Primera Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (3,14-21):
Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todos los santos, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios. Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros, a él la gloria de la Iglesia y de Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios
Salmo 32,R/. La misericordia del Señor llena la tierra
Santo Evangelio según san Lucas (12,49-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
Palabra del Señor
Compartimos:
Este evangelio nos presenta unas palabras impactantes de Jesús, que parecen contrastar con la imagen de paz y unidad que a menudo asociamos con su mensaje. Jesús nos habla de “prender fuego en el mundo” y de una “división” que incluso afectará a las familias. Para comprender este pasaje, debemos recordar que Jesús no habla de una división por odio o conflicto egoísta, sino de la división que surge cuando su mensaje radical exige una elección clara y decisiva.
El “fuego” al que Jesús se refiere es el fuego del Espíritu Santo, el ardor del amor y del celo por el Reino de Dios. Este fuego purifica, transforma y enciende los corazones en la misión de llevar la luz de Cristo al mundo. Jesús desea que este fuego esté ya ardiendo, porque sabe que su mensaje no puede dejarnos indiferentes; nos desafía a tomar postura, a vivir de una manera distinta que, en muchas ocasiones, provoca incomprensión o rechazo, incluso entre los seres más cercanos.
La referencia a la “división” no significa que Jesús quiera generar discordia, sino que su mensaje exige un compromiso que muchas veces rompe con los valores y tradiciones del mundo. Aquellos que siguen a Cristo deben estar dispuestos a enfrentar las tensiones que surgen cuando las exigencias del Evangelio se confrontan con las expectativas humanas, incluso dentro de la familia. La fe en Cristo nos llama a un amor más profundo y auténtico, pero también nos exige valentía para defender la verdad, aunque eso provoque oposición.
En la memoria de San Antonio María Claret, este evangelio adquiere un sentido especial. Claret, lleno del fuego del Espíritu y del amor de Dios, consagró su vida a la misión de predicar el Evangelio. En su labor enfrentó muchas dificultades, incomprensiones y persecuciones. Predicó un mensaje que desafiaba el conformismo y la indiferencia religiosa de su tiempo, generando, en ocasiones, división. En la Familia Claretiana sigue resonando la fuente de su inspiración misionera: “Enamórense de Jesucristo y del prójimo y lo comprenderán todo y harán más cosas que yo”.
Al igual que San Antonio María Claret, nosotros también estamos llamados a ser portadores de la Buena Noticia del Evangelio. No debemos temer los conflictos ni las pruebas que puedan surgir en nuestro seguimiento de Jesús. Él nos advierte que seguirlo no siempre será fácil, pero la promesa es inmensa: una vida renovada y un mundo más humano y fraterno. Que, con el mismo ardor y valentía de Claret, sepamos vivir nuestra misión con entrega, siendo testigos del Reino y signos de esperanza en cada lugar donde nos encontremos.
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