lunes, 31 de marzo de 2025

Evangelio del Lunes de la IV Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías (65,17-21):

Esto dice el Señor:

«Mirad: voy a crear un nuevo cielo

y una nueva tierra:

de las cosas pasadas

ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento.

Regocijaos, alegraos por siempre

por lo que voy a crear:

yo creo a Jerusalén “alegría”,

y a su pueblo, “júbilo”.

Me alegraré por Jerusalén

y me regocijaré con mi pueblo,

ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido;

ya no habrá allí niño

que dure pocos días,

ni adulto que no colme sus años,

pues será joven quien muera a los cien años,

y quien no los alcance se tendrá por maldito.

Construirán casas y las habitarán,

plantarán viñas y comerán los frutos».

Palabra de Dios


Salmo 29,R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado


Santo Evangelio según san Juan (4,43-54):

En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:

«Un profeta no es estimado en su propia patria».

Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.

Jesús le dijo:

«Si no veis signos y prodigios, no creéis».

El funcionario insiste:

«Señor, baja antes de que se muera mi niño».

Jesús le contesta:

«Anda, tu hijo vive».

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:

«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».

El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Palabra del Señor


Compartimos:

Hay personas que dicen que no creen pero pasan la vida entregados a ayudar a los que les rodean, tendiendo la mano a los necesitados, desviviéndose por los demás. Es curioso que los que dicen no encontrar sentido a la vida, terminan viviendo para dar sentido a la vida de los demás, para levantar a los caídos y sanar a los dolientes.


En el relato del Evangelio de hoy, el padre termina cayendo en la cuenta de que su hijo se sintió mejor precisamente a la hora en que Jesús le pidió que confiase en su palabra. Él confió aunque no vio nada, aunque todas las evidencias estaban en contra. Creer es caminar en esa oscuridad. Creer es aprender a caminar en la oscuridad y seguir confiando. Creer es disfrutar de los regalos y aguantar los palos que la vida nos da. Siempre agradeciendo. Siempre confiando. A pesar de la oscuridad. Incluso si el hijo no se cura.


Que el Señor nos regale a todos esta fe hecha de confianza y cemento del duro, mantenida en el amor solidario y en la esperanza. Así llegaremos mejor preparados a celebrar la Pasión, la muerte de Jesús, afianzados en la esperanza en lo imposible: la resurrección.

domingo, 30 de marzo de 2025

Evangelio del IV Domingo de Cuaresma «Laetare»

Primera Lectura

Lectura del libro de Josué (5,9a.10-12):

En aquellos días, dijo el Señor a Josué:

– «Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto.»

Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.

El día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.

Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Palabra de Dios


Salmo 33,R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor


Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,17-21):

Hermanos: Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo .

Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la

reconciliación.

Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y

ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.

Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de

de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Palabra de Dios

Santo Evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32):

En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

– «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»

Jesús les dijo esta parábola:

– «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.»

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.

Recapacitando entonces, se dijo:

«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. «

Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, «

Pero el padre dijo a sus criados:

«Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»

Y empezaron a celebrar el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Este le contestó:

«Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.»

El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Entonces él respondió a su padre:

«Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.»

El padre le dijo:

«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado»».

Palabra del Señor


Compartimos:

Hoy, domingo Laetare (“Alegraos”), cuarto de Cuaresma, escuchamos nuevamente este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica inaudita de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios.


Siempre me he preguntado si la mayoría de la gente entendía bien la expresión “el hijo pródigo” con la cual se designa esta parábola. Yo creo que deberíamos rebautizarla con el nombre de la parábola del “Padre prodigioso”.


Efectivamente, el Padre de la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15,20). Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el punto de no ahorrar la vida de su Hijo).


Este domingo tiene un matiz de serena alegría y, por eso, es designado como el domingo “alegraos”, palabra presente en la antífona de entrada de la Misa de hoy: «Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría». Dios se ha compadecido del hombre perdido y extraviado, y le ha manifestado en Jesucristo —muerto y resucitado— su misericordia.


San Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la medida de esta misericordia. Así entenderemos que la alegría más grande que damos a Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado. A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia, a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y volver al Padre que nos ama!

sábado, 29 de marzo de 2025

Sábado de la III Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):

Vamos, volvamos al Señor.

Porque él ha desgarrado,

y él nos curará;

él nos ha golpeado,

y él nos vendará.

En dos días nos volverá a la vida

y al tercero nos hará resurgir;

viviremos en su presencia

y comprenderemos.

Procuremos conocer al Señor.

Su manifestación es segura como la aurora.

Vendrá como la lluvia,

como la lluvia de primavera

que empapa la tierra».

¿Qué haré de ti, Efraín,

qué haré de ti, Judá?

Vuestro amor es como nube mañanera,

como el rocío que al alba desaparece.

Sobre una roca tallé mis mandamientos;

los castigué por medio de los profetas

con las palabras de mi boca.

Mi juicio se manifestará como la luz.

Quiero misericordia y no sacrificio,

conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Palabra de Dios


Salmo 50,R/. Quiero misericordia, y no sacrificios


 Santo Evangelio según san Lucas (18,9-14):

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:

“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor


Compartimos:

Hoy las lecturas nos regalan dos promesas: curación y justificación. Pero también hay demandas y desafíos. Se trata de quitarse la capa de piedad que solo oculte orgullo y auto-exaltación y llegar a lo hondo, al corazón. La piedad superficial es como una nube mañanera que luego pasa. No sirve para nada. La honda piedad del corazón consigue de Dios la curación de las heridas. Las vendará, las sanará. En este camino de Cuaresma este anuncio de curación y de vendaje de las heridas ya anuncia el Viernes Santo: sus heridas nos han curado. Pero nunca nos curamos a nosotros mismos. Solo nos toca ir a lo profundo y reconocer la verdad.


No pido sacrificio, sino amor, dice el Señor. El amor pide, desde lo más profundo, misericordia y curación. El sacrificio de apariencia y superficial, pide reconocimiento externo, y satisfacción personal. Trata de comprar el favor de Dios. Y el favor de Dios no se puede comprar si no hay algo más profundo y más verdadero. Eso no va a ninguna parte. Pero lo profundo, la verdad del corazón, como la del publicano que se sienta atrás en el Templo, es lo que recibe la atención de Dios y la justificación. La Escritura lo dice una y otra vez: un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias, dice el Salmo 51. Porque lo que se pueda hacer por uno mismo, sin la mano poderosa de Dios, no consigue nada. Es el reconocimiento de la gracia y la misericordia de Dios lo que supone y pide el sacrificio del corazón. No es que Dios no quiera sacrificios; es que quiere el que brota del corazón, que es la verdad y el amor a Dios, no a uno mismo.

viernes, 28 de marzo de 2025

Poesía y música


 A todos los que puedan acercarse los esperamos.

A los que actúan les agradecemos su compromiso solidario.

MM. Dominicas

Viernes de la III Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Oseas (14,2-10):

Esto dice el Señor:

«Vuelve, Israel, al Señor tu Dios,

porque tropezaste por tu falta.

Tomad vuestras promesas con vosotros,

y volved al Señor.

Decidle: “Tú quitas toda falta,

acepta el pacto.

Pagaremos con nuestra confesión:

Asiria no nos salvará,

no volveremos a montar a caballo,

y no llamaremos ya ‘nuestro Dios’

a la obra de nuestras manos.

En ti el huérfano encuentra compasión”.

“Curaré su deslealtad,

los amaré generosamente,

porque mi ira se apartó de ellos.

Seré para Israel como el rocío,

florecerá como el lirio,

echará sus raíces como los cedros del Líbano.

Brotarán sus retoños

y será su esplendor como el olivo,

y su perfume como el del Líbano.

Regresarán los que habitaban a su sombra,

revivirán como el trigo,

florecerán como la viña,

será su renombre como el del vino del Líbano.

Efraín, ¿qué tengo que ver con los ídolos?

Yo soy quien le responde y lo vigila.

Yo soy como un abeto siempre verde,

de mí procede tu fruto”.

¿Quién será sabio, para comprender estas cosas,

inteligente, para conocerlas?

Porque los caminos del Señor son rectos:

los justos los transitan,

pero los traidores tropiezan en ellos».

Palabra de Dios


Salmo 80,R/. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz


Santo Evangelio según san Marcos (12,28b-34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:

«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

Respondió Jesús:

«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».

El escriba replicó:

«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:

«No estás lejos del reino de Dios».

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor


Compartimos:

No estar lejos del Reino

Si creemos de verdad que Dios es amor, vivir en Él, amarle con todo el corazón, toda el alma, y toda la mente, y al prójimo como a uno mismo, será estar cerca de Dios, y de su reinado. Lo importante sería pensar qué significa en la práctica amar con toda el alma y con toda la mente. Porque las palabras son bonitas, incluso podrían sonar románticas, pero la realidad puede ser mucho más difícil. Alguien dijo que, si bien amor es un sustantivo, Dios es más bien un verbo. Porque no sería amor el que no tiene objeto a quien amar, y eso es acción.


¿Cuáles son las acciones del amor? Poner al otro por delante de uno mismo y las propias apetencias o comodidades. Eso implica, muchas veces, sacrificio. Implica entrega de tiempo y capacidades, e incluso dinero. Acción del amor es buscar el bien de la otra persona, sin confundir bien con permisividad, capricho o injusticia. El bien de la persona es vivir en verdad y justicia, es decir, acercarse también al Reino. Acción del amor es una hospitalidad real que acoge, sostiene, consuela, da alimento. Acción del amor es proclamar la verdad, y no permitir, en lo que sea posible, que otros vivan en la mentira y la oscuridad.


San Pablo describe en I Corintios las características del amor verdadero: paciencia, aguante, servicio, esperanza, fe, tolerancia, apertura…


No son palabras bonitas; son acciones a veces difíciles. Pero, si hay que poner al otro por delante, ¿qué pasa con el amar como a uno mismo? Paradójicamente, poner al otro por delante, practicar todas esas acciones y cultivar todas esas actitudes del amor, es amarse a sí mismo, porque es caminar en la luz y en la verdad. Significa vivir en Dios y no enredado en uno mismo y en las pobres y mediocres comodidades y egoísmos. Es estar cerca del Reino. Mejor incluso que cerca: en el Reino.

jueves, 27 de marzo de 2025

Jueves de la III Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura del libro de Jeremías (7,23-28):

Esto dice el Señor:

«Esta fue la orden que di a mi pueblo:

“Escuchad mi voz, Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo, y todo os irá bien”.

Pero no escucharon ni hicieron caso. Al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara.

Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy, os envié a mis siervos, los profetas, un día tras otro; pero no me escucharon ni me hicieron caso. Al contrario, endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres.

Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aun así les dirás:

“Esta es la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. Ha desaparecido la sinceridad, se la han arrancado de la boca”».

Palabra de Dios


Salmo 94,R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»

 Santo evangelio según san Lucas (11,14-23):

En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo.

Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron:

«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».

Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:

«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.

El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama».

Palabra del Señor


Compartimos:

En el Evangelio de hoy, Jesús expulsa a un demonio mudo… Pero los que se hacen a sí mismos voluntariamente sordos lo critican. ¿Es que preferirían que el hombre siguiera sordo y mudo para que no pudiera oír lo que tiene que decir Jesús, o proclamar su mensaje? Posiblemente así sea, ya que a ellos tampoco les interesa oír el mensaje. Están deliberadamente sordos y cerrados.


¿Nos podría pasar a nosotros otro tanto? ¿Qué sería de nosotros, envueltos en nuestras propias convicciones e imaginaciones, si nos negáramos a escuchar un mensaje que quizá nos desafíe a una vida de conversión, a un corazón abierto a la Palabra de Dios? El mensaje podría venir por medio de un consejo de alguien que nos quiere bien, de una buena lectura, de una prédica acertada, o de un momento de intenso dolor y dificultad o de gran alegría. Queremos sembrar y queremos tener fruto. Queremos que nuestra vida tenga un sentido. Pero ya tenemos la advertencia que nos hace Cristo. Quien está con Cristo escucha, por difícil que sea lo que oye y por muy exigente que haga la vida. Pero el sordo está contra él. Y el que está contra él desparrama. ¡Qué pena de vida perdida en inutilidades! No endurezcáis el corazón. Quitad la cera de los oídos. Permitid que penetre la llamada de Dios a vivir de otra manera. Dejad que Dios abra vuestros labios a proclamar sin miedo su mensaje.

miércoles, 26 de marzo de 2025

COMISIÓN PONTIFICIA PARA LA PROTECCIÓN DE LOS MENORES

 MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA


Queridos hermanos y hermanas:


Les envío de corazón mi saludo y algunas indicaciones para su precioso servicio. De hecho, este es como «oxígeno» para las iglesias locales y las comunidades religiosas, porque donde hay un niño o una persona vulnerable a salvo, allí se sirve y se honra a Cristo. En la trama cotidiana de su trabajo, sobre todo en los ámbitos más desfavorecidos, se concreta una verdad profética: la prevención de los abusos no es una manta que se extiende sobre las emergencias, sino uno de los cimientos sobre los que se construyen comunidades fieles al Evangelio. Por eso les expreso mi gratitud.


Su trabajo no se reduce a protocolos que aplicar, sino que promueve medidas de protección: una formación que educa, controles que previenen, una escucha que devuelve la dignidad. Cuando implementan prácticas de prevención, incluso en las comunidades más remotas, están escribiendo una promesa: que cada niño, cada persona vulnerable, encontrará en la comunidad eclesial un ambiente seguro. Este es el motor de lo que debería ser para nosotros una conversión integral. Hoy les pido tres compromisos:


1. Hacer crecer el trabajo conjunto con los dicasterios de la Curia romana.


2. Ofrecer a las víctimas y a los supervivientes hospitalidad y cuidado de las heridas del alma, al estilo del buen samaritano. Escuchar con el oído del corazón, para que cada testimonio no encuentre registros que rellenar, sino entrañas de misericordia de las que renacer.


3. Construir alianzas con realidades extraeclesiales —autoridades civiles, expertos, asociaciones—, para que la protección se convierta en un lenguaje universal.


En estos diez años han hecho crecer en la Iglesia una red de seguridad. ¡Sigan adelante! Sigan siendo centinelas que velan mientras el mundo duerme. Que el Espíritu Santo, maestro de la memoria viva, nos preserve de la tentación de archivar el dolor en lugar de sanarlo.


Les agradezco su recuerdo en la oración. Yo también los acompaño y pido al Señor y a la Santísima Virgen que los sostengan, para que puedan continuar con dedicación y esperanza el camino emprendido.


Roma, Policlínico «A. Gemelli», 20 de marzo de 2025.



                                                              FRANCISCO

Miércoles de la III Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (4,1.5-9):

MOISÉS habló al pueblo, diciendo:

«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.

Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella.

Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán:

“Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”.

Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?

Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?

Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos».

Palabra de Dios


Salmo 147,R/. Glorifica al Señor, Jerusalén


Santo Evangelio según san Mateo (5,17-19):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.

En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.

El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.

Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».

Palabra del Señor

Compartimos:

Hoy las lecturas del Antiguo Testamento y el Evangelio van de la mano. Pero hay dos cosas muy interesantes en la lectura del Éxodo que quizá se hayan olvidado: equipara el cumplimiento de las leyes y mandatos de Dios con la inteligencia y la sabiduría. Y también advierte de la necesidad de hacer memoria, de recordar siempre y de transmitir todo esto a los hijos y los hijos de los hijos y los hijos de los hijos de los hijos… ad infinitum.


Jesús asegura que no vino a abolir todo eso de la Antigua Alianza, sino más bien a cumplirlo. Pero a veces parece que se ha tirado al niño con el agua del baño… Lo antiguo, lo viejo, el “Dios del Antiguo Testamento” parece que tiene que dar paso a otra cosa. Y entonces, ya no va a hacer falta transmitir todos esos mandamientos que a algunos se les pueden hacer impositivos u opresivos. No hace falta la memoria, y casi una forma de inteligencia derogada o, en casi el peor de los casos, “superada”. Pero, ¿es acaso más inteligente matar a un bebé no nacido, mentir en negocios o en doble vida, desear lo del prójimo, envidiar hasta extremos violentos, hablar soezmente, abandonar a los padres, entretenerse con la pornografía, robar y defraudar? Si se escuchan las noticias de cada día podría parecer que los poderes de este mundo se ceban y se agrandan en estas prácticas… y que van ganando. Y que, quizá a menor escala, pero no menos gravemente, cada persona que se deja llevar por esas corrientes también va ganando. Y sin embargo, la sabiduría e inteligencia que promete el Antiguo Testamento es la misma que afirma Cristo: “Los que cumplen estos mandamientos serán los más grandes en el Reino”.


¿A quién haremos caso? Como hijos de una era de enormes avances tecnológicos y progresos humanos, podríamos pensar que lo nuestro es superar la antigua ley y vivir con más libertad. Como cristianos, hoy parece decírsenos que esa superación más bien nos embrutecería y haría menos sabios, más torpes, e incluso menos humanos. Cristo ha venido para que se cumpla lo que es verdadero, bueno y bello. Y, como Moisés en el Antiguo Testamento, nos lo pone delante. La elección es nuestra. Quizá sea mejor no ser desmemoriados.

martes, 25 de marzo de 2025

Anunciación del Señor

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías (7,10-14;8,10):

En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: «Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»

Respondió Acaz: «No la pido, no quiero tentar al Señor.»

Entonces dijo Dios: «Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros».»

Palabra de Dios


Salmo 39,R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad


Segunda Lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (10,4-10):

Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.»» Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Palabra de Dios


Santo Evangelio según san Lucas (1,26-38):

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»

Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»

El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»

María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor


Compartimos:

Un simple “hágase”, que hace eco al “hágase” de la Creación, es suficiente para dejar entrar a la Salvación en el mundo. Una simple joven se convierte en puerta de Dios para el mundo. Proclamamos a María “bendita en todas las generaciones”, como Arca de la alianza, puerta del cielo…. Pero Ella solamente dijo ese Fiat… ¿Solamente? Decir fiat supuso para ella dolor, angustia, misterio, la Cruz final del Hijo. Pero también la enorme gracia de ser la portadora de la luz, dentro de ella misma y en sus brazos en la Presentación. Decir fiat cambió el mundo y la historia para siempre.


Ciertamente, no somos los elegidos para esa misma hazaña. Pero sí para la hazaña diaria de dejar que Dios se haga presente en nuestro mundo; que pueda haber una palabra de salvación y de esperanza. Eso también para nosotros puede suponer en algunos momentos dificultad, persecución, odio de otros, dolor. Pero, como para María, también supone la gracia de poder portar la luz. Y ahora no estamos solos, porque el fiat de María ya nos alcanzó la gracia del Dios encarnado en el mundo. Nos alcanzó la gracia de poder contar ahora con el Cuerpo de Cristo que se encarnó en María y ahora se nos da en la Eucaristía: Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine… Aunque nos parezca dificilísimo a veces enfrentarnos a la mentira, a la fealdad que vemos en nuestro mundo, la maldad de algunas políticas (y de políticos, comerciantes, traficantes de drogas o de personas), tenemos, como María, el Cuerpo de Cristo. La única palabra que se nos pide es el fiat… Y luego se nos da la gracia y la fuerza para vivir la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Y de hacer el anuncio a todos los confines de la tierra. (Que a veces, curiosamente, están en nuestra propia casa). ¿Habrá dolor? Naturalmente; eso es ineludible. Pero habrá gloria. Está prometido.  ¡Y qué gloria más grande que la de haber abierto una pequeña puerta a Dios en el mundo!


Salve, Cuerpo verdadero nacido de la Virgen María,

verdaderamente atormentado, sacrificado en la cruz por la humanidad, de cuyo costado perforado

fluyó agua y sangre.

Sé para nosotros un anticipo en el trance de la muerte.

lunes, 24 de marzo de 2025

Lunes de la III Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes (5,1-15a):

En aquellos días, Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era hombre notable y muy estimado por su señor, pues por su medio el Señor había concedido la victoria a Siria.

Pero, siendo un gran militar, era leproso.

Unas bandas de arameos habían hecho una incursión trayendo de la tierra de Israel a una muchacha, que pasó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora:

«Ah, si mi señor pudiera presentarse ante el profeta que hay en Samaría. Él lo curaría de su lepra».

Fue (Naamán) y se lo comunicó a su señor diciendo:

«Esto y esto ha dicho la muchacha de la tierra de Israel».

Y el rey de Siria contestó:

«Vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel».

Entonces tomó en su mano diez talentos de plata, seis mil siclos de oro, diez vestidos nuevos y una carta al rey de Israel que decía:

«Al llegarte esta carta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán para que lo cures de su lepra».

Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras, diciendo:

«¿Soy yo Dios para repartir vida y muerte? Pues me encarga nada menos que curar a un hombre de su lepra. Daos cuenta y veréis que está buscando querella contra mí».

Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras y mandó a que le dijeran:

«Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel».

Llegó Naamán con sus carros y caballos y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Envió este un mensajero a decirle:

«Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio».

Naamán se puso furioso y se marchó diciendo:

«Yo me había dicho: “Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra”. El Abaná y el Farfar, los ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Podría bañarme en ellos y quedar limpio».

Dándose la vuelta, se marchó furioso. Sus servidores se le acercaron para decirle:

«Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!».

Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio.

Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:

«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel».

Palabra de Dios


Salmo 41,R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo:¿cuándo veré el rostro de Dios?


Santo Evangelio según san Lucas (4,24-30):

Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:

«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naámán, el sirio».

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor

Compartimos:

Naamán quería que se le pidiera algo extraordinario…¡y simplemente se le había pedido que se bañara 7 veces en un río! ¿Quería un milagro o quería hacer un milagro él mismo? Si era algo extraordinario, se lo habría ganado. El problema es que la gracia de Dios es gratuita; no espera a que la merezcamos, sino a que la reconozcamos y la agradezcamos.

A veces, buscamos cosas extraordinarias, y no podemos reconocer lo supremamente extraordinario que tenemos al lado que resulta, por tan familiar, poco “convincente”. Nadie es profeta en su tierra, dice Jesús. Es decir, lo tan familiar y conocido (conocido incluso con sus fallos y con su origen), no puede ser tan bueno. El hijo del carpintero, un hombre normal del pueblo, no puede ser el Salvador.

Reconocer la presencia de Dios en lo más sencillo puede ser algo difícil… reconocer la bondad de nuestro más prójimo, la verdad que nos puede decir aunque no la esperamos ni acaso queremos creer, es un gran desafío. Aspiramos a grandes cosas. Entonces, ¿dónde queda la fe? Si para creer hay que ver lo fantástico y maravilloso (que, por supuesto, también puede ocurrir), algunos de nosotros podríamos pasar la vida entera sin fe y siempre tratando de hacer cosas fantásticas y difíciles para ganarnos la gracia y el milagro. La fe es la creencia en las cosas que no se ven… y lo más pequeño, lo de al lado, sí se ve, pero a menudo no se reconoce. Quizá tengamos que hacer un ejercicio de creer en el profeta de nuestra propia tierra. La gracia no se compra. Es la propia gracia la que a veces nos permite hacer cosas extraordinarias. Pero no por nuestro propio poder ni hacer. Hay que dejar que lo extraordinario lo haga Dios y, humildemente, dar las gracias.

domingo, 23 de marzo de 2025

Evangelio del III Domingo de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura del libro del Éxodo (3,1-8a.13-15):

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.

Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.»

Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés.»

Respondió él: «Aquí estoy.»

Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.»

Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.» Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.

El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.»

Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los israelitas y les diré: «El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros.» Si ellos me preguntan cómo se llama, ¿qué les respondo?»

Dios dijo a Moisés: «»Soy el que soy»; esto dirás a los israelitas: `Yo-soy’ me envía a vosotros».»

Dios añadió: «Esto dirás a los israelitas: «Yahvé (Él-es), Dios de vuestros padres, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación».»

Palabra de Dios


Salmo 102,R/. El Señor es compasivo y misericordioso.


Segunda Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,1-6.10-12):

No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquéllos. No protestéis, como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

Palabra de Dios


Santo Evangelio según san Lucas (13,1-9):

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.

Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.»

Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero el viñador contestó: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas».»


Palabra del Señor


sábado, 22 de marzo de 2025

Sábado de la II Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):

PASTOREA a tu pueblo, Señor, con tu cayado,

al rebaño de tu heredad,

que anda solo en la espesura,

en medio del bosque;

que se apaciente como antes

en Basán y Galaad.

Como cuando saliste de Egipto,

les haré ver prodigios.

¿Qué Dios hay como tú,

capaz de perdonar el pecado,

de pasar por alto la falta

del resto de tu heredad?

No conserva para siempre su cólera,

pues le gusta la misericordia.

Volverá a compadecerse de nosotros,

destrozará nuestras culpas,

arrojará nuestros pecados

a lo hondo del mar.

Concederás a Jacob tu fidelidad

y a Abrahán tu bondad,

como antaño prometiste a nuestros padres.

Palabra de Dios


Salmo 102,R/. El Señor es compasivo y misericordioso


Santo Evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola:

«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:

“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.

Recapacitando entonces, se dijo:

“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.

Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

Su hijo le dijo:

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Pero el padre dijo a sus criados:

“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Y empezaron a celebrar el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Este le contestó:

“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado e! ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.

Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Entonces él respondió a su padre:

“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.

El padre le dijo:

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Palabra del Señor

Compartimos:

Termina la semana con la parábola del hijo pródigo. Frente a los que piensan en la conversión como un trabajo personal y dificultoso en que la persona se tiene que enfrentar consigo mismo, revisar detenidamente su vida, purificar sus intenciones y hacerse propósitos firmes para iniciar una cambio que modifique radicalmente sus actitudes y actos, la parábola cuenta una historia de lo más sorprendente.


Para empezar, el hijo pequeño, el que se va después de pedir y conseguir su parte de la herencia, es uno de los tipos más interesados que se encuentran en la Biblia. En realidad, no piensa más que en vivir bien. El resto da la impresión de que no le importa nada. Si se va con la herencia es para vivir a lo grande. Y si se vuelve a casa de su padre no es precisamente por amor filial sino porque siente hambre y se acuerda de que los jornaleros de su padre tienen para comer todos los días. Su único interés es vivir bien, lo mejor posible. Lo de su padre o la familia no le importa nada. Él va a lo suyo.


Pues bien, lo que subraya la parábola es precisamente que, incluso con todos esos “peros”, incluso siendo el padre consciente del egoísmo de su hijo, le espera con paciencia y desea sentarle a la mesa. El padre no tiene más que una intención y deseo: reunir a los suyos a la mesa. Lo de las motivaciones parece que le importa poco. O piensa, quizá siendo un poco iluso, que con el tiempo y la buena comida el hijo perdido aprenderá dónde está la verdadera vida, el verdadero vivir a lo grande. Pero que reconozca eso no es en absoluto condición para que se siente a la mesa. Lo primero es acogerle, abrazarle, preparar el banquete, sentarle a la mesa. Luego vendrá, si viene, lo otro. Lo fundamental es que sienta el abrazo cariñoso del padre. Si entiende todo lo que significa o no, parece que al padre no le importa.


Ojalá nosotros vayamos entendiendo este amor del Padre que es más grande que todo lo que podamos imaginar, que no pone condiciones, que nos tiene paciencia y nos da todo el tiempo que necesitemos para comprenderlo y asimilarlo y vivirlo y agradecerlo.

viernes, 21 de marzo de 2025

Viernes de la II Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura del libro del Génesis (37,3-4.12-13a.17b-28):

Israel amaba a José más que a todos los otros hijos, porque le había nacido en la vejez, y le hizo una túnica con mangas. Al ver sus hermanos que su padre lo prefería a los demás, empezaron a odiarlo y le negaban el saludo.

Sus hermanos trashumaron a Siquén con los rebaños de su padre. Israel dijo a José:

«Tus hermanos deben de estar con los rebaños en Siquén; ven, que te voy a mandar donde están ellos».

José fue tras sus hermanos y los encontró en Dotán. Ellos lo vieron desde lejos y, antes de que se acercara, maquinaron su muerte. Se decían unos a otros:

«Ahí viene el soñador. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en qué paran sus sueños».

Oyó esto Rubén, e intentando salvarlo de sus manos, dijo:

«No le quitemos la vida».

Y añadió:

«No derraméis sangre; echadlo en este aljibe, aquí en la estepa; pero no pongáis las manos en él».

Lo decía para librarlo de sus manos y devolverlo a su padre.

Cuando llegó José al lugar donde estaban sus hermanos, lo sujetaron, le quitaron la túnica, la túnica con mangas que llevaba puesta, lo cogieron y lo echaron en un pozo. El pozo estaba vacío, sin agua.

Luego se sentaron a comer y, al levantar la vista, vieron una caravana de ismaelitas que transportaban en camellos goma, bálsamo y resina de Galaad a Egipto. Judá propuso a sus hermanos:

«¿Qué sacaremos con matar a nuestro hermano y con tapar su sangre? Vamos a venderlo a los ismaelitas y no pongamos nuestras manos en él, que al fin es hermano nuestro y carne nuestra».

Los hermanos aceptaron.

Al pasar unos mercaderes madianitas, tiraron de su hermano; y, sacando a José del pozo, lo vendieron a unos ismaelitas por veinte monedas de plata. Estos se llevaron a José a Egipto.

Palabra de Dios


Salmo 104,R/. Recordad las maravillas que hizo el Señor


Santo Evangelio según san Mateo (21,33-43.45-46):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchad otra parábola:

“Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cayó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.

Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.

Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’.

Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’.

Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”».

Le contestan:

«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».

Y Jesús les dice:

«¿No habéis leído nunca en la Escritura:

“La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente”?

Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos.

Y, aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.

Palabra del Señor


Compartimos:

Jesús se dirige con esta parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo judío. El problema era que se sentían de alguna manera los dueños de la religión. Ellos eran los especialista que conocían como había que relacionarse con Dios, las leyes que había que obedecer, las normas y protocolos que había que cumplir para llevarse bien con él y ser un buen judío. Y, por consiguiente, asegurarse la salvación. Eso era un grave problema. Porque todo el mundo tenía que pasar por su aro. Incluso el mismo Dios estaba constreñido a obedecer sus normas. Eran los dueños del cotarro.


Como consecuencia, Jesús era un enemigo, uno que se había salido de los caminos marcados y autorizados, uno que iba por libre. No es de extrañar que Jesús terminase como terminó. Estaba atacando su monopolio, sus seguridades.

Hoy nosotros somos los portadores/anunciadores del Reino. No conviene que vayamos poniendo límites ni condiciones. Hace falta que nuestra iglesia sea abierta a todos. Por supuesto, también a los pecadores (aunque habría que reconocer que es realmente difícil determinar si nuestro hermano es pecador; eso queda a la conciencia de cada uno, a lo más íntimo; y Dios que es pura comprensión sabrá lo que hay dentro de cada uno). Porque Dios no quiere que ninguno de sus hijos e hijas se quede fuera de su abrazo de Padre ni apartado de la mesa común del Reino.

jueves, 20 de marzo de 2025

Jueves de la II Semana de Cuaresma

Primera Lectura

Lectura del libro de Jeremías (17,5-10):

Esto dice el Señor:

Esto dice el Señor:

«Maldito quien confía en el hombre,

y busca el apoyo de las criaturas,

apartando su corazón del Señor.

Será como cardo en la estepa,

que nunca recibe la lluvia;

habitará en un árido desierto,

tierra salobre e inhóspita.

Bendito quien confía en el Señor

y pone en el Señor su confianza.

Será un árbol plantado junto al agua,

que alarga a la corriente sus raíces;

no teme la llegada del estío,

su follaje siempre está verde;

en año de sequía no se inquieta,

ni dejará por eso de dar fruto.

Nada hay más falso y enfermo

que el corazón: ¿quién lo conoce?

Yo, el Señor, examino el corazón,

sondeo el corazón de los hombres

para pagar a cada cual su conducta

según el fruto de sus acciones».

Palabra de Dios


Salmo 1,R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor


Santo Evangelio según san Lucas (16,19-31):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.

Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.

Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:

“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo:

“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.

Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.

Él dijo:

“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.

Abrahán le dice:

“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.

Pero él le dijo:

“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.

Abrahán le dijo:

“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

La historia del Evangelio de hoy es sencilla y muy conocida. Sus protagonistas, el rico que tiene de todo y el pobre que no tiene nada, mueren y su suerte se invierte: al rico le toca ir al infierno con todos sus tormentos mientras que el pobre está en el seno de Abraham feliz y contento. Por ninguna parte se dice que el pobre fuese un buen observante de la ley, cumplidor y devoto. Simplemente era pobre y cubierto de llagas. Tampoco se dice que el rico fuese un malvado, corrupto, ladrón ni estafador. Simplemente era rico y vivía disfrutando lo que tenía.


Parece que no hay paso entre el infierno y el cielo o seno de Abraham pero si hay comunicación visual y oral. Ahí viene el diálogo. Las llamas del infierno queman y el rico se quiere aliviar y, cuando ve que no es posible, quiere que al menos se alivien sus familiares. Pero no obtiene más que una respuesta: que escuchen a Moisés y los profetas. Y de ahí Abraham no se mueve.


Para los que escuchamos hoy esta historia quizá no tenga mucho sentido que nos digan que hay que escuchar a Moisés y a los profetas. Pero quizá haya una consecuencia mucho más importante. Es en el hoy de la vida en el que estamos llamados a compartir lo que tenemos. Del rico no se dice que fuese al infierno porque era malo. Simplemente no veía la realidad del pobre que estaba a la puerta de su casa sin nada mientras que él banqueteaba. Compartir en solidaridad, en fraternidad, en justicia, es un elemento básico del reino de Dios de que habla Jesús. Es saber que lo que tenemos no es “mío” sino nuestro. Es saber que la propiedad privada no es una realidad absoluta sino limitada siempre por la necesidad de mis hermanos. Es ser conscientes de que solo con los otros, en solidaridad, compartiendo, es como podemos llegar a vivir en plenitud esta vida que se nos ha regalado.


Hoy, sin duda, la parábola nos invita a abrir los ojos, aquí y ahora, a las necesidades de los demás y a convertirlas en nuestra necesidades, a hacer de la fraternidad y la solidaridad el centro de nuestra vida cristiana.

Palabra del Señor


Compartimos:

La historia del Evangelio de hoy es sencilla y muy conocida. Sus protagonistas, el rico que tiene de todo y el pobre que no tiene nada, mueren y su suerte se invierte: al rico le toca ir al infierno con todos sus tormentos mientras que el pobre está en el seno de Abraham feliz y contento. Por ninguna parte se dice que el pobre fuese un buen observante de la ley, cumplidor y devoto. Simplemente era pobre y cubierto de llagas. Tampoco se dice que el rico fuese un malvado, corrupto, ladrón ni estafador. Simplemente era rico y vivía disfrutando lo que tenía.

Parece que no hay paso entre el infierno y el cielo o seno de Abraham pero si hay comunicación visual y oral. Ahí viene el diálogo. Las llamas del infierno queman y el rico se quiere aliviar y, cuando ve que no es posible, quiere que al menos se alivien sus familiares. Pero no obtiene más que una respuesta: que escuchen a Moisés y los profetas. Y de ahí Abraham no se mueve.

Para los que escuchamos hoy esta historia quizá no tenga mucho sentido que nos digan que hay que escuchar a Moisés y a los profetas. Pero quizá haya una consecuencia mucho más importante. Es en el hoy de la vida en el que estamos llamados a compartir lo que tenemos. Del rico no se dice que fuese al infierno porque era malo. Simplemente no veía la realidad del pobre que estaba a la puerta de su casa sin nada mientras que él banqueteaba. Compartir en solidaridad, en fraternidad, en justicia, es un elemento básico del reino de Dios de que habla Jesús. Es saber que lo que tenemos no es “mío” sino nuestro. Es saber que la propiedad privada no es una realidad absoluta sino limitada siempre por la necesidad de mis hermanos. Es ser conscientes de que solo con los otros, en solidaridad, compartiendo, es como podemos llegar a vivir en plenitud esta vida que se nos ha regalado.

Hoy, sin duda, la parábola nos invita a abrir los ojos, aquí y ahora, a las necesidades de los demás y a convertirlas en nuestra necesidades, a hacer de la fraternidad y la solidaridad el centro de nuestra vida cristiana.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Evangelio de San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María

Primera Lectura

Lectura del segundo libro de Samuel (7,4-5a.12-14a.16):

En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor:

– «Ve y dile a mi siervo David: «Esto dice el Señor: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. El construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.» ».

Palabra de Dios


Salmo 88,R/. Su linaje será perpetuo


Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (4,13.16-18):

Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su

descendencia la promesa de heredar el mundo.

Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así, dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos.»

Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que, no existe, Abrahán

creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia.»

Palabra de Dios


Santo Evangelio según san Mateo (1,16.18-21.24a):

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

-«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Palabra del Señor

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La verdad es que en los Evangelios no encontramos mucha información de José, el padre de Jesús. Además de decirnos que era el esposo o el prometido de María, la madre de Jesús, no se dice mucho más. Es una figura que queda siempre en segundo plano, medio en sombras, oscurecido por la presencia de María y, sobre todo, de Jesús. No podía ser de otra manera. Los que redactaron los Evangelio tenían que centrarse en lo fundamental y eso implicaba poner el foco en Jesús y poco más.


Pero en esa poca información que tenemos hay un dato que nos puede ayudar a mirar a José de otra manera. En el Evangelio de hoy se dice que “era justo”. En realidad, quizá no hace falta decir mucho más para retratar a una persona. Decir que una persona que es justo nos habla de que es bueno. No en el sentido de que haga bien las cosas o que sea bueno en su trabajo sino que es bueno como persona, con todo lo que implica esa bondad. Es bueno en sus relaciones, es bueno en su forma de mirar a los demás. El justo no se deja llevar por la ir ni por la violencia. El justo es pacífico. El justo va más allá de cumplir las obligaciones de la ley para vivir una vida orientada por la misericordia y la comprensión. Si tenemos un problema, sabemos que podemos acudir a una persona que sea justa porque nos va a escuchar, atender y comprender. José era justo. No hace falta decir mucho más de él. Es suficiente.


Hoy podemos hacer memoria de todos los justos que ha habido, hay y habrá en nuestro mundo. Son personas que están más allá de las ideologías y de los prejuicios. Por eso son justos. Son personas también que suelen quedar en segundo plano. Lo suyo no es ser protagonistas. Eso queda para otros. Pero están ahí, viviendo una vida sencilla, pero haciendo fraternidad y justicia con su forma de estar. Sabemos que podemos siempre contar con ellos porque son justos. Hacen lo que hay que hacer sin gritos ni alharacas. No se dan publicidad ni bombo. Simplemente están a nuestro lado, nos acompañan y echan una mano cuando nos hace falta. Hoy damos gracias por todos esos justos con los que nos hemos encontrado a lo largo del camino de la vida.