Siyabonga Banele Ndlovu es un joven sudafricano de 24 años que arrastra tras de sí una dura historia de sufrimiento tras haber sido maltratado por su padre alcohólico, haber quedado muy pronto huérfano de madre y acabar viviendo en la calle con sólo seis años. Sin embargo, nunca se rebeló contra Dios ni cuando estuvo varias semanas en coma a punto de morir. Hoy es seminarista, estudiante en la Universidad de la Santa Cruz en Roma gracias a una beca del Centro Académico Romano Fundación (CARF), organización que ayuda a sacerdotes y seminaristas donde la Iglesia sufre persecución o es pobre.
“Las vidas de muchos santos son un testimonio de que, cuando Dios tiene grandes planes contigo, Él quita de tus manos y de tu corazón todas las cosas a las que te has aferrado de tal manera que sólo tienes a Él y a su voluntad como la única cosa para aferrarte. Dios te despoja de todas las cosas mundanas pare revestirte con su vestidura de esplendor”, afirma este joven seminarista al echar la vista atrás y ver la obra que Dios ha hecho en su vida hasta ahora.
Una infancia muy dura
Banele Ndlovu es el pequeño de una familia de cinco hijos. Nacido en una familia católica el 20 de febrero de 1994, el matrimonio de sus padres iba muy mal debido al alcoholismo de él, que además resultó ser un “esposo y padre abusivo” hasta que un día logró ella logró huir con todos los hijos cuando éste era sólo un niño. Sin embargo, la salud de la madre se fue deteriorando y su hermano mayor tuvo que dejar el seminario para hacerse cargo de la familia. Poco tiempo después ella murió y debido a los problemas económicos de la familia, los dos más pequeños, entre los que estaba Ndlovu, fueron enviados con una tía a otra ciudad.
“Fuimos un poco como los israelitas liberados de Egipto, ya que nos encontramos en las manos de otro padre alcohólico y abusivo. De hecho, el esposo de mi tía compartía un vicio similar al de mi padre, si no exactamente el mismo”, recuerda este joven.
Con seis años vivía en la calle con su hermano
Poco tiempo después ambos hermanos, con sólo seis y ocho años respectivamente, fueron expulsados de la casa. Ndlovu explica que “siendo niños de la calle, mi hermano y yo tuvimos que adaptarnos a la vida viciosa que había en ella y eso se convirtió en una norma para nosotros: hacíamos casi todo lo que hace un niño que vive en las calles sudafricanas”.
Lo único que distinguía a este niño y a su hermano del resto de pequeños que deambulaban por las calles es que iban a la escuela. Él mismo explica que no iban porque fueran más o menos responsables sino porque “ir a la escuela era claramente la forma más fácil para conseguir comida para el día y la noche, así que éste fue nuestro ‘maná’ en el desierto en el que nos encontrábamos”.
Sin embargo, el ser niños de la calle les hacía ser muy espabilados y tanto el rendimiento académico como el deportivo de ambos era muy alto, más incluso que el de sus compañeros de un nivel social más alto que el suyo.
"Me enamoré de la fe"
Su vida experimentó un gran cambio cuando su hermano supo de la vida que llevaba en la calle. Los acogió y se los llevó a su ciudad. Allí empezó a vivir en casa de otra tía, pero esta vez sí se sintió amado. Explica este joven sudafricano que “aquí es donde Dios empezó a comunicarme lo que realmente quería de mí y aquí finalmente entré en contacto con la fe. Tras la formación católica, los niños recibimos el sacramento de la Santa Comunión y luego me convertí en monaguillo. Me enamoré de la fe y Dios me dio una luz y me acercó a Él".
A la vez que esto iba ocurriendo en su vida, un pariente suyo fue ordenado sacerdote. Entonces todo empezó a cobrar sentido en su corazón. “¡Esto es lo que siento, esto es lo que deseo, este soy yo!”, se dijo en aquel momento siendo un niño. Quería ser sacerdote, pero se llegó a convencer a sí mismo de que debía guardar ese secreto sólo para él.
El momento decisivo
El tiempo pasaba y ese “fuego” permanecía en su interior pero también su empeño en ocultarlo. El tiempo pasaba y llegó a un colegio católico donde empezó sus estudios en Secundaría. “Esta es la etapa de mi vida en la cual Dios me dijo: ‘¡vamos hijo, profundicemos nuestra relación!’”, cuenta Ndlovu.
En aquel momento experimentó por primera vez lo que era ser un niño de su edad, pues no estaba acostumbrado a los hábitos de esa edad. Entonces en 2010, un acontecimiento en el colegio desencadenó todo. Estaba en la sala de estudio con sus compañeros cuando un encargado del colegio entró y vio que algunos compañeros suyos estaban con el teléfono móvil, algo totalmente prohibido. Requisó todos, también el de Ndlovu porque el terminal lo tenía uno de sus amigos.
Todavía le quedaba mucho por padecer
A continuación, este encargado indagó en el teléfono de este joven católico y vio claramente que quería ser sacerdote, y por fin pudo abrirse y confesar que existía ese “fuego” dentro de él que le quemaba. “Estas son las maravillas de Dios”, reconoce.
Un año después, en 2011, fue el elegido por su colegio para poder ir a la Jornada Mundial de la Juventud que se iba a celebrar en Madrid. Pero la noche anterior a recibir el visado sufrió un brutal accidente automovilístico. Murieron su hermano y sus dos hijos, además de otras tres personas. Sólo dos ocupantes sobrevivieron. Él era uno.
Siyabonga Banele Ndlovu estuvo dos semanas en coma y se quedó sin ir a España. Estuvo seis semanas hospitalizado debido a las múltiples heridas y fracturas en la cabeza, mano, cúbito, radio, fémur… “La hemorragia cerebral, los puntos de sutura que llevo en mi cuerpo no son de alguna manera una limitación, sino el testimonio de las maravillas de Dios, al igual que las cicatrices de nuestro Señor resucitado eran un signo de victoria”, agrega convencido.
Los problemas para ingresar en el seminario
Ya convencido de que Dios le llamaba a la vida sacerdotal en su último año en la escuela presentó la solicitud en su diócesis para ingresar en el seminario, pero no encontraba respuesta por parte de los responsables diocesanos.
Este joven sudafricano junto con otros seminaristas de todo el mundo con los que convive en el Colegio Sedes Sapientae de Roma
El inesperado envío a Roma
Cuando todo parecía imposible para él llegó a su colegio el obispo de Eshowe, diócesis en la que se encuentra en el centro, pero que no era la suya. Este prelado le buscaba. “Fue muy directo y me preguntó sobre mi vocación. Yo no hice nada más que decirle toda la verdad. Al escuchar mi historia me propuso que considerara una solicitud en su diócesis”, asegura Ndlovu.
Había sido su tutor en la escuela el que había avisado a este obispo sobre las dificultades que estaba atravesando para ingresar en el seminario. Al fin pudo ingresar en el seminario, y después fue enviado por su obispo a estudiar a Roma al Colegio Eclesiástico Internacional Sede Sapientae y a la Universidad de la Santa Cruz, gracias a las beca que la Fundación CARF le ha otorgado para que pueda completar sus estudios y volver a Sudáfrica bien preparado para servir a su Iglesia.
“Dios me dijo: ‘toma tu cruz y sígueme, aunque sea en la otra parte del mundo: haré que tu carga sea llevadera’”, cuenta este joven sudafricano, que tiene claro que “Dios realmente te despoja de todas las cosas mundanas si realmente intenta hacer grandes cosas contigo para gloria de su nombre”.
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