Jesús de Nazaret es un ser personal con unas características propias. La razón no puede comprender por sí sola de manera clara y definitiva el sentido de la Encarnación. Es precisamente en esta incapacidad donde radica la grandeza y magnificencia del cristianismo.
Creer en un Dios que muere colgado de un madero como un criminal es una paradoja. El sufrimiento no es ajeno en la vida de Jesús de Nazaret, sino más bien una vivencia plenamente integrada en su decurso existencial. Sufrió mientras predicaba el Reino de Dios, sufrió mientras vivió y sufrió en el momento de morir.
Él no fue un teórico, fue un profeta que anunció con verdades que sorprendieron y a la vez escandalizaron. En su recorrido por la vida hasta la pasión fue un continuo sufrimiento ante tanta barbaridad e injusticia. En la pasión concentra todo el sufrimiento humano, desde la traición hasta el abandono de su Dios, de su amado Padre. ¡Un cáliz amargo que le costó hasta su crucifixión, dolor y sangre!
Jesús ilumina todo su sufrimiento de muerte con la obediencia y por la salvación de todos. No actúa en su dolor, en la oscuridad más penetrante su fe se mantiene en la esperanza y en el amor. Viene a salvar a todo el que acepte su Palabra, para transformarlo y guiarlo hacia el Padre. ¡Un misterio insondable de entrega!
Dios une el horror con la Belleza transfigurándola y triunfando sobre la muerte. El Verbo de Dios soporta el sarcasmo de los hombres y el desprecio de la gente en un silencio de paz y confianza en la última Palabra del Padre. No es extraño que la fe de los primeros cristianos para muchos que no creían resultaba ser una locura para los paganos y de blasfemia para los judíos (1 Cor 18,23). San Pablo, despreciado y rechazado cuando proclamó desde el areópago los principios de la fe cristiana y el sentido de la Resurrección.
¿Cómo puede salvar un crucificado?
La lógica de Dios es distinta a la de los hombres. En el Catecismo leemos: “[...] Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres (1 Co 2,24-25)” Cf. Catecismo de la Iglesia católica, nº 272.
Porque Cristo muestra en su humanidad la presencia invisible de Dios en la historia de los hombres. Vemos que toda la vida de Jesús es una vida en el Misterio: su nacimiento, su infancia, su predicación y su pasión y muerte.
Jesús se convierte en un itinerario espiritual hacia Dios, en un Maestro. Es la presencia viva de Dios en todo su obrar y de hablar de Dios. El infinito se transforma en un lugar habitado por Dios, su misión es hacia la reconciliación del mundo con Dios.
Al conocer a fondo la vida de Jesucristo, vamos interiorizando plenamente en su Misterio inefable y nos aproximamos a su esencia que es el Amor. Cierto que el reconocimiento de que Jesús de Nazaret es Hijo de Dios es una cuestión de fe, de aceptación y reconocimiento que nos aproxima cada vez más a Dios.
Esta aceptación requiere un camino práctico que manifiesta la imitación de Cristo. Sólo siguiendo las palabras y los hechos de Jesús conoceremos mejor su Amor gratuito y generoso. Dios es Amor y se deja conocer por la generosidad de la entrega. El itinerario cristológico parte de una persona concreta de carne y huesos que es Jesús de Nazaret.
La experiencia del Absoluto, Uno e Infinito es una grata percepción de una presencia real, viva y personal que una veces estará en la oscuridad y otras iluminando, fortaleciendo en el camino de la vida. El mejor deseo de aproximarse es nuestro seguimiento a través de una identificación con Jesús de Nazaret.
En esta etapa de mi vida, mi seguimiento se configura con Jesús, con una personalidad responsable para entender mejor la trayectoria de una misión que tiene esperanza y vida
Cruz y resurrección es determinante en mi vida para proyectar claridad y esperanza al sufrimiento cotidiano, al sufrimiento de tantas personas que viven hundidos en la desesperación ¿Dónde estás, Dios mío, cuando el inocente, el pobre sufre? Creo que Tú estás en el corazón sufriente, en el alma atormentada, compartiendo la agonía de cada uno, porque Dios es el Otro que me habla y ora en mi corazón. Entonces mi sufrimiento no sólo me afecta a mí, sino que es compartido misteriosamente por el Dios sacrificio.
Sólo un Dios que pasado por la obediencia de Cruz, la desesperación extrema del sufrimiento oscuro y silencioso y ha resucitado porque ha vencido a la muerte puede asumir el sufrimiento humano y llenarlo de esperanza con la gozosa alegría de verlo cara a cara.
Dice el teólogo Hans Urs von Balthasar: “La resurrección fue para los primeros cristianos la clave de la cruz, la luz en la que pudieron descifrar cada uno de los diferentes episodios de la vida de Jesús... El creyente vive desde la resurrección de cara a la cruz, pero también desde un estado de crucifixión cotidiana con la mirada puesta en la resurrección”.
El testimonio de una vida cristiana consagrada tiene su fe en Jesús, es el centro de todas sus acciones y pensamientos en una decisión plena personal del creyente y a la vez es una respuesta a una llamada. La fe es un misterio y don de Dios para todos, el mundo valora a los creyentes que viven su fe en la alegría de la Pascua. Y tenemos que tener viva conciencia de esta gracia que nos regala para servir en la Iglesia, en el mundo. Desde esta unión con Dios hay vitalidad y fecundidad en la belleza de una vida Orante que se entrega y es un espejo de la Palabra salvadora de Cristo Resucitado.
Que la alegría Pascual nos llene de esperanza de fortaleza, de acción solidaria en el mundo, nos descubran los jóvenes siempre a su lado compartiendo sus inquietudes y sus desesperanzas y les podamos ofrecer un Camino de Luz en el Cristo glorificado por los siglos.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Sor María Pilar Cano Sánchez, O.P.
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