Primera Lectura
Lectura del profeta Jeremías (15,10.16-21):
Ay de mí, ¡madre mía!, ¿por qué me diste a luz? Soy hombre que trae líos y contiendas a todo el país. No les debo dinero, ni me deben; ¡pero todos me maldicen! Cuando me llegaban tus palabras, yo las devoraba. Tus palabras eran para mí gozo y alegría, porque entonces hacías descansar tu Nombre sobre mí, ¡oh Yavé Sabaot! Yo no me sentaba con otros para bromear, sino que, apenas tu mano me tomaba, yo me sentaba aparte, pues me habías llenado de tu propio enojo. ¿Por qué mi dolor no tiene fin y no hay remedio para mi herida? ¿Por qué tú, mi manantial, me dejas de repente sin agua?
Entonces Yavé me dijo: «Si vuelves a mí, yo te haré volver a mi servicio. Separa el oro de la escoria si quieres ser mi propia boca. Tendrán que volver a ti, pero tú no volverás a ellos. Haré que tú seas como una fortaleza y una pared de bronce frente a ellos; y si te declaran la guerra, no te vencerán, pues yo estoy contigo para librarte y salvarte. Te protegeré contra los malvados y te arrancaré de las manos de los violentos.»
Palabra de Dios
Salmo 58 R/. Dios es mi refugio en el peligro
Santo Evangelio según san Mateo (13,44-46):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»
Palabra del Señor
Compartimos:
Quizá el evangelio de hoy no nos ofrezca simplemente dos parábolas, sino dos síntesis autobiográficas, y también biográficas. En cierto momento los discípulos, considerando que Jesús tenía hambre, le indicaron que comiese, a lo cual él respondió: “tengo un alimento que vosotros no conocéis” (Jn 4,32), y poco después añadió: “yo vivo por el Padre e igualmente el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). ¿Cuál es el alimento de Jesús? ¿Qué es lo que le da vida? “Llevar a cabo la obra de quien me envió” (Jn 4,34).
Cuando, quizá en torno a sus 30 años, abandona la estabilidad y seguridad del hogar paterno y emprende una vida itinerante, en inseguridad y a merced de la providencia del Padre, dedicado exclusivamente a anunciar la cercanía del reino y a anticiparlo con sus palabras de consuelo y sus acciones curativas, lo hace porque ha encontrado un motivo muy fuerte, muy noble, que le ha seducido por completo: su “piedra preciosa”. Algunos expertos consideran que, del párrafo que hemos leído, la expresión clave es “lleno de alegría por el hallazgo”. Más que las pocas o muchas ganancias del propio oficio, o la satisfacción de ser un padre de familia feliz, organizada según la alianza y el estilo de Israel, Jesús ha descubierto lo plenificante de la entrega a la causa del Padre. No parece que haya tenido que hacerse especial violencia para reorganizar así su vida: su nuevo estilo no es una heroicidad, sino la consecuencia sencilla, inmediata, normal… de lo que ha descubierto.
Y puede decirlo también de sus seguidores y seguidoras; no parece que los haya llamado a un ascetismo heroico, sino a la vida de seducidos por algo plenificante. Son los “amigos del novio” que Israel esperaba, y van con él en actitud de fiesta; estando con él “no pueden ayunar” (Mc 2,19); se alegran de oír su voz, con una “alegría colmada” (Jn 3,29).
Al mismo tiempo, Jesús puede estar invitando a los suyos a un examen de conciencia: si a alguno de ellos aquel nuevo estilo de vida se le hace cuesta arriba, seguro que no está encantado con lo descubierto. También lo dijo el Maestro: “quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62), es decir, no está loco de contento por el hallazgo. El que va con Jesús tiene que rezar muchas veces el salmo 15, versículo 6: “me ha tocado un lote hermosos, me encanta mi heredad”. Jesús critica a quienes, por motivo religioso, imponen a otros cargas pesadas (Mt 23,4). Él no llama ante todo a una vida estoica, sino a la mística gozosa; lo primero no es vender, privarse de todo, sino entusiasmarse con el tesoro hallado, que conducirá a olvidarse de todo; si esto exige alguna renuncia, esta resultará suave, normal… será la “carga ligera”.
Anthony de Mello cuenta la fábula del mendigo que, en un sendero del bosque, encontró un gran diamante. Cuando un habitante de la aldea vecina se le acercó y se lo pidió, el mendigo se lo dio sin oponer resistencia. Este gesto desconcertó al aldeano de tal forma que aquella noche, buscando una explicación de tan extraña experiencia, no pudo dormir. Por ello, a la mañana siguiente, antes de que el mendigo continuase su camino, se le acercó, le devolvió el diamante, y le pidió: “dame la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante”. Para ser seguidor de Jesús hay que haber encontrado el tesoro, hay que ser rico.