Guillermo ¿Qué te llevó a estudiar ingeniería?
Desde que era pequeño me gusta abrirlo todo, descubrir qué hay dentro, entender cómo funcionan las cosas. Siempre he estado centrado en la construcción y el desarrollo de productos, inventando y creando. Estudiar ingeniería me ha ayudado a cuadrar mi cabeza, a darme cuenta de cómo son los procesos y los tiempos de desarrollo.
Y supiste rápido hacia dónde enfocarlo.
Sí, a los juguetes. He tenido mucha suerte por encontrar tan pronto el trabajo que me gusta. Cuando era pequeño el cincuenta por ciento del tiempo jugaba con las instrucciones y el otro cincuenta con el juguete. Si llegaba mi cumple y sabía qué me iban a regalar, suplicaba que me dejaran la caja y las instrucciones para leérmelas, releérmelas, estudiarlas y aprender. Entrar en este campo fue cumplir un sueño y una base para empezar a desarrollar otras cosas.
¿Cómo pasas de diseñar juguetes a fabricar brazos?
Fue la curiosidad y la casualidad. Me compré una impresora 3D baratísima porque quería diseñar en casa pequeños productos. Los primeros meses hice cosas muy estáticas como jarrones o figuras. Después intenté buscar algo más articulado, algo que se imprima por piezas para luego juntarlas. Pero en vez de encontrar un diseño de un robot móvil encontré una prótesis de mano. Imprimí una, para ver cómo funcionaban las articulaciones articulaciones. Después otra, luego otra más. De repente me encontré con varias prótesis en mi habitación y pensé que tenía que llevarlas a algún sitio. Paralelamente tenía preparado un viaje a un orfanato en Kenia. Contacté con ellos y les dije lo que tenía en casa. Ellos buscaron gente que pudiera necesitar este tipo de ayuda y todo se unió. Me fui para allá con las manos y los brazos y se las entregué. Así nació el proyecto Ayúdame 3D.
¿Por qué ibas a Kenia?
Me encantó ingeniería, pero las carreras matan. Cansan mucho. Animan, pero también desaniman. Y yo lo que quería era irme fuera, a cualquier sitio. Mi hermana y una amiga habían ido a un orfanato en Kenia y decidí ir allí a pintar, a construir, a enseñar inglés o a lo que hiciera falta. Pero después quise llevar este valor añadido.
¿Fue tu primer viaje a un país africano?
Sí, y fue espectacular. El orfanato está en el valle del Rift, en Kabarnet, un pequeño pueblo del sureste. Zona totalmente rural a siete u ocho horas de Nairobi, con el aeropuerto más cercano a cuatro horas. Yo siempre intento ver el lado positivo de todo y es lo que me encontré allí. Una cultura totalmente diferente, muy interesante, la gente abierta y muy amable.
¿Cómo fue el proceso de preparar las prótesis que llevaste?
En este primer viaje llevé cinco. Los coordinadores del orfanato me mandaron fotos por wasap y por correo electrónico, pequeños vídeos y alguna medida. Pero poco. He ido aprendiendo sobre la marcha qué pedir. En aquel momento tenía muy poca información y la verdad es que acompañó la suerte porque fue todo muy bien. Llevé las piezas de las tresdesis desmontadas en la maleta, mezcladas con juguetes para los niños. El viaje fue un poco estresando por miedo a que me dijeran algo. Llegué allí y las monté. Lo que aporta este proyecto es que son las primeras tresdesis para personas sin codo. Allí me pidieron dos y fueron las primeras personas que recibieron esta ayuda. Fue genial.
¿Qué las diferencia de una prótesis normal?
Esto es en realidad una ayuda para personas que jamás podrían permitirse algo así. Sirve para mejorar el día a día de estas personas. Con una tresdesis no vas a tocar el piano, pero vas a poder comer, sujetar un libro o coger una pala. A los siete meses recibí unos vídeos de estas primeras personas arando y cogiendo ropa con la tresdesis. Me daban las gracias y me decían que le ha servido muchísimo. Un profesor me contaba que en el colegio los niños flipaban con la tresdesis y que a él le servía para agarrar un libro y escribir con tiza con la otra mano. Darte cuenta de que sí les estás ayudando es una pasada.
¿Tresdesis?
Sí, se me ocurrió un día. Había que llamarlo de alguna forma, porque no son prótesis habituales, son otra cosa. Y la palabra ha tenido buena acogida.
Por:Javier Sánchez Salcedo
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