La ausencia de ingesta de alimentos por un tiempo prolongado suele identificarse como hambre. Y cuando esa ausencia es intensa y prolongada, estamos ante una hambruna. Hambre-hambruna, realidad que muchos hemos vivido y que, a día de hoy, padece todavía mucha gente de nuestro entorno: familiares, amigos o conocidos, sobre todo en África, por lo que iniciativas como «La lucha de gigantes» de Acción contra el Hambre son de agradecer porque constituyen un aldabonazo para todos.
A esa realidad, hambre-hambruna, se le han buscado explicaciones de diversa índole, desde las teorías que la consideran como «voluntad de la naturaleza», que reparte a su capricho sequías, inundaciones, terremotos y otros desastres, hasta aquellas que la vinculan con la capacidad adquisitiva, pasando por las teorías maltusianas que la presentan entroncada con el crecimiento de la población. E intentos para acabar con ella no han faltado. El último, y quizá más importante, se enmarcaba dentro de los Objetivos del Milenio (2015); el primero de ellos, además, proponía erradicar el hambre para combatir la pobreza…
Pero el hambre parece resiliente, y ha adquirido cierta carta de ciudadanía, particularmente en los barrios populares de las grandes urbes del continente africano. Ante la simple pregunta que se realiza para saber cómo se encuentra una persona, ya no se utiliza la oración completa ni se conjuga el verbo tener –«tengo hambre»–, sino que se contesta simple y llanamente con «hambre». Se ha institucionalizado. El hambre es omnipresente y omnipotente.
Además, se recurre frecuentemente al hambre para justificarse o para obtener circunstancias atenuantes en caso de falta grave. El hambre, así, participa en la redención de los individuos. Y como tal, sus efectos y consecuencias impregnan toda la vida ciudadana y están en el origen de muchas corruptelas. El director de una cárcel muy importante –y saturada– de Kinshasa me comentaba hace bien poco que la mayoría de las personas recluidas en su centro lo estaba por algo que tenía que ver con el hambre. Según él, muchos delitos que se cometen en su país tienen que ver con que hay gente que come una vez al día o una vez cada dos días –los famosos gong unique o gong alterné–.
Los tentáculos del hambre alcanzan de manera muy especial al sector público. Aquellos que se han enfrentado alguna vez con la burocracia en el continente africano, incluso en un simple control de carretera, saben que el dosier puede agilizarse de manera espectacular si se paga algo para que el agente de turno pueda «matar el gusanillo».
Los funcionarios que se resisten a los envites del hambre en el ejercicio de sus tareas, sin embargo, son considerados como héroes o santos. Y este es el camino que debería seguir el continente, en su conjunto, si quiere despegar: vacunar a su población contra el hambre. Para ello, se debería optar decididamente por la agricultura y la «revolución verde», replicando los incrementos de productividad y competitividad agraria que han conocido países asiáticos como Vietnam o Bangladesh, respetando sus peculiaridades ecológicas.
Nestor Nongo
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