El río Níger atraviesa cinco países antes de desembocar en el delta al que da nombre. En Bamako, la capital de Malí, es protagonista de una historia en la que colisionan la sobrexplotación del cauce y las necesidades de la población que depende de él.
Cuenta Bazoumana Coumare que hace mucho tiempo la zona del río Níger que atraviesa Bamako, la capital de Malí, estaba llena de vida. Había cocodrilos, y hubo veces en las que pasaban manadas de hipopótamos. Sobre sus aguas planeaban diversas especies de aves. Había variedades de peces que hoy en día ya no se encuentran y las islas que sobresalen en el río eran bosques que albergaban todo tipo de animales, incluso leones. «Te estoy hablando de cuando no había motos ni coches», precisa Coumare sin dar una fecha concreta. Actualmente, si no fuera por estas historias narradas y transferidas de generación en generación, y porque Bamako es conocida como la ciudad de los cocodrilos, nadie creería que este lugar tuvo tanta vida. Hoy en día el río está enfermo.
Coumare es el jefe de uno de los más de 20 campamentos de pescadores que se han erigido a las orillas del Níger en la ciudad de Bamako. Constituido por casas de lona y de barro, el campamento de Coumare contrasta con las enormes mansiones de particulares y embajadores europeos del barrio en el que está situado. De hecho, el campamento se encuentra pegado a la pared de la casa del embajador de España en Malí. Se evidencia que el modo y las condiciones de vida son totalmente opuestos, pero los pescadores no quieren irse de allí. Vivir cerca del río forma parte de su cultura.
El campamento de Coumare fue levantado por su padre a principios de los 70 y hoy acoge a unas 20 familias de pescadores y unos 300 niños que durante años han visto su hogar amenazado por el crecimiento urbanístico de la ciudad. Las zonas próximas al río son las más deseadas por particulares con dinero que quieren edificar mansiones u hoteles.
Las presiones judiciales para que desalojen se han convertido en una noticia habitual en los campamentos de pescadores. También el de -Coumare estuvo largo tiempo amenazado hasta que «ganamos. Fuimos a la Justicia y ganamos. Las administraciones locales se pusieron de nuestro lado», explica el pescador. «Pero no hemos conseguido los papeles que regulen nuestro derecho a esta tierra», añade.
La pesca disminuye
Esta no es la única amenaza que sufren los pescadores en Bamako. Su estrecha relación con el Níger hace que todos los estragos que sufre el río los padezcan ellos también. La disminución del pescado dificulta sus condiciones de vida al reducirse sus ingresos. En época de lluvias todos los residuos de la ciudad son arrastrados al río provocando diarreas y otras enfermedades en los niños y el aumento de casos de malaria entre los pescadores, así como la inundación de parte del campamento.
La sequía y el avance del desierto, causados por el cambio climático, son dos de los factores que dificultan la vida del río y la de los pescadores. La sobrepesca y la contaminación, otros de los motivos que les hacen mella. Pero la lista es tan larga que parece infinita: los desechos sólidos y líquidos, como bolsas de plástico y productos químicos, que se vierten en sus aguas; productos como el mercurio, utilizados en la minería artesanal del oro; el ruido de los motores de algunas embarcaciones, que estresan a los peces; el impacto de las presas creadas en el río, que permiten la irrigación de los cultivos pero que impiden la correcta migración de las especies que viven en su cauce; la contaminación lumínica, que afecta al ecosistema acuático, y hasta el jacinto de agua, una planta acuática que crece muy deprisa, invadiendo todo el caudal e impidiendo navegar a las piraguas y enredando las redes de los pescadores.
Coumare guarda con afecto entre sus pocas pertenencias la memoria del máster que elaboró Bakaye Tangara con el título Incidencia de la urbanización sobre el recurso pesquero y las condiciones de vida de los pescadores en Bamako (2014-2015). Según el documento, para los pescadores de Bamako el motivo principal de que el río se esté quedando sin peces es la sobrepesca. Así lo piensan, según los datos recopilados por Tangara, un 34 por ciento de ellos. Pero un 33 por ciento lo asocian a la contaminación del río.
Algunos pescadores profesionales reconocen realizar prácticas prohibidas en su desesperación por capturar algo, pero hay que tener en cuenta también que el número de pescadores en Bamako aumenta al ritmo del éxodo rural de los jóvenes que dejan sus pueblos y buscan una oportunidad en la ciudad. No son profesionales, pero utilizan la pesca como un medio de ganar dinero sin pensar en que sus prácticas son negativas para el entorno.
«Al principio la pesca no era una actividad económica. Pescábamos para comer, no para venderlo. Capturar y cocinar, así era la vida. La población de la ciudad era menor, pero ahora ha crecido y de manera progresiva las necesidades de consumir pescado también han aumentado y hay una presión sobre los recursos», explica Coumare. «Es por esto que la gente se ha visto obligada a abandonar su modo tradicional de captura hacia uno donde se atrapen más peces para obtener beneficio económico», continúa.
«Al principio no era una actividad económica. Pescábamos para comer, no para venderlo»
Coumare puede dar fechas muy precisas de dónde estaban los peces en el río según el período del año, según la subida y bajada del río. 24 de septiembre, 2 de octubre… Explica todo casi de manera milimétrica, con una sonrisa y total seguridad. Pero las cosas ya no son así. Las migraciones de los peces se han vuelto anárquicas, como la vida en el río, donde todo el mundo lucha por sobrevivir a la velocidad del crecimiento urbano, y ante la mirada ausente y la falta de control de las autoridades.
Un río de plásticos
La cara más visible de la contaminación del río son los cientos de vertidos sólidos que se acumulan en sus riberas. Para los pescadores el rostro visible de este fenómeno son las bolsas de plástico, que han invadido el agua como si de una terrible plaga bíblica se tratara. «En lugar de capturar peces, capturamos bolsas», dice Coumare. Y según señala Tangara en su memoria, «el abandono de las bolsas provoca un aumento de la temperatura y una mala oxigenación, nefasta sobre todo contra los huevos y las larvas» de pescado.
Los nuevos inquilinos del Níger en la capital maliense son las botellas de plástico, los trapos viejos, los neumáticos y otros restos de vehículos y desechos. Con más disimulo se incorporan las aguas residuales domésticas e industriales, que van directamente al cauce; los productos químicos, como herbicidas e insecticidas provenientes de las zonas de producción de arroz; los aceites usados y los colorantes que las mujeres utilizan para teñir telas y con las que obtienen unos ingresos extra, pero que son altamente contaminantes.
«Los ciudadanos tienen la concepción de que el río puede absorberlo todo y hacerlo desaparecer», cuenta Moussa Diamoye, director general adjunto de la Agencia de la Cuenca del río Níger, creada en 2002 para salvaguardar el Níger y sus afluentes en territorio maliense. Diamoye hace especial énfasis en los problemas que causa el jacinto de agua, del cual la Agencia ha retirado unas 415 toneladas. Pero también hace referencia a las edificaciones a orillas del río que «obstruyen el camino del agua. Pero en algún momento nos recordará que se han puesto sobre su camino», sentencia. También alude al alto crecimiento demográfico que vive Bamako, de una media de un 6 por ciento anual desde hace 15 años. «Cuanto más aumenta la población, más desechos hay», evidencia.
Rutina frente a realidad
Pero la ausencia de peces no impide a Coumare levantarse cada mañana muy temprano para salir a pescar. Lleva haciéndolo toda la vida y sigue siendo con esta actividad con la que se sustenta. A las 5 de la mañana se pone en marcha el motor de la piragua de Coumare, acompañado de dos de sus hijos, uno de 16 y otro de 14 años. El ruido acaba con el silencio de la noche, pero 15 minutos después se detiene para echar la primera de tres redes al río.
La ausencia de peces no impide a Coumare levantarse cada mañana muy temprano para salir a pescar
8Despacio y con orden, Coumare la va soltando y dejándola caer en el agua desde la proa de la pequeña embarcación, al tiempo que su hijo rema hacia atrás para que quede bien esparcida. «Él sabe mejor que nadie en qué momento y lugar se encuentran ahora los peces», dice su hijo Ba. Coumare lleva pescando desde que era un crío. Empezó con seis o siete años y ha recorrido el río más allá de Bamako, navegándolo incluso en otros países de la región. Coumare pertenece al río. Basta mirarle a los ojos para descubrir en su iris el color azul del cielo que se refleja en el agua.
En mitad de la oscuridad el río está quieto y solo en los lugares donde hay corrientes se forman ondas y remolinos. Pero la oscuridad no es total en las noches para el Níger. Las luces anaranjadas y blancas iluminan sus bordes, reflejando la ciudad en el agua. Aun así Coumare necesita de una linterna, que va encendiendo de manera intermitente cada vez que ve un objeto sobre el agua: una botella, una planta acuática, otra… Nada peligroso ni fuera de lo normal.
La mitología en el río
Dice Coumare que aún de vez en cuando puede verse algún hipopótamo. Pero que no tiene miedo a que vuelque su piragua porque lleva consigo un amuleto de su abuelo. Cuenta que uno quiso atacar a su abuelo pero este se dirigió al animal «vete a morir a la orilla» y el animal así lo hizo.
El río siempre ha estado poblado de leyendas y creencias. Djins (genios) y tótems rigen las aguas del Níger, incluso en Bamako. Pero Coumare hace amago de no darle importancia. Zonas donde si pasa una piragua con una mujer embarazada, esta sufrirá un aborto, lugares donde hay que realizar sacrificios para evitar desgracias… «Hoy ya no existen», dice Coumare, como si la contaminación también los hubiera exterminado, como un prefacio de la muerte del río. Sin embargo, asegura que aún cree en esas cosas y que él ha vivido sucesos inexplicables…
Tras toda una mañana de pesca, Coumare y sus hijos han obtenido cuatro peces. Han sacado más bolsas de plástico que pescado. Con este género no ganarán más de tres o cuatro euros. El sector de la pesca es clave en la economía maliense y podría ser un polo de desarrollo. Según diferentes estudios realizados, su contribución oscila entre el 3 y el 4,2 por ciento del PIB. Además, ocupa en torno al 7 por ciento de la población activa, según un informe realizado en 2012 por la Unión Económica y Monetaria de África del Oeste (UEMOA).
En el caso concreto del distrito de Bamako existen unos 545 pescadores profesionales que contribuyen en la sombra a la economía urbana. Sin embargo, los programas de urbanización no tienen en cuenta la existencia de los campamentos de pescadores. Y, aunque desde la Dirección Nacional de la Pesca defienden sus esfuerzos en torno a su programa de desarrollo de la piscicultura en el río, como medio para luchar contra la disminución de peces, esta comunidad se siente abandonada por las autoridades e indican que no piensan en ellos más que en los momentos en que ocurre un naufragio.
«A las autoridades les interesamos cuando un coche cae al agua de alguno de los tres puentes que atraviesan la ciudad. Los bomberos están mal formados, y por lo general no saben nadar, pero nosotros sí», explica Coumare. «Aquí, en Malí, si quieres algo tienes que dar algo a cambio. Si no tienes relación con el Gobierno no te tienen en cuenta», dice. A Ba, su hijo de 16 años, le preguntamos si seguirá dedicándose a la pesca, como su padre. «Quiero ser contable», confiesa, «no puedo ser pescador porque en el momento en que sea mayor ya no habrá más peces».
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