la hermana del padre Jacques Hamel narra las horas previas al martirio y las reacciones posteriores. Ya está en marcha la fase diocesana del proceso de beatificación, que, en estos momentos, recopila testimonios
Hace justo un año, todo el mundo tenía la mirada puesta en una pequeña población del norte de Francia de apenas 30.000 habitantes, Saint-Étienne-du-Rouvray. Allí había sido asesinado el padre Jacques Hamel a manos de dos terroristas del Daesh tras entrar en su iglesia durante la Eucaristía del día, que había comenzado a las 9:00 horas. Hamel se resistió a arrodillarse y gritó a sus asesinos: «Vete, satanás». Se convertía así en el primer sacerdote mártir en suelo europeo en el siglo XXI. Doce horas antes, el sacerdote cenaba en su casa con su familia, que acababa de llegar para echarle una mano en su última semana de trabajo; el mes siguiente lo pasarían juntos en Auvernia de vacaciones.
Aquel día, víspera de su asesinato, la familia, con su hermana Roselyne, se retrasaron; Jacques estaba inquieto. Vestía la camisa que ella misma le había regalado el verano anterior, porque siempre decía que no tenía tiempo para ir de compras. «Nos sentamos en la mesa –la ventana abierta, a través de la que se veían sus rosales y entraba el sol– y durante la cena, dijo: “Me va a costar un par de días habituarme, pero estoy muy feliz de que estéis aquí”. Eran sobre las ocho. Hacía calor. A las diez ya estaba descansando, pues se levanta muy temprano para la Eucaristía», recuerda Roselyne en un extenso testimonio en el semanario francés La Vie.
Con el nuevo día, el padre Hamel se levantó, preparó café y fue a comprar pan, que dejó encima de la mesa», narra su hermana. La familia se levantó poco después de la partida de Jacques hacia la iglesia; las nietas de Roselyne veían los dibujos animados cuando sonó el teléfono. Llegaban las primeras noticias, aunque una aturdida Roselyne aún no era consciente de lo que estaba pasando. Cuando lo fue, salió corriendo hacia el templo. Se encontró con los militares, que la pararon y la llevaron a una especie de tanatorio al lado de la iglesia. Allí estuvo dos horas en silencio. Entonces, llegó la responsable de la funeraria y le dijo: «Todo ha terminado, hay un herido y un muerto, que es su hermano».
No todo había terminado, pues como afirma monseñor Lebrun, «la complejidad de esta historia reside en que, muerto, el padre Hamel está más vivo que nunca». Aunque a su hermana Roselyne le costó tiempo aceptarlo. Al oír hablar de la posibilidad de que Jacques alcanzase la santidad, se preguntó por qué no le dejaban en paz, por qué no le permitían descansar. Y lloró. Hoy lo ve de otra manera: «Sé que el Papa quiere que mi hermano sea reconocido santo. Lo merece por la muerte que ha sufrido, el martirio, y por cómo luchó con 87 años». Reconoce que la fe le ha ayudado mucho y que ahora tiene claro que su misión de aquí en adelante es la de «dar testimonio de Jacques». «Quiero que sea el bastón de peregrino que me ayude en el camino hasta mi último suspiro», confiesa.
«Un hombre fiel»
Lo cierto es que el proceso que puede llevar a Hamel hasta los altares ya está en marcha con el apoyo explícito del Papa Francisco, quien, casi dos meses después del asesinato, durante su homilía de la Misa matutina en Santa Marta, dijo que «ya era beato». En aquella Eucaristía estuvo presente Dominique Lebroun, arzobispo de Ruan, la diócesis del padre Hamel, y que luego pudo hablar con el Pontífice: «Me dijo que pusiese la foto en la iglesia para que fuese venerada. Al ver la expresión de mi cara, añadió que si alguien protestaba, yo mismo le dijese que había sido el Papa quien lo había mandado».
En estos momentos, se instruye la fase diocesana del proceso de beatificación tras la dispensa del Pontífice de esperar los cinco años reglamentarios. Abierta el pasado 13 de abril, la primera reunión tuvo lugar el 20 de mayo, una vista de procedimiento donde se estableció la composición del tribunal y que contó con la presencia de familiares, testigos del martirio, amigos musulmanes… Ahora se están escuchando testimonios sobre la muerte, pero también sobre la vida del padre Hamel, que, según el obispo Lebroun, revelan a una persona «de la que habría que hablar durante mucho tiempo, como tantos sacerdotes». «Un hombre que simplemente ha sido fiel hasta el final. […] Todo lo que toca a Hamel se desarrolla sin tensiones, sin levantar la voz, sin escándalo. Un remanso de luz y paz», reconoce.
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