En la actualidad pocos prestan atención al inconmensurable legado espiritual de San Pedro y San Pablo. En el Evangelio, en los Hechos Apostólicos y en las Epístolas de los dos Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, hallaremos su espíritu y sus virtudes. Allí veremos la fe, la humildad, la penitencia de San Pedro, su celo ardiente por Jesucristo, su tranquilidad y su constancia en las prisiones y en los tormentos. Allí admiraremos también el corazón de san Pablo, que según la expresión de San Juan Crisóstomo, no era tanto de Pablo como de Jesucristo: corazón lleno de ternura para este divino Salvador, de celo por la salvación de las almas, de fortaleza en los peligros y trabajos; corazón dilatado, que comprendía en sí todo el Universo, al que quería ganar para su Señor; corazón compasivo, generoso, que nada le abatía ni intimidaba; corazón puro, que no buscaba su propio interés, sino el de los demás y sobre todo el de Jesucristo. Corazones ambos que ni la vida ni la muerte, ni criatura alguna han podido separarles del amor de Dios.
Renovemos en este día la estimación, el respeto y el amor a las Epístolas de nuestros dos Santos Apóstoles. Leámoslas con fe, con docilidad y con un verdadero deseo de sacar provecho de ellas. Las dos de san Pedro contienen excelentes instrucciones, y particularmente la primera, que es un compendio de la vida y de la piedad cristiana. Las de san Pablo son un comentario fiel del Evangelio, y San Juan Crisóstomo no se cansaba de leerlas y admirarlas. Este Santo atribuía lo que sabía, no a la penetración de su espíritu, sino a la lección contínua que hacía de ellas. Aconsejaba frecuentemente esto mismo a los fieles, y mostraba el dolor que sentía en su corazón de que hubiese muchos que ni aún sabían el número de las Epístolas del Santo Apóstol, y de que no las tuviesen todos continuamente entre sus manos: “Si la educación de vuestros hijos – decía el Santo a los casados – si el cuidado de aprovechar a las necesidades de vuestra familia, no permiten que os entreguéis enteramente a este santo ejercicio, a lo menos tened a los escritos de San Pablo la misma inclinación que tenéis al dinero”.
Las Epístolas establecen las más sublimes verdades de nuestra santa religión, y al mismo tiempo tienen cuidado de decir reglas de conducta para todos los estados, y de ponerlas en términos que todo el mundo pueda comprender. Si las leemos con el espíritu con que fueron escritas, ellas nos llevarán a adorar la grandeza y majestad de Dios, a temer Sus juicios, a respetar Sus decretos, a reverenciar el poder de nuestro divino Redentor, a amar Su bondad, y a admirar Su sabiduría. Iluinarán más y más nuestro espíritu, inflamarán nuestro corazón, nos inspirarán un santo fervor para hacer siempre nuevos progresos en el conocimiento, en el amor y en la práctica de nuestras obligaciones, y para perseverar hasta el fin en el ejercicio de todas las virtudes cristianas.
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