Primera Lectura
Lectura del libro del Eclesiastés (1,2-11):
¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento. Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan, desde allí vuelven a caminar. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol. Si de algo se dice:«Mira, esto es nuevo», ya sucedió en otros tiempos mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos y lo mismo pasará con los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.
Palabra de Dios
Salmo 89,R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación
Santo Evangelio según san Lucas (9,7-9):
En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
Y tenía ganas de ver a Jesús.
Palabra del Señor
Compartimos:
“Tenía ganas de ver a Jesús”, dice el Evangelio de Herodes. Nos recuerda lo de aquellos griegos que le pidieron a Felipe: “Queremos ver a Jesús”, o de Moisés: “Muéstranos, Señor, la gloria de tu rostro”, o el salmista: “Buscaré, Señor, tu rostro”. Qué buen deseo, ahora corrompido en Herodes, por el recelo y el cotilleo frívolo ante “los milagros” que contaban de Jesús. Se verán las caras en el momento de la Pasión, pero no se saldrá Herodes con sus pretensiones.
El miedo a la fuerza y poder que emanan de la vida misma de los profetas, Juan y Jesús, se apodera del virrey Herodes. Como siempre, el poder mundano pretende utilizar e instrumentalizar, en su provecho, la buena fama de los profetas. Antes, había matado a Juan, para quitarse la pesadilla de la competencia. Este Herodes, distinto del de la muerte de los Inocentes, nació el año cuatro, antes de Jesucristo y murió el año 39 después de Cristo. Abandonó a su mujer para juntarse a Herodías, la mujer de su hermano. Ahora, como antes de la muerte de Jesús, el virrey se empeñaba en calmar su curiosidad con una de esas acciones maravillosas que comentaban del Maestro de Nazaret. Jesús nunca se enfrentó con él, pero se mantuvo firme; incluso, en una ocasión llegó a llamarle “zorro”. La curiosidad de Herodes suscitó el misterio de la identidad de Jesús. Había opiniones para todos los gustos: si era Juan resucitado, o Elías, o alguno de los antiguos profetas. La dificultad venía de la dialéctica entre las esperanzas de un Mesías, político y grandioso, y la sencillez del profeta de Nazaret. De hecho, no consiguieron acertar con su identidad. Pero Jesús nos ha enseñado dónde reconocerlo.
Hoy, la figura de Jesús sigue moviendo la curiosidad y el interés de muchos. Hace más de dos mil años que una losa cerró la entrada a su sepulcro. La mayoría, entonces, creyó que todo había acabado para siempre. Y sigue vivo, y removiendo tantas vidas. Tantos han vivido y muerto por amor a él. También ahora sigue la frívola curiosidad, el despiste, el consumismo religioso fácil. El Cristo hippy o guerrillero, el Gospel, el Jesucristo Super Star, el Cristo de la camiseta, émulo del Che Guevara. Por no hablar del Cristo y sus mensajes terribles de ciertas revelaciones y apariciones que tanto furor, mágico y místico, despiertan. Lo tenemos tan fácil… Leamos, ahondemos, oremos el Evangelio; aquí está la fuente viva de la revelación de Dios a los hombres, aquí podemos dibujar exactamente al Cristo enviado por el Padre. Todo tan sencillo en sus parábolas y milagros, en su Muerte y Resurrección. Nos invitamos, pues, sus seguidores a confesarlo, a amarlo, a seguirlo, a imitarlo, a vivir y morir por él.
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