martes, 24 de septiembre de 2024

Miércoles de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Primera Lectura

Lectura del libro de los Proverbios (30,5-9):

La palabra de Dios es acendrada, él es escudo para los que se refugian en él. No añadas nada a sus palabras, porque te replicará y quedarás por mentiroso. Dos cosas te he pedido; no me las niegues antes de morir: aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «¿Quién es el Señor?»; no sea que, necesitando, robe y blasfeme el nombre de mi Dios.

Palabra de Dios

Salmo 118,R/. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor

Santo Evangelio según san Lucas (9,1-6):

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.

Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»

Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.

Palabra del Señor

Compartimos:

Es el “leit motiv” de Jesús: anunciar y curar. Anunciar la Buena Noticia y construir el Reino de paz, de justicia, de salud, de felicidad. Comenzó ya en la sinagoga de Nazaret donde Jesús hace suyas las palabras del Profeta: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación de los cautivos y dar vista a los ciegos”. Precisamente hoy es  la Virgen de la Merced, advocación que es clamor de liberación, mensaje que se hizo carne tantas veces en la historia. Evocamos un grito subversivo del Obispo Casaldáliga: “Solo hay dos cosas absolutas, Dios y el hambre”. Su amigo y protector, Pablo VI, lo formuló en términos más ortodoxos; puso el  absoluto en Jesús y su Reino. Y nosotros lo pedimos en el padrenuestro. “Santificado sea tu nombre, danos el pan de cada día”.


Jesús lo repite tres veces en este texto de seis versículos: “Les dio poder para curar enfermedades… luego les envió a proclamar el Reino y a curar enfermos… fueron de aldea en aldea anunciando el Evangelio y curando en todas partes”. Curiosamente, coloca antes la sanación que el anuncio del Reino; ya sabemos que, en el Evangelio, enfermedad es sinónimo de todo mal, también el psicológico y espiritual. Dios quiere que “el hombre viva bien”. Como que su discurso programático es un discurso de “Bienaventuranzas”. Los discípulos son constituidos en la prolongación de Jesús, continúan su obra y su palabra. Pero no de cualquier manera; el Maestro les indica el estilo. Primero, ligeros de equipaje, como el poeta: “No llevéis nada para el camino”. El apóstol no se instala en los medios sino que mira el fin de su tarea, Dios y su Reino. Luego, insiste en la hospitalidad, que se queden en la casa donde entren. Seguro que habrán de encontrar dificultades, les previene Jesús. Pueden sufrir el rechazo y la falta de acogida, porque Dios deja intacta la libertad del hombre ante su propuesta. Libertad que, por supuesto, va acompañada de la responsabilidad: no puede ser lo mismo optar que no optar por el Reino de Dios y sus valores.


Todos los cristianos somos discípulos y apóstoles, somos misioneros. Es Jesús quien nos envía. Y, si la cosa viene de Jesús, esto nos llena de confianza y nos libera de miedos y preocupaciones. Podríamos señalar esta secuencia: somos elegidos, somos bendecidos, somos constituidos idóneos para el anuncio… y este anuncio nos deja trasformados. El contenido del anuncio es solo el Reino, no la Iglesia, no nosotros. Contenido de palabras y obras. Sin “curar”, nuestra misión carecerá de credibilidad; si anunciamos bien el Evangelio, ineluctablemente llegarán los milagros. Podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son los milagros, los signos que hacen más transparente el mensaje de Jesús? El primer signo es nuestro porte apostólico: “sin bastón, sin alforja, sin pan, sin dinero”. No residirá la eficacia en los grandes alardes de medios de comunicación, de multitudinarias concentraciones, de figuras poderosas, sino en la sencillez que nos hace libres y confiados. ¿Qué gloria mayor podemos desear que participar con Jesús en su proyecto, en el sueño del Padre sobre los hombres?

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