Obispo de Antioquía en el siglo I, Ignacio fue arrestado y condenado a ser arrojado a las fieras. Cuando iba hacia Roma, varias comunidades de cristianos lo recibieron con suma veneración. Él se lo agradeció afectuosamente en cartas escritas durante su viaje; les animó a adherirse firmemente a la fe y a permanecer unidos a la jerarquía “como cuerdas de una lira”. Les pidió a los cristianos no impedir que muriera como mártir, porque “Yo soy trigo de Cristo; que los dientes de los leones me muelan, para así poder ser el pan sin mancha de Cristo”.
También nosotros nos convertimos en el pan de Cristo y nuestra vida debe convertirse en una eucaristía, una ofrenda de acción de gracias con el mismo Jesucristo.
Primera Lectura
Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,1-10):
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús, que residen en Éfeso. Os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
Palabra de Dios
Salmo 97,R/. El Señor da a conocer su victoria
Santo Evangelio según san Lucas (11,47-54):
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán»; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.
Palabra del Señor
Compartimos:
Parece que poco tienen que ver los dientes de fieras con un pacífico molino de harina. Y ambas cosas, parece ser que tienen poco que ver con la Eucaristía. Y sin embargo, en el imaginario de los primeros cristianos perseguidos, las cosas estaban enormemente relacionadas. Se atribuye a san Agustín una cita posterior a la vida de san Ignacio: “Contempla lo que eres. Conviértete en lo que recibes”, pero ya en la vida de los primeros cristianos había ese sentido y convicción de entrar, por la Eucaristía, en la propia vida de Cristo y hacerse uno con él, en un mismo cuerpo. El triturar la “propia harina” o, como dice el Evangelio de hoy, que el grano de trigo caiga en tierra y muera, era algo indispensable para la unión con Cristo. Por eso Ignacio dice: “Trigo soy de Cristo y seré triturado por los dientes de las fieras”. Eso era motivo de alegría, porque significaba entrar en la vida de Dios. “Donde estoy yo, ahí estará mi siervo…”
Esto suena muy bonito, pero resulta un ideal algo imposible. Supone la heroicidad de los mártires y no estamos ahí. Pero hay que ir un poco más lejos. Todos, más o menos, tenemos cerca algún “triturador”; puede ser la persona que nos molesta; o una preocupación profunda por un hijo o un familiar; o un vecino impertinente; o un jefe dominante; ¡o incluso un resfriado inoportuno! Todas estas cosas no se pueden calificar precisamente como fieras, ni como molinos que trituran, pero sí representan maneras concretas en las que uno se puede hacer cuerpo de Cristo dejando que el propio trigo se vaya pulverizando. A menudo, por esperar la ocasión heroica, los dientes de las fieras, la grandiosidad del martirio cruento, podemos ir olvidando los pequeños irritantes y trituradoras de la vida diaria. ¿Qué molino nos está haciendo harina? ¿Cómo nos puede eso ayudar a entrar en esa realidad eucarística de ser Cuerpo de Cristo?
Y por otro lado, está la advertencia. Si el grano de trigo no muere, se queda siendo meramente un grano de trigo. Y eso niega totalmente el destino de una identidad mucho más excelsa: ser cuerpo de Cristo.
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