El 19 de julio, aniversario del asesinato, en 1992, del juez antimafia Paolo Borsellino, Italia celebra cada año una jornada contra la mafia y la corrupción y de solidaridad y oración por sus víctimas. El Papa aprovechó la fecha para escribir en la edición italiana de su cuenta en Twitter este mensaje: “Recemos por todas las víctimas de las mafias, pidamos la fuerza de seguir hacia delante, de continuar luchando contra la corrupción”.
La denuncia y la lucha contra la corrupción es una de las señas de identidad del magisterio y de la acción de Francisco, incluso antes de su elección pontificia, tras la cual hubo dos elocuentísimos gestos al respecto. Así, en junio de 2014, viajó Calabria, cuna de la “Ndrangheta“, quizás, a día de hoy, la más peligrosa y activa de las mafias italianas; y, unos meses antes, en marzo de 2014, organizó un emotivo encuentro en Roma con víctimas de las mafias. En estas ocasiones y en otras muchas más, Francisco ha recordado que “los mafiosos no están en comunión con Dios, sino que están excomulgados”, calificando, reiteradamente, a la corrupción como “cáncer”, como “la peor plaga social” y como el origen de “gravísimos problemas y crímenes”. Y, sin ir más lejos, remitimos también a nuestros lectores a la página 33 del número de ecclesia 3.889 para encontrarnos, de nuevo, con otros recientes posicionamientos del Papa y del Vaticano sobre la corrupción.
Sin que este Editorial pretenda asociar indiscriminadamente mafia con corrupción, el mensaje papal en Twitter del 19 de julio hubo de resonar en España con especial vibración al conocerse que en la mañana de aquel día un conocido exbanquero español, envuelto en distintos escándalos de corrupción y ya con una reciente y recurrida sentencia de cárcel, decidió quitarse la vida. Esta trágica noticia coincidió también en el tiempo con la detención y encarcelamiento del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, de su hijo y del vicepresidente federativo económico, también implicados, presuntamente, en graves tramas de corrupción.
Mientras tanto, la sociedad española sigue sin acabar de “digerir” y, sobre todo, de solventar judicialmente gravísimos casos de corrupción como las tramas Gürtel, ERES de Andalucía, Pujol, el 3% también en Cataluña, Púnica, Lezo y hasta el mismísimo caso Nóos, entre otros, amén de continuos escándalos e imputaciones que afectan a destacadísimos futbolistas que compiten en España.
Todo ello, sin duda, salpica y contamina no solo la vida pública, sino que también repercute muy negativamente en la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie. Y es que la ciudadanía, singularmente la más necesitada y desfavorecida, no es solo víctima directa de estos insoportables desmanes, sino que toda esta vergonzosa realidad socava los valores morales y la confianza, además de correr el riesgo, en la medida que sea, del contagio y de agudizar aun las perniciosas derivas de relativismo, individualismo y subjetivismo, que tanto perjudican y hasta corroen a nuestro tejido social.
En febrero de 1996, en momentos entonces también muy complicados y condolidos por otros conocidos casos de corrupción, la CEE publicó el documento Moral y sociedad democrática, que, en continuidad con La Verdad os hará libre, de noviembre de 1990, mostraba la preocupación de nuestro episcopado por “la profunda crisis moral y de conciencia de la sociedad española”, raíz infecta y pútrida donde tiene su caldo de cultivo la corrupción.
La tolerancia cero respecto a la corrupción es, pues, imprescindible. ¿Pero cómo hacerla realidad? Se han de endurecer y revisar continuamente las leyes, exigiéndose la devolución efectiva de lo robado. Judicialmente se ha de saber la verdad, toda la verdad de los “casos” de corrupción que nos asolan, urgiendo a la Justicia a que actúe con premura, libertad, independencia y ecuanimidad. La presunción de inocencia debe ser siempre un derecho a proteger, a respetar y a promover, pues un Estado de Derecho, como el español, no debe dar cabida alguna a la presunción de culpabilidad.
Asimismo, se han de evitar tanto los juicios paralelos como los sentimientos de venganza y de ensañamiento mediático y digital con los culpables, por muy culpables que sean, y se ha de estar en máxima alerta para evitar que crezca, del modo que sea, la hipocresía y la doble vara de medir entre los ciudadanos.
Y todo ello demanda fortalecer la dimensión educadora de las conciencias de todos y a proceder a un apremiante rearme moral.
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