jueves, 31 de octubre de 2024

Jueves de la XXX Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (6,10-20):

Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas que Dios os da, para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, autoridades y poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal. Por eso, tomad las armas de Dios, para poder resistir en el día fatal y, después de actuar a fondo, mantener las posiciones. Estad firmes, repito: abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios, insistiendo y pidiendo en la oración. Orad en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Tened vigilias en que oréis con constancia por todos los santos. Pedid también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien sin temor el misterio contenido en el Evangelio, del que soy embajador en cadenas. Pedid que tenga valor para hablar de él como debo.

Palabra de Dios

Salmo 143,R/. Bendito el Señor, mi Roca

Santo Evangelio según san Lucas (13,31-35):

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: «Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.»

Él contestó: «ld a decirle a ese zorro: «Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término.» Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: «Bendito el que viene en nombre del Señor.»»

Palabra del Señor

Compartimos:

Vivimos tiempos difíciles, donde cada día nos desayunamos con malas noticias: corrupción, guerras, amenazas de destrucción, violencia, desmoralización general, robo de identidad. Cada día tenemos la opción de caer en el desánimo, la amargura, el resentimiento, o el recurso a la violencia para sacudirnos de encima el mal. Nadie nos podría culpar. A veces el sentimiento de impotencia es tan grande, que no parece que merezca la pena resistir.  Por eso es consolador hoy escuchar que hay una “armadura” para resistir el día malo. No es una armadura barata, ni de hojalata. Esa no serviría. Es la armadura de Dios y se trata, nada más y nada menos, que de la Cruz. Símbolo de escándalo y debilidad, la cruz es lo más poderoso que tenemos los cristianos. La Cruz implica una confianza absoluta en la victoria pese a todas las apariencias externas y todas las dificultades enormes a las que nos enfrentamos.


A Jesús le aconsejaban que dejara su misión porque era difícil; estaba perseguido. Le aconsejaban que huyera. Su vida corría peligro inminente. Pero Jesús responde que la gallina protege a sus polluelos.


Es decir: ante la dificultad, una armadura que parece conducir directamente a la muerte; frente a la posible persecución y muerte una protección de simples alas de gallina con una capacidad de defensa muy limitada.


Son las paradojas cristianas. La fe no las discute, porque se basan en la Roca de la Palabra de Dios. Se trata de esa firme y segura convicción de la fuerza imparable de la Resurrección. Lo que toca es resistir, orar y suplicar, como dice Pablo a los efesios. Es también pedir el valor de hablar, proclamar y denunciar. Y decir, como Jesús, “debo continuar hoy y mañana y el día siguiente”. Porque el profeta debe mantenerse en “Jerusalén”, aunque eso signifique su muerte. Aunque nuestras alas sean tan aparentemente poco poderosas ante el como las de la gallina. Aunque nuestra armadura sea algo tan aparentemente fracasado como la Cruz. Dos mil años de salvación; la voz segura de la Vida, nos dicen, una y otra y otra vez, que las apariencias engañan. Esta es nuestra fe. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

miércoles, 30 de octubre de 2024

AUDIENCIA GENERAL DE PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

[El siguiente texto también incorpora partes no leídas que se consideran pronunciadas]

Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza 10. «Nos ungió y nos marcó con su sello». Confirmación, sacramento del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy proseguimos nuestra reflexión sobre la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia mediante los Sacramentos.


La acción santificadora del Espíritu Santo nos llega ante todo a través de dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por antonomasia, el Sacramento del Espíritu Santo, y es en el que quisiera detenerme hoy. Se trata de la Crismación o de la Confirmación.


En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro rito, el de la imposición de manos, que tiene como objetivo comunicar visiblemente y de manera carismática el Espíritu Santo, con efectos similares a los producidos en los Apóstoles en Pentecostés. Los Hechos de los Apóstoles relatan un episodio significativo a este respecto. Tras saber que algunos en Samaria habían acogido la palabra de Dios, desde Jerusalén enviaron a Pedro y Juan. «Estos bajaron - dice el texto - y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (8:14-17).


A esto se añade lo que escribe San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: «Es Dios mismo quien nos conforta juntamente con ustedes en Cristo y el, y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» (1.21-22). Las "arras" del Espíritu. El tema del Espíritu Santo como «sello real» con el que Cristo marca a sus ovejas es la base de la doctrina del «carácter indeleble» que confiere este rito.


Con el pasar del tiempo, el rito de la unción tomó forma como un sacramento por derecho propio, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas épocas y ritos de la Iglesia. No es éste el lugar para desandar esta historia tan compleja. Lo que el sacramento de la Confirmación es en la comprensión de la Iglesia, me parece, está descrito, simple y claramente, por el Catecismo para los Adultos de la Conferencia Episcopal Italiana. Dice así: «La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia. [...] Refuerza la incorporación bautismal a Cristo y a la Iglesia y, la consagración a la misión profética, real y sacerdotal. Comunica la abundancia de los dones del Espíritu [...]. Si, por tanto, el bautismo es el sacramento del nacimiento, la confirmación es el sacramento del crecimiento. Por eso es también el sacramento del testimonio, porque éste está estrechamente ligado a la madurez de la existencia cristiana». [1]


El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia. Se dice que es el “sacramento del adiós”, porque una vez que los jóvenes lo realizan se van, y luego volverán para casarse. Eso dice la gente. Pero debemos hacer que se convierta en el sacramento del inicio de una participación activa en la vida de la Iglesia. Es un objetivo que puede parecernos imposible, dada la situación actual en casi en toda la Iglesia, pero eso no significa que debamos dejar de perseguirlo. No será así para todos los confirmandos, sean niños o adultos, pero es importante que lo sea al menos para algunos que luego serán los animadores de la comunidad.


Puede ser útil, con este fin, dejarse ayudar, en la preparación al Sacramento, por fieles laicos que hayan tenido un encuentro personal con Cristo y hayan tenido una verdadera experiencia del Espíritu. Algunas personas dicen haberlo experimentado como un florecimiento en ellos del Sacramento de la Confirmación recibido desde chicos.


Pero esto no sólo afecta a los futuros confirmandos; nos afecta a todos y en todo momento. Junto con la confirmación y la unción, hemos recibido también, nos asegura el Apóstol, la «prenda del Espíritu», que en otro lugar llama «las primicias del Espíritu» (Rom 8,23). Debemos «gastar» esta garantía, disfrutar de estas primicias, no enterrar bajo tierra los carismas y talentos recibidos.


San Pablo exhortó a su discípulo Timoteo a «reavivar el don de Dios, recibido por la imposición de manos» (2 Tm 1,6), y el verbo utilizado sugiere la imagen de quien sopla sobre el fuego para reavivar su llama. ¡He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar! Quitarnos las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu. ¡Que el Espíritu nos ayude a dar algunos pasos en esta dirección!

[1] La verdad los hará libres. Catecismo de los adultos. Libreria Editrice Vaticana 1995, p. 324.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que reavive el fuego del amor en nuestros corazones y nos impulse a dar un testimonio jubiloso de su presencia en nuestras vidas. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis, seguimos reflexionando sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Su presencia y acción santificante llega a nosotros por medio de la Palabra de Dios y de los sacramentos. De los siete sacramentos, la confirmación es el sacramento del Espíritu Santo por antonomasia.


En el Nuevo Testamento vemos algunos elementos del sacramento de la confirmación. Por ejemplo, cuando se menciona la “imposición de las manos”, que comunica de manera visible y carismática el Espíritu Santo. También encontramos la “unción” y el “sello” que manifiestan el carácter indeleble de este sacramento. Imposición de las manos, unción, el sello del Espíritu Santo.


Podemos decir que, si el bautismo es el sacramento del nacimiento a la vida de la Iglesia, a la vida en Cristo, la confirmación es el del crecimiento. Y esto significa que se da inicio a una etapa de madurez cristiana, lo que conlleva a dar testimonio de la propia fe. Para poder realizar esta misión, es importante no dejar de cultivar los dones del Espíritu que hemos recibido.

Miércoles de la XXX Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (6,1-9):

Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo. «Honra a tu padre y a tu madre» es el primer mandamiento al que se añade una promesa: «Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra.» Padres, vosotros no exasperéis a vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos como haría el Señor. Esclavos, obedeced a vuestros amos según la carne con temor y temblor, de todo corazón, como a Cristo. No por las apariencias, para quedar bien, sino como esclavos de Cristo que hacen lo que Dios quiere; con toda el alma, de buena gana, como quien sirve al Señor y no a hombres. Sabed que lo que uno haga de bueno, sea esclavo o libre se lo pagará el Señor. Amos, correspondedles dejándoos de amenazas; sabéis que ellos y vosotros tenéis un amo en el cielo y que ése no es parcial con nadie.

Palabra de Dios

Salmo 144,R/. El Señor es fiel a sus palabras

Santo Evangelio según san Lucas (13,22-30):

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?»

Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos»; y él os replicará: «No sé quiénes sois.» Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.» Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.» Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.»

Palabra del Señor

Compartimos:

La hospitalidad de Dios es infinita y magnífica. Parece tener una puerta no ya ancha, sino ni siquiera puerta. No hay límites: todo está abierto amplia y generosamente. Pero hoy se habla de puerta estrecha y esto parece algo un poco contradictorio. Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Es casi como decir, no penséis que entráis por derecho ni que podéis abusar de la bondad de Dios. Porque la hospitalidad infinita de Dios supone una serie de opciones de seguimiento. No entrarán (aunque no haya puerta) quienes pretendan construir la casa a su medida; quienes se empeñen en que, el que no haya puerta, quiera decir carta abierta para hacer el mal. No entrarán quienes no hayan extendido a su vez, la hospitalidad al Dios que viene y pide verdad, bondad, belleza, justicia, generosidad, seguimiento sacrificado. La hospitalidad de Dios tiene dos vías. Entramos en Dios y tenemos que dejar a Dios entrar.


En el pasaje de Lucas hay también una acusación velada a quienes se creen que ya están dentro, que tienen derecho a estar dentro y que son los elegidos de Dios… vendrán otros (vendrán de oriente y occidente); es decir, vendrán los que no se han creído depositarios de la justicia de Dios pero han hecho el bien y han querido entrar por la puerta estrecha de la generosidad, la compasión y el sacrificio, la abnegación, paz. Los que han dejado entrar la bondad, la belleza y la verdad de Dios en su vida.  Los otros, por mucho que pensaran que ya estaban dentro o que no había puerta y podrían tener una vida a su propia medida; los que se sentían con el derecho y todos los privilegios, no podrán entrar. No se salvarán, no porque Dios cierre puertas, sino porque se han negado a entrar por las puertas de Dios, estrechas y abiertas al mismo tiempo. Y porque se han negado a dejar entrar al Dios que pide verdad, justicia, bondad, generosidad, servicio y desprendimiento de uno mismo.

martes, 29 de octubre de 2024

Martes de la XXX Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-33):

Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Palabra de Dios

Salmo 18,R/. Dichosos los que temen al Señor

Santo Evangelio según san Lucas (13,18-21):

En aquel tiempo, decía Jesús: «¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas.»

Y añadió: «¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.»

Palabra del Señor

Compartimos:

“No somos nadie”, decimos a veces.  Lo decimos con frecuencia cuando nos sentimos impotentes ante situaciones de la vida, o ante la propia muerte física. Y seguramente es verdad. La semilla de mostaza es minúscula. Y así, solita, verdaderamente, es nada. La masa de harina, con tres o veinte medidas, no sube si no es por la levadura y el amasamiento paciente y esforzado.


La semilla se tiene que plantar para que sea un arbusto frondoso donde incluso los pájaros puedan anidar. La masa se tiene que amasar. Podemos ponernos en el papel de sembradores o amasadores, o en el papel de la propia semilla y la masa. En ambos casos, la cosa es trabajosa, y muy sacrificada, pero el resultado es sorprendentemente abultado. Y en ambos casos, no somos quienes plantamos o amasamos, ni quienes somos semilla o masa… La comparación está hecha en términos del Reino. Es el “reinante”, el Rey, quien siembra y quien amasa. La cosa es dejarse sembrar o amasar. Y eso es lo más difícil. Dejarse sembrar significa a veces desaparecer; renunciar a muchas comodidades y aceptar mucho sacrificio. Dejarse amasar significa aceptar los golpes de la vida, seguir formándose y moldeándose a menudo a costa de la propia inclinación y el propio gusto.


Sembrar la semilla requiere una confianza absoluta en que los esfuerzos y los sacrificios tendrán fruto si se deja al “reinante” reinar. Aunque no los veamos. Amasar significa tener la paciencia y la perseverancia de seguir trabajando incansablemente, aún cuando haya que esperar mucho a que la masa fermente.


Frecuentemente, cuando se habla de “construir el Reino” inmediatamente se piensa en lucha por la justicia. Eso también, claro está. Hay que buscar el Reino de Dios y su justicia. Pero no es simplemente una lucha de activistas contra la pobreza, la injusticia o los derechos humanos en este mundo. No se trata de una ONG más. “Construir el Reino”, o mejor dicho, dejar que Dios reine, siempre pasa por “no ser nadie”; por ser semilla y masa dócil. Por ser sembrador confiado y amasador paciente. Nada fácil. Pasar por el sacrificio y la muerte diaria con una confianza inquebrantable. El Rey hará lo que tenga que hacer con esta insignificancia.

lunes, 28 de octubre de 2024

Santos Simón y Judas, apóstoles

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (2,19-22):

Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

Palabra de Dios

Salmo 18,R/. A toda la tierra alcanza su pregón

Santo Evangelio según san Lucas (6,12-19):

En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

Palabra del Señor

Comentario

Hoy hablamos de casas. O, más bien, de casa, en singular. La palabra casa en hebreo (beyt), tiene una significación mucho mayor que un simple edificio. Es familia extensa (la casa de Israel, “toda su casa””, es vida (Betesda: casa del agua; Belén: casa de pan), es pueblo. Cuando Cornelio y “toda su casa” se convierten al cristianismo, no es una pura imposición del padre de familia; la identidad personal es parte de la identidad como pueblo. La fe personal profesada se hace en el seno de una familia, y no aisladamente.  Cuando Pablo dice a los efesios que “ya no son extranjeros”, no es únicamente para darles carta de ciudadanía, sino que reconoce su pertenencia a la familia, a la casa, su identidad. E incluso va más allá: somos la casa de Dios, edificada, ensamblada, piedra sobre piedra viva. Vamos agregándonos, insertándonos en Cristo, piedra angular de todo el edificio. “Ya no son extranjeros” no sería entonces solamente un alegato en favor de los inmigrantes. Es algo mucho más profundo: es más bien una llamada a ser parte del edificio, hogar, familia, vida, casa, pueblo, No ser extranjero es ser parte de la familia: ser casa, ser pueblo. Y eso tiene consecuencias para toda la vida. Vivir ahora como piedra viva es ser fiel a la noticia de salvación de Cristo; es seguimiento y discipulado. Es permanencia en esa vida y ese pan.


Por eso, la llamada de Jesús a los doce es mucho más que una anécdota de “seguimiento”. Es un cambio total de identidad. Esos doce (incluido el que lo traicionaría, que negó su propio ser) son ahora otra cosa: son parte de esta “casa”. Y son parte importantísima: son los doce de la casa de Israel; son las columnas de esta casa. Por eso la traición de Judas supone una herida terrible, no solo para el propio Judas, sino para toda la casa. Una herida terrible que habrá que reparar inmediatamente después de la muerte de Jesús. La casa tiene que estar completa: con sus doce columnas apostólicas y con todas sus piedras vivas. No somos extranjeros.

domingo, 27 de octubre de 2024

ÁNGELUS DEL SANTO PAPA FRANCISCO

 PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro


Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!


Hoy el Evangelio de la liturgia (Mc 10,46-52) nos habla de Jesús, que cura a un hombre de la ceguera. Su nombre es Bartimeo, pero la multitud, por la calle, lo ignora: es un pobre mendigo. Esa gente no tiene ojos para este ciego; lo dejan, lo ignoran. Ninguna mirada atenta, ningún sentimiento de compasión. Bartimeo tampoco ve, pero oye y se hace oír. Grita, grita fuerte: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 48). Pero Jesús le escucha y le ve. Se pone a su disposición y le pregunta. «¿Qué quieres que te haga?» (v. 51).


“¿Qué quieres que haga yo por ti?”. Esta pregunta, delante de una persona ciega, parece una provocación y, sin embargo, es una prueba. Jesús está preguntando a Bartimeo a quién busca realmente, y por qué motivo. ¿Quién es para ti el “Hijo de David”? Y así el Señor empieza a abrir los ojos del ciego. Consideramos tres aspectos de este encuentro, que se convierte en diálogo: el grito, la fe, el camino.


En primer lugar, el grito de Bartimeo, que no es solo una petición de ayuda. Es una afirmación de sí mismo. El ciego está diciendo: “Yo existo, miradme. Yo no veo, Jesús. ¿Tú me ves?”. Sí, Jesús ve al hombre mendicante, y lo escucha, con los oídos del cuerpo y con los del corazón. Pensemos en nosotros, cuando por el camino nos cruzamos con algún mendigo, cuántas veces miramos para otro lado, cuántas veces lo ignoramos, como si no existiera. Y nosotros, ¿escuchamos el grito de los mendigos?


Segundo punto: la fe. Jesús ¿qué dice? «Vete, tu fe te ha salvado» (v. 52). Bartimeo ve porque cree; Cristo es la luz de sus ojos. El Señor observa cómo Bartimeo le mira a Él. ¿Cómo miro yo a un mendigo? ¿Lo ignoro? ¿Lo miro como Jesús? ¿Soy capaz de entender sus preguntas, su grito de ayuda? Cuando tú das limosna, ¿miras a los ojos del mendigo? ¿Le tocas la mano para sentir su carne?


Finalmente, el camino: Bartimeo, curado, seguía a Jesús «por el camino» (v. 52). Pero cada uno de nosotros es Bartimeo, ciego dentro, que sigue a Jesús una vez que se ha acercado a Él. Cuando tú te acercas a un pobre y te haces sentir cercano, es Jesús que se acerca a ti en la persona de ese pobre. Por favor, no confundamos: la limosna no es beneficencia. El que recibe más gracia de la limosna es el que la da, porque se hace mirar por los ojos del Señor.


Rezamos juntos a María, aurora de la salvación, para que custodie nuestro camino en la luz de Cristo.


¡Queridos hermanos y hermanas!


Hoy hemos concluido el Sínodo de los Obispos. Rezamos para que todo lo que hemos hecho en este mes vaya adelante por el bien de la Iglesia.


El 22 de octubre se celebraba el 50º aniversario de la creación, por parte de san Pablo VI, de la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, y mañana será el 60º aniversario de la Declaración Nostra aetate del Concilio Ecuménico Vaticano II. Sobre todo, en estos tiempos de grandes sufrimientos y tensiones, animo a los que están comprometidos a nivel local por el diálogo y por la paz.


Mañana se abrirá en Ginebra una importante Conferencia Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, a los 75 años de los Convenios de Ginebra.  Que este evento pueda despertar las conciencias para que, durante los conflictos armados, se respeten la vida y la dignidad de las personas y de los pueblos, como también la integridad de las estructuras civiles y de los lugares de culto, cumpliendo el derecho internacional humanitario. Es triste ver cómo en la guerra, en algunos lugares, se destruyen los hospitales y las escuelas.


Me uno a la amada Iglesia de San Cristóbal de las Casas, en el estado mexicano de Chiapas, que llora al sacerdote Marcelo Pérez Pérez, asesinado el domingo pasado. Un dedicado servidor del Evangelio y del pueblo fiel de Dios. Su sacrificio, como el de otros sacerdotes asesinados por fidelidad al ministerio, sea semilla de paz y de vida cristiana.


Estoy cerca de las poblaciones de Filipinas golpeadas por un fortísimo ciclón. El Señor sostenga a ese pueblo tan lleno de fe.


Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos. En particular, saludo a la Cofradía del Señor de los Milagros, de los peruanos en Roma, a quienes doy las gracias por su testimonio y animo a proseguir en el camino de fe.


Saludo al grupo de ancianos de Loiri Porto San Paolo, a los chicos de la Confirmación de Assemini (Cagliari), a los “Peregrinos de la salud” de Piacenza, los Oblatos Seculares Cistercienses del Santuario de Cotrino y la Confederación de los Pobres Caballeros de San Bernardo de Chiaravalle.


Y por favor sigamos rezando por la paz, especialmente en Ucrania, Palestina, Israel, Líbano, para que se ponga fin a la escalada y se ponga en primer lugar el respeto de la vida humana que ¡es sagrada! Las primeras víctimas están entre la población civil: lo vemos todos los días. ¡Demasiadas víctimas inocentes! Vemos cada día imágenes de niños masacrados. ¡Demasiados niños! Recemos por la paz.


Os deseo a todos un buen domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

sábado, 26 de octubre de 2024

Domingo 30 (B) del tiempo ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro de Jeremías (31,7-9):

Así dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.»

Palabra de Dios

Salmo 125,R/. El Señor ha estado grande con nosotros,y estamos alegres

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (5,1-6):

Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy». O, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Marcos (10,46-52):

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna.

Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»

Muchos lo regañaban para que se callara.

Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»

Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»

Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.»

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»

El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»

Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.»

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy, contemplamos a un hombre que, en su desgracia, encuentra la verdadera felicidad gracias a Jesucristo. Se trata de una persona con dos carencias: la falta de visión corporal y la imposibilidad de trabajar para ganarse la vida, lo cual le obliga a mendigar. Necesita ayuda y se sitúa junto al camino, a la salida de Jericó, por donde pasan muchos viandantes.


Por suerte para él, en aquella ocasión es Jesús quien pasa, acompañado de sus discípulos y otras personas. Sin duda, el ciego ha oído hablar de Jesús; le habrían comentado que hacía prodigios y, al saber que pasa cerca, empieza a gritar: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» (Mc 10,47). Para los acompañantes del Maestro resultan molestos los gritos del ciego, no piensan en la triste situación de aquel hombre, son egoístas. Pero Jesús sí quiere responder al mendigo y hace que lo llamen. Inmediatamente, el ciego se halla ante el Hijo de David y empieza el diálogo con una pregunta y una respuesta: «Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’» (Mc 10,51). Y Jesús le concede doble visión: la física y la más importante, la fe que es la visión interior de Dios. Dice san Clemente de Alejandría: «Pongamos fin al olvido de la verdad; despojémonos de la ignorancia y de la oscuridad que, cual nube, ofuscan nuestros ojos, y contemplemos al que es realmente Dios».


Frecuentemente nos quejamos y decimos: —No sé rezar. Tomemos ejemplo entonces del ciego del Evangelio: Insiste en llamar a Jesús, y con tres palabras le dice cuanto necesita. ¿Nos falta fe? Digámosle: —Señor, aumenta mi fe. ¿Tenemos familiares o amigos que han dejado de practicar? Oremos entonces así: —Señor Jesús, haz que vean. ¿Es tan importante la fe? Si la comparamos con la visión física, ¿qué diremos? Es triste la situación del ciego, pero mucho más lo es la del no creyente. Digámosles: —El Maestro te llama, preséntale tu necesidad y Jesús te responderá generosamente.

Sábado de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,7-16):

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres.» El «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor

Palabra de Dios

Salmo 121,R/. Vamos alegres a la casa del Señor

 Santo Evangelio según san Lucas (13,1-9):

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.

Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.»

Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero el viñador contestó: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas.»»

Palabra del Señor

Compartimos:

Las lecturas de hoy nos ofrecen reflexionar sobre el llamado a la conversión y la construcción del Cuerpo de Cristo. En la primera lectura, San Pablo nos recuerda que cada uno de nosotros ha recibido un don, una gracia particular, según la medida del don de Cristo. Esta diversidad de dones no es para nuestro beneficio personal, sino para edificar el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Algunos han sido llamados a ser apóstoles, otros profetas, evangelizadores, pastores o maestros, pero todos contribuyen al crecimiento del Cuerpo en la unidad y en el amor.


Pablo nos insta a madurar en nuestra fe, para no ser arrastrados por “todo viento de doctrina” o engañados por las trampas del error. La madurez espiritual implica un compromiso con la verdad y el amor, que nos permite crecer hacia Cristo, quien es la cabeza. Cada miembro del Cuerpo de Cristo tiene un papel crucial, y cuando cada parte actúa según su don, el Cuerpo crece en unidad y se construye en el amor.


El evangelio complementa este mensaje con una llamada clara a la conversión. Jesús utiliza dos tragedias recientes –la muerte de los galileos y el derrumbe de la torre de Siloé– para enseñar que no debemos interpretar los desastres como castigos específicos por los pecados. Más bien, estas situaciones nos llaman a la conversión personal. Todos necesitamos convertirnos, sin pensar que los demás son más culpables o peores que nosotros.


La parábola de la higuera es una poderosa imagen de la paciencia y misericordia de Dios. Aunque la higuera no ha dado fruto durante tres años, el viñador intercede para darle una nueva oportunidad. Esto nos habla del tiempo de gracia que Dios nos ofrece para arrepentirnos y dar frutos en nuestra vida. No es un tiempo ilimitado, pero es una invitación a aprovechar la oportunidad de transformar nuestra vida, con la ayuda de su gracia, antes de que sea demasiado tarde.


Así, ambas lecturas nos invitan a la acción. Por un lado, a reconocer y usar nuestros dones para edificar el Cuerpo de Cristo, y por otro, a abrir el corazón a la conversión. Dios nos da tiempo y oportunidades para crecer, para cambiar, para dar frutos en el amor y en el servicio. No dejemos pasar este tiempo de gracia. Vivamos nuestra vocación cristiana con responsabilidad y amor, y estemos siempre dispuestos a convertirnos y crecer en nuestra relación con Dios, con los demás y con toda la creación.

viernes, 25 de octubre de 2024

Viernes de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,1-6):

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

Palabra de Dios

Salmo 23,R/. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor

 Santo Evangelio según san Lucas (12,54-59):

En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: «Chaparrón tenemos», y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: «Va a hacer bochorno», y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Las lecturas que nos propone la liturgia de hoy nos llaman a vivir con coherencia y a discernir los signos de los tiempos en los que estamos inmersos. En la primera lectura, San Pablo nos exhorta a vivir de acuerdo con nuestra vocación, que es una llamada a la unidad y al amor. Nos invita a ser humildes, amables y comprensivos, recordándonos que formamos un solo cuerpo en Cristo, guiados por un solo Espíritu. El apóstol nos urge a mantener la unidad a través de la paz, conscientes de que hay un solo Dios, Padre de todos, que lo abarca y penetra todo.


Esta unidad no es un ideal abstracto, sino un compromiso concreto que se vive en la caridad, en el esfuerzo por comprender y sobrellevarnos mutuamente. Es un llamado a reflejar, en nuestra vida diaria, la comunión que Dios quiere para su pueblo, sabiendo que nuestra fe, nuestro bautismo y nuestra esperanza nos unen profundamente en un mismo Señor.


En el evangelio, Jesús nos desafía a ser personas que saben interpretar los signos de los tiempos. Nos reprocha no saber discernir lo que sucede a nuestro alrededor, aunque somos capaces de prever los cambios climáticos. Esto nos interpela: ¿sabemos reconocer las necesidades de nuestro tiempo? ¿Escuchamos lo que nos quiere decir en el grito de los empobrecidos de nuestro mundo? ¿Somos capaces de juzgar lo que debemos hacer, de tomar decisiones justas y actuar con responsabilidad?


El Señor nos invita a reubicar nuestra vida desde el Evangelio mientras vamos “de camino”, mientras tenemos la oportunidad de reconciliarnos y obrar bien. Nos llama a ser sabios, no solo en los asuntos del mundo, sino en los asuntos del Reino de Dios. La vida cristiana es un camino constante de discernimiento, de búsqueda de paz y de justicia, antes de que sea demasiado tarde. Es un llamado a la responsabilidad personal, a vivir en la verdad y a construir la reconciliación donde sea necesaria.


Que, siguiendo las palabras de San Pablo, nos esforcemos por vivir en la unidad del Espíritu, y que, atentos a la enseñanza de Jesús, sepamos interpretar los tiempos y actuar con justicia y amor en cada situación que enfrentemos.

jueves, 24 de octubre de 2024

Jueves de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario. San Antonio María Claret, obispo

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (3,14-21):

Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todos los santos, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios. Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros, a él la gloria de la Iglesia y de Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Salmo 32,R/. La misericordia del Señor llena la tierra

Santo Evangelio según san Lucas (12,49-53):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Este evangelio nos presenta unas palabras impactantes de Jesús, que parecen contrastar con la imagen de paz y unidad que a menudo asociamos con su mensaje. Jesús nos habla de “prender fuego en el mundo” y de una “división” que incluso afectará a las familias. Para comprender este pasaje, debemos recordar que Jesús no habla de una división por odio o conflicto egoísta, sino de la división que surge cuando su mensaje radical exige una elección clara y decisiva.


El “fuego” al que Jesús se refiere es el fuego del Espíritu Santo, el ardor del amor y del celo por el Reino de Dios. Este fuego purifica, transforma y enciende los corazones en la misión de llevar la luz de Cristo al mundo. Jesús desea que este fuego esté ya ardiendo, porque sabe que su mensaje no puede dejarnos indiferentes; nos desafía a tomar postura, a vivir de una manera distinta que, en muchas ocasiones, provoca incomprensión o rechazo, incluso entre los seres más cercanos.


La referencia a la “división” no significa que Jesús quiera generar discordia, sino que su mensaje exige un compromiso que muchas veces rompe con los valores y tradiciones del mundo. Aquellos que siguen a Cristo deben estar dispuestos a enfrentar las tensiones que surgen cuando las exigencias del Evangelio se confrontan con las expectativas humanas, incluso dentro de la familia. La fe en Cristo nos llama a un amor más profundo y auténtico, pero también nos exige valentía para defender la verdad, aunque eso provoque oposición.


En la memoria de San Antonio María Claret, este evangelio adquiere un sentido especial. Claret, lleno del fuego del Espíritu y del amor de Dios, consagró su vida a la misión de predicar el Evangelio. En su labor enfrentó muchas dificultades, incomprensiones y persecuciones. Predicó un mensaje que desafiaba el conformismo y la indiferencia religiosa de su tiempo, generando, en ocasiones, división. En la Familia Claretiana sigue resonando la fuente de su inspiración misionera: “Enamórense de Jesucristo y del prójimo y lo comprenderán todo y harán más cosas que yo”.


Al igual que San Antonio María Claret, nosotros también estamos llamados a ser portadores de la Buena Noticia del Evangelio. No debemos temer los conflictos ni las pruebas que puedan surgir en nuestro seguimiento de Jesús. Él nos advierte que seguirlo no siempre será fácil, pero la promesa es inmensa: una vida renovada y un mundo más humano y fraterno. Que, con el mismo ardor y valentía de Claret, sepamos vivir nuestra misión con entrega, siendo testigos del Reino y signos de esperanza en cada lugar donde nos encontremos.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Miércoles de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario. San Juan de Capistrano, presbítero

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (3,2-12):

Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, del que os he escrito arriba brevemente. Leedlo y veréis cómo comprendo yo el misterio de Cristo, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la promesa de Jesucristo, por el Evangelio, del cual yo soy ministro por la gracia que Dios me dio con su fuerza y su poder. A mí, el más insignificante de todos los santos, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, aclarar a todos la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los Principados y Potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios, por la fe en él.

Palabra de Dios

Salmo Is 12,R/. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador

Santo Evangelio según san Lucas (12,39-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»

El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

Palabra del Señor

Compartimos:

En el evangelio de hoy Lucas nos presenta una fuerte llamada a la responsabilidad y a la fidelidad en nuestra vida cristiana. Jesús nos invita a estar siempre preparados, vigilantes, porque no sabemos cuándo vendrá el Hijo del hombre. La comparación con el dueño de casa que, si supiera cuándo viene el ladrón, se mantendría alerta, nos hace conscientes de la importancia de vivir cada día con la expectativa de la venida de Cristo.


Pedro pregunta si esta enseñanza es solo para los discípulos o para todos, y Jesús responde con la parábola del administrador fiel. Aquí, el Señor subraya que aquellos a quienes se les ha confiado una misión, como en el caso de los discípulos, tienen una mayor responsabilidad de ser fieles y diligentes en su servicio. El administrador que cumple su deber con dedicación y lealtad será bendecido, mientras que el que abusa de su autoridad y vive de forma desordenada será castigado severamente.


Este pasaje nos recuerda que no podemos caer en la trampa de la comodidad o la indiferencia, pensando que “el Señor tarda en llegar”. Como cristianos, todos tenemos una responsabilidad que cumplir en nuestro entorno, sea en la familia, el trabajo, la comunidad o la iglesia. Se nos ha confiado el cuidado de los demás y la misión de ser testigos del Evangelio. Jesús nos advierte que cuanto más conocimiento y más dones hemos recibido, más se espera de nosotros. Esta es una llamada a tomar en serio nuestra vocación y a vivir de acuerdo con lo que sabemos que es justo y verdadero.


Es un llamado a la coherencia: si sabemos lo que el Señor quiere de nosotros, debemos actuar en consecuencia. No basta con tener buenas intenciones; nuestras acciones deben reflejar nuestra fe y nuestro compromiso con Dios. Al final, seremos juzgados no solo por lo que hemos hecho, sino también por lo que hemos dejado de hacer con los dones y oportunidades que Dios nos ha dado.


Este evangelio nos invita a una revisión profunda sobre la responsabilidad personal y la vigilancia. Seamos como el administrador fiel, que trabaja con diligencia y amor, sabiendo que un día el Señor vendrá, y será una gran alegría ser encontrados cumpliendo su voluntad.

martes, 22 de octubre de 2024

Martes de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario.

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (2,12-22):

Antes no teníais un Mesías, erais extranjeros a la ciudadanía de Israel y ajenos a las instituciones portadoras de la promesa. En el mundo no teníais ni esperanza ni Dios. Ahora, en cambio, estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu. Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo. Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

Palabra de Dios

Salmo 84,R/. Dios anuncia la paz a su pueblo

 Santo Evangelio según san Lucas (12,35-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.»

Palabra del Señor

Compartimos:

El evangelio de este día nos invita a vivir en una constante actitud de vigilancia y preparación, como discípulos-misioneros que esperan activamente la llegada del Señor. Jesús utiliza la imagen de los criados que esperan a su señor para ilustrar cómo debe ser nuestra disposición: con la cintura ceñida y las lámparas encendidas, listos para actuar en cualquier momento.


La enseñanza clave es estar siempre preparados, no solo para el regreso final de Jesús, sino también para los momentos en que Dios nos llama en nuestra vida diaria. Vivir en vela significa mantenernos atentos a los signos de su presencia en cada circunstancia, ser fieles en nuestras responsabilidades y estar abiertos a los llamados que nos hace el Señor a través de las personas y las situaciones que enfrentamos.


La recompensa que Jesús promete a quienes se mantienen vigilantes es sorprendente: el mismo Señor se ceñirá y servirá a sus siervos. Esta imagen es un símbolo profundo del amor y la humildad de Dios, quien no solo nos llama a estar preparados, sino que nos promete una recompensa de inmensa cercanía con Él.


Este evangelio nos motiva a no vivir en la pasividad o en la comodidad, en la distracción o la superficialidad, sino a tener una fe activa y despierta. La vida cristiana es una espera activa, un llamado a estar listos para responder al amor de Dios en cualquier momento en fidelidad creativa. Estar en vela implica tener una actitud constante de oración, de servicio y de disponibilidad, porque no sabemos el día ni la hora en que el Señor tocará a nuestra puerta.


Dichosos aquellos que viven con el corazón despierto, atentos a los pequeños llamados de cada día, porque recibirán la mayor recompensa: la presencia cercana y amorosa de Dios que se inclina para servirnos y darnos su vida.

lunes, 21 de octubre de 2024

Lunes de la XXIX Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (2,1-10):

Hubo un tiempo en que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios. Antes procedíamos nosotros también así; siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la imaginación; y, naturalmente, estábamos destinados a la reprobación, como los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

Palabra de Dios

Salmo 99,R/. El Señor nos hizo y somos suyos

Santo Evangelio según san Lucas (12,13-21):

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»

Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»

Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»

Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: «¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.» Y se dijo: «Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.» Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?» Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre nuestra relación con Dios, su gracia y la forma en que valoramos las cosas en la vida. En la carta a los Efesios, San Pablo nos recuerda que, antes de conocer a Cristo, estábamos muertos espiritualmente, atrapados en los deseos egoístas y en las corrientes de este mundo. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, nos ha dado nueva vida en Cristo. Esta salvación no es algo que hayamos ganado por nuestras obras, sino que es un regalo puro de su amor y gracia. Nos ha resucitado con Cristo y nos ha dado un propósito: vivir para hacer el bien, realizando la misión que Dios ha preparado para cada uno de nosotros.


Esta realidad nos invita a reconocer que somos obra de Dios, creados para un propósito más grande que nosotros mismos. No podemos presumir de nuestras acciones, porque todo lo que somos y hacemos viene de la gracia de Dios. Todo es don. Este regalo inmenso no solo nos salva, sino que también nos impulsa a responder en gratuidad a tanto bien recibido, siendo instrumentos de su amor en el mundo. Así, nuestras vidas deben reflejar esa gracia que hemos recibido, viviendo con gratitud y dedicación al servicio de los demás.


El evangelio de hoy refuerza esta enseñanza con una advertencia contra la codicia y el apego a las riquezas. Jesús nos presenta la parábola del hombre rico que acumulaba bienes sin preocuparse por lo que verdaderamente importaba. Este hombre pensaba que su seguridad y felicidad dependían de sus posesiones materiales, pero Dios le recuerda que la vida no depende de lo que se tiene. Al final, todo lo que acumulamos aquí en la tierra no tiene valor si no somos ricos ante Dios, es decir, si no cultivamos una vida centrada en el amor, la generosidad y la justicia.


Esta advertenci es actual para nosotros hoy. Muchas veces, como el hombre de la parábola, ponemos nuestra confianza en lo que poseemos o en nuestras propias capacidades, creyendo que esas cosas nos darán seguridad. Pero Jesús nos llama a mirar más allá de lo material, a poner nuestra confianza en Dios y a vivir de manera que nuestras acciones reflejen esa confianza. La verdadera riqueza no se encuentra en los bienes acumulados, sino en una vida vivida según la voluntad de Dios, en servicio a los demás y en comunión con Él.


Que estas lecturas nos animen a alejarnos de la codicia y a vivir más plenamente la gracia que hemos recibido. Que, reconociendo que nuestra salvación es un don de Dios, podamos responder con corazones generosos, buscando ser verdaderamente ricos ante Dios, a través de nuestras buenas obras y nuestro compromiso con el Reino.

domingo, 20 de octubre de 2024

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Plaza de San Pedro

Antes de concluir esta celebración eucarística, os doy las gracias a todos vosotros, que habéis venido a honrar a los nuevos santos. Saludo a los cardenales, los obispos, los sacerdotes, las personas consagradas, en particular a los Frailes Menores y a los fieles maronitas, a los Misioneros y las Misioneras de la Consolata, las Pequeñas Hermanas de la Santa Familia y las Oblatas del Espíritu Santo, como también los otros grupos de peregrinos venidos de varios lugares. Un saludo deferente dirijo al presidente de la República Italiana, a las otras delegaciones oficiales y a las autoridades civiles.


Saludo al numeroso grupo de peregrinos ugandeses, con el vicepresidente del país, que han venido con ocasión de los sesenta años de la canonización de los mártires de Uganda.


El testimonio de san Giuseppe Allamano nos recuerda la atención necesaria hacia las poblaciones más frágiles y más vulnerables. Pienso en particular en el pueblo Yanomami, en la selva amazónica brasileña, entre cuyos miembros tuvo lugar precisamente el milagro vinculado a la canonización de hoy. Hago un llamamiento a las autoridades políticas y civiles, para que aseguren la protección de estos pueblos y de sus derechos fundamentales y contra todo tipo de explotación de su dignidad y de sus territorios.


Hoy celebramos la Jornada Misionera Mundial, cuyo tema – “Id e invitad a todos al banquete” (cfr Mt 22,9) – nos recuerda que el anuncio misionero es llevar a todos la invitación al encuentro festivo con el Señor, que nos ama y que nos quiere partícipes de su alegría conyugal. Como nos enseñan los nuevos santos: «todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los ambientes» (Mensaje para la XCVIII Jornada misionera mundial, 25 de enero 2024). Sostengamos, con nuestra oración y con nuestra ayuda, a todos los misioneros que, a menudo con gran sacrificio, llevan el anuncio luminoso del Evangelio a cada lugar de la tierra.


Y seguimos rezando por las poblaciones que sufren a causa de la guerra – la atormentada Palestina, Israel, Líbano, la atormentada Ucrania, Sudán, Myanmar y todas las demás – e invocamos para todos el don de la paz.


La Virgen María nos ayude a ser, como Ella y como los santos, valientes y felices testigos del Evangelio.

sábado, 19 de octubre de 2024

El Papa dispensa a Timothy Radcliffe de vestir con los atuendos cardenalicios

El religioso dominico, Timothy Radcliffe, que será creado cardenal el próximo 7 de diciembre, seguirá vistiendo como hasta ahora y no lo hará con distintivos propios del rango del cardenal.


El ex superior de la Dominicos Timothy Radcliffe será una de las voces más ultraprogresistas dentro del Colegio Cardenalicio. Tendrá voz y voto hasta el próximo mes de agosto cuando cumpla 80 y pase a englobar la lista de cardenales no electores en un futuro Cónclave.


Ahora, el dominico y predicador sinodal, ha desvelado en una entrevista con la BBC que solicitó al Papa la renuncia formal a vestir como un cardenal. Radcliffe suplicó al Papa Francisco poder seguir vistiendo de blanco como hasta ahora fruto de su vocación religiosa de la Orden de los Predicadores.

En la citada entrevista con la cadena inglesa difundida el domingo, el dominico inglés afirmó que había preguntado al Pontífice si podía liberarse de la «elaborada túnica cardenalicia». El Papa, según Radcliffe, le dijo ese mismo día que tenía “plena comprensión” de su situación y que lo “liberaría de usar ropa tan elaborada”.

Lecturas del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías (53,10-11):

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

Palabra de Dios

Salmo 32,R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,como lo esperamos de ti.

Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (4,14-16):

Puesto que tenemos un sumo sacerdote extraordinario, que ha penetrado en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, permanezcamos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, ya que fue probado en todo a semejanza nuestra, a excepción del pecado. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Marcos (10,35-45):

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»

Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»

Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»

Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»

Contestaron: «Lo somos.»

Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Jesús de Nazaret tuvo poca suerte e, incluso, fue, como muchos de nosotros, desde el punto de vista humano, no muy exitoso. Jesús y sus apóstoles subían a Jerusalén, donde se iba a confirmar su imponente fracaso ante los importantes de su nación. Y entonces se le acercan los Zebedeos, que, en principio, parecían de los más listos del grupo, para pedirle que los nombrara “presidente y vicepresidente” de su futuro gobierno. No se habían enterado, en absoluto, de cuál era la misión de Jesús. Y mucho menos de cómo iba a realizarse. Luego más tarde, y pasado el tiempo terrible de la Pasión y Muerte del Salvador, cuando, ya resucitado, se dispone a subir al Padre, hay quien le pregunta si es entonces cuando va a liberar a Israel de la ocupación romana. Y ése que preguntaba, había tenido a su lado, a un ser extraordinario, cuarenta días y había querido enseñarles, desde la gloria de su cuerpo resucitado, su auténtica misión, la que le había encargado el Padre y por la que, en acto de obediencia suprema, había muerto en medio de un enorme tormento.


Podríamos decir, entonces, que Jesús fracasó con los apóstoles y fracasó con su propio pueblo, que tras admirarle y querer hacerle rey porque les daba pan gratis, luego lo ultrajaron y lo mataron como al peor de los criminales. Parece que nadie le entendió. Y si leemos con atención los Evangelios pues sabemos que repitió muchas veces su auténtico mensaje a los discípulos, y a todos aquellos que le quisieron oír. Les pidió varias veces – como en esta ocasión – que fueran servidores y que no buscaran ser servidos. Les avisó que Él no tenía donde reposar la cabeza. No tenía el menor sentido aplicar la fuerza – cosa que los políticos saben hacer muy bien – al contrario, les aconsejo que pusieran la otra mejilla, ante la primera bofetada y que dieran el manto a quien les pidiera la capa. Les lavó los pies y les pidió, en definitiva, amor entre ellos. Pero todo el mundo seguía pensando en términos políticos, en posición de poder y más poder. Incluso, también los de Emaús cuando refieren lo ocurrido en Jerusalén esos días de la Pasión, hablan del no reconocimiento de las autoridades hacia Jesús y no de su misión, ni de su doctrina. Reconocen su fuerza como profeta, pero no su entrega y su amor por todos.


Jesús amaba la vida. Y conoció las alegrías del vivir. No era un profesional del ascetismo, ni un hipocondríaco. Se le llegó incluso a acusar de ser demasiado aficionado a comer y a beber. Jesús era también un líder nato. Tenía una extraordinaria capacidad de arrastre. Los Evangelios ponen de relieve en distintos lugares su «autoridad»: hablaba y actuaba como quien tiene autoridad. Podía haber sido un «triunfador». ¿Por qué, enton­ces, eso de servir? ¿Por qué una máxima así? Porque Jesús afrontaba la vida desde otras claves. La experi­mentaba como un don que había recibido, no para malgastarlo, no para retener­lo, no para apuntarse triunfos demasiado terrestres, sino para compar­tirlo y entregarlo. Lo más suyo era algo comunal, don para la multitud. Hizo su apuesta con toda lucidez. Y es desde ahí, desde esa su experiencia base de la vida como un don plenamen­te gratuito, desde donde invitaba a los discípulos a que fueran servidores.


Es verdad que todo cambió con la llegada del Espíritu Santo y que, incluso, Jesús se tuvo que aparecer a Pablo de Tarso y así buscar un refuerzo al grupo de los Doce. Entonces, Jesús ¿fracasó verdaderamente? No. En realidad, fracasaron sus coetáneos que no supieron ver quien era Jesús de Nazaret y la felicidad que les traía de parte de Dios Padre.


En la segunda lectura se nos da a conocer una vertiente concreta de la vida de Jesús. No fue un camino fácil y despejado. Jesús conoció, como todos conocemos, las dificulta­des, los malos ratos, las pruebas. Es uno de los rasgos de su solidari­dad con noso­tros. Por eso nos comprende desde dentro, porque él ha vivido nuestra misma vida en todas sus vertientes. Lo único que lo distingue, le hace único, es que mantuvo siempre su comunión con Dios, que no la rompió jamás. Pero conoce nuestros desfalleci­mientos, nuestras tentaciones, nuestros malos momentos o nuestras malas temporadas. Sí, también Él tuvo malos ratos. En los Evangelios sólo nos quedan algunos apuntes relativos a las tentaciones del desierto y a las pruebas y angustia de los momentos finales. Pero basta con esas muestras para que reconozcamos a Jesús como uno de los nuestros, probado en todo exactamente como nosotros. Y aquí es donde recibimos una segunda invitación: cuando lo pasamos mal, cuando experimentamos las heridas del vivir, podemos acercarnos a Él con toda confianza, seguros de que nos va a comprender.


Y acabamos este repaso con la primera lectura. ¿Fue una vida malograda la de Jesús? Cuando la miramos con los ojos con que el profeta Isaías contem­plaba al Siervo de Yahvé nos damos cuenta de que no fue uno de esos triunfado­res que arrasan por todas partes, pero reconocemos también que su vida fue a la postre una victoria, una limpia victoria. La última palabra no la tienen los trabajos, ni los rechazos, ni la angustia mortal, ni la muerte violenta: no la tienen los poderes malos de este mundo. La última palabra la tiene el Dios de la vida. Aquí también recibimos una invitación: la de cobrar concien­cia de que le pertenecemos.


En la Eucaristía se hace presente el gesto de entrega de Jesús. Acojá­moslo, para que podamos vivir en actitud de servicio. Le invocaremos como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: hagámoslo llenos de confianza. Aclamaremos su victoria sobre la muerte, el último enemigo.


No está mal, pues, pedir al Padre que sepamos escuchar a Jesús y que le entendamos. Tenemos completa su historia y su misión en los Evangelios. No podemos hacernos los sordos o los desmemoriados. Sabemos lo que Él quiere. No le dejemos fracasar, por favor, ahora, otra vez

Sábado de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario.

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,15-23):

Yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Palabra de Dios

Salmo 8,R/. Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos

 Santo Evangelio según san Lucas (12,8-12):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.»

Palabra del Señor

Compartimos:

Es famosa y significativa la película El Discurso del Rey porque, de alguna manera, nos hace empatizar con quien no está totalmente capacitado para una función y, así y todo, debe llevarla a cabo. Sentimos con el pobre Jorge, porque nos hemos visto en alguna situación (en nuestra propia escala) de la que no sabíamos cómo salir. El rey tenía que hablar porque no hacerlo podría llevar a su país a la catástrofe.


Pero tenemos testimonios de esto mismo todavía más antiguos. Es decir, que parece una experiencia bastante universal de inseguridad y falta de confianza en la propia capacidad. Moisés era tartamudo; Jeremías aduce que es un niño y no sabe hablar; David era el más pequeño de los hermanos y es llamado a ser rey; Amós, Nehemías…. Y luego los discípulos de Jesús, algunos hombres toscos y poco ilustrados. En todas partes está la figura del profeta renuente. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado siendo profetas renuentes nosotros mismos? No hay ninguna certeza (y en algunos casos hay la absoluta certeza de imposibilidad) de que se pueda llevar a cabo. Y aquí se nos dice hoy que, por encima de todo problema real o imaginado de autoestima, hay que poner una confianza que casi no tiene nada que ver con nosotros: “Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir»


No os preocupéis de eso. Pero, por el otro lado hay una severa advertencia: el no hablar, el no dar testimonio, el no reconocer a Cristo puede tener consecuencias incluso más graves. No os preocupéis de qué decir, preocupaos, más bien, de no decir nada. Preocupaos si un miedo paralizante os lleva al silencio… con el resultado catastrófico personal de no ser reconocidos por Cristo y el resultado catastrófico para los demás de no escuchar la palabra de Verdad y redención porque nosotros no la hemos pronunciado. No os preocupéis. Preocupaos. Y mucho.