domingo, 5 de noviembre de 2017

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!   El Evangelio de hoy (Mt 23: 1-12) está ambientado en los últimos días de la vida de Jesús en Jerusalén; días cargados de expectativas y también de tensiones. Por un lado, Jesús dirige severas críticas a los escribas y los fariseos, y por el otro, realiza importantes entregas a los cristianos de todos los tiempos, por lo tanto también a nosotros.

Él le dice a la multitud: «En la cátedra de Moisés, se han sentado los escribas y los fariseos» Ustedes hagan y cumplan lo que ellos digan». Esto para hacer entender que ellos tienen la autoridad para enseñar lo que es conforme a la ley de Dios. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús añade: «pero no los imiten; porque dicen y no hacen. (V 2- 3). Hermanos y hermanas, un defecto frecuente en quienes tienen una autoridad, sea civil que eclesiástica, es exigir de los demás cosas, inclusive justas, pero que ellos no practican en primera persona. Hacen una doble vida. Jesús dice: «Atan fardos pesados, difíciles de llevar, y se los cargan en la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo» (v. 4). Esta actitud es un mal ejercicio de la autoridad, que en cambio debería tomar su principal fuerza precisamente del buen ejemplo. La autoridad nace del buen ejemplo para ayudar a otros a practicar lo que es justo y debido, sosteniéndolos en las pruebas que se encuentran en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si se ejerce mal, se vuelve opresiva, no permite que la gente crezca y crea un clima de desconfianza y hostilidad, y también conduce a la corrupción. 

Jesús denuncia abiertamente algunos comportamientos negativos de los escribas y fariseos: «Les gusta ocupar los primeros puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que los salude la gente por la calle y los llamen maestros » (vv.6-7). Esta es una tentación que corresponde a la soberbia humana y que no siempre es fácil de vencer. La actitud de vivir sólo de la apariencia.

Luego, Jesús realiza las entregas a sus discípulos: «Ustedes no se hagan llamar maestros, porque uno solo es su maestro, mientras que todos ustedes son hermanos […] Ni se llamen jefes, porque solo tienen un jefe que es el Mesías. El mayor de ustedes que se haga servidor de los demás» (vv. 8-11).

Nosotros, los discípulos de Jesús, no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o supremacía. Yo les digo que personalmente me duele ver a personas que psicológicamente andan corriendo detrás de las honorificaciones. Nosotros, discípulos de Jesús, no debemos hacer esto porque entre nosotros debe haber una actitud sencilla y fraternal. Todos somos hermanos y no debemos dominar a los demás de ninguna manera ni mirarlos de arriba a abajo. No, somos todos hermanos. Si hemos recibido cualidades de nuestro Padre Celestial, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharlas para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los demás; la modestia es esencial para una existencia que quiere estar conforme a las enseñanzas de Jesús, que es manso y humilde de corazón; y ha venido, no para ser servido, sino para servir.

La Virgen María, «humilde y alta más que otras criatura» (Dante, Paradiso, XXXIII, 2), nos ayude con su intercesión maternal, a rehuir del orgullo y la vanidad, y a ser dóciles al amor que viene de Dios, para el servicio de nuestros hermanos y para su alegría, que también será la nuestra.

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