jueves, 8 de abril de 2021

El amigo invisible

Impar y menor que tres. Es, dicen, el número de auténticas amistades que una persona puede labrarse a lo largo de su vida, por muy larga que esta sea. Aunque discutible en su formulación o en su resultado, lo que sí parece claro es que China pretende ser ese amigo fiel y vitalicio que el continente africano no consigue encontrar. Ahora, la excusa para el escarceo viene de la mano de las vacunas contra el coronavirus. 

Porque desde Pekín, además de financiar infraestructuras, comprar deuda, regalar sedes para organismos continentales –léase Unión Africana– o fomentar acuerdos bilaterales, ahora se han arremangado –en este caso a través de Sinopharm– para entrar en un mercado al que otras grandes farmacéuticas ponen más reparos. De momento,  Zimbabue  ya ha anunciado que recibirá 200.000 dosis gratuitas del gigante asiático, algo que ha merecido el elogio del presidente zimbabuense, Emmerson Mnangagwa: «Este gesto certifica que China es un verdadero amigo de Zimbabue».

Más allá de los intereses implícitos y explícitos de estos vínculos, lo que sí ha logrado un país africano, Marruecos, es avanzar de forma significativa en la vacunación. Ha administrado un millón de dosis en un tiempo récord. Era la cifra que anunciaba el diario Le Desk el pasado 12 de febrero, por lo que el número se ha quedado ya muy por debajo. Eso sí, con Mohamed VI a la cabeza, sin discusión. Para conseguirlo, en el país norteafricano también están tirando del amigo chino. Sinopharm ha enviado a Rabat 500.000 dosis, una cantidad que queda, no obstante, muy por debajo de la de otra de las estrellas de este baile farmacéutico, -AstraZeneca, que ha enviado dos millones. 

El objetivo, como en cualquier parte del mundo, pasa por frenar el avance de una pandemia cuya segunda ola en África está siendo mucho más virulenta que la primera. Aunque los casos apenas suponen un porcentaje muy pequeño de los fallecidos y contagiados globales, en estas últimas semanas se ha superado una barrera psicológica, la de los 100.000 muertos. Por aterrizar este dato, y volviendo a Zimbabue, más del 70 % de los infectados en el país se han registrado en este período.

En el inestable equilibrio entre el cuidado de la salud y la atención a la economía ha entrado la  Nigeriana  -Ngozi Okonjo-Iweala, que se ha convertido en la primera africana en presidir la Organización Mundial del Comercio. En su toma de posesión ya señaló que una de sus prioridades será trabajar para minimizar los devastadores efectos de la pandemia. Okonjo-Iweala tiene cierto bagaje en este campo, ya que el pasado mes de julio fue nombrada enviada especial de la Unión Africana en la lucha contra el coronavirus en el continente.

Y para cerrar, cómo no hablar de Jasiri, Shujaa y Tumaini. Fabricados en China pero donados por Japón, estos tres robots -desinfectan y monitorizan el aeropuerto internacional de Nairobi  (Kenia)  y a los pasajeros que se encuentran en tránsito. Quién sabe si seguirán siendo solo un instrumento para frenar la pandemia o se convertirán en los mejores amigos del hombre. De momento, su DNI ya deja claro dónde «nacieron».

miércoles, 7 de abril de 2021

AUDIENCIA GENERAL,Biblioteca del Palacio Apostólico

Catequesis 28. Rezar en comunión con los santos

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera reflexionar sobre la relación entre la oración y la comunión de los santos. De hecho, cuando rezamos, nunca lo hacemos solos: aunque no lo pensemos, estamos inmersos en un majestuoso río de invocaciones que nos precede y continúa después de nosotros.

En las oraciones que encontramos en la Biblia, y que a menudo resuenan en la liturgia, vemos la huella de historias antiguas, de liberaciones prodigiosas, de deportaciones y tristes exilios, de regresos conmovidos, de alabanzas derramadas ante las maravillas de la creación... Y así estas voces se difunden de generación en generación, en una relación continua entre la experiencia personal y la del pueblo y la humanidad a la que pertenecemos. Nadie puede desprenderse de su propia historia, de la historia de su propio pueblo, siempre llevamos esta herencia en nuestras costumbres y también en la oración. En la oración de alabanza, especialmente en la que brota del corazón de los pequeños y los humildes, resuena algo del cántico del Magnificat que María elevó a Dios ante su pariente Isabel; o de la exclamación del anciano Simeón que, tomando al Niño Jesús en sus brazos, dijo así: «Ahora Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz» (Lc 2,29).

Las oraciones —las buenas— son “difusivas”, se propagan continuamente, con o sin mensajes en las redes sociales: desde las salas del hospital, desde las reuniones festivas y hasta desde los momentos en que se sufre en silencio... El dolor de cada uno es el dolor de todos, y la felicidad de uno se derrama sobre el alma de los demás. El dolor y la felicidad son parte de la única historia: son historias que se convierten en historia en la propia vida. Se revive la historia con palabras propias, pero la experiencia es la misma.

Las oraciones siempre renacen: cada vez que juntamos las manos y abrimos nuestro corazón a Dios, nos encontramos en compañía de santos anónimos y santos reconocidos que rezan con nosotros, y que interceden por nosotros, como hermanos y hermanas mayores que han pasado por nuestra misma aventura humana. En la Iglesia no hay duelo solitario, no hay lágrima que caiga en el olvido, porque todo respira y participa de una gracia común. No es una casualidad que en las iglesias antiguas las sepulturas estuvieran en el jardín alrededor del edificio sagrado, como para decir que la multitud de los que nos precedieron participa de alguna manera en cada Eucaristía. Están nuestros padres y abuelos, nuestros padrinos y madrinas, los catequistas y otros educadores… Esa fe transmitida, que hemos recibido: con la fe se ha transmitido también la forma de orar, la oración.

Los santos todavía están aquí, no lejos de nosotros; y sus representaciones en las iglesias evocan esa “nube de testigos” que siempre nos rodea (cf. Hb 12, 1). Hemos escuchado al principio la lectura del pasaje de la Carta a los Hebreos. Son testigos que no adoramos —por supuesto, no adoramos a estos santos—, pero que veneramos y que de mil maneras diferentes nos remiten a Jesucristo, único Señor y Mediador entre Dios y el hombre. Un santo que no te remite a Jesucristo no es un santo, ni siquiera cristiano. El Santo te recuerda a Jesucristo porque recorrió el camino de la vida como cristiano. Los santos nos recuerdan que también en nuestra vida, aunque débil y marcada por el pecado, la santidad puede florecer. Leemos en los Evangelios que el primer santo “canonizado” fue un ladrón y fue “canonizado” no por un Papa, sino por el mismo Jesús. La santidad es un camino de vida, de encuentro con Jesús, ya sea largo, corto, o un instante, pero siempre es un testimonio. Un santo es el testimonio de un hombre o una mujer que han conocido a Jesús y han seguido a Jesús. Nunca es tarde para convertirse al Señor, bueno y grande en el amor (cf. Sal 102, 8).

El Catecismo explica que los santos «contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquéllos que han quedado en la tierra. […] Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero» (CCE, 2683). En Cristo hay una solidaridad misteriosa entre los que han pasado a la otra vida y nosotros los peregrinos en esta: nuestros seres queridos fallecidos continúan cuidándonos desde el Cielo. Rezan por nosotros y nosotros rezamos por ellos, y rezamos con ellos.

Este vínculo de oración entre nosotros y los santos, es decir, entre nosotros y personas que han alcanzado la plenitud de la vida, este vínculo de oración lo experimentamos ya aquí, en la vida terrena: oramos los unos por los otros, pedimos y ofrecemos oraciones... La primera forma de rezar por alguien es hablar con Dios de él o de ella. Si lo hacemos con frecuencia, todos los días, nuestro corazón no se cierra, permanece abierto a los hermanos. Rezar por los demás es la primera forma de amarlos y nos empuja a una cercanía concreta. Incluso en los momentos de conflicto, una forma de resolver el conflicto, de suavizarlo, es rezar por la persona con la que estoy en conflicto. Y algo cambia con la oración. Lo primero que cambia es mi corazón, es mi actitud. El Señor lo cambia para hacer posible un encuentro, un nuevo encuentro y para evitar que el conflicto se convierta en una guerra sin fin.

La primera forma de afrontar un momento de angustia es pedir a los hermanos, a los santos sobre todo, que recen por nosotros. ¡El nombre que nos dieron en el Bautismo no es una etiqueta ni una decoración! Suele ser el nombre de la Virgen, de un santo o de una santa, que no desean más que “echarnos una mano” en la vida, echarnos una mano para obtener de Dios las gracias que más necesitamos. Si en nuestra vida las pruebas no han superado el colmo, si todavía somos capaces de perseverar, si a pesar de todo seguimos adelante con confianza, quizás todo esto, más que a nuestros méritos, se lo debemos a la intercesión de tantos santos, unos en el Cielo, otros peregrinos como nosotros en la tierra, que nos han protegido y acompañado porque todos sabemos que aquí en la tierra hay gente santa, hombres y mujeres santos que viven en santidad. Ellos no lo saben, nosotros tampoco lo sabemos, pero hay santos, santos de todos los días, santos escondidos o como me gusta decir los “santos de la puerta de al lado”, los que viven con nosotros en la vida, que trabajan con nosotros y llevan una vida de santidad.

Bendito sea Jesucristo, único Salvador del mundo, junto con este inmenso florecimiento de santos y santas, que pueblan la tierra y que han hecho de su vida una alabanza a Dios. Porque —como afirmaba san Basilio— «el santo es para el Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado templo suyo»  (Liber de Spiritu Sancto, 26, 62: PG 32, 184A; cf. CCE, 2684).

Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En esta octava de Pascua pedimos a Cristo resucitado, por intercesión de todos los santos y santas del Señor, que nos conceda las gracias que más necesitamos para superar los momentos difíciles y hacer de nuestra vida, en comunión con toda la Iglesia, una alabanza agradable a Él. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

LLAMAMIENTOS

Deseo asegurar mi recuerdo en la oración por las víctimas de las inundaciones que azotaron Indonesia y Timor Oriental en los últimos días. Que el Señor acoja a los muertos, consuele a sus familias y sostenga a quienes han perdido sus hogares.

Ayer fue el Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz, proclamado por las Naciones Unidas. Espero que pueda relanzar la experiencia del deporte como un evento de equipo, para fomentar el diálogo solidario entre diferentes culturas y pueblos.

En esta perspectiva, me complace animar a la Athletica Vaticana a continuar su compromiso de difundir la cultura de la fraternidad en el deporte, prestando mucha atención a las personas más frágiles, convirtiéndose así en testigos de paz.

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos hoy sobre la relación entre la oración y la comunión de los santos. Cuando rezamos nunca estamos solos, sino en compañía de otros hermanos y hermanas en la fe, tanto de los que nos han precedido como de los que aún peregrinan a nuestro lado. En esta comunión, los santos —sean reconocidos o anónimos, “de la puerta de al lado”— rezan e interceden por y con nosotros. Junto a ellos, estamos inmersos en un mar de invocaciones y súplicas que se elevan al Padre.

En las oraciones que encontramos en la Biblia, y que a menudo resuenan en la liturgia, podemos reconocer las voces de muchas personas que han vivido la misma aventura humana. Esas oraciones, que pueden ser de petición, de acción de gracias o de alabanza —como el Magníficat, el Benedictus— se difunden de generación en generación. Y así, cada vez que juntamos las manos y abrimos el corazón para rezar, nos unimos a la oración del único santo Pueblo fiel de Dios.

Vivimos la comunión en la oración cuando rezamos unos por otros, cuando pedimos y ofrecemos plegarias por diversas necesidades. El primer modo de rezar por alguien es hablarle a Dios de esa persona. Si lo hacemos con frecuencia, cada día, nuestro corazón no se cierra, sino que permanece abierto a los demás. Rezar por otras personas es el primer modo de amarlas y de estarles cerca de manera concreta.

lunes, 5 de abril de 2021

"Venid y comed". En la mesa con Santo Domingo.

Carta de Pascua 2021 del Prior Provincial de la Provincia de Hispania, fray Jesús Díaz Sariego O.P.

Jesús les dice: «Venid y comed». Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro:«Simón hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».(Jn 21, 12.15)

    Queridos hermanos:

 En el Año Jubilar dominicano hemos celebrado el Triduo Pascual. Invitados a la mesa con santo Domingo queremos profundizar en el valor de la fraternidad. Ésta, como veremos, adquiere en la Pascua de Jesús la connotación de la amistad.

«Venid y comed»

El Resucitado acompaña los pasos de nuestra vida. Su presencia la reconocemos en no pocas personas, en sus gestos y compromisos. No hemos dejado de hablar sobre él cuando predicamos su mensaje. Ahora nos invita, de nuevo, a participar en su mesa para vivir la Pascua como él la vivió: entregando su vida por amor. Porque éste es el mensaje más importante de la Pascua: ofrecer la propia vida a los demás por amor. Para ello necesitamos el alimento del pan y el alimento de la Palabra.

«El pan que alimenta».El lema jubilar, En la mesa con santo Domingo,resulta muy expresivo para vivir la experiencia pascual. Inspirado en el icono de la “Mascarella”, la representación más antigua de Domingo pintada poco después de su muerte, se pretende conmemorar el valor de la fraternidad. Ésta conlleva comunión y solidaridad. Viene definida como el afecto amistoso entre hermanas y hermanos. La fraternidad se construye, por extensión, en relaciones de amistad. Desde esta perspectiva se nos invita a vivir la Pascua en el Año Jubilar, porque el pan de la amistad nos alimenta.

El icono, en palabras del Cardenal de Bolonia Mateo Zuppi, debe ser un ‘motivo de gratitud, de contemplación y de cambio’. Si lo contemplamos observamos que los frailes están sentados a la mesa bien abastecida de pan. Aparecen de dos en dos, para reflejar la fraternidad y la misión. Porque la comunidad no es un grupo de autoayuda, ni cada uno está en ella para sí mismo, sino para vivir y comunicar el Evangelio. Predicar juntos, aunque no seamos idénticos. los frailes de la representación están figurados con trazos diversos, como para indicar la personalidad de cada uno y la variedad de sus orígenes. La comunión no borra nunca lo propio de cada cual. Hemos sido llamados a ser hermanos. El camino de la fraternidad amistosa requiere ser vivido en comunión.

La imagen de santo Domingo debe llevarnos a tener muy presentes, en la alegría pascual, a los que están sentados a la mesa; pero también a los ausentes. Cómo no, a los que no tienen mesa, ni pan, ni una casa donde cobijarse. Debemos tener aún más presentes a los que no tienen compañía con la que compartir su mesa. La dureza de la soledad es uno de los mayores sufrimientos de nuestro tiempo y la celebración de la Pascua no puede ignorarlo. Muchos no tienen pan que los alimente.

«El alimento de la Palabra desde la Escritura».La Pascua también nos evoca otro alimento: «la Palabra en la Escritura», ‘pues hasta entonces no habían comprendido que, según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos’(Jn 20, 9).

Me llama la atención, a este respecto, la relevancia que está adquiriendo hoy la escritura, el pensamiento escrito a lo largo de la historia. Hay un anhelo contemporáneo de volver a los grandes libros del pensamiento. Prueba de ello, lo podéis comprobar, son las nuevas publicaciones de autores relevantes y sus reencuentros con los libros que han marcado su vida. Me ha hecho mucho bien la lectura de El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo.Una lectura densa, pero cargada de aprecio por lo humano. Irene Vallejo hace honor a los que consideran que la ‘literatura sirve para curar las heridas de la vida’. Esto que indico no es baladí. Los predicadores del Evangelio debemos ser sagaces para descubrir dónde y cómo se fragua el pensamiento colectivo, los valores que se potencian o se reclaman, los anhelos que se respiran o se buscan… Será también un óptimo servicio a todos aquellos -muchos- que no tienen acceso a los libros, ni a la cultura del momento, ni al pensamiento. Nuestro acceso a ellos y su mejor acompañamiento en la dignidad que se les niega ha de hacerse también desde la ‘escritura’ y, cómo no, desde la ‘Escritura’.

A la Escritura acudo una vez más para compartir con vosotros la reflexión pascual que me suscita la lectura de los dos últimos capítulos del Evangelio de Juan. Pretendo buscar en ellos valores de amistad. Me refiero a los capítulos 20 y 21. El capítulo 20 se centra en la dura experiencia del sepulcro vacío y en el pánico de los discípulos, encerrados en una casa, por miedo a los judíos. En el capítulo 21, a modo de epílogo, se narran dos escenas superpuestas y que tienen lugar a orillas del lago de Tiberíades: la pesca abundante en medio de la noche y el diálogo intenso que Jesús tiene con Pedro, poniendo a prueba su fidelidad en el amor de amistad. Ambos capítulos recogen, en Escritura, una aventura comunitaria protagonizada por María Magdalena y demás testigos de la Pascua del Señor.

El encuentro del Resucitado con los discípulos

En el encuentro del Resucitado con los discípulos podemos identificar tres momentos importantes: «La herida de la decepción», para indicar el dolor y el desencanto que produce la muerte de alguien querido; «el miedo a reconocernos en la verdad de lo que somos», para reflejar aquello que nos limita e impide avanzar; «la confesión:‘hemos visto al Señor’», para mostrar el reconocimiento de Jesús como Dios.

«La herida de la decepción», presente en los relatos pascuales, pone de manifiesto la dificultad de los amigos de Jesús a la hora de tener que asimilar en poco tiempo los acontecimientos vividos en Jerusalén. El prendimiento, juicio y posterior condena del Maestro a la muerte en cruz configuran un cúmulo de sentimientos y sensaciones nada fáciles de asimilar; sobre todo en aquellos que más habían estado en contacto con él durante su vida pública. Las expectativas que habían puesto se han visto truncadas con una muerte violenta. No estaban preparados para asimilar tal derrota.

Esta experiencia de fracaso ha sido tan profunda que el propio Tomás, para volver a creer en el Maestro, necesita comprobar en el cuerpo de Jesús las heridas de la cruz. A ello hay que añadir la experiencia de constatar que el sepulcro está vacío. El llanto de María Magdalena expresa la herida de dicha constatación. Quiere acompañarle incluso durante la muerte, pero ‘el cuerpo no está’ y vive el desconcierto de no saber dónde lo han puesto. ‘No saber’ dónde se encuentra al que realmente se ama conlleva un sufrimiento mayor.

¿Qué nos puede estar ocurriendo a nosotros ahora? Nuestra disposición a la entrega se ha visto un tanto herida. Llevamos más de un año padeciendo la pandemia que nos asola y esto nos ha trastocado. He percibido en algunos momentos confusión, decepción y hasta una cierta pérdida de orientación y sentido en los compromisos diarios que hasta ahora habíamos adquirido. Hemos pensado, quizás, que nada ni nadie podrá cambiar nuestros planes. Pero, algo nos ha cambiado. Cada uno deberá hacer su propia reflexión personal al respecto con la férrea voluntad de superar lo que nos hiere, buscando el alimento del pan en su compartir fraterno y de la Palabra, al expresarse ésta en Escritura.

Cuando alguien o la realidad misma nos decepciona, se nos vienen abajo las ilusiones y expectativas que habíamos depositado en otros o en la realidad misma que nos circunda. Algunas veces nos decepcionamos de nosotros mismos, por no haber sido capaces de sobreponernos a lo que nos abruma o no haber logrado del todo reconocer fallos y errores. La decepción es una mezcla de estupefacción, rabia o sorpresa. Algunas veces genera irascibilidad y violencia; nos lleva a ejercer constantemente una crítica malsana en contra de los demás, quizás porque no nos soportamos del todo a nosotros mismos. Esto puede llevarnos a una acedia profunda.

Sin embargo, alguien decía que ‘los mejores éxitos vienen a menudo después de las mayores decepciones’. Este ha sido, en todo caso, el éxito de unos discípulos desolados. La capacidad de superación no radica en su propio lamento, ni en su narcisismo, tampoco en culpar a los responsables de la muerte de Jesús de sus fracasos. Más bien comienzan a levantar cabeza cuando son capaces de purificar en su corazón la propia decepción. Para ello logran ver las cosas desde otra perspectiva. Una mirada capaz de proyectarse hacia un horizonte de vida más arraigado en el pan fraterno y en la Escritura. Ambos alimentos nos otorgan amplitud, al no encadenarnos a la propia circunstancia. ¡Qué difícil resulta confiar incluso en lo que se nos presenta como adverso! La herida de la decepción nos lleva a revisar dónde buscamos nuestro alimento.

Más allá de los desánimos he de afirmar con certeza que este tiempo es un tiempo del Espíritu. Baste observar las posibilidades que nos brinda. No todo es negatividad en el dolor y en el desasosiego. Al contrario. Es un momento para vivir con intensidad las cosas más importantes de la vida. La pandemia nos está acercando a lo fundamental. No deberíamos dejar de lado esta oportunidad para percibir lo que es importante. Quizás, ofuscados más en nuestros proyectos que en los del Señor, lo habíamos olvidado. El acento puede estar en otras preocupaciones que no necesariamente coinciden con las nuestras. Este despojo nos ha descentrado. ¡Bendito sea si ello motiva el retorno a lo más importante!

«El miedo a reconocernos en la verdad de lo que somos».El Papa Francisco afirma en su Carta Encíclica Fratelli Tuttique ‘un ser humano no llega a reconocer a fondo su propia verdad, a saber realmente quién es, si no es en el encuentro con los otros’. En esto mismo profundiza Gabriel Marcel cuando dice que ‘sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro’. Esto explica por qué nadie puede experimentar realmente quién es sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; esta vida es más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida si pretendemos permanecer sólo en el propio narcisismo al no haber aprendido realmente, quizás, a amar. Porque… saber amar de veras es todo un aprendizaje.

La propia verdad, por lo tanto, nos la jugamos en nuestra relación con los demás. Tomás de Aquino lo explicita cuando dice que ‘desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro’. La atención afectiva que se presta a los demás provoca una orientación a buscar su bien de forma desinteresada. El amor al otro, por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. En este cultivo de relaciones haremos posible la ‘amistad fraterna’ o la ‘amistad social’ de la que nos hablaba el Papa.

Los relatos pascuales son especialmente expresivos al describir el estado emocional en el que se encuentran los discípulos por la muerte de Jesús, al ver su relación truncada con el amigo. El miedo los domina. Por miedo a los judíos se encierran en una casa con las puertas bien cerradas. Todos ellos superan ese miedo cuando, apoyándose los unos en los otros, van descubriendo la presencia en sus vidas del Resucitado. Una experiencia que consuela al devolverles la seguridad que necesitan.

Nosotros, me pregunto, ¿tenemos miedo?, ¿de qué tenemos miedo? Deberíamos ser valientes y lograr nombrar nuestros miedos. Si los tenemos, ¿qué refugios buscamos en los conventos o en la actividad pastoral para estar seguros?

¿Buscamos tal vez el apoyo de los que tienen poder en este mundo? ¿O nos dejamos engañar por el orgullo que busca gratificaciones y reconocimientos, creyendo que así estamos a salvo? ¿No tendremos, más bien, miedo en reconocer nuestra propia verdad? El testimonio de los discípulos nos recuerda que el verdadero refugio es la confianza en Dios: ella disipa el temor y nos libera de caer en autoengaños y falsas confianzas.

«La confesión: ‘hemos visto al Señor’», es la constatación tímida y algo temerosa de los testigos cuando perciben la presencia de Jesús en medio de ellos con el saludo de la paz: ‘la paz con vosotros’. Jesús resucitado pasa a ser nombrado, a raíz de esta experiencia interior, como el Señor. ‘Ver al Señor’ es una expresión cargada de admiración y afecto, pero también de alegría pascual, ya que ‘se alegraron de verle’.

Jesús es percibido como Alguien que proporciona paz interior y exterior. Paz interior, porque cada uno de los discípulos se encuentra personalmente con el Señor y paz exterior, porque Jesús se hace presente en medio de todos. Sus vínculos como grupo los hace merecedores de la presencia de Jesús. Así descubren la experiencia pascual, de forma apasionada, por el vínculo que les ha unido al Maestro. Esta relación previa los capacita para ser enviados bajo la gracia del Espíritu. Un modo de expresar algo irrenunciable en nuestra vida teologal: el vínculo personal y comunitario con Jesús resucitado se vuelve imprescindible en la calidad de nuestra vida y misión. Vivimos un momento especialmente receptivo a este principio teologal. La alegría pascual, para mantenerse, requiere el contacto personal con quien la proporciona. Este modo personal de relacionarse necesita tiempo, silencio, paciencia, desierto… y alimento.

El don Pascual del amor de amistad

En la Sagrada Escritura se nos dice que ‘un amigo fiel es una protección poderosa… el que la halla, ha encontrado un tesoro’(Eclo. 6, 14). El Evangelio de Juan nos da buena prueba de esto, por eso es denominado por algunos exegetas Evangelio de la amistad. A la Sagrada Escritura podemos sumar el pensamiento de los clásicos grecolatinos, cuando nos manifiestan su acuerdo en decir que la amistad es el bien más precioso y estimable que podemos percibir de los demás. Aún más, ‘nadie puede vivir sin amigos’, decía Aristóteles.

«Hablar de la amistad». El encuentro de los discípulos con el Resucitado es un encuentro de amistad. Esto se descubre especialmente en el diálogo postpascual que Jesús mantiene con Simón Pedro. Mientras Jesús le pregunta en términos de ágape, ‘¿me amas?’, Pedro le responde en términos de filia, en términos de amistad: ‘tú sabes que te quiero’. Pedro es para Jesús ‘amigo’ y Jesús lo sabe desde hace tiempo. La tercera formulación de la pregunta se lo ha mostrado con meridiana claridad al ponerse Jesús a su mismo nivel. La tercera vez Jesús ya no le pregunta en términos de ágape, sino en términos de filia, con amistad. Sólo en este momento coinciden pregunta y respuesta.

Este aprecio por las relaciones de amistad, debemos recordarlo, es muy dominicano. El icono de la ‘Mascarella’, en cierto sentido, lo suscita. Algunos Maestros de la Orden así nos lo han recordado en sus cartas. Decía Timothy Radcliffe, ya hace unos cuantos años, que el estilo de vida dominicano incluye distintos ingredientes: fraternidad, oración común, estudio, una forma de gobierno. Todos estos elementos dan un tono especial que resumía en la expresión amistad. Algo central en la teología de santo Tomás, como luego veremos, es la amistad que está en el corazón de la vida de Dios. Es la amistad que estamos llamados a compartir.

«El profundo respeto que nos merecen los demás». La amistad nos recuerda la necesaria delicadeza a la hora de tratar a los demás. No hay compromiso mayor ni mejor que éste. Además, es un deber pascual indiscutible. No hay predicación más elevada, ni convenio de vida más exigente. En la Pascua del Señor cada uno, los otros, hemos sido tocados por la gracia del amor imborrable. Vivir esta experiencia nos lleva a tratarnos con respeto y admiración.

Sin embargo, podemos constatar que no resulta fácil hablar de amistad entre nosotros, sobre todo cuando la valoramos solamente ‘de tejas hacia abajo’, despojándola del valor teologal que dicha relación conlleva y a la que el propio Jesús en su Evangelio nos aproxima: ‘No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’(Jn 15, 15). El aprecio de Jesús por nosotros en términos de amistad contrasta con nuestra torpeza a la hora de establecer este tipo de relación. La confundimos algunas veces con fidelidades mal entendidas. Ya santo Tomás había constatado ‘la triste manía que manifiestan ciertas gentes, de echar a perder las amistades ya trazadas sembrando el desacuerdo entre los amigos por llevar y traer noticias maliciosas. He aquí una falta contra la justicia y contra la caridad’. Y puede llegar a ser una falta grave, apostilla el doctor angélico. Cuando caemos en estos u otros errores, no dejamos de ser un tanto hipócritas, porque todos deseamos tener buenos amigos, aquellos que nos ayudan de veras a ser mejores y a construir la propia vida con el acompañamiento amistoso que nos proporcionan.

Hemos de reconocer, no obstante, que los vínculos virtuosos que genera la amistad son valorados en la sociedad. Las nuevas generaciones son especialmente sensibles a este tipo de afinidad entre las personas. Debemos procurar la educación más adecuada a este respecto. Aún más, las reflexiones sobre la amistad grecolatinas, así como la experiencia de amistad que nos transmiten pensadores referentes en el ámbito de lo espiritual -también cristiano- vuelven de modo incisivo a los ámbitos de reflexión contemporáneos. Están marcando los proyectos educativos, el trabajo y las dinámicas de relación entre las personas en sus diversos ámbitos de vida e interrelación.

«La relación de amistad con Dios»viene bien expresada por el Cardenal José Tolentino en una de sus sugerentes publicaciones, cuando nos ayuda a redescubrir el paradigma de la amistad profundizando en su significado, desvelando sus secretos y ofreciendo la serena aceptación de sus límites. Ofrece algunas intuiciones teologales necesarias para la elaboración de una teología de la amistad. Nos invita a pensar en nuestra relación con Dios como si de una relación de amistad se tratase. Esto es posible si damos valor a lo que Simone Weil nos dice en su ensayo sobre La Amistad,al describirla como ‘el arte del buen amor’. Es arte porque requiere de ‘un amor personal y humano puro, que encierra además una premonición, reflejo de amor divino. Este amor se contiene en la palabra amistad’.

En realidad, ¿qué conlleva este arte? La respuesta a la pregunta es importante si queremos canalizar el amor como sugiere san Buenaventura: ‘cumpliendo los mandamientos como Dios los entiende’. Pensemos, a este respecto, en lo que tiene de iluminadora la experiencia de amistad y que puede estructurar nuestra relación con Dios: la aceptación del otro, el reconocimiento sereno de los límites, la diferenciación, la ausencia de dominio, el no querer retener, entender que el otro está de paso en mi vida y que su paso me enriquece por dentro. Los amigos están interesados en lo concreto, en los detalles, en lo menudo, en el relato sencillo, en lo aparentemente inútil, en el discurrir indiferenciado del tiempo.

Los amigos son necesarios. Por eso santo Tomás ofrece uno de los mejores elogios sobre la amistad cuando afirma que ‘el hombre tiene necesidad de la ayuda de sus amigos para obrar bien, tanto en los actos de la vida activa como en los de la vida contemplativa’. Aún más, concibe la experiencia de amar a Dios como un movimiento que centra la atención en el otro ‘considerándolo como uno consigo’.

No debe extrañarnos, por otro lado, que la relación de amistad sea un reclamo en los discursos más importantes de Jesús. El Maestro siempre tiene una palabra que decir en las cuestiones fundamentales de la vida para todo tiempo, también para el nuestro. Es más, tendríamos aún mayores dificultades en comprender la relación que Jesús mantiene con sus discípulos si no apelamos a la amistad, ya que es una de las relaciones humanas a través de las cuales Dios también quiere manifestar su amor más pleno, el amor de ágape. Por tanto, la fraternidad, según nos muestra la experiencia pascual, es una amistad que no solamente se fundamenta en nuestros recursos personales, sino también -y sobre todo- en Aquél que nos convoca a una nueva vida.

El icono de la ‘Mascarella’, al sentar a santo Domingo a la mesa con sus hermanos, nos evoca su valoración de la amistad fraterna. Un reflejo de lo que podemos deducir de su biografía y de sus modos de alentar y de acompañar a sus hermanos. En vida tuvo varios gestos en los que puso de manifiesto que apreciaba la amistad entre ellos y también la que procuraban con aquellos a los que eran enviados en el ministerio de la predicación.

¡En fin! Podemos concluir acudiendo a una preciosa expresión de Walter Benjamin, cuando dice que ‘los amigos saben que cada segundo que pasa es esa pequeña puerta por la que puede entrar el Mesías’. El Mesías del que hoy hablamos es el Mesías resucitado.

¡Feliz Pascua de Resurrección en el Año Jubilar de santo Domingo!

Un abrazo

Fr. Jesús Díaz Sariego O.P.

Prior Provincial de la Provincia de Hispania

La dimensión cósmica de la Resurrección

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano)

Una vez, un crítico le preguntó a Pierre Teilhard de Chardin: “¿Qué tratas de hacer? ¿Por qué todo este comentario sobre átomos y moléculas cuando estás hablando de Jesús?” Su respuesta: Trato de formular una Cristología suficientemente amplia para incorporar a Cristo, porque Cristo no es únicamente un acontecimiento antropológico, sino un fenómeno cósmico también.

En esencia, lo que dice es que Cristo no vino sólo a salvar a los seres humanos; vino a salvar la tierra también.

Esta visión es particularmente relevante cuando tratamos de entender todo lo que está implicado en la resurrección de Jesús. Jesús fue resucitado de la muerte a la vida.  Un cuerpo es una realidad física; así que, cuando es resucitado como un cuerpo (y no sólo como un alma) hay algo en eso que es más que meramente espiritual y psicológico. Hay algo radicalmente físico en esto. Cuando un cuerpo muerto es resucitado a una vida nueva, los átomos y moléculas están siendo reorganizados. La resurrección consiste en más que algo que cambia en la conciencia humana.

La resurrección es la base para la esperanza humana, con toda seguridad; sin ella, no podríamos esperar ningún futuro que incluyera algo más allá de los muy asfixiantes límites de esta vida. En la resurrección de Jesús un nuevo futuro nos es dado, uno más allá de nuestra vida de aquí. No obstante, la resurrección da también un nuevo futuro a la tierra, nuestro planeta físico. Cristo vino a salvar la tierra, no sólo a las personas que viven en ella. Su  resurrección asegura un nuevo futuro para la tierra como también para sus habitantes.

La tierra, como nosotros, necesita ser salvada. ¿De qué? ¿Para qué?

En una correcta comprensión cristiana de las cosas, la tierra no es sólo una plataforma para los seres humanos, algo con ningún valor en sí mismo, aparte de nosotros. Como la humanidad, es también una obra de arte de Dios, criatura de Dios. Verdaderamente, la tierra física es nuestra madre, la matriz de la cual provenimos todos. Al fin, no estamos al margen del mundo natural, más bien somos esa parte del mundo natural que ha venido a ser consciente de sí misma. Nosotros no quedamos al margen de la tierra, y ella no existe simplemente para beneficio nuestro, como un escenario para el actor, que abandona una vez que la obra ha acabado. La creación física tiene valor en sí misma, independientemente de nosotros. Nosotros necesitamos reconocer eso, y no sólo practicar una mejor ética ecológica para que la tierra pueda continuar proporcionando aire, agua y comida a las futuras generaciones de los seres humanos. Necesitamos reconocer el valor intrínseco de la tierra. Es también obra de arte de Dios, es nuestra madre biológica y está destinada a compartir la eternidad con nosotros.

Además, como nosotros, está sujeta a decadencia. Es también limitada por el tiempo, mortal y agonizante. Fuera de una intervención desde el exterior, no tiene ningún futuro. La ciencia ha enseñado por largo tiempo la ley de la entropía. Dicho simplemente, esa ley establece que la energía de nuestro universo se está agotando, el sol se está consumiendo. Los años que nuestra tierra tiene por delante, como nuestros propios días, están calculados, contados, finitos. Eso tardará millones de años, pero la finitud es la finitud. La tierra tendrá un fin, según sabemos, exactamente como habrá un fin para cada uno de nosotros, así como vivimos ahora. Fuera de alguna recreación desde el exterior, tanto la tierra como los humanos que vivimos en ella no tenemos ningún futuro.

San Pablo enseña esto explícitamente en la Carta a los Romanos, donde nos dice que la creación, el cosmos físico, está sujeto a la vanidad, y está gimiendo y suspirando por verse libre para gozar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. San Pablo nos asegura que la tierra gozará del mismo futuro que los seres humanos, resurrección, transformación más allá de nuestra presente imaginación, un futuro eterno.

¿Cómo será transformada la tierra? Será transformada del mismo modo que nosotros, a través de la resurrección. La resurrección introduce en nuestro mundo, espiritual y físicamente, un nuevo poder, un nuevo orden de cosas, una nueva esperanza, algo tan radical (y físico) que sólo puede ser comparado con lo que sucedió en la creación inicial cuando los átomos y las moléculas de este universo fueron creados de la nada por Dios. En esa creación inicial, la naturaleza fue formada, y su realidad y leyes modelaron todo desde entonces hasta la resurrección de Jesús.

Sin embargo, en la resurrección sucedió algo nuevo, que tocó cada aspecto del universo, desde el alma y la psique dentro de cada hombre y mujer hasta el núcleo interior de cada átomo y molécula. No es algo casual que el mundo mida el tiempo por ese suceso. Estamos en el año 2021 desde que sucedió esa radical recreación.

La resurrección no fue únicamente espiritual. En ella, los átomos físicos del universo fueron vueltos a poner en orden. Teilhard estaba en lo cierto. Necesitamos una visión suficientemente amplia para incorporar la dimensión cósmica de Cristo. La resurrección incumbe a las personas y al planeta.

El Papa nombra a la religiosa española Nuria Calduch-Benages secretaria de la Pontificia Comisión Bíblica

 Doctora en Sagrada Escritura, también forma parte de la Comisión para el Estudio del Diaconado de la Mujer. Papa Francisco ha nombrado a la religiosa española Nuria Calduch-Benages nueva secretaria de la Pontificia Comisión Bíblica, organismo del que hasta el momento era miembro, informa la Agencia EFE.

Nacida en Barcelona en 1957, Calduch-Benages es religiosa de las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret y biblista, además de profesora de Antiguo Testamento en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.

Licenciada en Filología Anglogermánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctora en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, la religiosa ha publicado una docena de libros y es autora de unos 250 artículos, científicos y divulgativos, fundamentalmente sobre el estudio de los libros sapienciales del Antiguo Testamento.

Asidua colaboradora de la Federación Bíblica Católica, también es miembro de la Comisión para el Estudio del Diaconado Femenino, creada por el Papa Francisco en 2016.

Por otra parte, el Pontífice ha designado consultor del Dicasterio para la Comunicación al profesor español Daniel Arasa, decano de la Facultad de Comunicación Social Institucional de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma.

viernes, 2 de abril de 2021

DOMINGO DE RESURRECIÓN

1ª Lectura (Hch 10,34a.37-43): En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Salmo responsorial: 117,Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

2ª Lectura (Col 3,1-4): Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él. 

Secuencia Pascual:

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta. «¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua». Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa.

Evangelio (Jn 20,1-9): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

PALABRA DE DIOS

COMPARTIMOS:

Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre.

El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.

“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.

miércoles, 31 de marzo de 2021

Tres hermanos dominicos, dos monjas y un fraile: un fenómeno vocacional en cadena por «atracción»

La Iglesia crece por atracción, por un testimonio de vida y de fe que provoca en el otro un deseo de pertenecer, de ser, de tener aquello que da la felicidad de ese creyente. Y lo mismo ocurre en muchas ocasiones con la vocación religiosa. Incluso en el seno de una misma familia.

Esto es lo que ha sucedido con la familia Clarke y la espiritualidad dominica. Tres hermanos han acabado en la orden, dos chicas como dominicas de Nashville, uno de los grandes fenómenos vocacionales en EEUU, y un chico como fraile.

Todo fue en cadena y por esta atracción. Beatrice llevó en coche a su hermana pequeña para que visitara a las dominicas de Nashville, pero fue precisamente la hermana mayor la que acabaría primero como monja. Un año más tarde la seguiría su hermana. Y tras varias visitas a la comunidad y conocer en mayor profundidad la espiritualidad dominica fue Paul el que decidió seguir los pasos de Santo Domingo de Guzmán.

Los Clarke son 8 hermanos, tres son ahora religiosos, pero toda la familia coincide en que la fe de sus miembros se ha fortalecido en estos años y gracias a la bendición de Dios de concederles tres vocaciones a la vida religiosa.

La hermana Beatrice, la primera ingresar, recuerda que antes de comenzar su tercer año de universidad su hermana pequeña de 17 años le preguntó si podía llevarla a la Casa Madre de Santa Cecilia en Nashville. Lo que no sabía es que ella había dicho a las religiosas que Beatrice podría tener también una llamada.

Dos semanas después llegaron con el coche. “Aunque era mi hermana quien estaba interesada en la comunidad, y era ella quien había hecho todos los arreglos para nuestra visita, la directora de Vocaciones, la Maestra Postulante y la Maestra de Novicias estaban interesadas en mi discernimiento. Preguntaron lo que parecían ser preguntas ordinarias: ‘¿Cuánto tiempo has estado discerniendo?’, ‘¿Qué te atrae de la vida religiosa?’ y ‘¿Por qué te gustan las dominicas?”. Sin embargo, lejos de molestarle estas preguntas era como si en el fondo de su corazón deseara que se las formularan.

De este modo, la hermana Beatrice cuenta que “mi hermana era la parte interesada, y yo sólo era la amable hermana mayor que ejercía de chofer... pero sí, había estado discerniendo desde la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto, y sí, me atraía la alegría de la vida religiosa, y sí, ciertamente me atraían las dominicas por su amor al Oficio Divino y su celo por las almas... pero no, esto no era para mí… al menos no todavía”.

Beatrice llegaba con ese freno en su interior, ese miedo a decir sí, dejando todo para el futuro, pero “el gozo confiado que presencié en una hermana tras otra fue un contraste refrescante con mi miedo. Su vida de oración común hablaba del origen de su fuerza y ​​su deseo de compartir el Evangelio testificaba que habían encontrado al Señor. Pero su libertad fue casi demasiado para mí. Con miedo de adentrarme en las profundidades, traté de minimizar la atracción que sentía por la alegría de las hermanas. Traté de asumir una actitud escéptica hacia su alegría, pero sabía que era un regalo de Dios”.

Pero meses después las evidencias pudieron con su escepticismo e ingresó como dominica. Era la primera Clarke. La hermana John Peter ingresó como dominica poco después que su hermana mayor.

Tras ella siguió su hermana John Peter. Desde niña había tenido una inquietud por la fe, los santos y por las misiones, aunque su vida ha acabado con una misión algo diferente a lo que había imaginado.

“Cuando tenía dieciséis años, leí las Confesiones de San Agustín y eso cambió por completo mi perspectiva sobre lo que significa vivir la fe. Me di cuenta con sorpresa y alivio de que incluso los grandes santos luchan contra las tentaciones y el mal genio. Me di cuenta de que Dios es más grande y más cercano a mí de lo que podía imaginar. Me di cuenta de que Dios desea darnos felicidad. Anteriormente, había pensado en vivir la fe tratando de no equivocarme, tratar de seguir las reglas, tratar de superar mis fallos, tratar de ser buena”, explica.

Gracias a un sacerdote joven muy activo empezó a ir a misa diaria y a la Adoración. Y así surgió la curiosidad de conocer a las dominicas de Nashville en aquel viaje en el que su hermana acabaría descubriendo su vocación.

Tras aquella visita, la hermana John Peter fue a la JMJ de Colonia y pasó por Roma. Allí visitó la iglesia dominica de Santa Sabina donde rezó en la celda de Santo Domingo por su hermana Beatrice que entraba ese día en el convento. Y entonces escuchó: “aquí también hay algo para ti”.

“La Vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa Benedicto XVI confirmó que sólo Dios podía satisfacer mi deseo de felicidad”, recuerda. Le costó unos meses asimilarlo y darse cuenta que deseaba ir a Nashville pero no sólo para visitar a su hermana.

“En Nashville hablé con mi hermana Beatrice durante una tarde y ella me recordó la historia del joven rico. Ella me preguntó: ‘¿Dónde puedes ser feliz?’. Todo, desde las historias de los misioneros a San Agustín, hasta mi inquietud interior en la Jornada Mundial de la Juventud se unieron. No sé si articulé una respuesta antes de salir corriendo a buscar a la directora de Vocaciones y preguntarle si podía entrar, para seguir a Cristo siguiendo los pasos de Santo Domingo”, concluye.

Y tras ellas llegó Paul, hermano pequeño de las dos, y ahora fraile dominico. “Con dos hermanas mayores que ya eran dominicas pensé que estadísticamente no debería ser dominico. La cuota familiar de vocaciones parecía estar llena. Así me liberé de la carga y la molestia de una vocación religiosa. Sin embargo, resulta que la providencia de Dios no se basa en análisis estadísticos. Y mucho mejor para mí”, explica la tercera de las vocaciones de los Clarke.

De este modo, el hermano Paul relata que “una vez que mis hermanas entraron a Santa Cecilia y mi familia comenzó a hacer viajes regulares para visitarlas en la Casa Madre en Nashville, la gracia de sus vocaciones comenzó a infiltrarse en nuestra familia. La fe de toda la familia se profundizó y renovó. En Nashville, tuvimos la oportunidad de conocer a una creciente variedad de hermanas y frailes dominicos que parecían haber aprovechado alguna fuente secreta de alegría y libertad. Nunca antes había conocido a personas tan extrañamente felices”.

Para él esos años fueron una dura lucha. “Durante esos años de la escuela secundaria y la universidad, mientras sentía un impulso hacia la vida religiosa, me resistí a la idea de que mi propia felicidad pudiera implicar tal sacrificio. Estaba resuelto a ser el dueño de mi propio destino, el capitán de mi alma, etc. Aún así, mientras trataba de ignorar la promesa de Cristo de que ‘quien pierda su vida, la salvará’, seguí fascinado por la paradójica libertad que vi en la vida dominica”, añade.

Tras haber trabajado un tiempo en una editorial y en una empresa de construcción todo en su vida se dirigía a un mismo camino: los dominicos. “Los votos de mis propios hermanas mayores habían sido un poderoso ejemplo de la alegría de una vida consagrada a Dios. Además, y lo que es más importante para mí, habían demostrado que esa vida es posible”. Y decidió ser fraile dominico.