lunes, 4 de junio de 2018

San Sadoc de Sandomir y 48 compañeros mártires dominicos.

No se sabe nada de la infancia y formación de Sadoc, sino que era de nación polaco. Muy joven  tomó el hábito de los frailes predicadores de manos del Patriarca Santo Domingo (8 de agosto; 24 de mayo, traslación de las reliquias; 15 de septiembre "in Soriano").

En el Capítulo General de Bolonia, en el cual Santo Domingo planteó su decisión de evangelizar a los cumanos, pero los religiosos temiendo por su salud no se lo permitieron. A cambio, algunos religiosos prometieron a su santo padre hacerlo ellos. Dos de ellos eran Fray Pablo y Fray Sadoc, de los que su leyenda dice que, yendo a dicho Capítulo de Bolonia, se les unió en el camino un personaje que comenzó a preguntarles quienes eran y adónde iban. Los religiosos respondieron que iban al Capítulo, desde el cual se enviarían misioneros a todo el mundo. Les preguntó el personaje: "¿Acaso enviaréis religiosos a Grecia y a Hungría?". "Ciertamente – respondieron – varios religiosos serán enviados allá a propagar el reino de Cristo". Y de pronto, el hombre se ennegreció y salió saltando por los aires gritando: "Vuestra Orden es mi ruina". Y es que era el demonio.

Llegados al capítulo, Sadoc y Pablo contaron lo sucedido, lo cual animó a los padres capitulares a enviar cuanto antes misioneros a aquellas tierras de los Balcanes. Además, dieron licencias a los religiosos a dar el hábito a aquellos que hallasen por el camino y que quisieran acompañarles a evangelizar a los paganos. Partieron Sadoc y Pablo con tres frailes, y al salir de Italia ya eran ocho. Dios iba confirmando su celo y santas intenciones con milagros: llegados a una aldea, pidieron limosna como de costumbre. Un pescador quiso entregarles algo, pero solo le quedaba un pan de mijo en su casa. Buscó en una bolsa que tenía, y hallando dos monedas compró pan y vino, y preparó un caldo de pescado para los religiosos. Al despedirse, Sadoc le aseguró que Dios le devolvería el céntuplo de su caridad. Y ocurrió que durante toda su vida, el pescador sacaba de la bolsa dos monedas cada vez que metía la mano, aunque lo hiciera varias veces al día. Además, con su mujer, concibieron un hijo.

Llegados a Hungría, pronto comenzaron las conversiones, pues los paganos se sentían atraídos por la predicación, ejemplo y portento de los dominicos. De Hungría, donde fundaron un convento, algunos religiosos pasaron a tierra de los cumanos, donde sufrieron persecusiones a causa de las conversiones que lograban. De aquellas tierras regresaron a Hungría cuando dos religiosos fueron martirizados. Pero regresaron pronto, luego que un santo ermitaño les revelase un sueño que había tenido, en el cual la Santísima Virgen amparaba y animaba especialmente a los dominicos, a los que veía en barcas por un río proceloso. Entendieron los religiosos que su fin era la salvación de las almas y no su propia vida, así que con la confianza puesta en Dios, volvieron adonde los paganos. La nueva misión logró la conversión de los príncipes paganos Bauco y Bembroch, este último se bautizó con mil súbditos y su padrino fue San Esteban I de Hungría (16 de agosto y 2 de septiembre). Pronto llamaron a la puerta jóvenes cumanos para tomar el hábito dominico, y llegaron a ser 100 frailes. De estos, con las revueltas de los paganos y la apostasía de algunos nobles, fueron martirzados 90.

Luego de la experiencia en Hungría y los Balcanes, Sadoc fue enviado a Polonia, junto a San Jacinto (18 de agosto). Sobre 1260 fue nombrado prior del convento de Sandomir, labor que desempeñó con gran caridad, sin abandonar su labor apostólica. Era dado a la oración y la penitencia, todo por la conversión y salvación de las almas. En una noche en la que oraba, tuvo una visión en la que una multitud de demonios le gritaban: "Habéis venido aquí a echarnos de nuestros dominios". Impresionado por esto, lo contó a los religiosos, alentándoles a continuar con la predicación, siendo que si irritaba al infierno, es que la suya era obra de Dios.

Desde el año anterior los escitas, enemigos de los polacos hacían incursiones en Polonia, saqueaban, asesinaban y se retiraban rápidamente. El 1 de junio de 1260 Sadoc y sus frailes se dirigieron al coro a rezar maitines, y una vez terminada la oración litúrgica, el novicio hebdomadario leyó el martirologio del día siguiente. Y leyó: "Sandomiriæ, passio quadraginta nouem martyrum". Los religiosos quedaron atónitos, pues no conocían de mártires algunos oriundos de la ciudad. Ordenaron al novicio leyera de nuevo y este así lo hizo, repitiendo las mismas palabras. Vieron todos el libro y, efectivamente, allí aparecían aquellas palabras en letras de oro y resplandecientes. Entendió Sadoc que aquello significaba su propio martirio, por lo cual hizo una plática comunidad animando a todos a morir por la fe de Cristo, y al finalizar, les felicitó a todos, pues los próximos maitines los cantarían en el cielo.

Efectivamente, al día siguiente llegó un ejército de escitas a las puertas de Sandomir, una ciudad bien fortificada, difícil de saquear. En contubernio con los rusos, los escitas enviaron dos militares rusos al gobernador de Sandormir, los cuales le dijeron que los bárbaros no querían sino dineros y riquezas, por lo que si se les ofrecía dinero, dejarían la ciudad en paz y no derramarían sangre. Lo creyó el gobernador y relajó la vigilancia y abrió las puertas de la ciudad. Pero apenas entraron los tártaros, comenzó la masacre: fuego y sangre por doquier. No les detenía condición ni edad alguna. Cantaban Completas los dominicos y al comenzar la Salve Regina, irrumpieron los tártaros en el la iglesia del convento, y sin amenazas ni gritos, comenzaron a asesinar a los religiosos. Degollados, alanceados, apuñalados iban cayendo sin dejar de cantar. La leyenda dice que, habiéndose escondido uno de los religiosos, vio bajar del cielo cuarenta y nueve coronas que se depositaban sobre sus compañeros, menos una que quedaba en el aire. Entendiendo que era la suya propia, regresó a la iglesia, se unió a la Salve y fue degollado con Sadoc y los demás. Añade la leyenda que aunque no les dejaban terminar de cantar, la Salve no fue interrumpida y que aún después de muertos se oían sus voces. Esa noche, los pocos sobrevivientes pudieron contemplar cuarenta y nueve estrellas posarse sobre la iglesia y el convento quemados. Otras versiones dicen que junto al altar se vio el mismo número de cirios encendidos que nadie había puesto.

El rey Boleslao de Polonia y Prandota, obispo de Cracovia, enviaron informes detallados sobre el martirio al papa Alejandro IV, el cual no dudó en considerar mártires a los frailes, y concedió su culto. La iglesia conventual fue restaurada y rebautizada como "Santa María de los Mártires". Además, el mismo papa concedió la Indulgencia Santa María la Mayor de Roma a los que venerasen la memoria de San Sadoc en aquel sitio el día 2 de junio de cada año. Pío VII confirmó el culto y extendió la fiesta de los mártires a toda la Orden dominica.

Los cuarenta y ocho compañeros de San Sadoc fueron: Aarón, Abel, Abraham, Andrés, Bartolomé, Basilio, Benito, Bernabé, Cirilo, Clemente, Cristóbal, Daniel, David, Domingo, Donato, Elías, Esteban, Feliciano, Felipe, Gervasio, Gordiano, Isaías, Jeremías, Joaquín, José, Juan, Juan (otro), Lucas, Macario, Malaquías, Marcos, Mateo, Matías, Mauro, Medardo, Miguel, Moisés, Onofre, Pablo, Pedro, Rafael, Santiago, Simón, Tadeo, Timoteo, Tobías, Tomás y Valentín.

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