Le pasó en Afganistán, a sesenta kilómetros de Kabul. "Nos estaban disparando. Momentos antes, estaba hablando con un militar de rango. Mientras estábamos allí clavados en el suelo, sin conseguir llegar a un refugio, el joven me miró y preguntó: "Padre, ¿qué es la Trinidad?"
Le sucedió al padre Renaud de Dona-Fredeville cuando tenía 31 años, en 2009, siendo capellán novato, recién ordenado, con las tropas francesas en Afganistán. Y lo cuenta como ejemplo de que la pregunta por Dios puede surgir en cualquier momento.
Una vocación desde niño
Renaud dice que ya se sentía llamado por Dios, de alguna manera, hacia los 6 años. A los 11 años un director espiritual le ayudó a orientarse. Su fe crecía en los scouts católicos y en el coro de su parroquia.
A los 12 años le impactó un documental televisivo sobre el ejército. Un soldado decía en el documental: "Me gustaría decirle a la gente: duerma tranquilo, yo vigilo". Y Renaud explica: "Esa frase realmente resonó en mi alma y en mi corazón". Me dije a mí mismo: ¿Pero quién vigilará a los que vigilan?"
Hijo de funcionarios de alto rango, decidió que sería sacerdote en el ejército "para servir a la nación al mismo tiempo que a la Iglesia".
Lo que se aprende en el desierto
Los 7 meses de "opex" (operación en el exterior) en Afganistán fueron un momento de gran crecimiento espiritual y de fe: él, como muchos otros soldados, era consciente de la humanidad y fragilidad de la vida, tanto de los camaradas como de la población local. También había paisajes hermosos. Y el regimiento en el que estaban era el mismo que había tenido como militar al beato Charles de Foucauld, que moriría en el desierto del Sáhara como ermitaño, a manos de unos bandidos.
"La desnudez en la que vivimos realmente nos pone en una situación de pobreza. Hay una fortaleza para la vida espiritual: uno se da cuenta de que la verdadera riqueza es la riqueza interna", constata el pater. En el año que pasó en Afganistán murieron 5 compañeros.
Miedos, dudas, alegrías... los soldados lo comparten con el capellán, que no puede hacer nada excepto escuchar, acompañar y presentarlo a Dios en la misa. "Solo Él puede cargar con todo", explica.
Compartir los días con gente muy distinta
Señala algunas diferencias con la vida de un párroco. El párroco suele esperar en la parroquia a que venga la gente. Él, en cambio, sale y viaja y busca a los soldados y sus familias allí donde estén. Hay además una gran cercanía con personas que están lejos de la fe, quizá incluso de otra religión. A veces rezan juntos miembros de distintas religiones. Y la capellanía está abierta para escuchar a todos.
Una experiencia que él ha constatado es que los soldados, pese a las heridas o las muertes de compañeros, no se rebelan contra Dios. Se acercan y hacen preguntas sobre la vida eterna o la misericordia de Dios. "Nunca en opex he hecho misa solo. Cada día había al menos 3 o 4 soldados conmigo y no solo oficiales".
A veces acompaña heridos y enfermos al santuario de Lourdes, o a estudiantes de la Escuela de Caballería de Saumur. Se encuentran con muchos militares de la Peregrinación Militar Internacional. "En estos compromisos adultos se quiere crecer en la fe, revivir la sed de ir a la fuente de la paz, es decir a Cristo, el Príncipe de la paz. La vocación del capellán militar es ser un servidor de paz para aquellos que buscan la paz a pesar de que deben portar armas para que esto suceda. El objetivo final es el silencio de las armas y el triunfo de la paz de Cristo".
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