lunes, 4 de diciembre de 2017

La ong Sinjiya-ton recupera a niños de Bamako sin hogar

Una noche de diversión con varios compañeros de facultad suscitó en Mamadou Touré una inquietud por la situación de los niños de la calle en Bamako. Ahora recorre con su furgoneta las noches de la capital maliense en busca de chicos a los que ayudar.

La noche ya cubre la ciudad de Bamako, la capital de Malí, y Mamadou Touré ha salido, como hace regularmente, con su furgoneta Toyota blanca para dar una vuelta que se conoce de memoria. El primer lugar de visita son los alrededores de la estación de autobuses de Sogoniko, uno de los sitios más peligrosos en las noches bamakenses, pues es donde se intercambia la droga y las chicas jóvenes, muchas veces niñas, se prostituyen. Touré se para allí, con las ventanillas bajadas, sin titubeo alguno, mientras todo el mundo en la calle observa la furgoneta. Llama a uno de los chicos con el que habla unos minutos y se dirige a él por su nombre. Todos están bien, puede continuar. Más adelante, cerca de un bar nocturno, reconoce a una chica de unos 13 años. Vestimenta ajustada y maquillaje desmedido, se pasea por la zona a la espera de clientes. Intercambian también unas palabras. Touré señala con su mirada el cigarrillo que lleva en la mano, ella se lo da y él comprueba que no es más que tabaco. La lluvia interrumpe la conversación y la furgoneta prosigue su ruta en busca de niños que estén heridos, para procurarles primeros auxilios, así como para conversar con ellos y sobre su situación.


Mamadou Touré es el presidente y fundador de la asociación Sinjiya-ton. Se trata de una ONG maliense que acoge a los niños «con el objetivo de darles la oportunidad de salir de la calle y tener una vida normal, una formación profesional y que se conviertan en adultos autónomos y reinsertados en la sociedad», explica. Actualmente se hace cargo del alojamiento, la comida, la salud y la escolarización de 50 chavales, 22 de ellos niñas, pero atiende a una sesentena.

La historia de esta asociación comienza en una noche de fiesta cuando Touré era estudiante. Tras salir de la discoteca para volver a casa se cruzó por el camino con un niño de unos cinco o seis años. Le sorprendió que estuviera solo a las tres o cuatro de la mañana, así que se acercó y le preguntó qué hacía allí. El muchacho le dijo que tenía hambre, por lo que le invitó a comer pan con mayonesa, tortilla y un vaso de leche con chocolate. El chico se comió una parte y guardó el resto para su hermana pequeña. Buscaron a sus padres hasta en tres sitios diferentes y Touré quedó sorprendido por la cantidad de familias enteras que dormían en la calle. Cuando los encontraron, su padre no estaba inquieto, «no se preocupó por saber si yo era o no mala persona, qué había pasado y fue mi primera sorpresa», cuenta Touré. La segunda fue darse cuenta de que con tan solo 500 francos CFA (76 céntimos de euro) había alimentado a dos niños. «Sentí que había estado desperdiciando el dinero en la discoteca».

A raíz de aquello, reunió a varios compañeros de la carrera de Sociología que cursaba y comenzó a organizar actividades con niños de la calle, pero también con aquellos cuyos padres sufrían alguna discapacidad y, al estar al cuidado de estos, no tenían la posibilidad de ir a la escuela. ­Fútbol, juegos, alfabetización. «A los padres les gustó porque veían que los niños estaban contentos», recuerda. En 1997 le propusieron que declarara la asociación en el ayuntamiento para evitar realizar todo aquello de manera informal. Touré comenzó a pie con sus vueltas nocturnas en 1996; en 2005 las continuó en moto hasta que, en 2012, consiguió la furgoneta.

Cambio de orientación

La organización comenzó a cambiar de rumbo cuando en 2003 se dieron cuenta de que los niños de la calle huían al verle. Descubrieron que a muchos de los que habían propuesto acudir a los centros de acogida los trataban mal, «si se orinaban en la cama les pegaban, si decían palabrotas también. Eso les traumatizaba y, al asociarnos a eso, no querían tratar con nosotros», explica Touré. Decidió entonces que los acogería en su propia casa donde, además, tenía un albergue para turistas. En aquel momento le surgió otro problema, esta vez ético. ¿Cómo iba a mezclar a niñas que ejercían la prostitución en la calle y a niños que se movían en un ambiente de drogas y robaban con turistas? Tenía que elegir, o unos u otros. Y optó por los niños.

Touré con varios jóvenes. Fotografía: María Rodríguez
En Sinjiya-ton hay unas normas que todos los acogidos deben cumplir, como los horarios de irse a la cama o levantarse. Cuando ­Touré sale con su furgoneta hay niños a los que propone ir al centro. Les dice dónde está, cómo funciona, les deja pensar si les interesa, los vuelve a visitar para ver cómo se encuentran. Pero, «si no se sienten preparados no les obligo. Muchos tienen miedo de vivir en una estructura donde hay un reglamento», explica. Por eso, también hay muchos que, atraídos por la protección de vivir allí, aceptan pero luego deciden irse al no poder acostumbrarse a esa pérdida de libertades que sí tienen en la calle.

Prácticamente todos los niños y niñas tienen problemas psicológicos. «En la calle no se sabe lo que va a pasar a cada instante y se guían por el instinto de supervivencia», cuenta Touré, quien explica que los problemas que más observa en ellos son de comportamiento y de adaptación a las reglas y la rutina, pero también de ansiedad y baja autoestima, «hasta el punto de considerar que no valen nada».

Vivir en la calle no es fácil. Alimentarse, lavarse o buscar un lugar donde dormir se convierte en una odisea para los zagales. La organización maliense Samusocial Mali señala en su memoria anual de 2015 que «los abusos y la explotación sexual son muy poco referidos por los niños en las entrevistas, contrariamente a las observaciones de los profesionales que constatan que están en aumento».

Las situaciones más comunes arrancan de problemas familiares. En Malí, cuando un niño se escapa de casa, la policía no interviene para buscarlo y traerlo de vuelta. Esto solo ocurre si hay un problema con la ley. Así que, una vez que se encuentran en la calle se enfrentan a los peligros de la ciudad como si de una jungla se tratara.
Los niños optan por la mendicidad y reclaman a los viandantes y conductores, lata de tomate vacía en mano, algunas monedas poniendo cara de lástima y echándose la mano a la boca. Las niñas se dedican a la prostitución como principal actividad de supervivencia. Y, según Samusocial, solo un 14 por ciento se dedica al pequeño comercio, como la venta de pañuelos o chicles, o al lavado de los cristales de los vehículos durante los atascos o con los semáforos en rojo.

El Gobierno de Malí no tiene cifras oficiales sobre cuántos niños hay en las calles, no solo de Bamako, sino de todas las capitales regionales. Y en la Dirección Nacional para la Promoción del Niño y de la Familia, donde el presupuesto solo sirve para el funcionamiento de la misma, nos explican que «todo está mezclado», solo están recogidos los niños en situación difícil, sin distinguir si se encuentran o no en las calles. Touré estima que la cifra gira en torno a los 500 niños en Bamako y el Samusocial asistió a 413 menores en 2015 (239 chicos, 158 chicas y 16 bebés), de los cuales un 10 diez por ciento procedía de Costa de Marfil, Burkina Faso y Guinea. Samusocial advierte también de que el porcentaje de niñas en la calle aumenta desde 2013.

Las políticas puestas en marcha para solucionar este problema no dan resultado. No hace falta más que pasearse por la noche por la ciudad, donde duermen pequeños, ancianos y familias enteras, o acercarse al Centro de Acogida, Escucha y Orientación para Niños del distrito de Bamako, un pequeño espacio ruinoso, donde el suelo se levanta y hay rincones que huelen a orín, utilizado por algunos jóvenes para dormir. Es por ello que Touré, muy crítico con la inacción del Gobierno pretende desarrollar la organización para tener más casas donde albergar a los niños, permitirles una vida equilibrada y acudir a la escuela para que, en el futuro, se reinserten en la sociedad. Actualmente, tres chicos acogidos por Touré están estudiando Arte Dramático, Gestión y Contabilidad y Derecho en la universidad. Unos han formado su propia familia. Otros han encontrado un empleo.

Touré perdió a sus padres cuando era muy pequeño y, como él señala, si no fuera por la ayuda que recibió de los demás no sabe qué habría sido de su vida. El día que decidió ayudar a los niños de la calle de Bamako lo tenía claro, era la mejor manera de agradecer a aquellos que le ayudaron y con quienes se sentía en deuda.

Por María Rodríguez

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