Han pasado algo más de 12 horas desde que el Papa Francisco terminara su visita apostólica a Puerto Maldonado (Perú). Los teléfonos de monseñor David Martínez de Aguirre Guinea y de sus colaboradores no paran de sonar ni un segundo en la misión de los dominicos. Acaban de organizar una
visita del Santo Padre en plena selva peruana. Aunque no han podido apenas descansar el evento ha sido un éxito rotundo. Obispos, políticos y otras personalidades se acercan para despedirse y transmitir sus felicitaciones. Es una escena con un movimiento digno del parqué de Wall Street en hora punta.
Un dominico se acerca al obispo de Puerto Maldonado, monseñor David, y le comunica que tiene una nueva visita. Entonces, de repente, el ajetreo se detiene. Se trata, sin duda, de alguien importante. Acaba de llegar Enrique Tantte, acompañado por su mujer y sus dos hijas. Enrique fue hasta hace pocos años el piloto de Alas de Esperanza, la avioneta al servicio de los misioneros y los más desfavorecidos en la selva peruana. El obispo y los misioneros se acercan a saludar a la recién llegada familia. Hay entre ellos un gran cariño y una gran admiración.
Durante más de 40 años Fausto Enrique Tantte Marzano ha trabajado a los mandos de Alas de Esperanza, una avioneta al servicio del transporte aéreo humanitario y misionero en la selva amazónica peruana. El nombre de la avioneta coincide con el de la ONG que un grupo de laicos franciscanos creó en 1971 para sobrevolar los territorios del Amazonas y servir a los diferentes puestos de misión.
El trabajo de Enrique para Alas de Esperanza comenzó cuando solo era un muchacho. Un día se presentó buscando trabajo en la ONG y le encargaron el cometido de limpiar la avioneta. Tras un año, el jefe de mecánicos hizo una de las habituales preguntas a los pilotos, con el propósito de formarles. Ninguno de ellos supo contestar, pero el joven encargado de la limpieza de la avioneta sabía la respuesta. Así se ganó el derecho a pasar de lavador del avión a alumno mecánico. “Por aquel entonces hubo una crisis en Perú y no había dinero para pagar el curso de pilotos. El jefe de pilotos me pagó el curso en Canadá. Aprendí y mi vida fue más práctica que teórica. Me hice mecánico de Alas de Esperanza. Avanzó el tiempo, llegué a ser mecánico tipo 1 y se creó un aeroclub. Hacía el mantenimiento al aeroclub y a los aviones” comenta Enrique.
El piloto del aeroclub no podía pagarle el trabajo de mecánico a Tantte, así que le compensó con horas de vuelo y de esta forma llegó a ser piloto. Ya tenía las dos profesiones: mecánico y piloto.
Alas de Esperanza
Explica Enrique que Alas de Esperanza surgió porque en el vicariato de Iquitos había un sacerdote al que le picó una víbora, “lo trasladaron de su puesto de misión en Indiana a Iquitos. En vuelo son 15 minutos, pero en bote en aquella época se tardaba un día y medio. Además, el motor se estropeó y el sacerdote murió”. De esta triste historia surgió la idea desde Canadá de llevar una ambulancia aérea.
En 1966 el misionero dominico Padre Aldámiz, que hoy da nombre al aeropuerto internacional de Puerto Maldonado, falleció en un accidente aéreo sirviendo a las misiones. Las órdenes religiosas, tras el infortunio de Aldámiz, tenían cierto reparo en dejar que los misioneros pilotasen. En la provincia peruana de Satipo vieron la misma necesidad que en Iquitos y pusieron el segundo avión/ambulancia, con un piloto de excepción, pero que en este caso ya no era fraile: Enrique Tantte.
Un servicio inminente, la única forma de abastecer las misiones
Alas de esperanza se convirtió con los años en un servicio inminente, en la única forma de abastecer las misiones. “Si era por bote, tú comprabas el pan en Satipo para llevarlo por ejemplo a Puerto Copa. Además, había que sumar tres días caminando, así que en el camino te comías el pan, el fiambre y no llegaba nada. En el monte se pueden cargar bien 20 kg, pero 30 o 40 es demasiado. Entonces al avioncito para los puestos de misión y para las 200 comunidades nativas era esencial, llevando y sacando su café, llevando sus necesidades… Los pedidos se hacían por radio, no había otra comunicación”.
El ya fallecido misionero dominico Adolfo Torralba ponía en relevancia la misión del avión en una entrevista concedida a Televisión Española: “En la selva no hay carreteras, y en muchos kilómetros no tenemos una ciudad ni una población numerosa ni un lugar de abastecimiento. El avión es la comunicación con el mundo exterior, las emergencias, las medicinas, el material escolar, los víveres, la correspondencia. Gracias al aeropuerto el misionero puede atender a 5, 6, 8 poblados. Lo que significan 5 días de canoa, son 10 minutos de vuelo. Víveres y desayuno escolar después de 5 días de canoa llegan mojados”.
A mí me hicieron para ayudar al prójimo
Durante los últimos 20 años de Alas de Esperanza Enrique fue el único piloto. “Ningún otro piloto quería, preferían trabajar para las grandes compañías aéreas. ¿De qué vale que me habiliten bimotor si a mí me hicieron para ayudar al prójimo?. El vuelo es un instrumento, es una herramienta, no es un lujo”.
Tantte destaca la importancia del trabajo de tantos misioneros “La labor que ellos hacen no tiene nombre, lo que hacen en los puestos de misión no tiene calificativo. La bondad de los franciscanos, la bondad de los dominicos, es increíble, como el Padre Adolfo Torralba. Es increíble la labor humana, sensible, sacrificada y sobre todo entregándose, aunque no reciban nada”.
Enrique Tantte despide la entrevista dejando un mensaje para aquellos que la lean: “Ayuden a la Iglesia, porque el que ayuda a la Iglesia se está ayudando a su propia alma. No hay mejor regocijo que la tranquilidad de tu propia alma, de tu propio espíritu, de tu conciencia”.
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