, catedrático de filosofía de la ciencia en la Universidad de Valladolid, ha publicado numerosos libros y artículos sobre filosofía de la biología, ética ambiental, bioética, estudios aristotélicos y naturaleza humana. Actualmente coordina en Valladolid el Doctorado Interuniversitario en Lógica y Filosofía de la Ciencia.

Moisés Pérez Marcos, doctor en filosofía y licenciado en teología, es profesor de filosofía del lenguaje de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia. Ha publicado diferentes trabajos sobre las relaciones entre ciencia y religión y la filosofía de santo Tomás de Aquino, así como sobre cosmovisión naturalista y sus consecuencias para la comprensión del ser humano.

ENCUENTRO CON LOS MIGRANTES. SALUDO DEL SANTO PADRE

Queridos amigos:

Me complace tener esta oportunidad de encontraros durante mi visita al Reino de Marruecos. Es una ocasión que me permite expresaros nuevamente mi cercanía y hacer frente con vosotros a esta herida grande y dolorosa que continúa desgarrando los inicios de este siglo XXI. Herida que clama al cielo, y por eso no queremos que nuestra palabra sea la indiferencia y el silencio (cf. Ex 3,7). Mucho más cuando se constata que son muchos millones los refugiados y los demás migrantes forzados que piden la protección internacional, sin contar a las víctimas de la trata y de las nuevas formas de esclavitud en manos de organizaciones criminales. Nadie puede ser indiferente ante este dolor.

Agradezco a Mons. Santiago sus palabras de bienvenida y el compromiso de la Iglesia en favor de los migrantes. También agradezco a Jackson por su testimonio, y a todos vosotros, migrantes y miembros de las asociaciones que están a su servicio, que habéis venido aquí esta tarde para estar juntos, para fortalecer los lazos entre nosotros y que sigamos comprometiéndonos en asegurar condiciones de vida dignas para todos. Y gracias a los niños. Ellos son la esperanza. Por ellos tenemos que luchar, por ellos. Ellos tienen derecho, derecho a la vida, derecho a la dignidad. Luchemos por ellos. Todos estamos llamados a responder a los numerosos desafíos planteados por las migraciones contemporáneas,con generosidad, diligencia, sabiduría y amplitud de miras, cada uno según sus propias posibilidades (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018).

Hace algunos meses tuvo lugar aquí en Marruecos la Conferencia Intergubernamental de Marrakech, que ratificó la adopción del Pacto Mundial para una migración segura, ordenada y regular. «El Pacto sobre migración representa un importante paso adelante para la comunidad internacional que, por primera vez a nivel multilateral y en el ámbito de las Naciones Unidas, aborda el tema en un documento relevante»(Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 7 enero 2019).

Este Pacto nos permite reconocer y tomar conciencia de que «no se trata solo de migrantes» (cf. Tema de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2019), como si sus vidas fueran una realidad extraña o marginal que no tuviera nada que ver con el resto de la sociedad. Como si su condición de personas con derechos permaneciera “suspendida” debido a su situación actual; «en efecto, un migrante no es más humano o menos humano, en función de su ubicación a un lado o a otro de una frontera»[1].

Lo que está en juego es el rostro que queremos darnos como sociedad y el valor de cada vida. Se han dado muchos pasos positivos en diferentes ámbitos, especialmente en las sociedades desarrolladas, pero no podemos olvidar que el progreso de nuestros pueblos no puede medirse solo por el desarrollo tecnológico o económico. Este depende sobre todo de la capacidad de dejarse conmover por quien llama a la puerta y que con su mirada estigmatiza y depone a todos los falsos ídolos que hipotecan y esclavizan la vida, ídolos que prometen una aparente y fugaz felicidad, construida al margen de la realidad y del sufrimiento de los demás. ¡Qué desierta e inhóspita se vuelve una ciudad cuando pierde la capacidad de compasión! Una sociedad sin corazón... una madre estéril. Vosotros no estáis marginados, estáis en el centro del corazón de la Iglesia.

He querido ofrecer cuatro verbos —acoger, proteger, promover e integrar— para que quien quiera ayudar a hacer esta alianza más concreta y real pueda involucrarse con sabiduría en vez de permanecer en silencio, ayudar en lugar de aislar, construir en vez de abandonar.

Queridos amigos, me gustaría insistir sobre la importancia de estos cuatro verbos. Forman como un marco de referencia para todos. De hecho, en este compromiso estamos todos implicados —de diferentes maneras, pero todos implicados—, y todos somos necesarios para garantizar una vida más digna, segura y solidaria. Me gusta pensar que el primer voluntario, asistente, socorrista y amigo de un migrante es otro migrante que conoce en primera persona el sufrimiento del camino. No se puede pensar en estrategias a gran escala, capaces de dar dignidad, limitándose solo a acciones de asistencia al migrante. Son indispensables, pero insuficientes. Es necesario que vosotros, migrantes, os sintáis como los primeros protagonistas y ejecutores en todo este proceso.

Estos cuatro verbos pueden ayudar a crear alianzas capaces de recuperar espacios donde acoger, proteger, promover e integrar. En definitiva, espacios para dar dignidad.

«Considerando el escenario actual, acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino» (Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018). De hecho, la ampliación de los canales migratorios regulares es uno de los principales objetivos del Pacto Mundial. Este compromiso común es necesario para no otorgar nuevos espacios a los “mercaderes de carne humana” que especulan con los sueños y las necesidades de los migrantes. Y hasta que este compromiso no se realice plenamente, habrá que afrontar la realidad apremiante de los flujos irregulares con justicia, solidaridad y misericordia. Las formas de expulsión colectiva, que no permiten un manejo correcto de los casos particulares, no pueden ser aceptadas. Por otro lado, los caminos extraordinarios de regularización, especialmente en el caso de las familias y de los menores, han de ser alentados y simplificados.

Proteger quiere decir que se garantice la defensa «de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio» (ibíd.). En lo que concierne a la realidad de esta región, la protección se debe asegurar ante todo a lo largo de las rutas migratorias que, lamentablemente, son a menudo escenarios de violencia, explotación y abusos de todo tipo. Aquí también es necesario prestar especial atención a los migrantes en situación de gran vulnerabilidad, a los numerosos menores no acompañados y a las mujeres. Es esencial poder garantizar a todos una asistencia médica, psicológica y social adecuada con el propósito de devolver la dignidad a quienes la han perdido en el camino, como hacen con dedicación los trabajadores de esta estructura. Y hay algunos entre vosotros que pueden testimoniar lo importante que son estos servicios de protección, para dar esperanza durante el tiempo de permanencia en los países que los han acogido.

Promover significa garantizar a todos, migrantes y locales, la posibilidad de encontrar un ambiente seguro que les permita realizarse integralmente. Esta promoción comienza reconociendo que ninguno es un desecho humano, sino que es portador de una riqueza personal, cultural y profesional que puede aportar mucho ahí donde se encuentra. Las sociedades de acogida se enriquecerán si saben valorizar adecuadamente la aportación de los migrantes, evitando todo tipo de discriminación y cualquier sentimiento xenófobo. Debe fomentarse vivamente el aprendizaje de la lengua local como vehículo esencial de comunicación intercultural, así como toda forma positiva de responsabilizar a los migrantes respecto a la sociedad que los acoge, aprendiendo a respetar las personas y las relaciones sociales, las leyes y la cultura, para que así ofrezcan una mejor aportación al desarrollo humano integral de todos.

Pero no nos olvidemos que la promoción humana de los migrantes y sus familias empieza ya desde sus comunidades de origen, donde se debe garantizar, junto al derecho a emigrar, también el de no estar obligados a emigrar, es decir, el derecho a encontrar en la propia patria las condiciones que permitan una vida digna. Aprecio y aliento los esfuerzos de los programas de cooperación internacional y de desarrollo transnacional desvinculados de intereses parciales, que tienen a los migrantes como protagonistas principales (cf. Discurso a los participantes en el foro internacional sobre "migración y paz", 21 febrero 2017).

Integrar quiere decir comprometerse en un proceso que valorice tanto el patrimonio cultural de la comunidad receptora como el de los migrantes, construyendo así una sociedad intercultural y abierta. Sabemos que no es nada fácil entrar en una cultura que nos es ajena —ya sea para quienes llegan como para quien acoge—, ponernos en el lugar de personas tan diferentes a nosotros, comprender sus pensamientos y experiencias. Así, a menudo renunciamos al encuentro con el otro y levantamos barreras para defendernos (cf. Homilía en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, 14 enero 2018). Integrar requiere, por consiguiente, no dejarse condicionar por los miedos y la ignorancia.

Este es un camino que hemos de recorrer juntos, como verdaderos compañeros de viaje, que involucra a todos, migrantes y locales, en la construcción de ciudades acogedoras, plurales y atentas a los procesos interculturales, ciudades capaces de valorizar la riqueza de las diferencias en el encuentro con el otro. Y también en este caso, muchos de vosotros podéis manifestar personalmente la necesidad de un compromiso como este.

Queridos amigos migrantes: la Iglesia reconoce los sufrimientos que afligen vuestro camino y padece con vosotros. Ella desea recordar, acercándose a vuestra situación particular, que Dios quiere que todos tengamos vida. También quiere estar a vuestro lado para construir con vosotros lo que sea mejor para vuestra vida. Porque todo hombre tiene derecho a la vida, todo hombre tiene derecho a soñar y a poder encontrar el lugar que le corresponde en nuestra “casa común”. Toda persona tiene derecho al futuro.

Asimismo, quisiera expresar mi gratitud a todas las personas que se han puesto al servicio de los migrantes y refugiados en todo el mundo, y hoy de manera especial a vosotros, miembros de Caritas que, en nombre de toda la Iglesia, tenéis el honor de manifestar el amor misericordioso de Dios a tantas hermanas y hermanos nuestros, así como también a todos los miembros de las demás asociaciones vinculadas. Vosotros bien sabéis y experimentáis que para el cristiano “no se trata solo de migrantes”, sino de Cristo mismo que llama a nuestra puerta.

Que el Señor, que durante su vida terrenal vivió en carne propia el sufrimiento del exilio, bendiga a cada uno de vosotros, os dé la fuerza necesaria para no desanimaros y para ser unos con otros “puerto seguro” de acogida.

Muchas gracias.

[1] Discurso de S.M. el Rey de Marruecos a la Conferencia Intergubernamental sobre las migraciones, Marrakech, 10 diciembre 2018.

ENCUENTRO CON EL PUEBLO MARROQUÍ, LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE. Explanada de la Torre Hasán

Majestad,
Altezas reales,
distinguidas Autoridades del Reino de Marruecos,
miembros del Cuerpo diplomático,
queridos amigos marroquíes,

As-Salam Alaikum!

Me alegro de pisar el suelo de este país, rico en tantas bellezas naturales, custodio de vestigios de antiguas civilizaciones y testigo de una historia fascinante. Ante todo, deseo expresar mi sincero y cordial agradecimiento a Su Majestad Mohammed VI por su gentil invitación y por la calurosa acogida que me ha dispensado en nombre de todo el pueblo marroquí, y especialmente por las amables palabras que me ha dirigido.

Esta visita es para mí motivo de gozo y gratitud porque me permite descubrir la riqueza de vuestra tierra, de vuestro pueblo y de vuestras tradiciones. Gratitud que se transforma en una importante oportunidad para promover el diálogo interreligioso y el conocimiento recíproco entre los fieles de nuestras dos religiones, al mismo tiempo que recordamos —ochocientos años después— el histórico encuentro entre san Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kamil. Aquel acontecimiento profético manifiesta que la valentía del encuentro y de la mano tendida son un camino de paz y de armonía para la humanidad, allí donde el extremismo y el odio son factores de división y destrucción. Además, deseo que la estima, el respeto y la colaboración entre nosotros contribuyan a profundizar nuestros lazos de amistad sincera, para que nuestras comunidades preparen un futuro mejor para las nuevas generaciones.

Aquí en esta tierra, puente natural entre África y Europa, deseo insistir en la necesidad de unir nuestros esfuerzos para dar un nuevo impulso a la construcción de un mundo más solidario, más comprometido en el empeño honesto, valiente e indispensable por un diálogo que respete las riquezas y particularidades de cada pueblo y de cada persona. Este es un desafío que todos nosotros estamos llamados a afrontar, sobre todo en este tiempo en el que se corre el riesgo de hacer de las diferencias y el desconocimiento recíproco motivos de rivalidad y disgregación.

Por tanto, para participar en la edificación de una sociedad abierta, plural y solidaria, es esencial desarrollar y asumir constantemente y sin flaquear la cultura del diálogo como el camino a seguir; la colaboración, como conducta; el conocimiento recíproco, como método y criterio (cf. Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Este es el camino que estamos llamados a recorrer sin cansarnos nunca, para ayudarnos a superar juntos las tensiones y las incomprensiones, las máscaras y los estereotipos que conducen siempre al miedo y a las contraposiciones; y así abrir el camino a un espíritu de colaboración fructífera y respetuosa. En efecto, es indispensable oponer al fanatismo y al fundamentalismo la solidaridad de todos los creyentes, teniendo como referencias inestimables de nuestro actuar los valores que nos son comunes. En este sentido, me alegro de poder visitar en unos momentos el Instituto Mohammed VI para imanes, predicadores y predicadoras, que Vuestra Majestad ha deseado para ofrecer una formación adecuada y sana contra todas las formas de extremismo, que llevan a menudo a la violencia y al terrorismo y que, en todo caso, constituyen una ofensa a la religión y a Dios mismo. De hecho, sabemos que los futuros líderes religiosos necesitan una preparación apropiada, si queremos reavivar el verdadero sentido religioso en el corazón de las nuevas generaciones.

Por tanto, un diálogo auténtico nos invita a no subestimar la importancia del factor religioso para construir puentes entre los hombres y para afrontar con éxito los desafíos mencionados anteriormente. Ciertamente, y en el respeto de nuestras diferencias, la fe en Dios nos lleva a reconocer la eminente dignidad de todo ser humano, como también sus derechos inalienables. Nosotros creemos que Dios ha creado los seres humanos iguales en derechos, deberes y dignidad, y que los ha llamado a vivir como hermanos y a difundir los valores del bien, de la caridad y de la paz. Por esa razón, la libertad de conciencia y la libertad religiosa —que no se limita solo a la libertad de culto, sino a permitir que cada uno viva según la propia convicción religiosa— están inseparablemente unidas a la dignidad humana. Con este espíritu, es necesario que pasemos siempre de la simple tolerancia al respeto y a la estima de los demás. Porque se trata de descubrir y aceptar al otro en la peculiaridad de su fe y enriquecerse mutuamente con la diferencia, en una relación marcada por la benevolencia y la búsqueda de lo que podemos hacer juntos. Así entendida, la construcción de puentes entre los hombres, desde el punto de vista interreligioso, pide ser vivida bajo el signo de la convivencia, de la amistad y, más aún, de la fraternidad.

La Conferencia internacional sobre los derechos de las minorías religiosas en el mundo islámico, realizada en Marrakech en enero de 2016, afrontó dicha cuestión. Y me alegro que ella haya permitido condenar cualquier uso instrumental de una religión para discriminar o agredir a las otras, evidenciando la necesidad de ir más allá del concepto de minoría religiosa en favor de aquel de ciudadanía y de reconocimiento del valor de la persona, que debe poseer un carácter central en todo ordenamiento jurídico.

También considero un gesto profético la creación del Instituto Ecuménico Al Mowafaqa, en Rabat, en el año 2012, por iniciativa católica y protestante en Marruecos, Instituto que quiere contribuir a la promoción del ecumenismo, como también del diálogo con la cultura y con el Islam. Esta loable iniciativa expresa la preocupación y la voluntad de los cristianos que viven en este país en construir puentes que manifiesten y sirvan a la fraternidad humana.

Todos estos procesos que detendrán la «instrumentalización de las religiones para incitar al odio, a la violencia, al extremismo o al fanatismo ciego y que se deje de usar el nombre de Dios para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019).

El diálogo genuino que queremos desarrollar nos lleva también a tomar en consideración el mundo en el que vivimos, nuestra casa común. Por esta razón, la Conferencia internacional sobre el cambio climático, COP 22, también realizada aquí en Marruecos, ha confirmado una vez más la toma de conciencia, por parte de muchas naciones, sobre la necesidad de proteger el planeta en el que Dios nos ha dado la vida y de contribuir a una verdadera conversión ecológica para un desarrollo humano integral. Expreso mi agradecimiento por todos los avances realizados en este campo y celebro la puesta en acto de una verdadera solidaridad entre las naciones y los pueblos, con el fin de encontrar soluciones justas y duraderas a los flagelos que amenazan la casa común y la supervivencia misma de la familia humana. De forma conjunta y en un diálogo paciente y prudente, franco y sincero, es como esperamos que se puedan encontrar respuestas adecuadas, para invertir el proceso del calentamiento global y lograr erradicar la pobreza (cf. Carta enc. Laudato si’, 175).

Del mismo modo, la grave crisis migratoria que hoy estamos afrontando es una llamada urgente para que todos busquemos los medios concretos para erradicar las causas que obligan a tantas personas a dejar su país, su familia, y a encontrarse frecuentemente marginadas, rechazadas. Desde este punto de vista, el pasado mes de diciembre, aquí en Marruecos, la Conferencia intergubernamental sobre el Pacto mundial para una migración segura, ordenada y regular aprobó un documento que quiere ser un punto de referencia para toda la comunidad internacional. Al mismo tiempo, es verdad que aún queda mucho por hacer, sobre todo porque es necesario pasar de los compromisos contraídos con ese documento, al menos a nivel moral, a acciones concretas y, en especial, a un cambio de disposición hacia los migrantes, que los afirme como personas, no como números, que reconozca sus derechos y su dignidad en los hechos y en las decisiones políticas. Vosotros sabéis cuánto me preocupa la suerte, a menudo terrible, de estas personas que en gran parte no dejarían sus países si no estuvieran obligadas a hacerlo. Espero que Marruecos, que con gran disponibilidad y exquisita hospitalidad acogió esa Conferencia, quiera continuar siendo, en la comunidad internacional, un ejemplo de humanidad para los migrantes y los refugiados, de manera que puedan ser, aquí, como en cualquier otro lugar, acogidos y protegidos con humanidad, se promueva su situación y sean integrados con dignidad. Que, cuando las condiciones lo permitan, puedan decidir regresar a casa en condiciones de seguridad, que respeten su dignidad y sus derechos. Se trata de un fenómeno que nunca encontrará una solución en la construcción de barreras, en la difusión del miedo al otro o en la negación de asistencia a cuantos aspiran a una legítima mejora para sí mismos y para sus familias. Sabemos también que la consolidación de una paz verdadera pasa a través de la búsqueda de justicia social, indispensable para corregir los desequilibrios económicos y los desórdenes políticos que han sido siempre los principales factores de tensión y de amenaza para toda la humanidad.

Majestad y honorables autoridades, queridos amigos: Los cristianos se alegran por el lugar que les han hecho en la sociedad marroquí. Ellos quieren contribuir en la edificación de una nación solidaria y próspera, teniendo como preocupación el bien común del pueblo. Desde este punto de vista, me parece significativo el compromiso de la Iglesia Católica en Marruecos, en sus obras sociales y en el campo de la educación a través de sus escuelas abiertas a los estudiantes de cualquier confesión, religión y origen. Por eso, mientras doy gracias a Dios por el camino realizado, permitidme animar a los católicos y cristianos a ser aquí, en Marruecos, servidores, promotores y defensores de la fraternidad humana.

Majestad, distinguidas autoridades, queridos amigos: Os agradezco una vez más, así como a todo el pueblo marroquí, vuestra acogida tan calurosa y vuestra cortés atención. Shukran bi-saf! El Omnipotente, clemente y misericordioso, os proteja y bendiga a Marruecos. Gracias.

sábado, 30 de marzo de 2019

Las religiosas de los quemados que va a visitar el Papa

«¡Cómo íbamos a pensar que todo un Sumo Pontífice iba a venir a nuestra pequeña obra!», exclama aún sorprendida sor Gloria Carrilero, superiora del centro rural de las Hijas de la Caridad a las afueras de Temara, a 23 kilómetros de Rabat. «Nos han comentado que al Papa le propusieron visitar varios lugares dentro de Rabat. Pero al ver una referencia a nosotras, preguntó dónde estábamos» y optó por este lugar de periferia. «Estamos rodeadas de gente muy necesitada –explica–. Llevo en Marruecos 28 años, y aquí es donde he visto a más gente viviendo en chabolas. No tienen agua, y en una sola habitación vive la familia con cinco o seis hijos». A pesar de los esfuerzos del Gobierno (en la cercana Tamesna, «la mitad de la población es gente que vivía en chabolas y ahora están en pisitos de protección oficial»), la alta natalidad hace que estos poblados no dejen de crecer.

Las hijas de la Caridad son especialmente célebres por su dispensario, especializado en atención a quemados. Cada día atienden a una veintena de ellos, sobre todo niños. «Los fuegos en esas casas están bajos, o las madres tienen a los niños en brazos mientras hacen el té y les cae agua hirviendo… Algunas personas, para llegar, hacen varios kilómetros campo a través, y luego cogen un taxi colectivo y un autobús». También distribuyen medicación psiquiátrica a personas que no pueden permitírsela.

Sor Gloria en concreto está más implicada en la vertiente educativa de su misión: clases de refuerzo y comedor para 80 niños («algunos han llegado a la universidad con beca», afirma orgullosa la superiora), y costura y alfabetización para 70 mujeres: sus madres «y alguna abuela». «Aprenden a leer y escribir en árabe, las cuentas y a manejar la moneda. La costumbre aquí es que sea el hombre el que haga todo, pero ellas tienen que saber gestionar su dinero. He conocido a algunas que si iban de viaje llevaban a los niños para leer los carteles». También les dan charlas sobre higiene, nutrición y cuidado de los niños, y trabajan «para que conozcan sus derechos. Pero sin promover que se subleven contra sus maridos. Los extranjeros no podemos meternos en cosas políticas. Ellos también se relacionan con naturalidad con nosotras, y notamos que se fían».

viernes, 29 de marzo de 2019

Domingo IV de Cuaresma (Ciclo C)

Evangelio (Lc 15,1-3.11-32): En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre. 

»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta. 

»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’»
PALABRA DE DIOS

COMPARTIMOS:

Hoy, domingo Laetare (“Alegraos”), cuarto de Cuaresma, escuchamos nuevamente este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios.

Siempre me he preguntado si la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo pródigo” con la cual se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el nombre de la parábola del “Padre prodigioso”.

Efectivamente, el Padre de la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el punto de no ahorrar la vida de su Hijo).

Este domingo tiene un matiz de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo “alegraos”, palabra presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo —muerto y resucitado— su misericordia.

San Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que damos a Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado. A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia, a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y volver al Padre que nos ama!

jueves, 28 de marzo de 2019

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy pasamos a considerar la segunda parte del Padrenuestro, en la que presentamos a Dios nuestras necesidades. Y la primera es el pan, que significa lo necesario para la vida: alimento, agua, casa, medicinas, trabajo. Es una súplica que surge de la misma existencia humana, con sus problemas concretos, cotidianos, que pone en evidencia lo que a veces olvidamos: que no somos autosuficientes, sino que dependemos de la bondad de Dios.

Los Evangelios nos muestran que para mucha gente el encuentro con Jesús se da, precisamente, a través de una súplica, pidiendo una necesidad: desde la más elemental, la del pan, hasta otras no menos importantes, como la liberación y la salvación.

En la invocación: «Danos hoy nuestro pan de cada día», Jesús nos enseña a pedir al Padre el pan cotidiano, unidos a tantos hombres y mujeres, para quienes esta oración es un grito doloroso que acompaña el ansia de cada día, porque se carece de lo necesario para vivir. Por eso Jesús nos invita a suplicar “nuestro” pan, sin egoísmos, en fraternidad. Porque si no lo rezamos de esta manera, el Padrenuestro deja de ser una oración cristiana. Si decimos que Dios es nuestro Padre, estamos llamados a presentarnos ante Él como hermanos, unidos en solidaridad y dispuestos a compartir el pan con los demás; en definitiva, a sentir en “mi hambre” también el hambre de muchos que hoy en día carecen de lo necesario.

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor que no nos haga faltar nuestro pan cotidiano, y nos ayude a comprender que este no es una propiedad privada sino, ayudados por su gracia, es providencia para compartir y oportunidad para salir al encuentro de los demás, especialmente de los pobres y necesitados. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Fue niña en el genocidio de Camboya; adulta, rezó a Cristo... y una teleserie la llevó a bautizarse

En abril de 1975, el régimen comunista de los Jemeres Rojos y el Angkar, el partido comunista de Camboya, tomaron el control de este pequeño país asiático de tradición budista. Ordenaron evacuar las ciudades y trasladaron a casi toda la población al campo, en condiciones de esclavitud. Los intelectuales, los que sabían leer y escribir, los que habían sido funcionarios, los cristianos y los que hablaban lenguas extranjeras o conocían algo de Occidente, fueron masacrados.

Después, seguirían las matanzas con cualquier excusa. Se considera que entre 1,5 y 3 millones de camboyanos murieron asesinados por este régimen en campos de la muerte, hambrunas planificadas o puras ejecuciones. Aproximadamente, uno de cada cinco habitantes. La película Killing Fields (Los gritos del silencio) expresaría al mundo cómo fueron esos años.

Entre las víctimas estuvo el padre de Phally Budock, una camboyana que será bautizada católica esta vigilia pascual de 2019 en Silver Spring (Maryland, EEUU).

Al conocer a Cristo, ella ha sido capaz de perdonar, pero entiende que los que no lo conocen no consigan perdonar. A ella le costó 40 años... y tiene muchas heridas, que ha explicado al Catholic Standard.

A los 5 años, le quitaron al padre y la enviaron a campos de trabajo

En 1975 ella tenía 5 años. Su padre presidía un banco rural en Camboya y había estudiado en Estados Unidos. Los jemeres la llevaron con toda su familia a un campo de trabajo en medio de la jungla, al norte del país. Recuerda vivamente que los soldados se llevaban a su padre y ella corría detrás de ellos. Su madre la cogió en brazos y le dijo que papá volvería. Papá no volvió nunca. 

En los siguientes 3 años, Phally vio morir a su hermano en esa selva, lugar de trabajo, hambre y muerte. Su madre lo enterró. Después vio morir a su hermana. Vio como su madre la enterraba también. Hubo guerra con Vietnam del Sur, que derrocó a los jemeres. Al acabar, en una familia que había tenido 12 miembros, solo su madre y 5 hijos sobrevivían, y dos de ellos habían tenido la suerte de estar estudiando en el extranjero en estos años. 

Después de pasar un año en un campo de refugiados en Tailandia, consiguieron llegar a Estados Unidos como refugiados. 

Dios existía pero ¿le importaba algo el dolor humano?

Su madre, que había sido educada católica, nunca perdió la fe, ni ante los infortunios ni ante la propaganda atea de la reeducación jemer. Pero no había transmitido esa fe a la niña, ni había podido bautizarla. 

Phally no dudaba de que Dios existiera, pero se preguntaba cómo permitía tantas atrocidades y maldades, las desgracias que le pasaban a su familia y a tanta gente. ¿Era Dios una fuerza ciega, ajena al sufrir de las personas? 

Phally se casó con un católico, y alguna vez lo acompañaba a misa, pero en realidad no le interesaba nada la fe. Estaba cerrada a ella. 

El escándalo de la pobreza: salir de una misma

Hasta que en 2004, con 34 años, pudo volver a Camboya en un viaje. Ver la inmensa pobreza que había en ese país cambió su vida. Se sentía llamada a hacer algo, a ayudar, a salir de sí misma. Y eso le llevaba a preguntarse: ¿para qué sirve mi vida, por qué estoy aquí? 

Empezó un proceso de insatisfacción. Y en 2007, por primera vez, rezó a Dios, a Jesucristo, como había visto hacer a su madre alguna vez. 

"Era la primera vez que acudía a Jesucristo. Le dije: 'Señor, si tu eres el Dios del que siempre oí, ayúdame, muéstrame cuál es el propósito de mi vida, para qué me creaste'".

Tras esa oración, explica, sintió que "mi vida cambió en una dirección que me permitía conocerle personalmente, no sólo saber cosas de Él a través de mi madre como cuando yo era una muchacha que crecía".

Sí, Dios estaba "por ahí", y escuchaba. Ella más o menos se interesaba por Él, con altibajos. Pero en la Pascua de 2015 sucedió el otro gran acontecimiento que la impulsó. Vio la teleserie AD La Biblia Continúa. 

Explica lo que experimentó. Viendo a Jesús llevar la Cruz sintió que ella tomaba el lugar de Él, que podía sentir físicamente Su dolor y el peso que Él cargaba.

Inmediatamente tras esa experiencia, ella rezó y le dio gracias por lo que Jesús hizo para quitar el pecado del mundo.

Buscando, comparando y eligiendo iglesia

A partir de este momento, acompañada de su hermana Pheary Sem, empezó a visitar distintas iglesias cristianas, de distintas denominaciones, buscando conocer y seguir mejor a Jesús.

Las investigó, las comparó y llegó a la conclusión de que "el catolicismo lo tiene todo bajo un solo techo; otras denominaciones tienen solo fragmentos de esa plenitud". 

Empezó a acompañar a su madre a misa, y a gozar con la profunda fe de ella, hasta que murió en septiembre de 2018.

"Empecé a entender lo que mi madre siempre supo. Que Dios ha hecho milagros por nosotros, que actuó al sacarnos salvos de esa jungla tras la guerra y traernos a EEUU".

¿Y los horrores del mal? Estudiando la Biblia y reflexionando vio que lo que a ella le dañó fueron maldades realizadas por hombres, por su voluntad, no obras de Dios. 

La visión cristiana, y el perdón, lo cambian todo

Phally estaba escribiendo un libro sobre los crímenes y horrores del genocidio de Camboya, pero ahora, al darle un enfoque cristiano, cambia casi todo. "El mundo no se redimirá sin Jesucristo, con esfuerzo meramente humano puedes hacer poca cosa, sin la Gracia de Dios no avanzas", señala. 

Ha podido entrevistar a algunos genocidas, ha constatado su "pobreza espiritual". Algunos se han hecho cristianos y se han arrepentido de sus crímenes. 

Los camboyanos que no conocen a Jesucristo, dice, pocas veces consiguen perdonar o entender el perdón. Pero ella dice que perdonar es necesario para "reconstruir la humanidad, restaurar la pérdida y el dolor. Perdonar es dejar que sea Dios quien restaure la justicia, es dejar que Él lleve la justicia a la injusticia. Tu trabajo es dejar marchar eso, perdonar". 

Insiste en que ahora que conoce a Cristo y que sabe que Dios es justo, le es posible perdonar. Especialmente desde que ella decidió rendirse a Él, entregar su vida. 

En octubre empezó a ir a misa a Saint Andrew Apostle, en Silver Spring, y allí conoció su apostolado de laicos que ayudan a personas con dificultades. Se sumó a ese trabajo, y anima a todos a perdonar y seguir adelante, evitando la "guerra en nuestro corazón", que puede ser "un divorcio, una enfermedad, depresión, muchas cosas que nos atacan por dentro..." 

En enero habló con el párroco y ella y su hermana Pheary Sem hicieron ya su curso de preparación para el bautismo. Se bautiza en la Vigilia Pascual. "Estoy lista para hacer la voluntad de Dios, sea la que sea", explica.

martes, 26 de marzo de 2019

Tiene 97 años, sigue ejerciendo como médico, es católico ferviente y sobrevivió a su aborto


Los lunes y los miércoles, desde las siete y media de la mañana hasta las tres de la tarde, el doctor Christian Chenay recibe sin cita previa. Tiene 97 años y es el médico en activo más anciano de Francia. Ejerce en su domicilio, en Chevilly-Larue, en la Isla de Francia (departamento de Val-de-Marne), prácticamente un barrio en el sur del gran París. Está dispuesto a seguir hasta cumplir cien años "siempre que esté en forma", dice. Al menos tan en forma como ahora, cuando "ni siquiera usa gafas", como señala uno de los pacientes a quienes atiende.

"Me gustaría tener menos pacientes, pero somos solo tres médicos para 19.000 habitantes y soy el único que recibe sin cita, cojo a los treinta primeros que llegan", explica. En enero podría haberlo dejado, pero los médicos que habrían podido sustituirle se instalaron en otro lugar: "Sigo por los enfermos. No podía abandonar a mis pacientes. Es una cuestión de moral".

El doctor Chenay es un católico ferviente y también dedica su tiempo a atender a los religiosos ancianos y enfermos del cercano Seminario de las Misiones, "para cuidarles y ayudarles a resistir". Es un ejercicio vocacional de su profesión, tanto que ha visto jubilarse incluso a uno de sus hijos, de 67 años, quien trabajó con él durante 37 años y recuerda que algunas personas se aprovechaban mucho de él: "No sabía decir que no". Esa bondad de trato y su capacidad de escuchar es lo que más valoran sus enfermos (algunos de ellos, sin papeles) en unos tiempos de un ejercicio de la medicina muy deshumanizado.

En la vida de este anciano médico se suceden varios hechos dramáticos. Su padre no quería tener hijos en el momento en el que su madre quedó embarazada, así que la obligó a abortar. Ella lo intentó con quinina e incluso con una aguja de tricotar, pero Christian se las arregló para "aferrarse a la vida", según cuenta él mismo, hasta que sus progenitores desistieron.

Marcado por el drama

Tras concluir sus estudios al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el doctor Chenay estuvo en Estados Unidos especializándose en neurología y también en hipertensión, área esta última en el que sus investigaciones brillaron hasta darle cierto nombre. Siendo profesor de fisiología se enamoró de Doli, una joven de origen navajo que murió en un accidente de tráfico, un hecho que le marcó tanto que decidió volver a Francia.

Con el tiempo, pudo olvidar y en 1950 se casó con Marthe, la que ha sido madre de sus dos hijos y su asistente en la consulta. En 1951 se instalaron en su residencia actual, así que lleva cerca de sesenta años atendiendo a varias generaciones de vecinos, a sus hijos, a sus nietos... En 1997, Marthe sufrió un brutal ataque con unas tijeras por parte de un paciente enfurecido, que se vengó así de que su marido no reconociese la incapacidad que reclamaba. Murió en 2002. Hace seis años, el doctor contrajo un nuevo matrimonio con Suzanne, una mujer vietnamita de "setenta y muchos" a quien conoció visitando una pagoda budista en París junto a unos amigos.

El doctor Chenay acaba de publicar un libro, ¿Y si la vejez no fuese un naufragio? ¡Veteranos, despertad!, donde reivindica el papel de los ancianos en una sociedad entregada al culto a la juventud.

Él, desde su experiencia, confiesa que ha sido feliz: "He tenido esposas adorables. Estar bien acompañado es lo más importante... No hay que tomarse la vida demasiado en serio, sino tal cual es".

domingo, 24 de marzo de 2019

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El evangelio de este tercer domingo de Cuaresma (ver Lk13.1-9) nos habla de la misericordia de Dios y de nuestra conversión. Jesús cuenta la parábola del higo estéril. Un hombre ha plantado un higo en su propia viña, y con tanta confianza cada verano va a buscar sus frutos pero no encuentra ninguno, porque ese árbol es estéril. Impulsado por esa decepción que se repite durante tres años, piensa en cortar la higuera para plantar otra. Luego llama al agricultor que está en el viñedo y expresa su insatisfacción, diciéndole que corte el árbol para que no explote el suelo innecesariamente. Pero el enólogo le pide al dueño que sea paciente y le pide una extensión de un año, durante la cual se encargará de reservar un cuidado más cuidadoso y delicado para la higuera, para estimular su productividad. Esta es la parábola. ¿Qué representa esta parábola? ¿Qué representan los personajes en esta parábola?

El maestro representa a Dios Padre y el enólogo es la imagen de Jesús, mientras que la higuera es el símbolo de la humanidad indiferente y árida. Jesús intercede ante el Padre en favor de la humanidad, y siempre lo hace, y le ruega que la espere y le conceda un poco más de tiempo para que broten los frutos del amor y la justicia. La higuera que el dueño de la parábola quiere erradicar representa una existencia estéril, incapaz de dar, incapaz de hacer el bien. Es un símbolo de quien vive para sí mismo, lleno y tranquilo, acostado en su comodidad, incapaz de dirigir sus ojos y su corazón a aquellos que están cerca de él y se encuentra en un estado de sufrimiento, pobreza e incomodidad. Esta actitud de egoísmo y esterilidad espiritual es contrarrestada por el gran amor del enólogo hacia la higuera: hace esperar al maestro, Tiene paciencia, sabe esperar, le dedica su tiempo y su trabajo. Él le promete a su amo cuidar especialmente de ese árbol infeliz.

Y esta similitud del enólogo manifiesta la misericordia de Dios, que nos deja un tiempo para la conversión. Todos necesitamos convertirnos, dar un paso adelante, y la paciencia de Dios, la misericordia, nos acompaña en esto. A pesar de la esterilidad, que a veces marca nuestra existencia, Dios tiene paciencia y nos ofrece la posibilidad de cambiar y avanzar en el camino del bien. Pero la extensión implorada y otorgada mientras se espera que el árbol finalmente fructifique, también indica la urgencia de la conversión. El enólogo le dice a su maestro: "Déjalo de nuevo este año" (v. 8). La posibilidad de conversión no es ilimitada; por eso hay que apoderarse de ello de inmediato; De lo contrario se perdería para siempre. Podemos pensar en esta Cuaresma: ¿qué debo hacer para acercarme al Señor, para convertirme? ¿Para "cortar" esas cosas que están mal? "No, no, esperaré la próxima Cuaresma". Pero ¿estarás vivo la próxima Cuaresma? Pensemos hoy, cada uno de nosotros: ¿qué debo hacer ante esta misericordia de Dios que me espera y que siempre perdona? ¿Qué debo hacer? Podemos confiar mucho en la misericordia de Dios, pero sin abusar de ella. No debemos justificar la pereza espiritual, sino aumentar nuestro compromiso de responder con prontitud a esta misericordia con sinceridad de corazón.

En tiempos de Cuaresma, el Señor nos invita a la conversión. Cada uno de nosotros debe sentirse desafiado por este llamado, corrigiendo algo en nuestras vidas, en nuestra propia manera de pensar, actuar y vivir relaciones con los demás. Al mismo tiempo, debemos imitar la paciencia de Dios que confía en la capacidad de todos para poder "levantarse" y reanudar el viaje. Dios es Padre, y no apaga la llama débil, sino que acompaña y cuida a los débiles para que puedan fortalecerse y aportar su contribución de amor a la comunidad. Que la Virgen María nos ayude a vivir estos días de preparación para la Pascua como un tiempo de renovación espiritual y de confianza abierta a la gracia de Dios ya su misericordia.

Despues del angelus

Queridos hermanos y hermanas,

desde el 27 de febrero, se están llevando a cabo importantes conversaciones en Nicaragua para resolver la grave crisis socio-política que enfrenta el país. Acompaño la iniciativa con oración y aliento a las partes a encontrar una solución pacífica para el bien de todos lo antes posible.

Ayer, en Tarragona, España, fue beatificado Mariano Mullerat i Soldevila, padre de familia y médico, joven, a los 39 años, quien se ocupó del sufrimiento físico y moral de sus hermanos, siendo testigo de su vida y martirio de la primacía de La caridad y el perdón. Un ejemplo para nosotros, al que nos cuesta tanto perdonarnos a todos. Él intercede por nosotros y nos ayuda a recorrer los caminos del amor y la fraternidad, a pesar de las dificultades y tribulaciones. Un aplauso para el nuevo Beato!

Hoy celebramos el día en memoria de los misioneros mártires . Durante 2018, en todo el mundo, numerosos obispos, sacerdotes, monjas y fieles laicos sufrieron violencia; mientras que cuarenta misioneros fueron asesinados, casi el doble en comparación con el año anterior. Recordar esta prueba contemporánea de hermanos y hermanas perseguidos o asesinados por su fe en Jesús, es un deber de gratitud para toda la Iglesia, pero también un estímulo para testificar con coraje nuestra fe y nuestra esperanza en Aquel que en la Cruz tiene El odio y la violencia ganaron para siempre con su amor.

Oramos por las numerosas víctimas de los últimos ataques inhumanos en Nigeria y Mali. El Señor da la bienvenida a estas víctimas, sana a los heridos, consuela a la familia y convierte corazones crueles. Oremos: "¡Ave María!"

Les saludo a todos ustedes desde Roma, Italia y desde diferentes países, en particular a los peregrinos de Pula (Croacia), Coslada (España) y la comunidad del Seminario Pontificio Francés. Saludo a los fieles de Dogana, Carpi, Faenza, Castellammare di Stabia; el grupo de mujeres asociadas a enfrentar su patología peculiar; los scouts de Campobasso, los confirmados de Cervarese Santa Croce, los muchachos de la profesión de fe de Renate, Veduggio y Rastignano, los estudiantes de los Institutos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Turín y Vercelli, y los de la escuela de S. Dorotea de Montecchio Emilia.

Mañana, fiesta de la Anunciación del Señor, iré a Loreto, en la Casa de la Virgen. Elegí este lugar para la firma de la Exhortación Apostólica dedicada a los jóvenes. Pido tu oración para que el "sí" de María se convierta en el "sí" de muchos de nosotros.

Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor no olvides orar por mí. Buen almuerzo y adiós!

El Prior Provincial participa en la 80 Asamblea de la Unión de Religiosos de Cataluña (URC)


El pasado día 20 de marzo el prior provincial, Fr. Jesús Díaz Sariego, presidió la Asamblea electiva de la Unión de Religiosos de Cataluña (URC) en calidad de vicepresidente de la CONFER e impartió la conferencia titulada ‘No perfectos, pero sí felices’, en atención al título del último libro del benedictino Michael Davide y del Día Internacional de la Felicidad, instituido por la Organización de Naciones Unidas (ONU) el 20 de marzo de cada año.

  La URC está formada por los responsables de las congregaciones e institutos de vida religiosa presentes en Cataluña. Celebra dos asambleas cada año e impulsa el trabajo conjunto entre los religiosos, la formación compartida y su aportación a la sociedad.

  Díaz Sariego, en su intervención, mostró cómo la vida consagrada sigue siendo una profecía necesaria a la hora de responder a los principales desafíos del mundo contemporáneo. Partió, para ello, de la evolución en la que nos encontramos los religiosos y religiosas en estos momentos y su aportación en el compromiso con los que sufren, la desigualdad y la protección de la tierra, tres objetivos fundamentales en el ‘Desarrollo Sostenible’, fijados por la ONU para celebrar el Día Internacional de la Felicidad.

  Esta aportación a la sociedad requiere ‘odres nuevos’; aquellos que puedan alojar, con la flexibilidad que se requiere, el ‘vino nuevo’ de nuestro tiempo. Desde este planteamiento evangélico, el ponente, se detuvo a reflexionar sobre algunos compromisos derivados de los procesos de reestructuración que los institutos y congregaciones vienen realizando a lo largo de estos últimos años.

  Los cambios de estructura conllevan también un proceso de conversión personal y comunitaria. La ‘alegría del Evangelio’ ha de ser vivida en la donación de cada religioso a la vocación que ha profesado y en el ‘arte de vivir’ de otra manera, como alternativa, acompañando a los que sufren, luchando con ellos, ofreciendo y viviendo la reconciliación necesaria con lo que ello conlleva de exigencia y compromiso.

Nuevo Presidente de la Unió de Religiosos de Catalunya
  Durante los próximos cuatro años, el capuchino Eduard Rey ejercerá su mandato como presidente, relevando al claretiano Màxim Muñoz.

  La nueva junta directiva queda formada por Rey, la hermana Rosa Masferrer de las Religioses de Sant Josep de Girona (vicepresidenta); y como vocales el padre Eduard Pini, de la Escuela Pía de Catalunya, la hermana Mercè Arimany, de las Hospitalarias de la Santa Cruz, la hermana Maria Rosa Masramon, Dominica de la Anunciata, el padre Llorenç Puig, jesuita, y el marista Lluís Serra como secretario general. Desde la creación de la URC, en 1980, su junta es paritaria.

  El nuevo presidente de la Unió de Religiosos de Catalunya ha arrancado este miércoles su mandato con una referencia a los casos de abusos que sacuden a la iglesia católica. "Hay cosas que se hicieron mal, tenemos que aceptarlo", ha dicho. "Tenemos que hacerlo de corazón y con valentía, porque la cobardía también es un pecado".

  Nacido en Barcelona en 1977, Eduard Rey entró en los capuchinos con 19 años y profesó en 1998. Estudió teología en Barcelona, en la especialidad de moral. Durante doce años ha sido maestro de novicios en el convento de Arenys de Mar, que en el 2017 lo nombró Arenyenc de l'Any. En julio de 2017, los capuchinos lo escogieron provincial de Catalunya y Baleares.

  La Unió de Religiosos de Catalunya está formada por los responsables de las 165 congregaciones e institutos de vida religiosa presentes en Catalunya, que reúnen a 6.000 religiosos y religiosas.