"Por Él hemos recibido este don y esta misión"
de la lealtad, la fidelidad a todo prueba.
Y la misión de testimoniar con brillantez
el coraje de la fe y la tenacidad de la esperanza.
Hemos recibido el don de la Belleza...
HEMOS RECIBIDO UN DON Y UNA MISIÓN
Hemos recibido el don divino
de la paz, la comprensión y la concordia.
Y la misión de construir cada día
la convivencia serena, el buen entendimiento,
Hemos recibido el don de la fraternidad.
HEMOS RECIBIDO UN DON Y UNA MISIÓN
Hemos recibido el don divino
de la fraternidad, con el cercano y con el lejano,
Y la misión de superar
la indiferencia y el egoísmo individual.
Hemos recibido el testimonio del Amor...
HEMOS RECIBIDO UN DON Y UNA MISIÓN
Hemos recibido el don divino
del amor, un sentimiento, actitud y comportamiento.
Y la misión de perdonar, el afecto
de relaciones humanas cordiales y fraternas.
Hemos recibido a Dios en humildad.
HEMOS RECIBIDO UN DON Y UNA MISIÓN
Hay que acoger al Hijo de Dios que se hace carne.
No basta contemplar y agradecer a Dios el nacimiento de Jesús, ese misterio insondable de amor y caridad que se acerca al ser humano. Es necesario superar el canto de las sirenas que nos llegan y nos distraen de lo importante: "Ábrase la tierra y brote el salvador". Dios está vivo entre nosotros y comparte nuestros miedos y nos dice constantemente: "Hacia delante, no te acobardes en nada".
Contemplamos a María, con una profunda humildad que la hace pura referencia abierta al misterio de Dios, pobre de Yavé por excelencia, es para todos modelo paradigmático de fe y acogida: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra" Y con ella, José, varón bueno y justo, que, conducido por la fe, acepta y cumple la misión que se le encomienda.
Acoger el misterio es prolongarlo hoy entre nosotros. Atentas al Señor que nos acompaña y vive entre nosotros, para darlo al mundo de la pobreza e injustica que existe en los más débiles de nuestros hermanos, y esto es posible dando luz a la sonrisa al corazón, a los ojos y se hace compromiso generoso de ir quitando toda opacidad y cansancio a la entrega constante a Dios y a los hermanos. Somos su nuevo rostro, sacramento históricamente-perceptible de la presencia y acción salvífica-liberadora de aquel mismo Jesús, que, resucitado, sigue viviendo entre nosotros.
No podemos perder la brillantez y frescura de nuestra entrega a Dios, la alegría y la esperanza que nos engrandece y nos guía hacia la santidad de Jesús; las jóvenes tienen la fuerza de la vida, nosotras, la experiencia de una vida donada día y noche en el fuego del Amor Eterno. Un camino recorrido del que nos ha llenado de alegrías, de dolor y de consoladora intimidad con el Amado, del que podemos ofrecer con garantía y de calma serena para sobreponerse a la agitada tempestad.
Celebremos este sacramento con fervor unidas en la prolongación de la encarnación de Dios-verdadero y hombre consustancial con el Padre.
Felicidades para todas las hermanas de la Orden.
Sor María Pilar Cano Sánchez, O.P.
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